¿Quién entra por las puertas que abre el viento? Vicente Huidobro
Como dice el tópico parece que fue ayer y, sin embargo, en unos meses van a cumplirse 50 años de mayo del 68. Por aquel entonces Bob Dylan cantaba ‘los tiempos están cambiando’… y es que toda una concepción del mundo pasaba página y el futuro, sin avisar, se nos echaba encima.
En España quiénes éramos jóvenes y estudiábamos en las postrimerías de la dictadura vivíamos las cosas de un modo diferente y con poca comunicación con el exterior. Estábamos desasosegados. Las noticias que llegaban de Francia nos excitaban… nos oponíamos a la Guerra del Vietnam, a la presencia de los tanques rusos en Checoslovaquia, a toda política imperialista y, sobre todo, a la asfixiante falta de libertad de los estertores del franquismo… que eligió, por cierto, morir reprimiendo y derramando sangre.
Leíamos mucho a casi todos los autores marxistas heterodoxos, pero algunos estábamos interesados en conjugar el binomio libertad-igualdad. En la biblioteca de mi padre, un republicano íntegro, no faltaban libros de Azaña, de Américo Castro o de Chaves Nogales… por eso, los antifascistas partidarios de la democracia liberal, también, me interesaban y con el paso del tiempo, ese interés ha ido en aumento aunque he conservado intacta mi pasión por Herbert Marcuse, Erich Fromm, Castoriadis…
Una visión dogmática y ortodoxa del marxismo se descomponía, como lo prueba una cita de, la por otra parte admirable Simone de Beauvoir, que tantos años después causa sonrojo. Sostenía la autora de El segundo sexo en un artículo que alcanzó cierta notoriedad que: ‘la verdad es una y el error es múltiple; por eso la derecha es plural‘. Sonrío para mis adentros…
En los primeros setenta cayeron en mis manos algunos libros de Isaiah Berlin que me interesaron, me hicieron pensar y, sobre todo, me motivaron para seguir leyendo a este politólogo, ensayista e historiador de las ideas que destilaba en su prosa un humor judío y era a un tiempo analítico, sereno, atractivo y dialéctico. Tenía una enorme facilidad para enfrentarse a los textos de insignes pensadores, sosteniendo el punto de vista de que no le interesaban o le interesaban más bien poco, los que pensaban como él y le fascinaban quienes tenían unos puntos de vista muy distintos e incluso opuestos, pues de esos era de los que merecía la pena aprender… porque estimulaban la mente. Durante muchos años Isaiah Berlin fue sepultado en vida y luego olvidado tras la muerte. Hoy, es más necesario que nunca recordar sus convicciones democráticas cuando se pretende sustituir el compromiso constitucional por ficciones que acostumbran a desembocar en una realidad paralela.
Quizás el eje vertebrador de su obra sea la libertad. Digo esto porque de un tiempo a esta parte y de una forma acelerada las libertades se ven reducidas, atacadas, jivalizadas o marginadas en nombre de un concepto reaccionario de seguridad.
Su prosa es a veces dispersa pero apunta, siempre al blanco como la flecha aristotélica. En sus obras hay ironía, penetración, placer por despertar polémica y un didactismo aprendido, quizás en las fábulas… hace pedagogía sin ser, en absoluto, cargante, con sentido del humor y tolerancia.
Su historia personal, como la de tantos otros, es apasionante. De origen judío nació en Riga (Letonia). Huyendo de la guerra y del antisemitismo emigró a Berlin y, desde allí viendo la que se avecinaba, a Gran Bretaña, primero y a Estados Unidos, después. El siglo XX ha sido, en buena parte, una época de incertidumbres y de masacres motivadas por la fiereza de las ideas nacionalistas ¡cuán fácil es creer que se sabe y no saber nada! Quienes azuzan el odio y colocan una mística sensiblera por encima de la racionalidad… con frecuencia ignoran el daño que se están haciendo a sí mismos.
Se convirtió en un buen ejemplo del destino del pueblo judío. Hablaba y escribía ruso, inglés, francés, italiano y alemán, y tenía sólidos conocimientos de latín y griego. Recuerdo su obra Karl Marx, su vida y su entorno, que me ayudó mucho a desprenderme de ciertos prejuicios al contemplar el juego de espejos mediante el cual un no marxista pero, sí un excelente marxiano, se enfrenta a la obra del viejo de Treveris. Otra de sus obras emblemáticas es Cuatro ensayos sobre la libertad aparecida, además, poco después del Mayo del 68. Como historiador de las ideas, su obra Vico y Herder: dos estudios de historia de las ideas, contiene elementos significativos para repensar la evolución del pensamiento en el viejo continente. Por último citaré La traición a la libertad: seis enemigos de la libertad humana, escrito al final de su vida pero, que lejos de haber perdido actualidad, por el contrario, ofrece perspectivas valientes para interpretar los retrocesos que estamos padeciendo en el presente.
Cuando me aproximo a un pensador, me gusta destacar algún aspecto humano. Fue amigo de Boris Pasternak y, aunque sólo coincidieron en tres o cuatro ocasiones, gustaba de mantener con él charlas porque al igual que le ocurría con Tolstoi opinaba que de la literatura podían extraerse análisis, reflexiones, y puntos de vista aplicables a la historia del pensamiento.
Son muchos los aspectos, las perspectivas y las ideas que merece la pena repensar de este autor. Por ejemplo, su planteamiento de que los valores son creaciones, de y para la humanidad, y, también su pluralismo ético o pluralismo de valores, pues pone el dedo en la llaga al afirmar que diversos valores morales frecuentemente son igualmente válidos pero incompatibles entre sí, en una coyuntura histórica concreta. Con lo cual es preciso optar en un ejercicio de libertad por uno o por otro. Esto supone un desgarro, pues ambos son importantes y fundamentales para la existencia humana. Elegir es también una forma agónica pero inevitable de afrontar los envites sociales.
Son de gran brillantez, no exenta de sentido del humor, sus comentarios sobre El erizo y la zorra. La idea puede rastrearse hasta el poeta de la antigüedad clásica Arquiloco. El zorro sabe muchas cosas pero el erizo sólo una que considera fundamental e importante. La fábula del erizo y la zorra, le permite hacer una taxonomía de los escritores y pensadores ¿quiénes son los que han defendido una sola idea o los que proyectan una sola en el espejo, aunque sea a través de mil matices? Los más destacados: Platón, Dante o Nietzsche. Sin embargo, los zorros, consideran que la visión del mundo no puede reducirse a una sola idea sino a una pluralidad fecunda de las mismas y a veces hasta una pugna entre ellas. ¿Quiénes serían los zorros para Isaiah Berlin? Herodoto, Aristóteles, Erasmo, Montaigne, Shakespeare o por no citar más que un último caso Honorato de Balzac.
Un pensador de altura necesita un buen biógrafo que lo analice meticulosamente, que profundice en su personalidad y que nos ofrezca una visión veraz y concienzuda de la figura biografiada. La obra Isaiah Berlin, su vida, de Michael Ignatieff, escritor y político canadiense liberal (traducción de Eva Rodríguez, Editorial Taurus, 1999,) es para mí ese texto de referencia obligada.
En esta aproximación de urgencia a Isaiah Berlin, es de justicia mencionar a Henry Hardy ¿por qué? Porque siempre estuvo encima, porque actuó como acicate para que reuniera en forma de libros, sus artículos y ensayos dispersos y para que diera a conocer sus ideas. Isaiah Berlin necesitaba que lo aguijonearan, solía decir de sí mismo ‘soy como un taxi: me tienen que parar‘. Sin su esfuerzo, los ensayos de Isaiah Berlin en 18 volúmenes no serían accesibles pues no pocos son inéditos y otros pertenecían a publicaciones enormemente difíciles de encontrar.
¿Por qué hay que recordar y repensar a I. Berlin? Por su serenidad, comprensión, empatía y por su radical compromiso con la democracia.
Se ha repetido, hasta la saciedad, el agudo comentario de Ortega y Gasset de que ‘la claridad es la cortesía del filósofo‘. No lo puedo remediar pero me interesa mucho más la opinión de Berlin sobre el intelectual como alguien que pretende mostrar las ideas de la forma más interesante posible. Estamos huérfanos de intelectuales y necesitados de pensadores que nos orienten y nos sirvan de estimulo para la reflexión y la crítica. Y, mejor aún si representan un amplio espectro ideológico dentro de las coordenadas democráticas.
A Isaiah Berlin le encantaban la ironía, el distanciamiento y los juegos intelectuales. Leyéndolo, aprendí que no conviene ser demasiado erizo y nunca se es demasiado zorro. También, recuerdo con dolor y al mismo tiempo con esperanza, una de sus ideas motrices: ‘no es licito ni ético hacer sufrir en el presente con la vaga promesa de algo mejor para la humanidad en el futuro‘.
Finalizaré esta breve exploración sobre Isaiah Berlin uniéndome sinceramente a su preocupación por el auge de los nacionalismos que en el pasado han traído, sufrimiento, desolación, guerras, persecuciones y hambre… y de los que no puede ni debe esperarse nada mejor para el futuro.