Hace miles de años Moisés, pienso acuciado por algunas lecturas de Herman Cohen, recibió los rudimentos del método científico, que pueden ser leídos en el Deuteronomio, cap. XVII, vers. X, que así reza (Reina-Valera, 1960): ‘No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego’. Es menester exponer el concepto de ‘adivinación’ al filosófico modo, y luego distinguirlo del concepto de ‘inferencia’, que mucho se confunden en la cabeza del poco avisado en achaques de lógica y de epistemología.
En el Códice de Leningrado (depreco a los hebraístas y teólogos corrijan de buen grado mi próximo decir, que es decir de sencillo literato) la palabra ‘adivinación’ es fonéticamente ‘quésem’, que equivale a ‘suertes’, ‘adivinación’, ‘oráculo’. Sortear, adivinar, consultar divinidades para atisbar el porvenir es en la mente primitiva, salvaje, fomentar el determinismo, creer que el libre albedrío es sólo una idea útil al filosofar. Y filosofar es para el necio vulgar pedantería.
Por el libre albedrío es posible, piénsese, transformar lo que nos rodea. El determinista, que se arroga facultades intelectivas no humanas, cree que es capaz de leer símbolos de allende la realidad experimental, y alza la vista al cielo y no ve sólo estrellas (‘No sea que alces tus ojos, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas’, dice el Deuteronomio, cap. IX, vers. XIX), y concibe delirios a los que llamamos ‘figuraciones’ (‘y palparás a mediodía como palpa el ciego en la oscuridad’, según imaginerías, leemos en Deuteronomio, cap. XXVIII, vers. XXIX). Tales ‘figuraciones’ no acatan las leyes de la física, de la metafísica crítica o de las matemáticas, esto es, no son objetivas, legibles para todos, sino subjetivas, producto funesto de la propia costumbre (‘Gewohnheit’, dice Kant en la ‘Crítica de la razón pura’) de intelección.
Es, por ende, víctima de un saber que, en palabras de Kant, es disfrazado por la costumbre con ilusorio cariz de necesidad (‘und durch den Gewohnheit der Schein der Notwendigkeit überkommen hat’, B19). La costumbre, pareciendo orden constante, mueve a creer a dicha víctima que el cosmos es un sistema de objetos perfectamente concatenado, y por eso predecible, monista.
Expongamos el concepto de ‘inferencia’. Inferir es extractar mediatamente conocimiento de la aplicación de un concepto a un objeto. Ejemplo: lo justo es bueno, y Moisés fue justo, por lo que sus quehaceres e imitadores serán buenos, benéficos para el pueblo de Israel, que desoyendo lo bueno fomentará la injusticia. Nótese que el afán primero del inferir es señalar continuidades ignorando espontaneidades. Tal continuidad se logra confiando en que mudanzas impredecibles (como el desacato israelí) no operarán en las cosas que pensamos. Y esa confianza crece cuando los conceptos que esgrimimos se basan en predicados perdurables, es decir, que parecen universales y necesarios, o científicos, según dice Aristóteles (Anal. Post., I 2, 71b), según dice Kant en la obra que venimos citando.
De lo ecuacionado se desprenden las siguientes consideraciones: que vaticinar es negar la libertad, toda mudanza, y que inferir es simplemente tratar de prever, de prever situados en lo más permanente que hallamos en los objetos, y que vaticinar es imponer al prójimo nuestras figuraciones, nuestras subjetividades, mientras inferir es adjetivar luego de haber atendido honesta, imparcial, duraderamente, las cosas, y que todo vaticinio es una antinomia tenida por cierta (‘ilusión trascendental’), y que toda inferencia es una simple ficción heurística. Todo vaticinio, así, es una inferencia dogmática, una adivinación.
Las inferencias científicas son sustentadas por conceptos de la realidad, hechos de predicados perdurables, aunque siempre parciales. Todo concepto es parcial. Los conceptos son meros letreros referenciales con los que pensamos. Pensar no es imaginar libremente, sino concatenar los objetos según las leyes de la física y de la lógica. Esos pensamientos lógicamente concatenados, dice Kant, no son los objetos ‘en sí’, sino fugaces representaciones o conceptos. El concepto, dice el sabio de Königsberg, nunca es acotado con certeza (‘der Begriff steht also niemals zwischen sicheren Grenzen’, B756), y las notas obtenidas por las observaciones de hoy serán mañana sustituidas por otras notas resultantes de nuevas observaciones.
Todo concepto, por ser parcial, es conjetural, nunca absolutamente cierto, o sea, es expresado con la lengua de la ficción, que con sensualismo pretende forjar ilusiones perdurables. Y esas ficciones heurísticas, dice Kant, sirven no para ensanchar el conocimiento, sino para sistematizarlo (‘lediglich systematische Einheit in eure Erkenntniss’, B644).
Dispensadas las antedichas plurifurcaciones filosóficas, critiquemos a los que tildan onerosamente a Andrés Manuel López Obrador con vaticinios, que no con inferencias. De oídas he clasificado del modo siguiente a los aborrecedores del lopezobradorismo: a) los materialistas, b) los apocalípticos, c) los elitistas y d) los ideólogos. Para clarificar las reyertas de ellos usé la lógica de Aristóteles, que el lector culto bien recordará (‘A History of Philosophy’, tomo I: ‘Greece and Rome’, de Copleston).
Los materialistas, que aseveran que merced al lopezobradorismo allegarán menos dinero cada mes o que progresar es ir atolondradamente a Disneylandia o a Cancún o a las congregaciones de turbamultas de Europa, predican sólo ‘cantidades’ y ‘cualidades’, que no componen conceptos perdurables, universales, necesarios, sino meramente accidentales, pasajeros. La experiencia, lo sensorial, dice Kant, nos dice cómo son las cosas, mas no cómo podrían ser.
Los apocalípticos sostienen que Andrés Manuel López Obrador mesiánica, ontológicamente transformará el conocido mundo, transformación que causará dolores. Los predicados de ‘sustancia’ y de ‘pasión’ son dogmáticamente metafísicos y además subjetivos, y tampoco componen conceptos para inferir, pero sí preciosos para los agoreros. La metafísica, que es el estudio de conceptos puros, del puro pensar, de las formas puras del entendimiento (KrV, B89), dice Kant, no agranda el conocimiento, y sin piedra de toque, sin experiencia, nos hace vivir bajo la ‘lógica de la apariencia’ (‘Logik des Schein’, B86) y no bajo la ‘lógica de la verdad’ (‘Logik der Wahrheit’, B87).
Los elitistas dicen que por culpa del político de Tabasco las clases dominantes, esas que confunden la Historia con la Eternidad, las mercedes del amiguismo con las de Dios y el talento con el favoritismo, serán derrocadas, subyugadas por el proletariado nuevo, al que desprecian racialmente y pecuniariamente. Interpretar el mundo con los predicamentos de ‘relación’ (‘soy grande porque hay pequeños’) y de ‘posición’ (‘soy vertical porque hay horizontales’) forja meras representaciones clasistas, subjetivas, inadecuadas para prever científicamente el mañana.
Y los ideólogos, los que notan con claridad que los placeres que gozan son heredados, arbitrarios, inmerecidos, fundamentados en el neoliberalismo, cuya metafísica es el individualismo (a decir de E. Dussel), la egolatría, el culto al dinero y a la avaricia, dicen que el enarbolamiento de MORENA será una terrible ruptura histórica, no un buen cambio social, y que tal rompimiento dejará sin posesiones a los que hoy poseen casi toda la riqueza de México. Con los predicados de ‘tiempo’ y de ‘posesión’ tales ideólogos inventan leyes sociales que sólo operan en calenturientas cabezas, y que son, por ende, también subjetivas, baratos sortilegios de políticos, esos ‘paradójicos libertadores’, según palabras de Emilio Lledó.
Digo a los aborrecedores del lopezobradorismo lo que sigue: inferid, sed científicos, y no adivinos, porque toda adivinación enfada mucho a Dios, que bienaventura a los ‘pobres de espíritu’ (Mateo, cap. V, vers. II), pobres porque no afanan leer, vaticinar el cosmos, sino conformarse con lo que es realmente perdurable, con inferir, es decir, con la búsqueda de la verdad, de la igualdad.