noviembre de 2024 - VIII Año

Guion nacional

El guion de vida es un concepto, estructurado por Eric Berne, según el cual la vida de las personas, de los grupos y de las naciones sigue un plan preconsciente que, una y otra vez, nos lleva a repetir procesos, como si fuéramos incapaces de integrar el aprendizaje que nos deja la experiencia. Tropezamos dos y más veces en la misma piedra…

Las investigaciones de Drego, Sichem y Moreau han demostrado que las naciones siguen un guion, igual que los individuos. Por ello, no me entretengo en mostrarlo.

El plan del guion es morfogenético, se traza en el túnel del tiempo, durante la infancia para los individuos, en los estadíos iniciales para los grupos e, históricamente, con el cúmulo de acontecimientos que caracterizan la trayectoria de las naciones.

Para pergeñar el plan sirven todos los elementos virtuales que aduna la intuición, aplicada sobre el valor simbólico de las conductas, los usos y costumbres, ideales y aspiraciones, normas escritas y consuetudinarias, la ejemplaridad de los padres y personas señeras, o conductores del grupo y de la nación, que llamamos euhemeri. Estos son figuras de la constelación familiar, o grupal, que se constituyen en referentes, modelos a seguir, reciben admiración, e incluso culto, a lo largo de una o varias generaciones, porque destacaron durante su vida con alguna competencia personal.

Estas señalizaciones pueden referirse a conductas integradoras, moralmente positivas, o eficaces, que arrojaron un saldo beneficioso para otros familiares, amigos, o conciudadanos en general. En otros casos, el reconocimiento es aplicado a conductas licenciosas, autodestructivas, que exaltan un estilo de vida acorde con algún patrón cultural, aunque sea absolutamente detestable.

Es decir, que tanto consagramos lo mejor como lo peor del ser humano. La heroicidad y la depravación se elevan al grado de leyenda, que atraviesa las generaciones y modelan conductas singulares. Tal patrimonio no viaje en los genes, sino a través de la comunicación, la narración legendaria que acompaña los nombres de los euhemeri.

En nuestro ámbito cultural, español, tenemos mausoleos magníficos que albergan los restos de felones como Fernando VII, seres desgraciados como Carlos II, banales como Isabel II, obsesivos como Felipe II, dictadores como Francisco Franco, estupradores como Espartero, etc.

Sin embargo, no sabemos dónde llevar nuestro homenaje a Velázquez, ni a Lope de Vega, Quevedo, o Calderón. De Cervantes sabemos el convento donde lo enterraron; pero, entre que es de clausura y que tampoco se sabe a ciencia cierta la fosa, o cripta colectiva, donde pudieran estar sus restos, tampoco es posible rendirle el honor que merece. Incluso los restos de García Lorca, oficialmente, siguen en la cuneta de la vergüenza colectiva.

¿Hay detrás una pauta argumental, que exalta la violencia, o la desgracia común, mientras oculta la inteligencia, la creatividad trascendente, la sensibilidad artística y el sentido crítico sobre la realidad?

Ni una ni otra tendencia creo que sean conductas casuales. Obedecen a pautas del guion de la Patria, que rodea la inteligencia de olvido y muerte, mientras elogia la muerte misma. ¡Viva la muerte!, gritaba Millán Astray, igual que hicieron los numantinos, Guzman el Bueno, Moscardó en Toledo y, hace unos años, el alcalde Tierno pregonaba ¡Qué os coloquéis bien!, de droga, claro, convocando a la muerte.  Unamuno deseaba “¡Qué inventen ellos!”, como hoy la LOLOGSE señala “¡Qué se esfuercen otros!”, porque da igual estudiar y saber, que ser un zote; pretender ser un líder, una autoridad en algún campo, que una rémora parasitaria. Da igual la excelencia que la tozudez, con tal de salvar la estadística.

En el guion hay ciertas leyes, nefastas, los mandatos, que están expresadas de forma negativa: No vivas, No pienses, No sientas, No expreses lo que piensas/sientes, No confíes y así una retahíla larga. Venimos a cumplir estas leyes tras el influjo de los impulsores, que despiertan motivación y activan la conducta en pro de la cumplimentación de los mandatos. Los impulsores son cinco y vienen expresados de forma plausible, en positivo: Complace, Sé perfecto, Sé fuerte, Trata y trata más, y Apúrate.

A título de ejemplo, pensemos en un euhemeron nacional como fue Felipe II. Posiblemente, su impulsor principal fuera Sé perfecto y el secundario Trata y trata más. Sus mandatos No tengas éxito y No confíes. Insisto, posiblemente; porque el método de análisis que uso es bastante burdo. Sobre los impulsores de este rey, daré algunas referencias: rezaba todos los días los quince misterios del rosario; oía un funeral casi todos los días, cuando no le tocaban dos (tenía un protocolo de funerales); leía todos los documentos que llegaban a la Corte, antes que los pudieran estudiar los Consejos y ponía en el margen del documento la decisión a adoptar (en este hecho funcionaban al unísono ambos impulsores y el mandato No confíes). Con su Sé perfecto, organizó la Gran Armada, esquilmando los bosques de Castilla, que siempre ha sido buena pagadora, resignada; a continuación, encargó el mando de la flota a un comandante que no conocía el mar y, naturalmente, la llevó a naufragar. Los ingleses no dispararon ni un cañón; se limitaron a usar el sarcasmo apodándola “Armada Invencible” y a asesinar, a sangre fría, a los náufragos desarmados y exhaustos que lograban llegar a la costa aferrados a una tabla.  Felipe II no tuvo éxito. El triunfo de Lepanto, en coalición triple, fue precedido de otro fracaso naval morrocotudo. cosechado años antes frente al mismo enemigo. Pese a su afición burocrática, tuvo cuatro bancarrotas. No había aprendido nada con la primera, ni con las siguientes y repetía el proceso de fracaso. Y, en lo político, tampoco supo amarrar la unión ibérica, el viejo proyecto de sus bisabuelos Isabel y Fernando, que se consiguió durante su reinado, pero resultó efímera y apenas duró 75 años. Eso sí, nos dejó El Escorial repleto de cadáveres de santos (24) y otras reliquias (hasta 400), y de libros que él nunca leyó. La biblioteca escurialense era una de las tres mejores de Europa, en aquel momento.

En el ámbito nacional, el impulsor principal puede ser Sé perfecto, como demostraron las Cortes de Cádiz, proclamando una constitución perfecta, inasumible por el conjunto de la sociedad española de la época. Este mismo hecho se repite en 1931, con la Constitución que determinó la dimisión de Alcalá Zamora, la bien intencionada Ley de la Reforma Agraria, que fue y vino sin llegar a ningún sitio y la excelentísima Ley de Educación de Fernández de los Rios, de imposible cumplimiento.

El impulsor secundario sería Complace: aunque José Hierro dijera que no somos una tierra de bueyes, siempre hemos estado dispuestos a servir, fuera al Papa, fuera al imperio austriaco, fuera al Eje; incluso ahora complacemos a Marruecos, que paga con traiciones.

Los mandatos nacionales pueden ser No pienses, como trataré de mostrar en otro artículo, y No confíes, que es una condena al aislamiento, a la soledad, a la tendencia a convertirnos en isla que acusaba Maeztu. De hecho, hemos vivido de espaldas a Europa en el terreno intelectual y político. Todo nuestro trato con Europa, durante los siglos XVI y XVII ha sido bélico, bien porque hubiese guerras de religión, donde acudíamos a pelear al servicio del Papa, bien por intereses dinásticos, que nos valieron la malquerencia de alemanes, belgas y holandeses que aún perdura. El otro contacto consistió en protagonizar el Concilio de Trento, donde enviamos a nuestros mejores cerebros del momento para que especularan escolásticamente y sentaran doctrina cristiana, que es una cuestión de fe y, por tanto, el pensamiento es ancilar respecto a los intereses teológicos.

El guion no se puede cambiar, decía Berne. Pero, la toma de consciencia es el primer paso para su neutralización, dejándolo arrinconado como un juguete roto.

Ya no podremos recuperar a Luis Vives, ni al sefardí Benito Spinoza, ni a Goya que también vino muerto y troceado desde Burdeos, ni a Severo Ochoa, Grande Covián, ni a tantos talentos expatriados, algunos de los cuales no hicieron otra cosa que respetarse a sí mismos y trabajar: “la inspiración siempre me pilla trabajando” (Pablo Ruiz Picasso).

Sin embargo, podemos vivir con alegría y sin tóxicos, alentar la vida con ideales renovados, crear valores nuevos, hacer sinergias, confiando en las personas y las instituciones, sin que haya que emigrar para encontrar un hueco de desarrollo.

Sí podemos recuperar a miles de investigadores dispersos por el mundo, o evitar que sigan emigrando. Es preciso restañar la confianza en nosotros mismos como pueblo creativo, capaz de aportar a los demás, como hicieron Séneca, Marcial, Trajano, su hijo Adriano y toda la saga de los Antoninos, que dieron a Roma los mejores 96 años de la humanidad, al decir de Maquiavelo. Debajo del guion nacional, subyace la excelencia.

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