La información es poder porque hace pensar sobre el asunto del que trata, evita que los receptores piensen en otra cosa; es decir, sin pretenderlo, o tal vez sí, restringe la libertad y pastorea modos y contenidos de pensamiento.
Los juegos de poder con la información son hondos y tienen un calado antiguo en la biografía de cada receptor. El niño, que acude tempranero al colegio, va a que lo catequicen sus profesores y sesguen su pensamiento, tanto por lo que le cuentan y el modo de contárselo, cuando lo adoctrinan, como por lo que esos mentores silencian, para no darle pistas, ni dejarle pensar en libertad, cuando hacen ‘restricciones mentales’, que son tan manipuladoras como los dogmas del adoctrinamiento.
Un catedrático de universidad, al confeccionar el programa de su asignatura, se dispone a hablar de esto y a no decir ni palabra de aquello; selecciona el temario, según su propia ideología. A continuación, ahorma el pensamiento de sus discípulos y alumnos, como el escultor que cincela la piedra, quitando aquello que a él le estorba, a fin de obtener su idea apriorística: un espécimen humano bien amaestrado. Dicho sea en sentido literal y figurado.
La mayéutica socrática murió demasiado pronto y los peripatéticos también tuvieron un caminar corto. Tanto los krausistas como los volterianos, revolucionarios sin barricadas, siempre han sido temibles, rechazados por el Poder constituido y efímeros por sus efectos. La solidez de la sociedad se hace reposar sobre la consistencia de los axiomas oficiales, castrando la pluralidad del pensamiento libre. Por tanto, la consideración de grey, o de piara, adjudicada a los receptores, es consecuente con los juegos de poder de la información. Sin duda, una actitud muy despectiva hacia el ser humano, pero denigrante para quienes la practican.
En las escuelas, la libertad del pensamiento no se enseña. Se practica. En cada colegio, en cada estadío evolutivo, en cada grupo de iguales, fondea un ‘Summerhill’ dispuesto a iniciar su singladura, con éxitos rotundos, sólo sorprendentes para altivos maestros omniscientes. Los alumnos, convenientemente asesorados, pueden confeccionar su libro de texto, construir sus temas, discutir sobre ellos y llegar a conclusiones útiles. Pero, sobre todo, son capaces de aprender a pensar por sí mismos, sin tutelas, ni apadrinamientos espurios, e ir decantando una madurez de criterio que se cura con el ejercicio del discernimiento y el respeto a las leyes lógicas.
Con respecto a la formación de opiniones, no me interesa recordar a Joseph Goebels, Ministro de ‘Ilustración y Propaganda’ del Tercer Reich, ni que, desde entonces, todo político con pretensiones de futuro dispone de un jefe de prensa, ayudado de un gabinete de técnicos, dispuestos a manipular datos, noticias, análisis y previsiones, comprar a líderes de opinión, incluso a órganos de información, para ejercer influencia sobre el pensamiento ajeno. Esto es tan obvio, que, si no fuera así, carecería de sentido que cada partido, apenas llega al poder, se disponga a ocupar los medios públicos con sus secuaces e intervenir los privados de forma indirecta. En cada político, aun llamándose demócrata, asoma la mano hirsuta de un Hitler, gestionando la información, para configurar la secta.
Es notorio el cuidado que se pone al redactar una noticia, encuadrándola en el espacio y en el tiempo, para que el receptor capte, siquiera subliminalmente, el mensaje oculto que el emisor quiere trasladar. Los teóricos de la información subrayan que los mensajes ocultos son más impactantes que los explícitos, o adquieren mayor trascendencia que estos. Por eso, ejercen en consecuencia.
En tiempos de Franco, cuando se acercaba el Primero de Mayo, la televisión oficial, que era la única, llenaba la programación de corridas de toros y partidos de fútbol, el opio. Hoy, en plena democracia, aun no siendo orgánica, los telediarios parecen un remedo del ‘El Caso’; también ofrecen sobreabundancia de deportes varios; el hombre y la mujer del tiempo hablan antes y después. Así, reducen el tiempo dedicado a los asuntos públicos de interés a un visto y no visto, una exhalación informativa, que se evapora entre naderías y banalidades.
La desinformación es un juego palpario, cuando se miente adrede, para tergiversar la realidad. Por ejemplo, el pasado 1 de octubre, un periodista de Radio Nacional, informó que las mujeres no votaban durante la dictadura franquista. La intencionalidad de la mentira no la justifica.
El sesgo en los análisis de la situación pública es muy de bulto y además está profesionalizado: los mismos comentaristas, andan como canguros de radio en radio y de plató en plató, sin tiempo siquiera para leer despachos, reflexionar y formar opinión singular. No parece sino que dispusieran de un ‘off the record’ particular que les da las consignas que han de propagar. Esto es, son propagandistas, muy previsibles en sus manifestaciones, aunque anden travestidos de hombres y mujeres con criterio propio.
Puede que alguien piense que cualquier alternativa sea una utopía; sin embargo, la BBC y TV5 son reales, funcionan con independencia del poder constituido y al servicio de la verdad, con respeto a la pluralidad social. Entre nosotros, no hace falta citar a TV3, porque cada taifa tiene su sistema orgánico de información y el conjunto el suyo, igual de específico, según sea el turno político y con idéntica impudicia.
Los fundamentalistas de antaño y los sectarios de hogaño generan una sociedad escindida, maniquea, de bloques en pugna, donde el enfrentamiento es bastante estéril, porque neutraliza energías, que se frustran como agentes productivos. Hoy, pasa igual que en las discusiones escolásticas medievales, pero con mayor dramatismo.
La humanidad es como los fuegos artificiales: un conjunto de millones de chispas incandescentes, cada una de un color distinto, efímeras, pero singulares. El conjunto adquiere sentido porque cada chispa luce su identidad, respeta sus propias limitaciones y así contribuye al esplendor del conjunto.
La metáfora no es mía. Pero, luce florida para significar que la pluralidad es necesaria. El pensamiento único y la opinión uniforme, además de aburridos, son estériles, o muy peligrosos, como ocurrió en la Alemania social-nacionalista. En cambio, la confrontación de ideas exige rigor al contrincante, estimula la creatividad de todos, fecunda la imaginación e insemina los idearios con nuevos ideales. Ahí, se enraíza el progreso.