noviembre de 2024 - VIII Año

Estar bien, sin llorar

Estar bien es una actitud radical, en la que el yo fundamenta la afirmación de sí mismo, con sus puntos fuertes y puntos bajos de poder, de cara al desarrollo de un proyecto inmediato que, a su vez, se ensarta en el proceso de autonomía de la persona. Viene a ser un crédito que el propio yo se otorga para iniciar, o seguir, su andadura, una validación de su ambición, congruente con todo lo que ya es y con independencia de cuál pueda ser el resultado del plan inmediato que ha previsto a desarrollar.

Si para estar bien, el yo dependiera del éxito de sus propósitos, comenzaría éstos incompleto. Su equilibrio y armonía estarían supeditados al resultado del programa por  hacer. Esto sería una escisión entre lo que el yo es en ese momento presente y lo que quiere conseguir en el futuro: su felicidad, su paz, su valoración estarían más allá de su presente, se las encontraría cuando obtuviera el logro, pero, ahora no las tiene, o las tiene incompletas; por tanto, ese es el comienzo de un proceso de ansiedad, tanto más inquietante cuanto más azaroso sea el desarrollo; nunca un buen comienzo para obtener un logro.

Estar bien es una acreditación en la realidad: tengo carencias, pero estoy bien por las competencias y habilidades con que cuento; tengo defectos, pero estoy bien por los hábitos eficaces que he sabido crear; tengo miedos, pero estoy bien por el poder propio en el que confío; tengo vacíos, falta de conocimientos, pero estoy bien por la experiencia y saberes que albergo; sufro tal enfermedad, o insuficiencia, pero estoy bien por asumir mi circunstancia y darle un sentido didáctico, de ejemplaridad, o trascendente; soy viejo, ya no puedo hacer tales o cuales proezas, pero estoy bien por la riqueza existencial acumulada. Así puede haber un asentamiento realista y fecundo del proceso de desarrollo personal. No son sonrisas en un paisaje bucólico alpino, sino afirmaciones sólidas en la andadura.

Luego está el otro, que puede ser colaborador, cooperante necesario, una expectativa de sinergia, alguien que, presumiblemente, también está bien, a pesar de sus sombras. Si logramos encontrarnos en un campo de intereses mutuos, podemos compartir experiencia y ayudarnos en un proyecto común.

Cuando hacemos posible que ocurra ese encaje, nacen proyectos al amparo de una expectativa positiva: Yo gano-tú ganas-ganamos todos, que puede convocar más energías y alentar la participación de otros agentes. Así germinan y crecen el proceso de desarrollo personal, ajeno a la dependencia de la subvención, apoyándose en el amor propio para construir autonomía y la articulación social.

Epicuro, en su carta a Menoceo, concibe la filosofía como higiene del alma, y considera que nunca es demasiado pronto, ni demasiado tarde para estudiarla. No hacerlo es indicio de que no se ha llegado todavía a la época de la felicidad, o que ya es demasiado tarde para conseguirla. Naturalmente, la felicidad es el objeto de la higiene filosófica y resulta ser un estado de salud psico-físico, donde se encuentran el placer sensual o material, con el espiritual o ético, machihembrándose. La Canónica de Epicuro es realmente sabia.

Cuando el autor habla del tetrapharmacon, una de las medicinas que aconseja es no ocuparse de la vida política, ya que rompe la ataraxia, el estado de ecuanimidad del ánimo, la serenidad que requiere la reflexión y el equilibrio que exige la creatividad. El discurrir político es un campo de maniqueísmo, donde estar bien es patrimonio exclusivo de uno de los polos, mientras el contrario está absolutamente mal. Ambos posicionamientos son un espejismo. En política, quien cree estar plenamente bien se siente ufano de pensar y sentir como lo hace, a tenor de su ideología, aun cuando ésta lo lleva en volandas hacia la utopía, o la autocracia. Además, considerar al contrincante fuente de la distopía y por tanto despreciable, convertirlo en diana de todas las negativas y, si se tercia, de los estacazos es mal camino para encuentros y consensos.

Sin pretender seguir a Epicuro, los masones, igual que los miembros de Rotary club, utilizan esta misma pauta en sus tenidas: no hablan de política, aunque la hace cada uno por su cuenta. Discutir de política desemboca en gresca por el sentido agonal que contiene. Si no, es un pasatiempo, un entretenimiento ocioso, puramente retórico, que sólo sirve para ocupar el tiempo, esto es, matarlo. Por tanto, es más inteligente hacer, para que la fuerza no se vaya por la boca y se concrete en proyectos.

Otro recurso higiénico, según Epicuro, es el cultivo de la amistad. Él, en su jardín ateniense, congregaba a sus amigos; diez mil, cuenta que tuvo, entre los  que había prostitutas que nunca fueron juzgadas por su trabajo. En verdad, como diría milenios después Saint Exupery el amigo no juzga. Este principio es la llave de paso para la sinergia, porque el juicio recrimina y discrimina; es decir, excluye.

Los otros dos fármacos que recomienda Epicuro es no temer a los dioses, que son demasiado perfectos y están muy bien en el Olimpo, ni tampoco temer a la muerte, porque cuando ésta nos afecte, ya no estaremos para sufrir.

Hay dioses que viven en el éter, o más allá, y como espíritus puros que son, no son temibles. Otros dioses son falsos y telúricos, viven en palacios de este mundo, rodeados de miles de sirvientes y edecanes que halagan sus delirios. Estos dioses, realmente, son gente común endiosada, se sienten bien aunque no están bien, y pueden derrapar y arrasar, impávidos ante el desastre. Estos dioses engañosos no pasan de trasgus, vestidos de rojo y con su agujero en la mano, por donde se les escapan dádivas y engañifas.

El trasgu seduce a muchos con sus encantos y fetiches, los vuelve bobos y dependientes de sus repartos y aparente generosidad, los anestesia para que no piensen por sí mismos, ni osen salir del redil; esto es, para que no estén bien, aunque se sientan bien. Es decir, hay trasgus que producen discapacidad, bien porque engatusan a su grey con promesas maravillosas, bien porque fomentan el dolce fare niente en espera, siempre en espera, de un bienestar gratis y total.

Esta estrategia de gestión política la conocían muy bien los romanos, que celebraban juegos durante 175 días al año, organizados y sufragados por el Estado. La asistencia era gratuita y se suspendía toda actividad durante su celebración, porque incluso los esclavos estaban convidados al festejo. Así pues, había fiesta universal en días alternos. Hoy, la televisión libera al Estado de esta carga, además la pagan los ciudadanos y la distracción es diaria.

Sin embargo, cuando llega la realidad intempestiva, los devotos de los trasgus se encuentran congelados en su infantilismo, sin habilidades a utilizar, y son arrollados sin paliativos. Les ocurre como a las vírgenes necias, y entonces llegan las lágrimas a lavar su incompetencia, su imprevisión y el exceso de la confianza puesta en las fantasías del trasgu de turno.

Para evitar la fijación en un estado infantil lleno de fantasías y gollerías de las que uno no sabe  proveerse,  hay que trabajar, comenzando por trabajarse a uno mismo en construir la propia individualidad. Santa Teresa recomendaba a sus pupilas retirarse al retrete del alma, ese lugar recóndito donde el yo se habla a sí mismo, sincerándose, reconociendo sus errores y aprendiendo de sus aciertos; así, el yo labra su criterio, su capacidad de enjuiciamiento; elabora sus sentimientos, los atempera con la empatía y acrecienta su maduración. Esta es una labor cuotidiana, previa a poder construir la conciencia ciudadana.

Epicuro diría que hay que cultivar el jardín, interior y exterior, para que vengan los amigos a construir su ciudadanía. Una vez que nuestro jardín sea acogedor, podrá florecer el diálogo (dia, a través de, logos, razón) entre amigos, razonar juntos para comprender los problemas y pergeñar planes certeros de solución.

En el solar donde hoy se levanta el Congreso de los Diputados, antes de las desamortizaciones, se levantaba el convento del Espíritu Santo. Pareciese que cada grupo parlamentario, todavía hoy, se considerara tocado por la gracia divina y poseedor, exclusivo y excluyente, de la verdad, de toda la verdad. Quizá por eso, ninguno se permite escuchar a su contrincante. Allí no hay jardín. Cada vociferante urde la respuesta más descalificadora para el rival, que resulte más ocurrente e hilarante. Es un juego verbal permanente, sólo interrumpido por los aplausos de la bancada propia. El maniqueismo sólo permite un esperpento de diálogo que abochorna al espectador racional y está en las antípodas del planteamiento de Epicuro. De ese parloteo no cabe esperar más que ocurrencias casuales de trasgu y más apuestas para estar y sentirse mal.

No obstante, es posible que cada ondividuo cultive su jardín, convoque a sus amigos y dialogue con ellos, usando la razón y los recursos personales y existenciales propios y ajenos. El edificio social es una labor mostrenca, obra de todos y patrimonio personal de nadie. Las abejas, que usaban como símbolo los faraones (Napoleón hizo una copia hortera), se organizan para construir el panal, dar jalea real a la reina, comer y garantizar la continuidad de la colmena. Cada abeja cumple su misión, con afán matemático, incluido el zángano que asume su destino efímero. El secreto es trabajar el jardín, no vivir del cuento, llamar a los amigos, dialogar con ellos y no escuchar los cantos de cigarra con que los trasgus pretenden seducir.

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