Alfredo Liébana Collado Divulgador de Historia de la Ciencia. Ex subdirector General del SPEE
Alfonso Navas Investigador del CSIC. Ex director del Museo Nacional de Ciencias Naturales
Para analizar el exilio científico español después de la Guerra Civil hay que tener en cuenta la situación concreta de la ciencia española en ese momento, así como la labor realizada con anterioridad por la Junta de Ampliación de Estudios (JAE), presidida por Ramón y Cajal desde 1907 hasta 1934, labor continuada por Ignacio Bolívar como presidente y Blas Cabrera (Fig.1) como secretario hasta 1939. La parte “científica” de la JAE se basó en el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales (“Real Decreto”, 1910, de 27 de mayo) que agrupaba al Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), el Museo de Antropología, el Jardín Botánico, el Laboratorio de Investigaciones Físicas (por aquel entonces en dependencias del MNCN) y el Laboratorio de Investigaciones Biológicas de Santiago Ramón y Cajal. Ese Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales es el origen de las áreas científicas del actual Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Navas, 2007). Esa actuación supuso unos 2.000 pensionados en el extranjero, la gran mayoría en Europa, de los cuales fueron un 19 % en Medicina, un 6 % en Química y otro 5 % en Ciencias Naturales, entre otras especialidades, además del compromiso social de acometer una reforma en profundidad de los estudios universitarios, que se inicia con la fundación de la Residencia de Estudiantes en 1910 y culmina con la construcción de la Universidad Central en 1932. Con el advenimiento de la Segunda República se impulsó que los intelectuales, y entre ellos los científicos, tuvieran también un peso importante en las decisiones políticas. Hubo científicos que fueron diputados y algunos de ellos como Cándido Bolívar Pieltein (hijo pequeño de Ignacio Bolívar) y Blas Cabrera Sánchez-Real (hijo mayor de Blas Cabrera) fueron secretarios personales y/o jefes de Gabinete respectivamente del presidente de la República (Manuel Azaña) y presidente del Gobierno (Juan Negrín) hasta el final de la República.
La visita a España de los mejores científicos mundiales del momento en los años 30 (Fig. 2) y los pensionados de la JAE supuso establecer relaciones, estrechar lazos, y el reconocimiento internacional de la Ciencia española, lo que facilitó que el exilio posterior de nuestros científicos fuera acogido con sumo interés en tantos países.
Un grupo de profesores universitarios se organizó en la Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Extranjero (UPUEE) en París en 1939, cuyo primer presidente fue el parasitólogo Gustavo Pittaluga. En la posterior reunión en la Habana en 1943 se eligió para la presidencia al zoólogo Ignacio Bolívar. La organización decide trasladarse a México ante la acogida favorable de este país, en 1950 los asociados alcanzaban el número de 184, en ese momento, algo más de la mitad eran residentes en el país azteca.
Para comprender lo que contribuyó al desarrollo de estos países la presencia del exilio, solo hay que recordar, por ejemplo, que en México llega a haber 500 médicos españoles, el 10 % de todos los facultativos que allí ejercían la medicina.
Otro de los aglutinantes fue la revista Ciencia, que durante treinta y cinco años desde 1940 hasta 1975, editó casi 300 números y reprodujo más de 10.000 artículos y noticias científicas. La revista tuvo corresponsales tanto en Europa como en América, que llegan a enviar casi mil trabajos, prácticamente dos terceras partes de los cuales eran artículos firmados por un solo científico, tras el primer número, se prohibió en España para evitar su influencia social, a pesar de ser de contenido exclusivamente científico. Su primer director fue Ignacio Bolívar, a quien sustituyó poco antes de su muerte BIas Cabrera, después Cándido Bolívar y finalmente José Puche. El apoyo de Severo Ochoa, siempre comprometido con el exilio, se refleja en la reproducción de uno de sus artículos en 1965 tras recibir el Nobel en 1959, a pesar de que se había nacionalizado norteamericano en 1956.
En México se creó la Casa de España para acoger al exilio y con el apoyo de la Fundación Rockefeller se formaron distintas instituciones científicas coordinadas con la Universidad Autónoma de México (UNAM). Los científicos españoles en los distintos países donde residían actuaron como aglutinante para escuelas científicas posteriores. Destacándose también que un porcentaje significativo de los exiliados científico se dedicó a la enseñanza.
El retorno fue escalonado y difícil. Algunos en un primer momento sufrieron duras penas de cárcel como Enrique Moles (Fig. 3) y una marginación absoluta de sus puestos universitarios; otros pudieron integrarse, pero de una forma marginal; los menos, pudieron encontrar un hueco en la estructura científica, aunque de manera tardía, ante los vaivenes de las reformas y aperturas del régimen franquista. Se fueron produciendo en las diferentes décadas incorporaciones importantes, aunque por la edad resultaran más bien simbólicas, hasta los años 70. España perdió en la diáspora una parte muy significativa del potencial científico que había eclosionado en los años treinta; sin embargo, la ciencia española obtuvo a cambio un gran prestigio y reconocimiento en los países de acogida.
De especial trascendencia afectó el exilio a las áreas agrupadas en el extinto Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales. Hay representantes muy significativos que padecieron las consecuencias del exilio y/o de la represión. Algunos en un exilio interior, otros en un exilio exterior y algunos casos muy señalados que fueron “depurados” por la República y por el Franquismo. No es posible entender las Ciencias Naturales en España sin remitirnos a la figura de Ignacio Bolívar y Urrutia (1850-1944) quien en 1900 es encargado por el ministro García Alix de la reforma de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Madrid y que, además, siendo su Decano, consiguió los fondos para la construcción de la Sección de Ciencias Físicas (1904-1909). De esta época viene la íntima amistad que Ignacio Bolívar y Blas Cabrera mantuvieron hasta el final de sus días en Ciudad de México.
Como ejemplo de exilio interior consideramos los casos de Antonio de Zulueta y Escolano, el de Vicente Sos Baynat y el de Enrique Moles. Zulueta fue genetista, condiscípulo y amigo personal de Theodosios Dobzansky, a quien conoció durante su estancia en el laboratorio de Morgan en Caltech, entre febrero y abril de 1930 (Pinar y Ayala, 2003). Hermano de Luis de Zulueta (ministro de Estado del Gobierno de Azaña en 1931) y cuñado de Julián Besteiro (presidente del PSOE y de las Cortes Constituyentes de la Segunda República) fue apartado de todas sus funciones e inhabilitado para ejercer cargos directivos y de confianza. A pesar de todo, Antonio de Zulueta ostentará en 1945, la primera cátedra de Genética de España (Navas, 2007). Vicente Sos Baynat era geólogo en el Museo Nacional de Ciencias naturales y después de la guerra se mantuvo escondido hasta 1950. A partir de esta fecha comienza a trabajar en Extremadura para una empresa conservera que necesitaba estaño para la fabricación de los envases. Creó el Museo Geológico de Extremadura con sus investigaciones en los yacimientos de casiterita. En 1966 le restituyeron a su cátedra de Castellón (Sos Paradinas, 2013). Enrique Moles Ormella fue catedrático de Química Inorgánica de la Universidad de Madrid, autoridad mundial en la determinación de pesos moleculares y atómicos, consiguió en el año 1936 que se dotaran media docenas de cátedras de química-física que fueron cubiertas, mayoritariamente, por discípulos suyos. Se exilió en Francia, donde fue nombrado Maître de Recherches del CNRS; en 1941, regresó a España engañado, donde tras ser denunciado, fue sometido a Consejo de Guerra. Condenado a muerte fue posteriormente sustituida por cadena perpetua, dos años después fue puesto en libertad, nunca recuperó su cátedra y hasta su fallecimiento en 1953 formó parte del exilio interior, teniendo que ganarse la vida en los laboratorios IBYS, interrumpiendo de esta forma la carrera científica del químico más brillante de la España de la primera mitad del siglo XX (Sales y Nieto Gala, 2014).
Además de la UPUEE apuntada anteriormente (Gustavo Pittaluga como presidente) se creó un boletín informativo para los científicos en el exilio, que duró un año. Y tanto el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE, creado por Juan Negrín) como la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE, creada por Indalecio Prieto) tuvieron compromiso reconocido con los científicos exiliados. Del trabajo dirigido por Luis Otero Carvajal (2006) destacamos muy someramente la de algunos importantes naturalistas en el exilio: Cándido Bolívar, exiliado en México, fue profesor de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, en la que organizó el Laboratorio Entomológico. Fundó junto a su padre y Blas Cabrera la revista Ciencia de la que fue editor. Odón de Buen: también se exilió en México con 76 años, donde falleció en 1945. Enrique Rioja Lo-Bianco: exiliado en México, tuvo gran compromiso con la República y entre otros cargos, fue presidente de la Junta Inspectora Técnica de Segunda Enseñanza fue profesor del Instituto de Biología de la UNAM y de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN. Rafael de Buen Lozano: hijo de Odón de Buen, se exilió en Costa Rica donde fue profesor de la Universidad Nacional, posteriormente se trasladó a Venezuela donde fue jefe de Investigación Químico-Biológica de la Universidad Central de Venezuela y, más tarde, en México profesor de la Universidad de Morelia en México. José Cuatrecasas: discípulo de Ignacio Bolívar y de Pío Font Quer, catedrático de Botánica Descriptiva de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Madrid y director del Jardín Botánico de Madrid durante la Segunda República se exilió inicialmente en Colombia donde fue director de la Escuela Superior de Agricultura Tropical del valle de Cauca y director de la Comisión Botánica del valle de Cauca. Posteriormente emigró a Estados Unidos, a Chicago y a Washington, donde trabajó en la Smithsonian Institution.
Las vivencias de Blas Cabrera (padre de la Física española) durante los hechos dramáticos de 1936 aparecen reflejados por Fernández Terán y González Tenorio (Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, Universidad Complutense). Cabrera salió de España el 6 de octubre 1936 para no implicarse inicialmente con ninguno de los dos bandos. Era desde 1933 el Rector de la Universidad Internacional de Verano de Santander. El 18 de julio está en Madrid presidiendo un tribunal de oposiciones a catedrático de instituto, donde se presenta Manuel Tagüeña. El 20 de agosto estaba de nuevo en Santander presentando las conferencias de Auguste Piccard sobre “Ascensiones a la Estratosfera”. Durante esos días ocurrieron incidentes gravísimos contra estudiantes de derechas que él no pudo impedir y de los que el franquismo le hará responsable. El 29 agosto clausura el curso y regresa a Madrid el 13 de septiembre pasando desde San Juan de Luz a Cataluña por el sur de Francia. Debido a la presión y amenazas contra algunos miembros de la JAE (hechos reflejados en el libro de actas de la JAE, sesión del 24 de agosto de 1936), Blas Cabrera decide salir de Madrid hacia París, utilizando como excusa una reunión del Comité Internacional de Pesas y Medidas. Tras varias requisitorias formales desde el 3 de abril de 1937, el 2 de diciembre de 1937 el presidente del Gobierno de la República firmaba una Orden por la que se le expulsaba de la Cátedra al negarse a volver junto a otros como José Ortega y Gasset, Américo Castro Quesada, Claudio Sánchez Albornoz. El 4 de febrero de 1939, Blas Cabrera recibía posteriormente en París la noticia de su «segunda depuración» y expulsión de la Cátedra, ahora desde la España de Franco. Julio Palacios haría lo posible por el regreso de algunos como Cabrera y Miguel Catalán. Además, a la depuración como catedrático seguiría su expulsión del Instituto Nacional de Física y Química (González de Posada y Pérez Andreu. 2003).
Según González Redondo (Biblioteca virtual Miguel de Cervantes) y a través de la recopilación de cartas muy emotivas, Julio Palacios fue el único referente para el exilio científico español. Fue miembro de la «quinta columna» franquista dentro del Madrid sitiado y participó destacadamente en las conversaciones junto con el coronel Casado y Julián Besteiro para la rendición de la capital. El franquismo lo apartaría posteriormente por su adscripción monárquica. Su función “represora” duró escasos meses ya que se había limitado al nombramiento de jueces instructores para la depuración del Museo Nacional de Ciencias Naturales y el Instituto Nacional de Física y Química (extraoficialmente, Instituto Rockefeller), y tuvo serios problemas desde abril de 1940. Palacios constituyó desde el primer momento la única referencia posible, tanto para los exiliados fuera de España, como para los confinados o depurados del interior. A él se dirigieron, entre 1939 y 1940, Blas Cabrera, Antonio Madinaveitia y Enrique Moles, desde Francia; Esteban Terradas y Julio Rey Pastor, desde Argentina; Miguel Catalán, desde Madrid; Salvador Velayos, desde Valladolid; Andrés León, desde Mérida; y un largo etcétera a lo largo de los años, destacando a Arturo Duperier, desde Inglaterra, Pedro Carrasco y Manuel Tagüeña (Físico, Médico y Jefe del XV Cuerpo de Ejército Republicano en la Batalla del Ebro) desde México, entre otros muchos (González de Posada y Pérez Andreu, 2001).
Al margen de la represión y el exilio, lo que diferenció la “depuración” franquista de la republicana [decreto del 21 de julio de 1936 (Gaceta, 22 de julio) y Orden del 2 de diciembre de 1937] fue la sumisión de la Ciencia al nuevo régimen y la primacía ideológica nacionalcatólica de forma absoluta en el acceso a los muchos puestos vacantes. Esto generó un yermo absoluto, porque la ideología pasaba por delante de la ciencia y tuvieron cuarenta años para perpetuarse (Claret Miranda, 2006). Hasta 1936 no es ningún dislate decir que España estaba científicamente a la altura de los países más avanzados entonces. Después de la Guerra Civil, todo ese acervo, fue barrido como si no hubiera existido jamás. Después de 85 años, algunos creen que aún no podemos decir que nos hayamos recuperado. Con la llegada de la democracia, desapareció prácticamente la totalidad de la generación que había permitido hablar de una Edad de Plata de nuestra cultura durante el primer tercio del siglo XX.
Este artículo refleja una parte de la conferencia realizada en el Ateneo por los autores y que es parte de una investigación realizada por ambos.
Bibliografía consultada y de interés
Claret Miranda, J. 2006. El atroz desmoche: la destrucción de la universidad española por el franquismo, 1936-1945. Grupo Planeta, 523 pp.
Navas A. El Museo Nacional de Ciencias Naturales durante el Franquismo. 2007. In: Tiempos de investigación. JAE-CSIC, cien años de Ciencia en España. M. A. Puig Samper (Ed.) CSIC. Madrid. 311-320.
Pinar, S. y Ayala, F. 2003. Antonio de Zulueta y los orígenes de la Genética en España. Pp. 165-201. En: Milagros, C. (ed.) Los Orígenes de la Genética en España. Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Madrid.
Sos Paradinas, A. 2013. Biografía del profesor Dr. D. Vicente Sos Baynat. Universidad Jaume I, 345 pp.
Sales, J. y Nieto-Gala, A. 2014. Enrique Moles (1883-1953): Esplendor y represión de la ciencia en España. An. Quím. 110 (2), 152-161.
Otero Carvajal, L. (Dir.); Núñez Díaz-Balart, M.; Gómez Bravo, G.; López Sánchez, J. Mª y Simón Arce, R. 2006. La destrucción de la Ciencia en España. Depuración universitaria durante el Franquismo. Edit. Complutense, 365 pp.
González de Posada, F. y Pérez Andreu, Mª José. 2003). V Simposio Ciencia y Técnica españolas de 1898 a 1945: Cabrera, Cajal, Torres Quevedo).
González Redondo, F. A. El reencuentro de dos Españas tras la Guerra Civil: Manuel Tagüeña y Julio Palacios. Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, Universidad Complutense). https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-reencuentro-de-dos-espanas-tras-la-guerra-civil-manuel-taguena-y-julio-palacios/html/c4101ce5-b49e-4dfa-895d-c0cf2f94ec63_5.html
Rosario E. Fernández Terán y Francisco A. González Tenorio. Blas Cabrera y la física en España durante la Segunda República (Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, Universidad Complutense).
https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/blas-cabrera-y-la-fisica-en-espana-durante-la-segund-republica/html/fbab974b-8087-4ca4-a607-7a7bbb31ed86_5.html
González de Posada, F. y Pérez Andreu, Mª José. 2001. El exilio de Blas Cabrera en la correspondencia de Julio Palacios y Juan Cabrera. Actas del III Simposio «Ciencia y Técnica en España de 1898-1945: Cabrera, Cajal, Torres Quevedo», pp. 75-85.
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