noviembre de 2024 - VIII Año

El simplismo es un crimen

Adolf Loos por Oskar Kokoschka

El adorno es un crimen, dijo Adolf Loos a principios del siglo XX. Porque estaba harto del art Nouveau. Pero con ello patrocinó toda la ferocidad puritana y antivital del funcionalismo y el racionalismo. Trajo como Robespierre la guillotina al arte moderno. El calvinismo a la arquitectura, donde toda línea curva era pecado. Y más tarde la aridez del diseño actual enemigo de toda vida, con sus triángulos y sus rombos como ataúdes.

En el siglo XVIII ocurrió algo parecido. Los estetas de la Ilustración se hartaron del desenfrenado rococó de la aristocracia y preconizaron la simpleza de líneas. Contra la aristocracia viciosa reivindicaron la Virtud de los clásicos antiguos, porque les pareció supuestamente progresista y popular. Aunque esa Virtud nunca tuvo nada de democrático. Y defendieron el moralismo y el puritanismo. Y trajeron el neoclásico con su simpleza de líneas. Entre esos ilustrados estaba Diderot. Pero a Diderot se le escapó viciosillo, fiestero y contradictorio El sobrino de Rameau. E incluso Jacques el Fatalista tiene algo de rebelión inconsciente contra ese optimismo obligado y simplón.

El adorno es un crimen, dice Adolf Loos en la Viena de comienzos del siglo veinte. Pero yo creo que el simplismo es un crimen mucho peor.

Porque elimina toda la complejidad y la contradicción de la vida. Destruye como un hacha asesina en masa todo lo que no cabe en un esquema. Mete el universo entero en un campo de concentración miserable donde todo lo que no cabe en el esquema desaparece. Nivela todo y corta narices y pechos, personalidades y rarezas.

Porque justifica genocidios: los judíos  son malos, los negros son malos, los gitanos son malos, los gallegos son malos, las mujeres son malas. Porque le quita todo su sabor y su vibración al universo. Y lo mata todo. Todo es blanco o negro, de izquierdas o de derechas, viejo o joven, de Reus o de fuera de Reus, pelirrojo o que no es pelirrojo. Grupos enteros de población son culpables sin remisión, grupos enteros que uno se niega a conocer desaparecen sin más.

El simplismo es el peor crimen porque lo mata todo. Porque conduce a la insensibilidad y a la muerte. Lo reduce todo a un esquema y que se joda todo lo que no cabe en el esquema. No solo que se joda, hay que exterminarlo. El esquema se pone por encima de todo.  Nuestros tópicos mentales importan más que la vida.

El simplismo es el peor crimen porque no te deja ver nada ni sentir nada. Solo tienes dos categorías, lo bueno y lo malo. Lo que entra y lo que no entra. Porque instaura el aburrimiento universal. Como los programas de las máquinas modernas que mecanizan y empobrecen todo, como las “preguntas frecuentes” de las empresas que no quieren responderte.  Porque te mata,  porque te elimina,  seas quien seas. Porque mata los días y las noches.

Adolf Loos. Villa Müller

El simplismo es el peor crimen porque destroza el mundo entero y lo convierte en un desierto. Porque funciona igual que las guillotinas que cortan todo lo que no encaja. Y a todo hay que decir todo o nada, sí o no. O solo quieres tecnología o no quieres ninguna tecnología. O eres de Reus o eres de Londres.

Y luego la gente se mete en una ideología y ya no necesita pensar. Ya la ideología ha pensado por él, lo ha explicado todo definitivamente. Ya puede parar su pensamiento, todo está decidido y arreglado. No hace falta libertad ni riqueza interior, no hace falta abrirse a la vida con todas sus complejidades y contradicciones, con su inagotabilidad, con su sorpresa permanente. Ya no hay que moverse, todo está fijado. También en eso vale lo del miedo a la libertad de Erich Fromm. La gente no quiere ser libre para mirar nada, prefiere que la ideología lo conteste todo por él, de una vez por todas. Se entrega de una vez en bloque, y dice a esta ideología todo sí, y a la otra ideología todo no.

Y encima creen que tener ideología es tener ideas. Pero las ideologías son lo contrario de las ideas. El que se encierra en el simplismo de una ideología ya renuncia del todo a tener ideas. Porque las ideas son concretas, ricas y vivas, decía Schopenhauer. Las ideas se mueven y están vivas. Pero las ideologías son algo rígido y definitivo. Son un esquema paralizante que no deja ver más.

Como el que se suscribe  a un periódico de una ideología y ya no quiere saber nada más, espera dócilmente lo que dice ese periódico. Y para comprender el mundo a su alrededor espera dócilmente lo que explique ese periódico. Todos cedemos nuestra libertad y nuestras ideas. Y nuestro ver por nosotros mismos y nuestro escuchar. Ya no hay que escuchar nada. Como si en lugar de hablar con la vecina del quinto guardamos las dos frases que el portero ha dicho sobre ella. Ya no hace falta hablar con la vecina del quinto. Todo es así tan fácil y tan simple. Como el inglés en quince días, o la teoría de la relatividad que al fin hemos comprendido, pero que ya no es la teoría de la relatividad, como decía Sábato.

Pero ese simplismo es un crimen. Porque elimina la vida entera. Porque provoca la destrucción de razas enteras, de pueblos enteros. Porque ocasiona la frustración de millones de personas que así ni siquiera existen. Porque lo mata todo. Porque no todos los negros son iguales ni los judíos son como el judío Suss ni todos los gallegos somos de Feijoo. Porque la vid está ahí, joder, aunque no la veas con tu simplismo, y con un trazo en un folio puedes desplazar poblaciones enteras como hizo Stalin. Y en la literatura hay mucho más que ética y estética. Y el lenguaje simplista ahoga la vida y la destruye. Porque el lenguaje, como cristalización de la mentalidad de la gente, acaba siendo un asunto muy serio. Y un asunto criminal.

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