Se cumple este año el centenario de las dos primeras ediciones del libro de Ortega, titulado “España invertebrada”. Pudiera parecer que España sigue más invertebrada que hace cien años, porque nuestra circunstancia mantiene con ahínco fratricida nuestra tendencia decadente.
Sin embargo, hay apariencias que engañan, mientras otras han incrementado y mantienen su valor diagnóstico como vectores de disolución. La Nación ha prosperado en muchos ámbitos, alejándonos de la crisis que atravesaba en 1922, hasta situarnos en sus antípodas; en cambio, otras áreas nos mantienen incólumes al borde del precipicio.
Entonces, el analfabetismo rondaba entre el 65 y el 70%, si consideramos el analfabetismo funcional; la educación que no era eclesiástica…, a pesar de la ley Moyano, estaba en manos de maestros fanegueros, designados a dedo por los alcaldes; las carreteras eran de herradura y algunas, pocas, de adoquines; el ferrocarril se extendía unos cuantos kilómetros; la sociedad era de índole rural y agrícola y se sostenía gracias a una economía de supervivencia, cuando no de trueque en las profundidades; el raquitismo era una lacra imputable a la alimentación menos que deficitaria; la esperanza de vida era de 38 años para los varones y 41 las mujeres; como no había mercado, no surgían nuevos ricos, solo nuevos pobres en multitudes; ya andábamos enfrascados en guerra con Marruecos, a las puertas del desastre de Annual y estábamos de espaldas a Europa. El cuadro era espeluznante en todos los órdenes.
Afortunadamente, tras cien años, cuarenta y cinco ocupados en dictaduras varias, la mejoría material es evidente; el desarrollo de infraestructuras está a la vista; en el campo intelectual la población universitaria, con independencia de la calidad media de los títulos, pulula por doquier; el desarrollo tecnológico es obvio; nuestra inclusión europea y en el tratado del Atlántico Norte son dos logros muy estimables. De ser fuente de emigración hacia Europa y América, nos encontramos siendo polo de atracción para multitud de amerindios; y Europa, ahora, nos envía a muchos ciudadanos a convivir con nosotros, en sus segundas residencias de nuestras costas. Nuestros mejores universitarios son demandados y apreciados en centros de investigación avanzada. La Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid, por su prestigio y solvencia científica, es la cuarta en el ordenamiento mundial. Y nuestra calidad de vida nos inserta en el primer mundo desarrollado. Hay muchísimas connotaciones que no sólo nos enorgullecen, sino que atestiguan que las generaciones que nos preceden han aprovechado muy bien el tiempo.
No obstante, la fragmentación del país es un riesgo constante, más agudo que el existente en 1922. Entonces, Sabino Arana apenas llevaba enterrado 19 años y Lerroux y Cambó no eran Rufián y el fugitivo. Es decir, el nacionalismo, si no un fenómeno emergente, era entonces un dato para diagnosticar la descomposición del país. Hoy es la descomposición misma, como atestigua la deslealtad de la Generalitat catalana, conspirando con Rusia para romper la Nación española, mientras se sabe dependiente de ésta. Esta locura catalana de asociarse a dictaduras extranjeras no es nueva; ya estuvieron seis años adscritos al centralismo de Richelieu; volvieron humillados, pero obtuvieron privilegios del Conde-duque de Olivares. Como ahora.
En 1922, y ahora más, es necesario un proyecto sugestivo de vida en común, dicho sea en términos orteguianos, que convenza, que atraiga sin imposiciones, ni exclusiones. Y también, es precisa la consciencia de pertenencia de cada parte respecto al todo, teniendo en cuenta los límites propios y los beneficios del conjunto. La experiencia inglesa de su brexit es una enseñanza a tener en consideración, por sus costes económicos y políticos.
Si el todo es ahora la Nación, y en el futuro la Unión Europea, cada región, cada comarca, cada pueblo son partes cuyos intereses están entrelazados en una suerte de solidaridad necesaria, bien porque unas partes aportan materias primas a otras, bien porque otras comercializan sus manufacturas con las anteriores. Esa interdependencia material es necesario conocerla para evitar el sentido umbilical de aldea. Somos lo que somos y no lo que nuestro delirio nos hace creer. Nuestras necesidades son perentorias, nos guste o no asumirlo y eso nos hace interdependientes.
La autarquía de la Nación fue una pretensión dislocada del régimen de Franco, que logró vencer Ullastres, desde el Opus. Actualmente, menos aún que la Nación, en un mundo globalizado, ninguna región española podría ser autárquica. Esto lo comprende hasta Puigdemont, el fugitivo, que había negociado con Putin convertir Cataluña en un protectorado, o colonia rusa.
Cuando España ingresó en la Comunidad Europea, se benefició de una serie de fondos que nos equipararon al resto de países de la Comunidad. ¡Qué palabra tan especial!
En trayéndote la vaquilla, corre a por la soguilla, dice Sancho Panza, haciendo alarde de pragmatismo. La Unión Europea, la Nación, que también es una comunidad, y cada región traen su vaquilla, ninguna desdeñable y todas oportunas y necesarias. El trenzado de las soguillas consigue la cohesión y congruencia interiores de cada comunidad.
Más allá del entrelazado de intereses y conveniencias, cesiones recíprocas y compensaciones mutuas, vivir en comunidad es más que un destino, es una filosofía de vida que nos lleva a contar con los demás necesariamente, siendo conscientes de nuestros propios rasgos de identidad, positivos y negativos y de las obligaciones que impone la lealtad.
La cultura a la que pertenecemos engendra una comunión espiritual: la Ética y la Estética que nos identifican y el proceso de humanización que arranca de la cueva de Altamira, dicho sea por poner un nombre, acumula un estilo de vida, unos ideales, unas creencias sublimes, ideas, aspiraciones, un modo de organización social, como dijera Chillida de su obra, siempre-nunca idéntico, y nunca-siempre diferente en cada país, en cada región geográfica y en cada etapa histórica.
Descendiendo a lo concreto para buscar el proyecto sugestivo de vida en común, ¿por qué consentimos que el paro juvenil llegue al 40% y el estructural de la población general esté en el 13%?, ¿hemos de quedar impasibles ante el hecho de que la emancipación de los jóvenes sea posterior a los 30 años?, ¿ante ese hecho, sólo cabe donar 400€ para que los jóvenes los gasten en francachelas?. ¿Es que la pandemia no ha detectado cuáles son nuestros agujeros en el terreno textil, industrial y farmacéutico?. ¿Acaso la crisis energética posterior no está denunciando carencias importantes?. ¿No estamos viendo que nuestra creatividad tiene un área de expansión posible en el ámbito del diseño, la moda y la tecnología digital?. ¿A cuenta de qué hemos de aspirar todos a tener carrera universitaria, mientras hay profesiones dignas, que pueden estar muy bien remuneradas, y no encuentran profesionales que se ocupen de ellas?. ¿Por qué duerme en el limbo el Plan Hidrológico Nacional, mientras el Ebro sigue anegando cosechas anualmente y evacuando al mar lo que podría ser riqueza de las vegas del Turia, del Júcar, del Segura y hasta de la huerta de Almería?, ¿alguien está haciendo algo para convencer a los payeses del Delta de que el bien común de muchos exige generosidad de algunos pocos?. ¿Alguien está pensando cómo rescatar a los dañados por la globalización, capaces de trabajar artesanalmente?. ¿Está todo hecho en el terreno del cambio climático?.
El Rey de España peregrina a la toma de posesión de cada presidente americano. Es una acción encomiable, humilde, de servicio al presente nacional; pero, la acción pública (política, intelectual y educativa) no puede ser ejercida por un individuo por sí solo, por muy rey que sea; necesita ser acompañado por la energía social; ¿a cuento de qué hemos de soportar que se cisquen en nuestro pasado personajes ramplones como López Obrador, el aprendiz de dictador Pedro Castillo y el dictador Maduro?, ¿no es posible un proyecto de restablecimiento del respeto a la Historia?, ¿la comunidad hispana no admite ser articulada más allá de la retórica barroca de los criollos, o de los intereses particulares de las empresas privadas nacionales?, ¿el día de la Hispanidad puede ser algo más que un día de jotas aragonesas ante el Pilar de Zaragoza?. ¿Nadie está pensando cómo hacer más justa y equitativa la Ley Electoral?. La esperanza de unión política europea también reclama pensamiento, esfuerzos, planes de integración, ¿o no?.
El tópico dice la unión hace la fuerza. De hecho, la Psicología Social ha comprobado que 2+2>4, porque a la fuerza individual de cada uno hay que agregar la energía social que los otros depositan en él. En el ámbito de los países, ocurre igual: Alemania tiene adherido a sus valores un plus de reconocimiento, que los otros países proyectamos sobre ella. Pateando por dentro Alemania, podemos apreciar que comparte también defectos y deficiencias, en las que los españoles podríamos reconocernos. Pero la proyección positiva de poder social es necesaria para construir liderazgos.
La persona humana, los grupos y los pueblos se juntan para vivir del futuro; vivimos de nuestras pretensiones. El afán de mejora, las aspiraciones legítimas y honestas dan razón de ser al esfuerzo y sacrificios que hay que realizar en el presente. Sin la ambición por conseguir, todo empeño queda en baldío, al tiempo que se desaprovechan las energías que puede articular un proyecto de futuro.
Es preciso que el proyecto sugestivo de vida en común haya de dar culto a la excelencia, mal que le pese a la señora Verstringe, a sabiendas que no hay una aristocracia rancia del deber ser, sino una aristocracia inmediata del saber hacer y que los mejores son los más competentes, sean vascos o andaluces, provengan del Este o del Oeste, del Norte o del Sur, de aquende o de allende los mares. El proyecto señala aspiraciones y acrecienta el orgullo de pertenencia.