La británica Marjorie Grice-Hutchinson (1909-2003) desempeñó en el siglo XX un papel trascendental para la recuperación de la llamada Escuela de Salamanca, en su investigación para comprender la historia del pensamiento económico moderno. Su obra La Escuela de Salamanca (1952), ha terminado por constituir un auténtico hito en el ámbito del pensamiento económico, pues su director de tesis doctoral, Friedrich Hayek (1899-1992), que ganaría poco después el Premio Nobel de Economía, en 1974, acogió con sumo interés el trabajo de su discípula sobre los clásicos españoles del Renacimiento.
Los principales hallazgos de Marjorie Grice-Hutchinson se debieron a un azar. A través de vías indirectas, tuvo conocimiento del discurso de José Larraz (1904-1973) de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en 1943. En su discurso, titulado La época del Mercantilismo en Castilla 1500-1700, Larraz realizó una detallada revisión del pensamiento económico elaborado por los maestros españoles del Siglo de Oro y de sus principales aportaciones. Grice-Hutchinson comentó este primer hallazgo con Hayek, y éste lo encontró de suficiente interés como para abordar el estudio del pensamiento económico de la Escuela de Salamanca. Marjorie, en “The School of Salamanca: Readings in Spanish Monetary Theory, 1544-1605”, (Clarendon Press, Oxford, 1952) abrió una línea de investigación que continuaría después con el estudio de los precursores medievales de dicha escuela.
Más de 25 años después, en 1978, publicó una segunda entrega de sus estudios titulada El Pensamiento Económico temprano en España, 1177-1740, obra ésta casi de mayor interés que la publicada en 1952. En esta segunda publicación, pese a que su objeto se centró en rastrear los antecedentes medievales del pensamiento económico de los escolásticos españoles de los siglos XVI y XVII, realizó una importante aportación a la historia general del pensamiento. En su obra, Grice-Hutchinson situó ante su espejo histórico a la ciencia económica. Una ciencia ésta que, hasta entonces, tenía datado su nacimiento en Adam Smith (1723-1790), o en sus precedentes inmediatos. Y el espejo reflejaba a otros personajes, muy anteriores. En ese espejo se apreciaba cómo se había reintroducido en Europa el pensamiento económico, de la mano de las traducciones árabes. Exactamente igual que había sucedido en el caso del pensamiento en general, en cuyo desarrollo, la obra de las escuelas de traductores hispanas, de las que fue paradigma la Escuela de Traductores de Toledo, resultó ser fundamental.
Lo que en principio se podía haber considerado un inconveniente, en Marjorie Grice-Hutchinson resultó ser a la postre una ventaja. Grice-Hutchinson no era especialista en la historia de la filosofía o del pensamiento en general. El texto de Grice-Hutchinson, de 1978, fue casi coetáneo del inicio de la publicación, por el Profesor Abellán, de su monumental Historia Crítica del Pensamiento Español, en 7 volúmenes (Espasa-Calpe, Madrid, 1979-1991), lo que permite comprender mejor esto. De modo que su enfoque, aparentemente parcial por centrar su indagación en lo económico, facilitó a la autora evitar los convencionalismos y polémicas propios de los estudiosos de la filosofía y del pensamiento español. Unos convencionalismos que, seguramente, le hubiesen dificultado más que ayudado a abordar de modo cabal el desarrollo de los antecedentes medievales del pensamiento económico, que surgiría finalmente con los escolásticos españoles renacentistas. Y al obrar asín Grice-Hutchinson se forjó un lugar entre los hispanistas, entre los que se destaca por su originalidad.
En esta segunda obra, El Pensamiento Económico temprano en España, 1177-1740, la autora se acercó a la figura de Averróes (1126-1198), en su consideración de autor que, a través de las traducciones de su obra, reintrodujo en Europa el pensamiento económico clásico, especialmente la Económica de Aristóteles (384-322 a. C.) y el Economicus de Jenofonte (431-354 a. C.). Pero Grice-Hutchinson no se limitó sólo a identificar ese momento inicial de la recuperación del pensamiento económico clásico. También rescató del olvido las colecciones de “consejos” (valga la expresión) procedentes, tanto de la tradición rabínica judía, como de los musulmanes, y luego de los cristianos también. Unos “consejos” que se referían a asuntos como el préstamo a interés, el beneficio justo en el comercio y otras cuestiones, enjuiciados desde perspectivas morales y religiosas. Se trataba de determinar cuándo se obraba rectamente en el comercio, y cuando se deslizaba hacia el pecado. Y así, en base a esas colecciones de consejos morales, se habían iniciado las primeras descripciones de fenómenos económicos como la oferta monetaria, la inflación y hasta los primeros estudios sobre tributación, desde bases morales. Esta apreciación de Grice-Hutchinson era también muy conveniente, pues fue sobre la base de ideas esencialmente morales, a fin de determinar la rectitud en las operaciones económicas, desde la que surgiría y se abriría paso el pensamiento económico de la Escuela de Salamanca.
Grice-Hutchinson se pudo desentender de las grandes polémicas escolásticas, tan vivas desde el siglo XII al XIV, por su lejanía del pensamiento económico. Por el contrario, reivindicó la figura de un sabio musulmán, el tunecino de origen andalusí Ibn Jaldún (o Khaldoun) (1332-1406). Ibn Jaldún, probablemente por su singularidad, ha quedado habitualmente fuera de las historias del pensamiento español -y hasta de la Historia de la Filosofía-, aunque a veces se le mencione, pero su influencia en el pensamiento europeo es innegable, especialmente en la formación del pensamiento económico. Inb Jaldún fue quizá el primero en comprender la economía como un proceso de agregación de valor, lo que permitió avanzar en la descripción y el conocimiento de la dinámica de los mercados y en la formación de conceptos económicos básicos como el de población, los precios, el beneficio, y la formación de capital.
Grice-Hutchinson revisó también en la figura de Juan Luis Vives (1492-1540), al que consideró, más que el antecedente inmediato, el inspirador de la Escuela de Salamanca. El estudio de Grice-Hutchinson se centró principalmente en su obra el Tratado del Socorro a los Pobres (1526). No tenemos constancia de que conociese mucho más de la voluminosa obra del valenciano. Y, aunque Vives abordó en su Tratado cuestiones relativas a la economía, él no era un economista, ni nada que se le pareciese, aunque sus estudios alcanzasen a incidir en el pensamiento económico posterior. Vives es un pensador muy singular de la primera mitad del siglo XVI. Por su biografía, que es la de un humanista católico de origen judío converso, que padeció en su familia los rigores de la Inquisición, sin que su catolicismo se resintiese por ello. Además, Vives había sido un gran amigo de otro ilustre humanista inglés de la época, Santo Tomás Moro (1478-1535), y vivió en Inglaterra, entre 1523 y 1528. Allí fue profesor en Oxford y preceptor de la Princesa María (María Tudor). También fue Vives singular en que, a diferencia de la mayoría de los humanistas, Vives no fue sacerdote ni fraile católico, como sí lo fue su amigo Erasmo de Rotterdam, muchos de los principales erasmistas y todos los autores de la Escuela de Salamanca.
Juan Luis Vives (1492-1540), fue una de las dos cimas del pensamiento renacentista en la primera mitad del siglo XVI. Y fue también el más filósofo del círculo de seguidores de Erasmo de Rotterdam (1466-1536), los “erasmistas”. Erasmo de Rotterdam fue la otra cumbre de ese momento cenital del primer Renacimiento. Lo que Erasmo significó en el ámbito de la teología y de la espiritualidad, lo representó Vives en la filosofía y en las ciencias, lo que le convirtió en uno de los autores fundamentales del Renacimiento. Ambos fueron profesores en la Universidad de Lovaina, donde se conocieron. Aunque laico, fue Vives un católico convencido y hasta amigo del Papa Adriano VI y del Inquisidor Alonso Manrique, aunque él pertenecía a una familia de origen judío que fue perseguida por la Inquisición hasta extremos que causan asombro. Seguramente fue la precaución lo que llevó a Vives a residir fuera de España, desde que salió hacia París para estudiar en 1509. Marchó a París, donde vivió hasta 1512, y ya no volvió a residir nunca en España, a la que solo volvió en contadas ocasiones y por breves periodos. Se avecindó en Brujas (Flandes), ciudad entonces bajo soberanía castellana y sede de una importante colonia comercial española, desde el siglo XIII. Y allí se casó con una dama de la colonia española de Brujas, Margarita Valldaura (1505-1552) y se dedicó a la docencia, en Lovaina. El Tratado del Socorro a los Pobres fue, sobre todo, un programa de asistencia a los pobres que adoptó la Municipalidad de Brujas en el mismo año de 1526.
Con buena intuición, Grice-Hutchinson situó a Vives como precedente e inspirador de la Escuela de Salamanca, por cuanto, en general, se tiende a separar la obra de Juan Luis Vives (1492-1540), y al erasmismo español, de la Escuela de Salamanca. En la citada Historia Crítica del Pensamiento Español, del Profesor Abellán, se aprecia perfectamente esa separación. Y se disocia a Vives, tanto de los autores salmantinos de la primera época, la de los dominicos, cuya figura más destacada fue Francisco de Vitoria (1483-1546), como de la segunda, de dominio de los jesuitas. Pero esta disociación es, más que inaceptable, insostenible. Y es que los autores de la Escuela de Salamanca, en su segunda época, la de los jesuitas, integró tanto a Vives y a los erasmistas, como a Vitoria y a los filósofos y teólogos dominicos salmantinos que les precedieron. Vives fue contemporáneo de Vitoria y quizá ambos coincidieran en París, en su época de estudiantes.
La crisis de la escolástica ya era apreciable a fines del siglo XIV, pero la puso de manifiesto el Cardenal, teólogo y filósofo Nicolás de Cusa (1401-1464), en su obra La Docta Ignorancia, publicada en 1440, año de invención de la imprenta, por Gutemberg (1400-1468). El texto alcanzó un gran éxito y circuló por todas las Universidades y curias europeas. En su obra, de Cusa apeló a la necesidad de reformular la ya caduca escolástica. A comienzos del siglo XVI, en 1511, Erasmo de Rotterdam publicaría su Elogio de la Locura, que alcanzó también un gran éxito y puso a los humanistas ante la necesidad de abordar la reorganización de los saberes, perdidos en las nebulosas de la “docta ignorancia” en que había quedado la escolástica. El mundo afrontaba grandes cambios y ninguno de los prodigios que se sucedieron en los siglos XV y XVI se debían a la obra de los “doctos sabios” escolásticos. La imprenta la inventó un ignorante artesano, Gutemberg, y América la había descubierto un hábil piloto, quizá con oscuros antecedentes en la piratería, como Cristóbal Colón, pero que tampoco era precisamente un teólogo, y el mensaje evangélico de la Iglesia se veía comprometido por la escasamente ejemplar conducta del clero. Erasmo también reclamaba la urgencia de atender una renovación espiritual y religiosa, al tiempo que una reorganización de los saberes.
Dentro de la renovación de la escolástica, la obra de Vives significó el esfuerzo, luego culminado por la Escuela de Salamanca, de rescatar lo mejor de la escolástica medieval, platónica o aristotélica, depurándola de sus versiones más rigoristas, especialmente en lo relativo a los excesos logicistas y deductivistas. Las objeciones de Vives anticipan a Suárez (1548-1617) y, a través de Suárez, preludia la condena de Kant (1724-1804) al “dogmatismo” (racionalismo), formulada en su Crítica de la Razón Pura. Con esa revisión crítica, Vives preparó el terreno intelectual adecuado para la necesaria renovación de la escolástica que abordarían Vitoria, Suárez y la Escuela de Salamanca en la segunda mitad del siglo XVI y comienzos del XVII. Vives inició la síntesis superadora de las limitaciones de la escolástica medieval. Y, sobre todo, Vives fue el inspirador de esa escuela española de filosofía que cristalizaría en la llamada Escuela de Salamanca. Una escuela que no daría preferencia a Platón, ni a Aristóteles, sino que se interesaría solamente por lo perenne que hay en la filosofía de la humanidad. Con ello, y tras la crisis de la escolástica tradicional durante el siglo XV, Vives restablecía la filosofía cristiana, hasta entonces subsumida por la escolástica en la teología. La filosofía de Vives, como su pensamiento político, no están sistematizados en uno o unos pocos textos, sino distribuido en el conjunto de su obra. No perteneció a ninguna escuela, pues más bien lideró el pensamiento filosófico y científico del “erasmismo”.
Esta renovación intelectual y espiritual del pensamiento condujo al abandono definitivo del universo mental propio del mundo teocéntrico de la Edad Media y abrió las puertas al mundo antropocéntrico moderno con el humanismo renacentista. El rasgo fundamental de la Filosofía Escolástica estaba en la subordinación de la Filosofía a la Teología, o si se quiere, de la ciencia humana y natural, a la ciencia divina y revelada. La filosofía moderna, con Vives, resurgía reivindicando su propia sustancialidad, abandonando el papel subordinado de saber menor dentro de la Teología. La filosofía moderna pasaría a convertirse en un saber sustantivo, crítico de los otros saberes. Un saber separado, a la vez, de la Teología y de los formalismos lógicos que habían desprestigiado el escolasticismo reduciéndolo a la “docta ignorancia” que denunciaba Nicolás de Cusa. Un proceso histórico que Gustavo Bueno ha denominado de “inversión teológica”, pues “Dios dejó de ser aquello de lo que se hablaba, para ser aquello desde lo que se habla”, en elocuente expresión de Bueno.
Cuando Vives (Juan Luis Vives y el Renacimiento español. Entreletras, julio de 2020), en su enciclopédica obra De Disciplinis (1531), realizó el inventario de los saberes para su definición y su enseñanza, no contempló la Teología entre esos saberes generales propios de las ciencias y de la filosofía. También en De Disciplinis, como señalaron Menéndez Pelayo y Eloy Bullón (Los Precursores Españoles de Bacon y Descartes, 1905), es donde mejor se aprecia la gran innovación que significó Vives en el cambio de actitud respecto a los saberes científicos. La actitud de Vives fue trascendental, tanto en la percepción de la importancia de las implicaciones que tenían las ciencias en lo relativo al conocimiento, como en lo relativo a su estudio y divulgación. Para él, los nuevos saberes científicos derivaban de la observación, de la experimentación, de la medición y, a partir de los datos obtenidos, usando el método inductivo, era posible establecer leyes generales de la naturaleza.
Vives tampoco fue ajeno al mayor acontecimiento político-religioso de su época, la Reforma Luterana (1517) y la quiebra definitiva de la Cristiandad. La crisis religiosa de la Reforma la inició Lutero (1483-1546) en 1517, pero no se materializó en ruptura hasta la Dieta de Worms, de 1521. El protestantismo había tenido un rápido desarrollo inicial. Reyes y nobles vieron la ocasión de hacerse con los grandes patrimonios territoriales eclesiásticos de monasterios y abadías, y la población pobre aspiró a satisfacer su necesidad y sus ansias mediante el saqueo de esos mismos monasterios y abadías. Además del ataque general contra Monasterios y bienes eclesiásticos, promovido por los luteranos, toda Europa se vio sacudida por violentas convulsiones político-sociales, como la famosa Guerra Campesina de Alemania (1524-1525), que tuvo repercusiones en toda Europa, a través de las revueltas promovidas por los anabaptistas, que predicaban un comunismo de inspiración religiosa.
Vives, antes que Erasmo, fue de los primeros en advertir que el protestantismo era demasiado estrecho y limitado para el espíritu de la época y para mentalidad renacentista. Los protestantes estaban tanto contra los abusos del clero y el anquilosamiento de la Iglesia, pues en eso también coincidían los católicos. La rebelión de los “reformadores” se dirigía contra la asunción por la Iglesia y por el Papado del cambio de mentalidad efectuado por el espíritu renacentista. Vives, en carta de 1522, dirigida a su amigo y entonces Papa, Adriano VI (Adriano de Utrecht), rechazó la Reforma, tanto por la doctrina de la predestinación, que negaba la libertad del hombre, como por la defensa del derecho de propiedad, un derecho amparado en la Ley Natural, emanada de Dios. Para Vives, la propiedad es, pues, una institución de Derecho Natural y una prolongación de la personalidad, y la comunidad de bienes es contraria a la naturaleza. Vives condenó el comunismo religioso de los anabaptistas, que proponían la abolición de la propiedad. Y también señaló a Lutero como inspirador de esas ideas, por haber justificado las usurpaciones de bienes eclesiásticos realizadas por los reyes, príncipes y nobles protestantes.
La obra de Vives Tratado del Socorro a los Pobres (1526) tiene relación directa con la eclosión de la Reforma Protestante y la Guerra Campesina de Alemania (1524-1525), que generó oleadas de refugiados depauperados por todas partes, incluso en Brujas. También sus obras De Europae dissidis et Republica (1526) y De Concordia et Discordia in Humano Genere, tienen directa relación con la ruptura creada en la Cristiandad por el protestantismo.
El pensamiento político de Vives se plasmó especialmente en tres momentos de su vida: en sus Declamatione Syllanae (1520), dedicado al dictador romano Sila (138-78 a. C.), en su De Europa Ddissidiis et Republica (1526) y, finalmente, en 1529, en De Concordia et Discordia in Humano Genere. Su pensamiento concluyó en que, de la antigua libertad, la libertad civil podía quedar salvaguardada, pero la libertad política era incompatible con las realidades del Renacimiento, auspiciadoras de la Monarquía Absoluta. La nueva Europa, quebrada su unidad religiosa, se orientaría al reforzamiento de las monarquías nacionales gestadas en la Edad Media. Pero, a diferencia de los protestantes, partidarios del derecho divino de los reyes, Vives retomó la doctrina tomista del origen del poder, entregado por Dios a la comunidad o pueblo, que es quien lo delega en el gobernante, que así va a Deo per populum. Si bien el ascenso de la Monarquía Absoluta era inevitable, sí que era posible establecer los límites del ejercicio de ese poder absoluto, a efectos de diferenciar entre el gobernante legítimo y el tirano.
Como Grice-Hutchinson había intuido acertadamente, además de las primeras nociones económicas, también la reflexión de la Escuela de Salamanca sobre el origen del poder y su limitación por el Derecho Natural y por la Ley de Dios y sobre la doctrina del tiranicidio, encuentran sus primeras formulaciones en la obra de Vives.