Contemplan aterrados y desamparados ese derrumbamiento que acaba en el silencio José Hierro
Jean Jaurés (1859/1914) fue un líder político y un intelectual de una integridad colosal. Dotado de una formación sólida, luchador infatigable, encarnó los sueños de justicia e igualdad del socialismo democrático y durante toda su vida profesó un internacionalismo y un humanismo, asimismo fue un defensor a ultranza de la democracia y de los principios republicanos. Mantuvo un compromiso inequívoco con un proyecto europeísta que se elevara por encima de los estrechos límites nacionalistas.
Como es sabido, fue asesinado por un ultranacionalista al comienzo de la I Guerra Mundial. Se distinguió por ser un tribuno, que con voz metálica, denunciaba todo aquello que envilecía y se oponía a la emancipación de los oprimidos. En los últimos meses de su vida trató de impedir con una enorme lucidez y un tesón digno de encomio, que los ciudadanos de los distintos países europeos se enzarzaran en una guerra fratricida de la que sólo podían salir beneficiados intereses mezquinos y espurios.
Podría afirmarse que Europa proyectaba una imagen sólida en un espejo gigante. Ese sueño de fraternidad entre los pueblos fue bruscamente roto en mil pedazos, destruyendo muchos proyectos emancipadores y sembrando la aniquilación y el desconcierto.
Creo que, todavía hoy, tiene sentido preguntarse: ¿Por qué fue asesinado? La serpiente cambia de piel pero no de condición. No deben engañarnos las distintas máscaras que exhibe.
Pasaré a enumerar algunas de las razones por las que me parece, Jean Jaurès, una figura imprescindible que deberíamos tener presente en estos momentos crepusculares y convulsos donde tantas cosas parecen desmoronarse. Quizás no seamos conscientes, pero a menudo la historia se repite… y no somos capaces de evitarlo.
No se arredraba nunca. Era un batallador nato. Pocos escritores lo han descrito tan bien como Stefan Zweig. Transmitía una fuerza indoblegable y contagiosa, tal vez proveniente de una nítida conciencia de sus objetivos. Se opuso a todo tipo de fanatismos y tenía una especial habilidad e intuición para advertir de donde procedían las amenazas, bajo que pretextos se encubrían los planteamientos más rastreros y de qué forma se azuzaba y excitaban los ánimos, no apelando a la racionalidad sino a los instintos más primarios.
Creía en el esfuerzo, en la perseverancia. Su palabra emanaba de un corazón fuerte y rebosante de ansias de justicia, percibía muy bien a donde podían conducir las incitaciones a la violencia que algunos lanzaban y que tantos inconscientes propagaban. Desconfiaba y, creo que con toda razón, de las ideas que preconizaban la violencia y, por el contrario, creía en la constancia y en los esfuerzos serenos y racionales.
Europa está inmersa en una grave crisis. En momentos como este hay que traer al presente a aquellos europeístas que creían firmemente en la cooperación de los pueblos y que se distanciaban de los métodos violentos como mecanismo para conseguir los avances sociales deseados. Ante un panorama desconcertante hay que extremar la prudencia para no perder el rumbo que, colectivamente, perseguimos.
Hay que recordar que entre sus abundantes escritos destacan aquellos en los que defiende un laicismo que separe, con nitidez, las confesiones religiosas del Estado. En esto, como en tantas otras cosas, fue pionero y dio consistencia a un proyecto laicista e integrador.
En sus comienzos fue un republicano de izquierdas que viró hacia el socialismo y que con su empuje tuvo la virtud de unificar a las distintas fuerzas dispersas. Su palabra y sus planteamientos tuvieron un inequívoco eco e influencia en los Congresos de la II Internacional. Si hubiera que elegir un rasgo que lo identificara sería el de humanista con profundas convicciones éticas.
Fundó el periódico L’Humanitè cuyo prestigio creciente lo convirtió en un medio que difundió ideas pacifistas e internacionalistas para conjurar las apelaciones bélicas y burdas que se envolvían en distintas banderas… con la intención de romper la unidad de la clase trabajadora.
Se le ha acusado de tener planteamientos moderados. Creo que es injusto. Defendía, con convicción, como tribuno, como líder político y como intelectual, la emancipación económica, social y cultural del proletariado.
Quizás, por eso mismo, fue un antimilitarista convencido que advirtió certeramente las trampas que se tendían al futuro del Continente y que finalizarían con cientos de miles de muertos en los combates de la I Guerra Mundial, que prefiero denominar, I Guerra Civil Europea.
Me parece relevante traer a la memoria que se opuso al concepto de ‘Dictadura del proletariado’ y que se mostró un firme defensor de la democracia representativa y de alcanzar los fines programáticos del socialismo por medios democráticos y partiendo de las condiciones dadas.
Cuesta trabajo creer que este político francés fuera asesinado tres días después de declararse la I Guerra Civil Europea y fuera vilipendiado y atacado despiadadamente por quienes hicieron lo posible para que la crisis desembocara en un conflicto bélico, que dejó tras sí una Europa arrasada, empobrecida y desangrada.
Consideraba que había que afianzar los principios y valores republicanos y, desde un Estado fuerte, llevar a cabo reformas sociales de calado. Por cierto, hay que asociar a Jean Jaurès con las primeras leyes que establecían las libertades sindicales o la creación de planes de jubilación para los obreros. En la actualidad, con los recortes y las políticas antisociales de austeridad están en indudable peligro las pensiones y, por tanto hemos de defenderlas con uñas y dientes en los parlamentos y en la calle.
Se le puede considerar un reformista institucional y un republicano defensor de fortalecer los vínculos entre la clase obrera y la pequeña burguesía.
Otro aspecto que me parece adecuado reseñar es que arrastró al Partido Socialista a posicionarse en defensa de Dreyfus, para lo que tuvo que enfrentarse a quienes, desde rígidos planteamientos de clase, lo consideraban un tema burgués. No fue este el único ‘encontronazo’ que tuvo con los marxistas ortodoxos como Jules Guesde.
Cabe resaltar, otros logros de Jean Jaurès, que hacen de él un pensador y un hombre de acción, que sabía, perfectamente cuales eran las causas a apoyar y defender y cómo hacerlo. En 1905 y siguiendo las indicaciones de la Segunda Internacional tuvo un papel activo en la fundación de la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera). En todo momento se mostró partidario de reformas democráticas que se desarrollaran dentro del orden constitucional republicano, aunque no desdeñaba, en absoluto, muchas ideas y planteamientos marxistas.
No es menos importante que se opusiera al colonialismo y se enfrentara a la política del Gobierno francés en Marruecos, que tanta sangre y sufrimiento suponía, al servicio exclusivo de oscuros intereses imperialistas. Quizás, fue especialmente clarividente, cuando tras las guerras balcánicas vio cernirse en el horizonte el siniestro espectro de la Guerra Civil Europea, que la política colonial de Francia no hacía más que empeorar. Me parece, altamente meritoria su llamada a los obreros de todos los países para que se unieran y pudieran librarse de lo que definió con lucidez como ‘horrible pesadilla’.
Con estas posiciones, los sectores ultra-nacionalistas, lo insultaban y asaeteaban con un odio irracional y homicida, llegándolo a acusar de ‘traidor’. En este contexto de excitación falsamente patriótica, un fanático, Raoul Villain, puso fin a su vida, el 31 de julio de 1914, de tres disparos en el café Le Croissant, de la calle Montmartre de París. Este crimen execrable, es uno de tantos que, prácticamente, han quedado impunes. Villain fue detenido y encarcelado pero en Marzo de 1919 fue puesto en libertad, tras finalizar la I Guerra Mundial.
Jean Jaurès nos legó como herencia una importante obra, que pone de manifiesto tanto su vigor intelectual como sus profundos conocimientos filosóficos e históricos.
Existe un amplio consenso en que su principal contribución es La historia socialista de la Revolución Francesa, en 13 tomos. Me parecen de singular relieve: Hacia la revolución social, Estudios Socialistas o El discurso de Vaise de 1914, que aún hoy sigue siendo estremecedor y que en no pocos aspectos, continúa hablándonos de amenazas reales y tangibles; igualmente tienen un interés nada desdeñable, sus combativos artículos en la prensa que contenían su preocupación porque Europa no se precipitara al desastre llevando a cabo una pedagogía social decidida y valiente.
Podría afirmarse que el suyo era un socialismo humanista y ecléctico donde cabían patriotismo e internacionalismo así como posiciones reformistas avanzadas, que no excluían en determinadas circunstancias, planteamientos revolucionarios.
En estos tiempos de populismos, manipulación informativa, nacionalismos excluyentes, posverdad y manipulación generalizada, es ejemplar su defensa de la democracia parlamentaria.
El pensamiento y las acciones de los hombres ejemplares que dejan tras sí huellas indelebles, los mantiene vivos mucho tiempo después de su muerte. Creía en su país pero, también, en la humanidad y era consciente de la importancia de defender los derechos conquistados, de ampliarlos y de oponerse con tenacidad a las oscuras maquinaciones de quienes procuran dividir, alienar y sembrar la discordia entre los ciudadanos alejándolos con falsas promesas de sus objetivos y reivindicaciones.
Quisiera decir que los franceses no lo han olvidado. Los internacionalistas y pacifistas, tampoco. Desde 1924, sus cenizas reposan en el Panteón de París. En muchos lugares de Francia, placas, monumentos o nombres de calles testifican ese tributo de admiración. El metro de París y otros han dado su nombre a alguna de sus estaciones.
La mejor prueba de cariño y admiración es que en su ciudad natal, Castres, exista el Museo Jean Jaurès, que fue inaugurado con su actual configuración en 1988 por Françoise Mitterrand y pasó a denominarse CNMJJ (Centro Nacional y Museo Jean Jaurès) para que todos sus admiradores puedan recordar su contribución a la emancipación de los oprimidos, a las ideas republicanas, a los principios democráticos y, sobre todo, a un espíritu europeísta, integrador… lo que le costó la vida a manos de fanáticos excluyentes, que eran un peligro, en su tiempo, y que siguen siéndolo en el nuestro.