De fondo: la desestructuración del honor calderoniano / 150 aniversario del nacimiento de la escritora gallega
Desde su creación para la novela en 1889, hasta su perfil para el teatro 1892, Galdós mantiene primero una relación con Emilia Pardo Bazán, de la que Augusta tiene mucho de su personalidad, y la relación con la actriz, aun no consagrada como tal, Concha Morell, ya en el estreno del drama teatral. Por lo tanto Augusta Cisneros tendrá elementos de estas dos mujeres naturales, como lo demuestra una carta de Doña Emilia a Galdós, -objeto de comentario de Pattison “Two Women in the life of Galdós” Anales galdosianos 197- vemos cómo la escritora se identifica con el personaje de la adúltera señalando que: “Aquella mujer que quiere y venera a su marido, y sin embargo le roba el amor por hastío de la propia seguridad moral y material que preside a la existencia de ambos ¡Cuán verdad es! ¡Cuán leal y cuán simpática para los que tienen veta de artista”. A la escritora gallega el personaje le era muy familiar, y al momento de la puesta en marcha escénica, quiso estar en todos los ensayos, dedicando un artículo de cincuenta hojas en la revista que ella misma dirigía Nuevo Teatro Crítico. La escritora gallega acompañó a Galdós durante todo el proceso de gestación y ensayos de esta obra, estrenada en Madrid el 15 de marzo de 1892 y en el Teatro de la Comedia. Relaciones amorosas aparte, lo que interesa en este caso, es la cooperación entre escritores que sobrepasó cualquier suceso.
Doña Emilia Pardo Bazán en dicho artículo titulado “Realidad. Drama de Don Benito Pérez Galdós” y publicado en Nuevo teatro crítico, hace una exposición fidedigna, muy técnica y acertada del momento en que Galdós se decide a estrenar su primera obra, “ésta, arreglada de novela”. De cómo se sucedieron los acontecimientos en cuanto a la creación con los actores, de su personal opinión, y de lo que sucedió en aquellas noches de ensayos, así como en el controvertido estreno. La escritora gallega relata cómo a pesar de que se suponía se alterase la bilis de los defensores de la moralidad teatral, “en el tercero podía el público impacientarse al notar que la acción dramática…no avanzaba”. Y sí, al ser el primer estreno de Galdós, no contempló en la realidad la cuestión del tiempo escénico. El acto tercero es sin duda un acto conflictivo, por que es donde se aplicó por parte de la crítica el “aquí no pasa nada”, por lo relajado de la acción. Es el acto del descanso y de la exposición de los hechos como tal, anecdóticos y referenciales, reproducción en suma del ambiente. La cuestión social impregnada de igualdad de clases, se expone abiertamente y como nunca, obteniendo gran entusiasmo en un público, ávido de ensalzar a Galdós; un público que aclamaba y llamaba a escena repetidas veces al autor, identificaba el drama en el acto cuarto. Pero el acto quinto fue el más controvertido y que mayor suspense podría crear en el público por lo que tuvo de novedoso o revolucionario como afirmó la escritora: “El público advertía que allí se encerraba algo muy grande, tal vez muy revolucionario, y rendía culto al Dios todavía ignoto”.
La propia Pardo Bazán hace eco de la disparidad de la crítica, en este tipo de obras que “encrespan y remueven al público”, alabando la capacidad que tienen los autores en provocar y desencadenar “borrascas”. “Los críticos, -afirma la escritora- se han dividido en dos bandos: ditirámbicos, que volcaron el saco de las hipérboles, y examinadores, que dieron a Galdós, como autor dramático, un aprobado o un suspenso, previas las formalidades que marca la ley. Toda mi admiración por Galdós no impedirá que me incluya entre los segundos, por considerarles más útiles a la educación de ese público que ha de sostener la vida de la escena”. “Se comprende -prosigue Doña Emilia- que no me propongo citar toda la prensa. Los artículos que conservo bastan para dar idea de que Realidad, como suele decirse, ha alborotado el gallinero, y que el tiempo no está completamente bonancible”. (p. 40)
Ya en su obra La cuestión palpitante, Pardo Bazán intenta esclarecer el clima de confusión que reinaba en las letras españolas. La escritora gallega argüye con respecto a la naturaleza de los géneros que: “Al literato no le es lícito escandalizarse nimiamente de un género nuevo, porque los períodos literarios nacen unos de otros, se suceden con orden, y se encadenan con precisión en cierto modo matemática: no basta el capricho de un escritor, ni de muchos, para innovar formas artísticas; han de venir preparadas, han de deducirse de las anteriores. Razón por la cuál es pueril imputar al arte la perversión de las costumbres, cuando con mayor motivo pueden achacarse a la sociedad los extravíos del arte”, (p. 141). Doña Emilia en este caso siempre sabía ilustrar con criterio certero unas premisas indiscutibles ante la efervescencia de confusión. Porque en el clima español literario y sus novedades, siempre reinó la confusión y el desorden, como al igual ocurrió con la aceptación de este primer drama galdosiano, no se sabía que opinar.
De esto también tenemos la crónica de momento, que Galdós relata en Memorias de un desmemoriado: “Los ensayos duraron un mes largo. La dirección escénica se entretuvo días y noches preparando por diferentes sistemas la aparición del espectro de Federico Viera en la última escena de la obra. Por fin, se adoptó una combinación de espejos análoga al artificio llamado “la cabeza parlante”. Al manipulador de esta habilidad le llamaba Mario “el mágico de astracán”. De madrugada, después de la función, nos ocupábamos en ensayar una y mil veces el “truco” del espectro, que al fin obtuvo el “visto bueno” de los curiosos que lo presenciaban, no sin discrepancias, pues la unanimidad de pareceres jamás se realiza en cosas de teatro. Memorias de un desmemoriado ( p. 1459)
Emilia Pardo Bazán, quien asistió a los ensayos y realizó todo el seguimiento de la puesta en marcha del drama, da cuenta también del complejo procedimiento del último acto de la siguiente manera. “En efecto, se encargó a Bussato la decoración, eligieron sus trajes las actrices, discutióse la famosa cuestión de la “sombra”, para decidir si había de ser “impalpable” o reflejada por un espejo en triángulo, y empezó para Galdós el purgatorio en que todos los autores dramáticos deben de haber expiado sus culpas, a saber: el del lápiz rojo. Ha de entenderse que las tachaduras y supresiones en una obra dramática, aceptada y reconocida ya por buena y de ley, pueden obedecer a dos causas: extensión, y pudor o delicadeza de epidermis en el público. Sabiamente relata doña Emilia, los prejuicios con los que se enfrentaba Galdós en su estreno, y curiosamente señala estos aspectos con lápiz rojo, al tiempo, podemos ver al comprobar manuscritos y pruebas en mano que efectivamente, Galdós corregía con lápices de color rojo y azul, aquellas partes que quería evitar. ( p. 27)
Augusta la protagonista de Realidad, es una burguesa controvertida con ciertos elementos de los preceptos naturalistas, y con buena parte también, de elementos del idealismo más representativo. Lo cierto es que no es ficción. Augusta razona, piensa y siente como ser de carne y hueso, inconsciente pero decidida y obstinada, con esa obstinación que Galdós posteriormente desarrollará en sus personajes teatrales femeninos, aunque si bien éstas con otro perfil, y con una dirección en sus voluntades. Augusta no se sacrifica, no tiene voluntad de independencia, no asume su realidad y sueña con un mundo y una realidad completamente “distintas” creado por ella y para ella. En cierto modo a Augusta le superan las circunstancias, circunstancias de un marido aparentemente “superior” como ser humano, de forma que tal es su perfección que ella no puede superar ni siquiera compartir; que ante esta evidencia prefiere vivir la incertidumbre: el juego de los contrarios. Tiene un amante con el que salda sus fantasías. A Orozco le falta buena dosis de humanidad, de imperfección, sólo la sinceridad y el perdón podrán salvar a una Augusta, que plenamente embutida en sus sentimientos como forma que expresa el carácter naturalista reflejado por Galdós. Se niega a confesar su pecado “no por temor al castigo, sino porque no va ser castigada, no va encontrar en su esposo Orozco el marido humano y vengativo que a su forma de ser le conviene, porque esa misma perfección y bondad suya casi inhumana ha sido y seguirá siendo el motivo de las infidelidades de la esposa. Con esta obra se cierra el capítulo trascendente y detestable del honor calderoniano, subiendo a la escena española, una mujer capaz de hacer su vida y buscar lo que le conviene, transgrediendo si es preciso, sus convenios matrimoniales.
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