marzo de 2025

Lucrecio, clásico e ilustrado

EL NATURALISMO ATOMISTA

“Demócrito, Epicuro y Lucrecio. Ellos fueron los filósofos de la gran Ilustración de la Antigüedad, los oponentes de la superstición, los liberadores de la humanidad“. Con este juicio sucinto y vehemente, Karl Popper, en su ensayo En busca de un mundo mejor, además de trazar la genealogía del materialismo occidental, que bien pudiera remontarse también hasta los primeros fisiólogos jonios —los milenios Tales, Anaximandro y Anaxímenes—, esquematiza admirablemente el sentido y la pretensión intelectual del atomismo antiguo, que, como afirma el historiador de la filosofía J. Hirschberger, “inaugura la llamada consideración cuantitativo-mecanicista de la naturaleza, que constituye la base de la moderna ciencia física, de la técnica y de su dominio de los procesos naturales”. Una audaz teoría filosófica, el atomismo, que representa desde la formulación inicial de Leucipo y Demócrito un materialismo riguroso, al afirmar que toda realidad es en esencia material, puesto que todo cuanto existe es materia o depende de esta. Lo que equivale a afirmar, tal como comenta Ángel J. Cappelletti en Lucrecio, la filosofía como liberación, que “El mundo no es la obra de Dios o del Demiurgo, ni el orden que surge en la materia por el teleológico influjo del Primer Motor inmóvil ni es el cuerpo de la Divinidad: (sino que) es un fortuito y no convenido encuentro de átomos que deambulan eternamente en el espacio sin límites”.

Epicuro encontrará en la física atomista el soporte preciso para consolidar la intención primordial de su doctrina filosófica: acceder a una vida feliz, liberando a los seres humanos del temor a los dioses y del temor a la muerte. Como escribe Ángel J. Cappelletti, según la concepción epicúrea, “no se podrá hablar de los dioses sino como de agregados de átomos, llamados a disolverse (aunque mucho más duraderos que los demás), y carentes de toda función en el gobierno del universo y en el destino de los seres humano. No hay ninguna clase de vida después de la muerte, y nada se debe temer, pues, del más allá. La absoluta naturalización neutraliza todo temor; más aún, vacía de sentido el miedo. […] La condición de la felicidad es así la aceptación de que no hay otra eternidad más que la de los átomos y el vacío”.

El carácter ilustrado del pensamiento de Epicuro -lograr la autoliberación o emancipación de los humanos por medio del conocimiento- tendrá en el poeta romano Lucrecio, más de doscientos años después de la muerte del maestro, a su máximo paladín y difusor.

DE RERUM NATURA (SOBRE LA NATURALEZA), EL POEMA DE LA MATERIA

Sigamos la sucinta descripción del contenido del poema que hace Andrés Martínez Lorca en su ensayo Átomos, hombres y dioses: “Con Tito Lucrecio Caro la filosofía griega comienza a ser pensada en latín y el epicureísmo se abre a la nueva realidad histórica del mundo romano. De su biografía lo ignoramos casi todo. Sólo sabemos (con certeza) que vivió en el primer siglo antes de nuestra era, probablemente entre los años 94 y 55 a. C., y que escribió un poema en hexámetros titulado De Rerum Natura”. No han faltado elementos fantásticos que pretendieran alumbrar con buena o mala fe tan enigmática biografía. Se cuenta, por ejemplo, que enloqueció por culpa de un filtro amoroso y que únicamente de cuando en cuando estaba en condiciones de escribir. Su primer editor fue Cicerón, quien, a pesar de profundas divergencias ideológicas, reconoció abiertamente el talento artístico y el genial esplendor que adornaban sus versos. La posteridad ha confirmado el buen criterio ciceroniano, siendo considerado desde entonces De Rerum Natura como una de las cumbres de la literatura clásica latina.

[…] En el poema, a lo largo de seis libros o cantos, se sintetiza el sistema filosófico epicúreo. […] Tras una detallada exposición de los principios básicos de la física epicúrea (los cuerpos primeros o átomos y el vacío), Lucrecio rechaza toda idea de creación ex nihilo (libro I). A continuación, explica el movimiento de los átomos. La novedad principal consiste en la desviación o clinamen que permite romper el determinismo de Demócrito. Asimismo, niega las cualidades secundarias en los cuerpos primeros y afirma la existencia de infinitos mundos que periódicamente nacen y desaparecen (libro II). Según la psicología epicúrea, se distinguen en el alma dos componentes —anima y animus—, pero, al estar formada de átomos sutilísimos, el alma también es mortal (libro III). El proceso de la sensación y el conocimiento es estudiado posteriormente sobre la base de la infalibilidad de las percepciones sensibles (libro IV). La génesis del mundo y del hombre es el tema central del libro V. […] Finalmente, después de analizar diversos fenómenos de índole meteorológica, geológica y médica, se cierra el poema con una patética descripción de la famosa peste de Atenas».

Aunque reconociendo y exaltando los innegables méritos literarios y filosóficos del poema, los críticos y estudiosos del pensamiento antiguo suelen poner en duda o niegan cualquier atisbo de originalidad especulativa a Lucrecio, quien, aun reproduciendo y manteniendo las tesis de la doctrina epicúrea, aporta importantes novedades teóricas de carácter socio-histórico en el desarrollo del libro V que el maestro no parece haber expuesto anteriormente. Pero la densa y admirable sombra de Epicuro enmascara y diluye la penetración y el talento especulativo del poeta romano. Y, por ello, resulta de lo más común enfrentarse a juicios tan mendaces y sibilinos como el del profesor Anthony A. Long en su obra La filosofía helenística: “Lucrecio no es meramente un panegirista. […] Pero al mismo tiempo, no hay razón para considerar a Lucrecio como pensador original. Su obra desarrolla y explica puntos que podemos hallar en los escritos originales de Epicuro. Aún allí donde Lucrecio informa sobre teorías […] que no pueden considerarse como literales del propio Epicuro, aprovecha probablemente fuentes originales que no alcanzamos a rescatar».

TEORÍA DEL ADAPTACIONISMO BIOLÓGICO

En el libro V de De Rerum Natura, Lucrecio manifiesta su teoría biológica sobre el origen y adaptación de la vida. Sin poner en cuestión la inspiración epicúrea o, mejor sería decir, naturalista de su hipótesis, Lucrecio parece expresar en buena medida especulaciones que extrañamente podrían haber manado de aquellas “fuentes originales que no alcanzamos a rescatar”. Dado que lo más aproximado que Epicuro debió exponer sobre esta cuestión se halla en el comienzo del parágrafo 50 de la Carta a Herodoto: “Tampoco los animales procedieron del infinito, porque nadie demostrará cómo se recibieron en este mundo tales semillas de que constan los animales, las plantas y todas las demás cosas que vemos, pues esto no pudo ser allá, y se nutrieron del mismo modo. De la misma forma se ha de discurrir acerca de la tierra”.

En cuanto al origen natural del universo y de la vida, Lucrecio sigue sin vacilar los atomistas pasos del venerado maestro: “los elementos de las cosas no se colocaron de propósito y con sagaz inteligencia en el orden en que está cada uno, ni pactaron entre sí cómo debían moverse; pero como son innumerables y han sido maltrechos por choque desde la eternidad y arrastrados por sus pesos no han cesado de moverse, de combinarse en todas las formas y de ensayar todo lo que podían crear con sus  mutuas uniones, ha resultado de ello que, diseminados durante tiempo indefinido, después de probar todos los enlaces y movimientos, aciertan por fin a unirse aquellos cuyo enlace da origen a grandes cosas, la tierra, el mar, el cielo y las especies vivientes».

Y una vez referida la teoría cosmológica común a todos los pensadores atomistas, Lucrecio desarrolla en ciento cuarenta y seis versos una hipótesis naturalista sobre el origen y la evolución adaptativa de la vida que, retomando y superando con amplitud el primitivo evolucionismo atribuido a Anaximandro y Empédocles, constituye un intuitivo y notable antecedente de las teorías biológicas sobre la selección natural de las especies de Charles Darwin y Alfred Wallas.

La hipótesis lucreciana, en resumen de Concetto Marchesi, discurre así: “En primer lugar despuntaron sobre la tierra las hierbas y las plantas; después nacieron en gran cantidad los animales por generación espontánea, al igual que ahora vemos nacer animalitos de la tierra húmeda y recalentada; y entonces la tierra reciente tenía mucha más humedad y el éter más calor. De esta manera, con el fundirse y el coagularse lo húmedo con lo caliente, nacieron, por generación espontánea, primero las aves y después los animales terrestres; y fue también la tierra su primera nodriza al suministrarles sus propios jugos análogos a la leche del pecho materno; después, siguiendo una necesidad universal, fue envejeciendo y se hizo estéril. Mientras tanto se iban seleccionando y perfeccionando las especies animales, hasta convertirse en especies fijas, destinadas a vivir y a perpetuarse por la generación. Muchas especies, ineptas para la lucha, perecieron; únicamente lograron pervivir las provistas de astucia o de fuerza o de velocidad.  Los centauros, las quimeras y otros monstruos de esa laya jamás han existido”.

Sin duda, el aspecto más relevante y significativo de esta hipótesis fue anticipar ideas, como la de la adaptación al medio o la de la supervivencia del más apto, que habrían de esperar todavía dos milenios para confirmarse científicamente. “Diversos factores deben concurrir —apunta por su parte A. J. Cappelletti—, según Lucrecio, para que una especie animal pueda sobrevivir a través de la generación: 1) existencia de alimentos adecuados y suficientes; y 2) condiciones anátomo-fisiológicas bien adaptadas a la reproducción.

Resulta necesario, según esto, que numerosas especies hayan perecido a través de los tiempos por su ineptitud genésica o la imposibilidad de procurarse alimento. Las que subsisten son las que por uno u otro medio lograron solucionar el problema de conservar su vida y de reproducirla».

TEORÍA DE LA SOCIEDAD

Lucrecio expone su concepción evolucionista del desarrollo social entre los versos 925 y 1160 del libro V. Una trayectoria lineal y continuada que se opone abiertamente a los retornos cíclicos y las edades de Oro de raigambre mitológica.

Los primeros hombres -según Lucrecio-, fuertes, salvajes y solitarios, han de valerse de su propia capacidad para sobrevivir: “No sabían aún servirse del fuego, ni aprovechar las pieles, […] su morada eran los bosques, las cavernas de los montes” (vv. 953-955). “Fiados en el prodigioso vigor de sus manos y pies, perseguían los rebaños de bestias selváticas, arrojándoles piedras y manejando la maza pesada» (vv. 966-967). “Las más veces tomaban su sustento de las encinas cargadas de bellotas y los madroños” (vv. 939- 940). “A aplacar la sed convidaban arroyos y fuentes (v. 945). Viven aislados como los primitivos salvajes de Hobbes o de Rousseau, pues no son de naturaleza sociable. “Incapaces de regirse por el bien común, no sabían gobernarse entre ellos por ninguna ley ni costumbre” (vv. 958-959); afirmación enfrentada por completo al pensamiento aristotélico y a la opinión que estaba más generalizada durante la Ilustración.

Lucrecio cree que las primeras comunidades humanas surgirían con la aparición de la familia; supuesto con el que también coincidirá Rousseau. “Después, cuando supieron hacer chozas y servirse de pieles y del fuego, y la mujer, compañera del hombre, pasó a ser pareja de un solo marido, y conociéronse, y los padres vieron a la prole nacida de su sangre, entonces empezó la raza humana a suavizar sus costumbres” (vv. 1011-1014). “Entonces también, vecinos unos de otros, empezaron a unirse en amistad, deseosos de no sufrir ni hacerse mutuamente violencias; y entre sí se recomendaron a sus niños y mujeres, indicando torpemente con sus voces y gestos ser de justicia que todos se apiadaran de los débiles, […] una buena parte de ellos observaba los pactos con escrúpulo; si no, ya entonces el género humano hubiera perecido por entero“ (vv. 1019-1026).

Lucrecio sigue fielmente a Epicuro en el concepto que este tenía de la justicia como pacto de no agresión: “La justicia nada sería por sí; pero en el trato común y recíproco se hacen algunas convenciones en todas partes de no causar daño ni recibirlo (Máxima Capital 36). La justicia epicúrea es una convención por interés mutuo que nada tiene que ver con la teoría de Platón sobre la existencia autónoma de los valores morales. “Los animales que no pudieron convenirse con pacto alguno de no dañar ni ser dañados, no reciben justicia, ni padecen injusticia. Lo mismo es de las gentes que no pueden o no quieren tales pactos» (Máxima Capital 35). El relativismo sofista parece así haberse continuado en el pensamiento epicúreo.

La progresión evolucionista continúa desarrollándose sin pausa: “los que sobresalían en ingenio y prudencia mostraban día a día cómo podía mejorarse su vida anterior” (vv. 1105-1107) y, tal como comenta Cappelletti, “los hombres más sabios […] fundaron las ciudades y ocuparon los primeros tronos. Ellos repartieron tierras y ganados, teniendo en cuenta la hermosura, la inteligencia y la fuerza de los diferentes individuos. En los inicios del Estado y de la vida social contaba mucho, en efecto, la belleza y la fuerza física y mental; aunque más tarde el oro se sobrepusiera a tales cualidades personales e intrínsecas, y los individuos más bellos y valientes pasaran a servir a los más ricos”.

La aparición de la propiedad y la riqueza desencadena las ambiciones y las envidias. Irrumpen los inevitables conflictos de intereses y “así el poder cayó en manos de la hez del pueblo turbulento, y cada uno pretendía para sí el mando y el puesto más alto” (vv. 1141-1142). Esta anárquica situación de violencia e inseguridad condujo a que “los más prudentes aconsejaran la creación de magistrados y de leyes, y los hombres, cansados de vivir en la violencia, aceptaron el consejo por su propia conveniencia; así nacieron, espontáneamente, los primeros acuerdos y los primeros frenos civiles, a fin de proteger a la sociedad de los feroces instintos egoístas”.

La implantación del orden social sustentado en el derecho y la justicia se fundamenta, por consiguiente, en una concepción meramente utilitaria, como afirmaba Epicuro: “Lo justo por naturaleza es símbolo de lo conveniente” (Máxima Capital 34). La noción de lo justo no es innata, es adquirida, y el convenio social es de carácter estrictamente práctico; solo “es un acuerdo para dejar de perjudicar a los otros si ellos quieren dejar de perjudicarle a uno”, subraya Anthony A. Long.

TEORÍA DE LA CULTURA

El libro V, sin duda el más lúcido y personal del poema, finaliza con la teoría, obligadamente materialista, sobre la evolución técnica y artística de la cultura humana, además de reproducir la conocida tesis epicúrea sobre el origen del lenguaje, considerado, dice Cappelletti: “1) un hecho natural (no convencional), en cuanto nace del instinto y de las emociones; 2) surgido de la experiencia colectiva y no de la invención o de la genialidad individual; 3) originado como respuesta a un sentimiento o emoción que el objeto provoca en el sujeto: y 4) nacido, al mismo tiempo, de la necesidad de comunicación entre los individuos humanos, esto es, de un propósito utilitario”.

“Propósito fundamental del poema de Lucrecio —según Cappelletti— es liberar […] a los hombres del temor a los dioses, […] la causa más importante de sus desdichas”. Y Andrés Martínez Lorca apostilla que “La denuncia implacable de los males provocados por la religión es más lucreciana que propiamente de Epicuro. Como observó Marx, encontramos en Lucrecio ‘a la naturaleza privada de lo divino y a la divinidad desligada del mundo’”. La visión penetrante y lúcida, y amarga a veces por pura nitidez, de Lucrecio se vuelve radical y mordaz frente al fenómeno religioso: “Decir […] que en interés de los hombres quisieron los dioses crear esta esplendorosa naturaleza del mundo, […]  es absoluto delirio. ¿Qué mal había en no haber sido creados?” (vv. 156, 157 y 174).

Lucrecio atribuye el descubrimiento de las distintas técnicas y artes a la observación anónima y colectiva de los fenómenos naturales. Hipótesis adelantada por Epicuro al manifestar en la Carta a Herodoto que “la naturaleza de los hombres fue instruida y coartada en muchas y varias cosas por aquellos mismos objetos que la circundan, y que, sobreviviendo a esto el raciocinio, extendió más aquellas acciones, aprovechando en unas más presto y en otras más tarde». Y así, el fuego fue descubierto por la mera observación del rayo, que, al caer del cielo, inflama cuanto toca y la observación de las ramas que, al chocar y frotarse unas con otras por acción del viento, producen chispas y muchas veces originan fuego. Los hombres aprendieron después a cocinar sus alimentos, observando como maduran los frutos al calor del sol.

De igual modo, el descubrimiento y la producción de los metales -bronce, hierro, plomo, plata u oro- responde a la contemplación de la naturaleza y su aprovechamiento por el ingenio y el trabajo de los hombres. El arte de la guerra fue progresando con la introducción del hierro y del carro, así como el empleo de animales. “Los tejidos siguen al hierro, porque los telares se hacen con hierro” (v. 1351). La técnica de tejer, ejercida inicialmente por los labradores, “fue relegada después a las mujeres, como propia solamente de dicho sexo. Lucrecio señala así, de paso, que el principio de la división del trabajo se relaciona en primer término con la división de los sexos y la subordinación del sexo femenino”.

La agricultura nace porque “fue la misma Naturaleza […] la que dio el primer ejemplo de siembra e injerto, puesto que las semillas y las bellotas caducas daban a un tiempo un enjambre de retoños al pie mismo del árbol; de allí les vino la idea de injertar renuevos en las plantas y plantar estacas recientes por los campos. Después fueron ensayando nuevos cultivos” (vv. 1361-1367

El arte musical deriva del canto de las aves y el silbido del viento entre las cañas inspira la construcción de la flauta. El sol y la luna “enseñaron a los hombres la sucesión de estaciones y el orden regular con que todo se hace» (vv. 1438-1439), por lo que se inventaron las clépsidras y los relojes de sol.

“Una vez que las necesidades más urgentes -resume Cappelletti- quedaron satisfechas y se inventaron las principales técnicas que aseguran la existencia material […] y se establecieron tratados y alianzas entre los pueblos, se inventó la escritura y aparecieron los primeros poetas. Por esta razón nada sabemos con certeza de lo que sucedió antes (esto es, de la prehistoria), sino lo que podemos inferir (de los restos y vestigios materiales). Lucrecio demuestra así, en la práctica, cómo se aplica a la ciencia social e histórica la concepción materialista de la realidad. Lo material precede siempre a lo espiritual, y lo económico es, si no causa, por lo menos condición del arte y la poesía.

La náutica, la agricultura, la ingeniería militar, la legislación […] y todas las técnicas de esta especie, así como […] todas las bellas artes, las aprendieron los hombres poco a poco, a partir de la práctica y la experiencia activa. La praxis precedió aquí -quiere decir el poeta- a la teoría. Una teoría del progreso, que no es en realidad sino la forma que el evolucionismo naturalista asume en el terreno de la historia de la civilización, se esboza en los últimos versos del Libro V»: “Así el tiempo, poco a poco, va trayendo ante nosotros cada descubrimiento, y la razón lo hace entrar en el recinto de la luz. Pues los hombres vieron como en su espíritu se iluminaba una cosa tras otra, hasta que con sus artes llegaron a la última cima» (vv. 1454-1457).

Ciertamente, el pensador pragmático y no siempre optimista que fue Lucrecio deseaba confiar, al igual que los ilustrados modernos, en la liberación de la humanidad por medio de la razón. En realidad, despojado del ropaje brillante de sus versos y sus argumentaciones, lo que deseaba Lucrecio era poder creer en la esperanza, esa razón emotiva que trasciende la mayoría de los discursos humanos, tanto en los broncos tiempos en los que vivió el poeta filósofo como en el tiempo del consumo y la información de este siglo XXI. Al fin solo parece resistir, atizada por el Instinto de supervivencia, la persistente capacidad humana de la espera. Tal como afirma con rotundidad Karl Popper: “Verdad es que necesitamos de la esperanza; actuar, vivir sin esperanza es cosa que supera nuestras fuerzas. Pero no necesitamos más que eso y, por lo tanto, no se nos debe dar nada más. No necesitamos certeza. La religión, en particular, no debe ser un sustituto de los sueños y de los anhelos arbitrarios, y no debe parecerse ni al billete de la lotería ni a la póliza de seguros”. Dos mil años después Popper refrendaba al romano Lucrecio.

COMPÁRTELO:

Escrito por

Archivo Entreletras

Antropocracia, el “factor exceso»
Antropocracia, el “factor exceso»

Examinar la historia de la especie humana supone recorrer un trayecto promovido, desarrollado y resuelto  por la sobreabundancia de unas…

Cataluña, los funámbulos sobre la cuerda floja
Cataluña, los funámbulos sobre la cuerda floja

Estamos a dos de octubre de 2017, cuando escribo este artículo. Aún están presentes las imágenes de una jornada triste,…

La globalización en la viticultura
La globalización en la viticultura

Viñedo en Rioja Vitis Vinífera es el nombre científico que recibe la especie de la vid. Pero realmente, ¿cuántas variedades…

115