Vivimos tiempos críticos. Como dijo Ramón J. Sénder: «algo muere en la historia y algo pugna por nacer». En este claroscuro, que Bergman llamó «la hora del lobo», las ciencias se atomizan, se relativiza el pensamiento, se licúan las instituciones en camino hacia nuevas formas que aún no emergen.
En este tiempo se impone aquella herramienta hermenéutica que nos legó la Escuela de Frankfurt; el diálogo interdisciplinar que nos saque de tanta cosificación. Atomización y autoalienación son hoy dos caras de la misma moneda que lleva cuño de neoliberalismo especulativo. Se rompen los relatos personales del continuo de la vida. Nos han acelerado el tiempo y dilatado los espacios donde el ser humano queda desarraigado, desubicado, desmemoriado. Pocas cosas del pasado le son útiles todavía para moverse en este cosmos artificial; se le quiebra la autoestima, el impulso de autorrealización; las metanecesidades de Maslow, son sustituidas por el tener donde ser sacrifica el ser, o de las carencias fabricadas.
En esta circunstancia necesitamos con urgencia caracteres humanistas que asuman la interpretación de lo que pasa desde una perspectiva interdisciplinar. Esos dos requisitos los encontramos en Erich Fromm.
Un recorrido por su obra de vigente actualidad
Veámoslo resumidamente: No puedo, por falta de espacio, adentrarme en las treinta que nos dejó, ni extenderme en detalle sobre as mencionadas, pero si ustedes se adentran en «Marx y su concepto del hombre» se toparán con el humanismo donde Fromm militó toda su vida.
Si desgranan «Espíritu y sociedad», sin que les repela la palabra espíritu por su carga religiosa, convendrán que toda sociedad respira o se ahoga, tiene un dinamismo, una sinergia de plenitud o decadencia, un carácter propio. Para entenderlo, y para el diagnóstico y tratamiento de la salud de la persona y de la sociedad que interactúan, psicología, sociología y filosofía son herramientas inseparables. Resulta claro que su «Anatomía de la destructibilidad humana» es lupa y escalpelo útiles para comprender y actuar en tanta violencia gratuita que no actúa sobre el medio para humanizarlo, sino todo lo contrario. Paloma con garras carroñeras, calificó el etólogo Konrad Lorenz al hombre.
El «Arte de escuchar», que da título a otra de sus obras, no parece muy practicado en un tiempo donde impera la comunicación tangencial, pragmática y funcional; el de «La muchedumbre solitaria», que dijera Riechmann; el de «La personalidad neurótica de nuestro tiempo», que escribiera Karen Horney. «Creo que la conversación de la mayoría de la gente es trivial», afirma Fromm en esta obra suya donde entiende por trivial aquella superficialidad insignificante que está «en contraste con la realidad», placebo, pues, para no tomar conciencia de lo que nos condiciona.
En «El dogma de Cristo» hace análisis, el judío Fromm, de aquellos rimeros discípulos, llenos de vida y no dogmáticos, y los compara con la toma del poder por la iglesia romana, el desarrollo de los dogmas y la condena de las herejías, obra que considero relevante para quienes quieran estudiar críticamente el desarrollo de la religión o la emergencia de las nuevas formas religiosas seculares ante las cuales el hombre humilla su razón.
¿Y qué diremos de «Tener o ser» en un mundo donde el hombre es lo que tiene? ¿Qué añadiremos al «Arte de amar»? del que Fromm dice que los intentos de amar están condenados al fracaso a menos que procure, del modo más activo, desarrollar su personalidad total», y no sólo posesiva digo yo, una «orientación productiva» de la que afirma: «la satisfacción en el amor individual no puede lograrse sin la capacidad de amar al prójimo, sin humildad, coraje, fe y disciplina». ¿A quién extraña que nuestra época esté dominada por el erotismo informativo, que dice Baudrillard, la genitalidad y la «incomunicación sentimental»?
¿No tiene importancia actual su trabajo «El corazón del hombre»? Allí, conforme a su formación hebrea, el corazón no es sólo una víscera, sino la fuente de donde mana toda actividad fisiológica y psíquica, y al mismo tiempo «engañoso y perverso», al que hay por ello que atender. No en balde, la palabra hebrea para corazón es LeB, formada por las letras hebrea Lámed, que en su símbolo expresa el anhelo íntimo para alcanzar conocimiento, junto a la letra Bet o Beit, símbolo de la casa, porque con lo que nos brota del corazón, y habla la boca, crecemos en conocimiento y en ello habitamos.
Atención suma, en estos tiempos de «la muerte de Dios» que pronosticara Nietzsche, merece también su trabajo «Y seréis como dioses», porque en él indaga en la posibilidad de una sociedad humanista, al igual que su trabajo en colaboración «Humanismo socialista», cuando hay que repensar el lugar político de la socialdemocracia y el socialismo en un mundo dominado por el neocapitalismo neofeudal.
Debo terminar esta selección de trabajos que dan vigencia y actualidad a la obra de Erich Fromm recomendándoles «La revolución de la esperanza», concepto que estimo también en horas bajas, un concepto que Fromm, en la línea del teólogo protestante Albert Schweitzer que por ello menciona, corresponde a la «reverencia por la vida». Aquí esperanza no es espera resignada o desesperación, es estar presto y trabajar para que nazca lo que pugna por nacer; «un estado, una disposición interna, un intenso estar listo para actuar», entre tanto que la fe que acompaña es «certidumbre en la realidad de la posibilidad», «certidumbre de lo incierto», «certidumbre en cuanto visión y comprensión humanas», basada en la experiencia de vivir, de transformarnos y transformar las circunstancias.
Una vida coherente con su obra
Allí, donde en ocasiones encontramos incoherencia entre la manera de vivir y la obra producida, aquí estamos ante todo lo contrario: Una ética que valora más el ser que el tener. Nacido el 23 de marzo de 1900, de familia rabínica, de su padre, Neftalí Fromm, comerciante en vinos, no aprendió el trabajo en pro de la codicia, sino aquel otro movido por la espiritualidad. En su libro «Amor a la vida» cuenta Fromm la influencia recibida también de su abuelo que rechazó una oferta para ganar dinero, viajando tres días a la semana, porque le quitaba tiempo a su estudio, y cuando llegaba un cliente a su negocio se molestaba porque le distraía. «Ese es el mundo que constituía mi realidad», dice Fromm. Tanto es así que cuando escuchaba acerca del éxito que alguien había tenido en los negocios, pensaba: Dios mío, este hombre debe sentirse espantosamente por tener que dedicar su vida a hacer dinero nada más».
Para Fromm, se había perdido el concepto y la práctica de la vida como arte a manos del dinero, el poder o el prestigio. Eso se deja ver con claridad en su libro «Psicoanálisis de la sociedad contemporánea». Y es que, la enajenación del hombre provoca la ruptura de los vínculos. Esta sociedad, pensaba, está unida sólo por los intereses circunstanciales y el uso mutuo. No es comunitaria, y ello es causa de la agresividad.
El espacio disponible nos impone un salto en esta biografía hasta llegar a 1929 y el Instituto Psicoanalítico de Frankfurt, con sede en el Instituto de Investigación Social dirigido por Horkheimer, alma mater de la Escuela de Frankfurt. Allí se ocupa Fromm de la interrelación que existe entre psicología y sociología; allí, junto a Karen Horney, Margaret Mead y Frieda Riechmann, constituye el grupo de los neofreudianos al calor del trabajo de Harry S. Sullivan la «Teoría de las relaciones interpersonales». Allí comparten la perspectiva de que la psiquiatría debía convertirse en una ciencia de las relaciones humanas. Así lo reconoce Fromm en su trabajo «Ética y Psicoanálisis»: «La relación del hombre con sus semejantes, con la naturaleza y consigo mismo… gobierna y regula la energía manifiesta en los impulsos pasionales del hombre».
La psicosociología o psicología social, la que explica la génesis de las psicopatologías del hombre y de la sociedad por interacción, estaba en ciernes. Tendrían que pasar años hasta la «Psicopatología de la vida urbana» del profesor Pinillos, pero los primeros pasos, de corte humanista, ya estaban dados. La reinterpretación de Freud; el énfasis puesto en el humanismo del primer Marx, que falseó Stalin; su investigación sobre la pasividad frente al poder nazi de los trabajadores alemanes, educados en los partidos y sindicatos, le hizo tomar distancia del Instituto en 1938.
Ya en México, también tomaría distancia crítica del capitalismo en su obra de 1970 «Sociopsicoanálisis del capitalismo mexicano», como lo haría de la sociedad norteamericana en su trabajo «Psicoanálisis de la sociedad contemporánea». Para el humanismo de Fromm, la estructura social del capitalismo controla las necesidades, impide que el hombre sea un fin para sí mismo y lo convierte en mercancía. La enajenación es contemplada como una humillación del hombre ante aquello que le arrebata dignidad, una sumisión ante lo que le domina, una libertad administrada, un debilitamiento de la razón y de la conciencia. Para Fromm, la solución no está en el autoritarismo ni en el supercapitalismo condicionante, sino en el socialismo humanista que representa el primer Marx. Hay que crear un orden social que lo facilite; hay que perder el miedo a la libertad, conseguir ser libre de, adquirir libertad de pensamiento, emocional y relacional contra la práctica capitalista que crea con la competitividad, la enajenación, cosificación, utilitarismo, marginación e insatisfacción.
Pasó el tiempo, y en 1974 se retiró a Tessin, en Suiza, como quien se prepara para el último tramo de su vida. Allí se recogió en el humanismo como religión de la humanidad. Después de completar «Tener o Ser», en 1977, sufrió su tercer infarto. En marzo de 1980 sufrió otro que le llevó a la tumba.
Aquí, como si fueran alas y no lápida, dejo lo que para mí constituyen sus aportaciones:
– La reunificación metodológica de la psicología, la sociología, la filosofía y la ética, en un quehacer interdisciplinar.
– La integración de las grandes religiones, síntesis de valores humanistas, del amor, la razón y la libertad como normas de un quehacer y de una interpretación psicosocial.
– El humanismo como religión para un camino hacia la emancipación y la realización del hombre y del mundo.
– La reinterpretación de Marx a la luz del rescate de aquel primero.
– El socialismo humanista que abraza y rebasa, como democracia participativa, la sequedad funcional de la democracia electiva.
En Fromm, el hombre es inseparable de su obra. No pudo romperlo ni la ortodoxia judía, de la que tomó distancia; ni la psicoanalítica de Freud, a la que añadió la dimensión psicosocial; ni el marxismo del segundo Marx, cuando optó por el humanismo frente al mecanicismo del primero y al totalitarismo criminal nazi; ni la caza de brujas en Norteamérica; ni la persecución a disidentes de la guerra de Vietnam por ese otro imperialismo sin alma. Caminó como por el filo de la navaja, como por la cuerda floja. Hizo el incansable camino del hombre hacia lo humano.
Entre una individualidad estéril y un no menos estéril vínculo, él hizo su camino; nos dejó su obra en soledad creadora, unido a la humanidad y al mundo, sus dos vertientes, «en la espontaneidad del amor y del trabajo creador». Hoy sigue vigente. Y sobre su altura nos lanza la pregunta, la misma que diera título al trabajo que lanzó al mundo en plena guerra fría: «¿Podrá sobrevivir el hombre?».