Maniatados y adormecidos, Sin saber a dónde nos llevan… José Hierro, ‘Tierra sin nosotros’
En ese territorio cada vez más envejecido y reseco llamado Europa, de un tiempo a esta parte, abandonando sus habituales escondrijos y mostrándose abiertamente a la luz… aparecen aquí y allá los viejos forajidos.
El anciano historiador francés, Jean Delumeau al que habría que prestar más atención, afirmaba, no hace mucho tiempo: ‘en la historia de las colectividades, los miedos cambian, pero el miedo persiste’. Es inevitable que lo que reaparece entre brumas grises… produzca espanto.
De nosotros y sólo de nosotros depende que no nos paralice y que seamos capaces de reaccionar y si hace falta, romper el espejo, aunque vivir con miedo a veces actúa como una palanca para que venzamos inercias y nos pongamos en marcha.
En ese territorio llamado Europa aun quedan muchas heridas mal cicatrizadas. Un afán de revancha, sepultado durante décadas, se despierta y se despereza. Ese lugar llamado Europa se mueve tembloroso ante el espejo como un animal indefenso en manos de un taxidermista.
Las imágenes que se reflejan en el espejo no son nítidas, sino desdibujadas y turbias. Europa parece un sujeto elíptico. Los valores republicanos cada vez se baten más en retirada.
Los movimientos antisistema están golpeando peligrosamente el árbol de la estabilidad. La brutalidad ya ni siquiera busca excusas para actuar con toda fiereza y mala intención.
Parece que está a punto de desplomarse un trozo de madera en el que alguien había escrito ‘open your mind’. Hay preparadas varias emboscadas y cada día somos más conscientes de que todos o casi todos tenemos algún cadáver en el armario.
Europa se está convirtiendo, desde muchos puntos de vista, en un lugar siniestro y poco habitable. En las cunetas yacen restos de identidades perdidas. Las fuerzas emergentes que adoptan una máscara populista, pero bajo las que se ocultan totalitarismos, tienen ya programado un futuro desintegrador.
Tal vez, lo primero que haya que hacer sea apelar al espíritu de resistencia. Hemos de ser conscientes de que nos estamos enfrentando a una xenofobia estúpida y más en un continente envejecido. Hemos de cortar el paso a quienes desprecian, olímpicamente, la inteligencia, el espíritu crítico y la cultura. Europa no puede quedar en manos de quienes tienen vocación de enterradores.
Se constata fácilmente que esto no va bien y que en todas partes aparecen seguidores entusiastas de Pavese, que naturalmente no lo han leído, suicidas que inconscientemente se asoman al precipicio.
Estas amenazas constituyen una certeza, ya están ahí e inician una andadura que puede sumirnos en la desesperanza… pero no es menos cierto que, todavía, estamos a tiempo de jugar un papel en la estabilidad global. En Europa somos más o menos quinientos millones de habitantes… naturalmente, hay quienes preferirían vernos troceados y que fuéramos un racimo de pequeños países sin peso específico y sin un proyecto común… lo que nos convertiría ‘de facto’ en fácilmente engullibles.
La primera reflexión es que el próximo 26 de mayo, de nuestra capacidad de reacción, de nuestro convencimiento, de nuestra movilización y de que seamos capaces de convencer a otros, depende, nada menos, que preservar la democracia representativa.
Lo que va a dirimirse es un combate, en principio incruento, entre las fuerzas anti-comunitarias y eurófobas y el proyecto democrático que dio lugar al nacimiento de la Unión Europea.
No van a ponerse en el tablero principios abstractos sino políticas concretas. Hemos de ser muy firmes en proclamar que creemos y que estamos comprometidos con la justicia social, la integración y el valor ilustrado de la tolerancia.
Europa necesita un proyecto democrático, de contenido social, capaz de devolver la confianza a quienes la han perdido. De alguna forma vamos a optar entre democracia o populismos y conviene que seamos conscientes de lo que está en juego.
Para lograr niveles aceptables de bienestar social hemos de afianzarnos en una defensa de la integración y en pactos sociales concebidos no como una promesa hueca, sino temporalizados como por ejemplo un seguro de desempleo comunitario.
Hemos de poner en valor principios fundamentales del ecologismo social. En este ámbito, por dejadez, por mezquindad o por intereses espurios hemos mirado, durante demasiado tiempo, hacia otro lado en lugar de enfrentarnos, con determinación, a la degradación del Planeta.
El avance del feminismo y de las políticas de igualdad ha supuesto una reactivación, ‘a sensu’ contrario, de caducas y trasnochadas ideas patriarcales de carácter misógino. De ahí, que el compromiso contra la violencia de género ha de ser, sin duda, una de nuestras prioridades.
Hemos de convencer a millones de europeos de que la gestión global de las políticas migratorias es una necesidad perentoria. En buena medida, el futuro de Europa a corto plazo, depende de que seamos capaces o no de resolver ‘el problema de los refugiados’, es decir, que asimilemos que los refugiados no son un problema sino una oportunidad para rejuvenecer al viejo continente.
La Europa tierra de acogida, la Europa de los valores republicanos merece la pena que sea defendida con determinación por quienes se sientan ciudadanos demócratas, participativos y que quieran legar a sus hijos un espacio habitable. La Europa en la que nos gustaría seguir viviendo no tiene nada que ver con esa caricatura centrífuga e insolidaria de la que populismos y totalitarismo enarbolan, con arrogancia, su estandarte.
Hemos de ser infatigables en defender el valor de la democracia o lo que es lo mismo, la democracia como valor, actuando con rigor y con presteza. La tarea es larga y muy breve el tiempo de que disponemos.
No podemos quedarnos parados. Es urgente proceder a reformas inmediatas, algunas pendientes desde hace décadas, para dar consistencia a una Unión Europea democrática que hoy, desgraciadamente, presenta un rostro anémico y enfermo.
No es momento de descender al detalle pero, como botón de muestra, señalar que hay que dotar al Parlamento Europeo de mayores competencias y llevar a cabo un reparto más equitativo entre el nivel competencial de los Estados miembros y del Parlamento.
Por otro lado, es preciso poner en marcha compromisos sociales, que en algunos casos llevan demasiado tiempo esperando y que estén a la altura de los tiempos que vivimos.
Se hace necesario apuntar que en determinados ‘terrenos’ hay que actuar con mucha mayor firmeza. Por ejemplo, hay que recortar las alas al ‘grupo de Visegrado’, demostrando que la vulneración de los derechos humanos es incompatible con un proyecto europeo progresista, muy al contrario, la solidaridad y la acogida a los refugiados está en consonancia con los principios y valores que caracterizaron la hospitalidad de la que Europa tiene sobrados motivos para sentirse orgullosa.
Acudamos a las elecciones del 26 de mayo con una mentalidad de cooperación, venciendo los recelos y los miedos que algunos están esparciendo por doquier. No consintamos una pérdida de impulso e intensidad en los principios europeístas que, hasta hace no mucho tiempo, creímos firmemente arraigados.
Quizás deberíamos plantearnos, si en tiempos del Trans-humanismo o Post-humanismo, no será necesario, a medio plazo, refundar una Unión Europea que asuma el federalismo como principio rector de la convivencia. Será preciso para ello una nueva Constitución que ponga al día la actual y que sea más ambiciosa, blindando derechos y garantizando libertades.
A un tiempo debemos ser conscientes de nuestra insignificancia y de la magnitud de la tarea que tenemos por delante. Recuperemos, eso sí, el respeto por nosotros mismos.
No debemos tolerar que los miedos e inseguridades nos aparten de la hoja de ruta europeísta que en su día nos trazamos.
Es un buen momento para reafirmarnos en nuestras convicciones, optar por un sistema democrático, social y garantista como marco de convivencia y alejar la sombra y la amenaza de los ‘forajidos’ que proyecta el espejo.