Jürgen Habermas-John Rawls-Ferdinand Tönnies. Neokantianismo-contractualismo- comunitarismo, notas para un debate ético y político en un aniversario.
Habermas y Rawls parten de un punto en común: La emancipación, autonomía e impulso de autorrealización que estableció la Ilustración. En ambos reside el intento de conseguir la reconciliación de lo diverso a través del uso público de la razón. Entre Habermas y Rawls, las diferencias son de punto de partida:
Habermas parte de una posición comprensiva de la variedad, y busca, en la acción comunicativa, una situación comprensiva ideal que requiere que cada parte ejerza su dignidad y su interés de manera colaborativa, y por lo tanto mediante el ejercicio de una madurez ontológica responsable, extensiva hacia el otro, donde hasta las creencias sean razonables y contributivas. Queda claro que semejante estado de madurez viene a ser una propuesta de objetivos, porque no todos los seres, sistemas, pueblos y culturas lo han alcanzado todavía.
Rawls parte de una posición liberal. Plantea una ética procedimental de la convivencia política que procure la libertad razonable y la justicia legítima como equidad, donde cada parte tenga lo que le corresponde, nacida de un consenso social razonable en una sociedad libre en marcha. Podemos entender el liberalismo como posibilidad de libre actuación de las diferencias sociales, en esa estructuración de la sociedad de los que son distintos en papeles y estatus, pero ejercida legítimamente conforme a las leyes y a la idea de equidad: a cada uno lo suyo. Quizás la dificultad estribe en qué sea lo que cada parte considera como suyo si no le limita la ley y el buen gobierno. A fin de organizar la convivencia desde la perspectiva de una filosofía política y moral, propone la práctica de la ética de los procedimientos que organicen y vinculen, de naturaleza burocrática y jurídica, para el ejercicio de la justicia hecha legítima por el consentimiento social razonable que tiene en la equidad la sustancia. Se trata de un tipo de justicia social, de carácter ortopédico y mecanicista, formulada en leyes y en usos sociales, que tiene por objeto colocar a cada uno en lo que le es propio. Tengo que mencionar aquí el trabajo de Habermas ‘En la espiral de la tecnocracia’, ámbito de poder de las élites dominantes.
Por lo tanto, mientras Habermas pone al ser humano, su naturaleza socialmente racional, en el centro de la ética civil, practicante de la ética racional comunicativa, con la que Adela Cortina vincula la responsabilidad solidaria (Cf. ‘Razón comunicativa y responsabilidad solidaria’), Rawls, desde su militancia liberal, consistente en dejar libres las fuerzas que componen una sociedad, se limita a proponer una ética procedimental que regule, también mediante leyes comúnmente aceptadas, las relaciones entre las partes, las actitudes subjetivas y los intereses objetivos, la ciudadanía moral y su representación conformadas espontáneamente desde una posición original: ¿Cuál es?
De un lado, la libertad de las propiedades neutrales, que entraña expansión libre y autolimitación natural de las partes, y el respeto a las diferencias morales del entendimiento del bien por las partes.
Del otro lado: las restricciones impuestas por la situación, moralmente cargadas de contenido.
En su centro, como fiel de la balanza: La imparcialidad; la plena autonomía ciudadana, con arreglo a leyes, en una sociedad bien ordenada; el principio de representación; y la implantación de instituciones representativas.
Rawls, en su libro ‘El liberalismo político’, publicado en 1993 (había nacido el 21 de febrero de 1921 en Baltimore. Muere el 24 de noviembre de 2002), plantea tres conceptos: una sociedad bien ordenada, el concepto político de la persona, y la idea de justicia como imparcialidad y es su libro ‘Teoría de la justicia’, publicado en inglés en 1971, y revisado en 1975 y 1999, engarza los conceptos de persona y sociedad, en su significación normativa, para formar el de una convivencia justa, y dice: ‘La naturaleza social del ser humano se muestra inmejorablemente en el contraste con la sociedad privada. Los seres humanos tienen unas metas últimas comunes y contemplan sus instituciones comunes y sus actividades como buenas en sí mismas. Se necesitan unos a otros como socios en las formas de vida que son, necesariamente, complementos del bienestar propio’.
Sin embargo, el comportamiento social del hombre también puede ser la de la manada de lobos, y las instituciones pueden estar en manos de poderes no practicantes de la justicia. Nos necesitamos unos a otros, pero para algunos, esos otros son sólo instrumentos y medios para su fin. Menos mal que Rawls acepta los imperativos categóricos como procedimientos para la fundamentación de los juicios morales donde se refleje el sano sentido común de los seres humanos.
En su libro ‘El derecho de gentes’ (1999 en inglés, 2001 en mi edición), hace suya la intención de Rousseau: ‘Quiero averiguar si en el orden civil puede haber alguna regla de administración legítima y segura que tome a los hombres tal como son y a las leyes tal como pueden ser: trataré de unir siempre en esta indagación lo que el derecho permite con lo que el interés prescribe, a fin de que la justicia y la utilidad no se hallen separadas’. Así habla de pueblos racionalmente justos, apoyados en leyes de la naturaleza que permitan una razonable estabilidad, y de normas constitucionales y civiles en una sociedad democrática razonablemente justa y bien ordenada’. Una ‘situación política y social que contenga una concepción política de la justicia, utópica, que emplee ideales, principios y conceptos políticos y morales que especifiquen una sociedad razonable y justa’.
A mi juicio, Rawls nos sitúa ante una aporía: Por un lado, la construcción de sociedades de diseño, tanto las de carácter democrático como las de pueblos razonablemente justos aunque no democráticos. Por el otro: el patrocinio del liberalismo social que desata las energías de esas sociedades sin otro cinturón de control que el de las leyes. El artificio y el dinamismo están confrontados.
Qué duda cabe que la razón, emancipada desde la Ilustración, es autora del sistema político democrático, de la ética civil que lo configura idealmente, y del progreso sucesivo que produce en todos los ámbitos de actividad. Queda por ver si la razón puede enfermar y servir parcialmente a los intereses particulares que descansan en su fuerza coactiva, y coartan la plena autonomía ciudadana, ordenándola según su concepto de bien común reducido al consumo de bienes en propiedad, intoxicándola con restricciones a la inteligencia y apropiándose del principio de representación. En determinados casos, la decisión racional de las partes, bajo el principio igualitario que hace derivar la justicia del interés ilustrado, queda evidentemente vulnerado.
Por eso, Habermas formula tres preguntas al punto de partida de Rawls: ¿Pueden las partes en concurso representar los intereses preferentes sobre la base de un egoísmo racional? ¿Se pueden asimilar los derechos básicos a bienes básicos? ¿Garantiza el velo de la ignorancia la imparcialidad del juicio?
Convengamos que el egoísmo sabe hacerse racional para justificar la apropiación, y más si cuenta con los recursos del poder, y con ello practicar la injusticia y la inmoralidad.
Convengamos que los bienes básicos son derechos prioritarios, pero pueden ser usados para enceguecer al ser humano, como nos recordaba Marcuse, por suministro o restricción, con respecto al bien común.
Convengamos en la capacidad que el sistema tiene para crear un velo de ignorancia que produzca incapacidad objetiva de juicio.
La idea de Rawls de que el punto de vita moral se puede ‘operacionalizar’, dice Habermas, ‘tiene consecuencias desafortunadas’. Yo diría que inmorales e injustas. La emancipación de la razón, que diera a luz la Ilustración, recae en incapacidad consentida si el ser humano, cegado por el sistema, pierde el sentido ético y moral. Hobbes ha vencido. El hombre es lobo para el hombre. El Leviatán y Behemot campan a sus anchas. Esconde al dóberman tras la máscara del perrito amaestrado.
Llama la atención la relación que establece Rawls entre persona y comunidad, cuestión que nos sirve para la referencia a Tönnies: ‘No entienden que una persona desprendida de la comunidad ya no es persona y que una comunidad verdadera no absorbe al individuo sino que sólo ella hace posible su personalidad […] la reconciliación de la persona y la comunidad puede entenderse mediante el análisis de los conceptos mismos. Se condicionan mutuamente. El uno no puede vivir sin el otro’
Les invito a un recuerdo de Ferdinand Tönnies (1835-1936) en su obra ‘Sociedad y Comunidad’, ya tratado en este medio por quien esto escribe:
Comunidad, dice, es la vida auténtica en común; es un organismo vivo con una relación duradera entre los seres que la componen, donde se practica el apoyo mutuo y la libertad subjetiva y objetiva; es una voluntad de esencialidad que cultiva el afecto, la amistad, el amor, la comprensión, la gratitud y la fidelidad.
Sociedad es una vida en común de carácter funcional, tangencial, pasajera y aparente; un agregado, un artefacto mecánico, un mecanismo artificial de diseño donde las actitudes se sacrifican a los intereses; lo permanente a lo circunstancial y modular; donde las relaciones son pragmáticas, tangenciales y funcionales; el todo amontona y encauza las partes sin unirlas, y el ejercicio de la libertad está tasado en lo público, y permitido e invadido en lo privado por una civilización del espectáculo y de la reposición. El individuo, más que persona, está centrado en la razón funcional, no crítica, y mantenido por el egoísmo y la ambición.
En Tönnies advertimos una resonancia de Aristóteles y su ‘koinonía politiké’, cuya ‘koiné’, lo común, nunca podría ser el resultado de un contrato porque el todo, de donde los griegos tomaban modelo, supera a las partes. También resuena Hegel (1770-1831), y su ‘dialéctica de la eticidad’ entre familia, caracterizada por las relaciones primarias, y sociedad, caracterizada por las relaciones funcionales. Tönnies es un crítico social que admira a Carlos Marx. No en balde escribió un libro sobre su vida y doctrina. Como crítico social tiene coincidencias de tono con Nietzsche. En palabras de del Profesor Villacañas: ‘Tönnies y Nietzsche coinciden en el diagnóstico de la decadencia de la sociedad burguesa. Es el mismo Tönnies quien, en su ‘Sociología General’ distingue entre la ‘voluntad esencial’ y ‘voluntad de arbitrio’. La primera pretende construir la propia identidad. La segunda da cuenta de que lo que somos, lo somos en la concurrencia de distintas voluntades.
Mi conclusión: Personalismo ilustrado, de corte neokantiano, contractualismo y comunitarismo, no son planteamientos excluyentes, sino complementarios. El reto, personal, social y político, es reconstruir el sujeto ético, y con él construir sociedades contractuales y democracias decentes, donde la persona ilustrada sea parte contribuyente y las comunidades de sentido puedan hacer su aporte.