Me has convencido con la palabra, la medicina más sabia Menandro
Platón, en el Libro II de La República, cuenta la historia del anillo mágico hallado, de forma casual, por el pastor Giges y que accionándolo, convenientemente, produce la invisibilidad. En la República aparece, también, el célebre mito de la caverna como alegoría del conocimiento. Hoy, sin embargo, mi atención se va a centrar en el tan traído y llevado anillo.
Llama poderosamente la atención que llevemos veinticinco siglos dando vueltas y más vueltas sobre la Filosofía y el Pensamiento griego y constantemente encontramos nuevos enfoques, nuevas interpretaciones y nuevos senderos para explorarlo.
En el debate entre Sócrates y Glaucón, nada menos que se abordan, los problemas de la justicia y la honradez, desde un punto de vista interesante que vamos a intentar traer a la actualidad.
Hoy, vivimos hastiados por la corrupción y la falta de moralidad que reina por doquier. Quizás, lo que más preocupa a los ciudadanos sea la impunidad, con la que parecen actuar estos esquilmadores de lo público, ladrones y explotadores que convierten su paso por las Instituciones en una excelente oportunidad para medrar y enriquecerse.
Una pregunta, que en modo alguno es baladí, es si somos justos y nos comportamos honradamente por miedo a los castigos, a la cárcel o al descredito o porque estamos convencidos de que esa es la forma correcta de actuar. Es decir si somos íntegros por convicción… o por miedo.
¿Qué haríamos si fuéramos invisibles?, ¿existiría algún freno si tuviéramos la certeza de que nuestras acciones van a quedar impunes?
Pasemos a analizar las propiedades del célebre anillo de Giges. El pastor era un hombre honrado, hasta que tuvo la oportunidad de dejar de serlo sin miedo a las consecuencias. En el momento en que se puede volver invisible a voluntad, penetra en palacio, seduce a la reina, mata al rey, se enriquece sin límite y se convierte en un tirano.
El problema que se suscita es de envergadura. ¿Qué fuerza coercitiva tienen los principios éticos? En realidad muy poca. El poder del anillo, que vuelve invisible, es enorme. ¿Cuáles son los motivos que mueven a los hombres a obrar con rectitud? o a «sensu» contrario, ¿qué consecuencias se desprenden de transgredir las leyes y enriquecerse ilícitamente? Desgraciadamente, en muchos casos ninguna, tal y como comprobamos a diario.
Fijémonos en que si la prevaricación, la flagrante conculcación de las leyes, el robo, el amiguismo, el intercambio de favores, las puertas giratorias, el pagar o recibir comisiones y otras conductas delictivas… no tuvieran ningún castigo ¿habría quien se comportara de forma justa y honesta? La persona honrada que gestiona lo público, pensando en el bienestar de la comunidad, es alguien que tiene un profundo respeto por la dignidad humana. No podemos seguir admirando al delincuente y al estafador, y a quienes desprecian la cultura del trabajo y practican el servilismo para medrar.
No está mal dejar de cometer tropelías por miedo a ir a la cárcel, pero hay que obrar con justicia y equidad y, para ello, es fundamental que demos importancia a una educación moral, que no aceptemos el todo vale y, mucho menos, admiremos a quienes han amasado su dinero a costa de la explotación ajena y del erario público. Hemos de aprender a valorar en lo que valen la responsabilidad personal, el civismo y la recta administración del dinero público.
No podemos seguir viviendo como si no pasara nada, chapoteando en una charca mal oliente y recurriendo, cuando la ocasión lo requiere, a la manipulación informativa, a la posverdad, a los hechos alternativos o a silenciar, a cualquier precio, a quienes denuncian este estado de cosas. La zafiedad y la chabacanería suelen acompañar estos comportamientos para completar la ecuación. Fijémonos en las conversaciones telefónicas grabadas a los presuntos corruptos y nos daremos cuenta de su sensación de impunidad que produce asco.
El anillo de Giges, aquí y ahora, es un símbolo, una metáfora y un signo de los tiempos que hay que interpretar adecuadamente y que nos advierte, con sagacidad, de las consecuencias de poner el poder en manos de seres sin escrúpulos y sin el menor atisbo de conciencia moral. Claro que así nos va, precisamente, por eso.
El filósofo frankfurtiano Erich Fromm, en uno de sus libros, prácticamente olvidado, ‘Del tener al ser’ defiende, contra viento y marea, la dignidad, la entereza, la reciedumbre moral y pone el dedo en la llaga sobre el conformismo y la indiferencia ante los comportamientos corruptos y antisociales.
Expone que hemos llegado a dar por buena la ausencia de valores y que juzgamos a las personas por lo que tienen y no por lo que son. Esto es sencillamente abominable e incide en un afán compulsivo y alienado de poseer objetos, notoriedad, poder, dinero… y en un abandono prácticamente total de mirar hacia dentro, de conocernos a nosotros mismos y de saber que, en el fondo, somos lo que quedaría en caso de que nos quitaran lo que tenemos. Nada más pero nada menos.
Desde mi punto de vista en el Libro II de La República, Platón al hablar por boca de Sócrates no se equivoca. El anillo, que proporciona la invisibilidad, es una trampa y si caemos en ella, la primera víctima somos nosotros mismos.
Por tanto, la única acción auténtica y consecuente sería rechazar el anillo, lo que significa y lo que conlleva, pues en lugar de proporcionar poder y seguridad… acaba por convertir en esclavos y miserables a sus poseedores.
Una conclusión de profundidad y relieve es que el hombre que necesita poco y se conforma con lo que tiene, puede alcanzar la felicidad mucho antes que quien se convierte en instrumento de esa maquinaria infernal que ponen en marcha quienes se creen impunes al descubrir las ventajas del anillo de ‘marras’.
Las promesas de este pequeño objeto y que algunos ansían tanto, son falsas y degradantes. Su capacidad de corromper es prácticamente ilimitada.
Quienes consideran importantes el pensamiento crítico, el respeto a los derechos humanos, la dignidad individual y colectiva y la justicia social, han de arrojar fuera de sí todo lo que está asociado al anillo de Giges.
Se hace imprescindible recuperar la vigencia y el legado de los clásicos. En tiempos de atolondramiento, alienaciones y explotación del ser humano, hasta límites inconcebibles, hemos de rescatar su visión del mundo y ser conscientes de que incluso hoy pensamos con sus palabras y sus conceptos. Somos, en buena medida, lo que somos gracias a ellos. Nos es más necesaria que nunca, la firmeza, la práctica de los valores republicanos y convertir la existencia en algo digno de ser vivido.
Tenemos que salir de este estado de cosas en que no sentimos respeto por nada ni por nadie, ni siquiera por nosotros mismos como se demuestra, palpablemente, a diario.
El precio por habernos dejado en el camino la justicia y el amor a la verdad, es muy alto. Todavía estamos a tiempo de reaccionar pero el reloj de arena está casi vacío…
Quizás la única baza que nos queda sea una apuesta firme por un nuevo humanismo y una defensa apasionada de la dignidad, la igualdad y la libertad.