noviembre de 2024 - VIII Año

El sentimiento trágico de la vida

Una relectura de Unamuno en tiempos de incertidumbre

Unamuno por Gutiérrez SolanaUnamuno por Gutiérrez SolanaEn el año 1913, Unamuno publicaba ‘El sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos‘. Si sentimiento es una emoción persistente, una agitación del ánimo con carácter de durabilidad. Rebasa a la emoción como movimiento del ánimo. Es una fijación anímica, un estado permanente producido por una realidad que no cambia. Si lo que pasa se siente como amenaza, y se conoce su origen, se produce el miedo como emoción; cuando esa amenaza es latente, y durable, brota la angustia como persistente ‘presentimiento de la nada’. Una nada difusa que ‘nadifica’, empequeñece y deja un sabor de nulidad, un sentimiento de impotencia. Lo que se es, o lo que se quiere ser, no ha encontrado salida en la ‘angostura’ de la circunstancia. La realidad humana, en su posibilidad de elegirse, trabajarse y ganarse, se ve contradicha, y queda impregnada por un sentimiento de carencia, negativamente incentivada, desmoralizada en el sentido que le diera José Luis López Aranguren.

23531722Cuando Unamuno publica su ‘Sentimiento trágico de la vida‘, vivíamos en España un tiempo de profunda agitación acelerada, fruto de circunstancias anteriores, porque en la vida todo es proceso, a la que los más avisados no veían salida. Por no ir más atrás, y sólo a trazos: en 1903, atentado contra Maura en Barcelona; en 1904, acuerdo entre España y Francia sobre Marruecos que no habría de impedir la guerra: en 1905, separatismo en Cataluña; asalto militar a los periódicos ‘Cu-cut’ y ‘La Veu de Catalunya’, y suspensión de las garantías constitucionales en Barcelona; en 1906, atentado de Mateo Morral; en 1909, guerra en Marruecos, Semana Trágica de Barcelona, fusilamiento de Ferrer i Guardia, dimisión de Maura, y huelgas; 1912 asesinato de Canalejas; 1913, nuevo atentado contra Alfonso XIII en la calle de Alcalá; horario laboral de sesenta horas y trabajo de mujeres y niños…

Son pinceladas, sólo algunas pinceladas para un tiempo de agitación e incertidumbre. Aún no había llegado la Primera Gran Guerra de 1914. No había tampoco en España ‘Paz en la guerra‘, porque 1914 fue el año del destierro de Unamuno. Todo se volvía ‘Niebla‘, niebla pegajosa que secretaba la vida y se pegaba a una manera de vivir desconcertada; a las circunstancias y al sentido de la vida; a vidas desdibujadas, donde el personaje Augusto, y el autor, Miguel de Unamuno, que quiere resucitarle y no puede, se desvanecían, morían cuando Dios dejaba de soñarles, o ellos dejaban de soñar el sueño de Dios.

nieblaTiempo de angustia, de ‘angostura’ por la que hay que pasar y hallar la salida; tiempo de incertidumbre cuando, como dice Kolakovski, la vida no proporciona dato alguno que permita afirmar que se la está viviendo con sentido. Momento cuando el sentido de la vida no lo proporciona un fuera, divino o humano; sino que el fuera del hombre concreto fabrica sinsentidos, y es el hombre quien tiene que dárselo a sí mismo ‘en lucha con sus entrañas’, que no todo lo servido deben digerir.

Si nos trasladamos al hoy, nunca como ahora es imprescindible el ejercicio crítico y filosófico, no sólo académico y orientador, sino a pie da calle. Nunca como ahora hay que practicar el pensamiento analógico y extraer identidad y sentido de los fragmentos dispersos que nos sirven, como o si estuviéramos en una era bajo una trilla, en un terreno poco firme, donde alguien estuviera venteando cosechas para quedarse con el grano y nos lanzara en el viento las pajas a los ojos.

Existe, decía Ganivet, una ‘historia bullanguera’, de sucesos fugaces, construida por teatralizaciones y séquitos, y otra formada por sucesos personales en vida sucesiva, que son la verdadera sub-stantia del progreso, aquello que, bajo suyo, le da soporte, estancia y entidad. Ese es el suelo unamuniano: la intrahistoria. Para vivir desde ella como nutriente, y desde la propia raíz, Unamuno no se detiene elaborando metafísicas que sean explicativas de una totalidad; no desciende a ontologías de refugio cuando los sistemas metafísicos se desploman. Su identidad clama: ‘¡mi yo, que me arrebatan mi yo!’, y la emprende a ‘yoazos’ ‘contra esto y aquello’. Unamuno puso en camino, como tantos otros, el espíritu de D. Quijote en su ‘Vida de D. Quijote y Sancho‘ (año 1905), e hizo picar espuelas al caballero en el ámbito que se abre entre la razón y el anhelo, impulsado por un deseo, una necesidad incentivada de durabilidad, entre ‘estúpidos afectivos’ y ‘chabacanería ambiente’. Unamuno es un ‘escritor cardiaco’, de los que habla Laín Entralgo. En su ‘Sentimiento Trágico‘, y en su ‘Agonía del cristianismo‘, utiliza metáforas personales, que son sub-stantia humana. Habla y piensa desde la vida del hombre como totalidad. Humanismo en estado puro, que busca su trascendencia en Dios. Quien interpela en su Salmo I: ‘¿Por qué, Señor, no te nos muestras sin velos, sin engaños?… ¿Eres tú creación de mi congoja, o lo soy tuya? ¿Por qué, Señor, nos dejas en la duda, duda de muerte? ¿Por qué te escondes? ¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansia de conocerte, el ansia de que existas…? Es el mismo que aconseja: ‘Asómate a lo más soleado de la duda, y trepa a la fe allende las formas de la fe’. Agonía, ‘agón’, lucha, contienda de finitud entre dos infinitos. Desmesura, Unamuno no entiende de ‘aurea mediocritas’, de un hombre que tiene medida su existencia.

Miguel de Unamuno autor anónimo 1864‘La filosofía es un producto humano de cada filósofo, y cada filósofo es un hombre de carne y hueso que se dirige a otros hombres de carne y hueso como él. Y haga lo que quiera, filosofa, no con la razón sólo, sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo. Filosofa el hombre’, Eso nos dice. Queda claro que un hombre reducido, ‘unidimensionado’, no puede filosofar, darse identidad, conducta, sentido, tal y como lo practica Unamuno. No es el suyo un cerebro reducido al casticismo, al ‘que inventen ellos’, versus el paradigma orteguiano que ve en Europa la salvación de España. Basta con leer, y meditar, las páginas que Pedro Ribas le dedica en su libro ‘Unamuno. El vasco universal‘ (ed. Endymion, 2015), para comprobar su familiaridad con los filósofos alemanes. Su universalidad, de pensamiento y ánimo, hace pensamiento desde lo concreto del hombre, desde el hombre anónimo. Hay que recordar aquí la conclusión de su ‘Sentimiento’ cuando habla de ‘D. Quijote en la tragicomedia europea contemporánea’, no menos que la almendra de esa obra: el capítulo VI que titula ‘En el fondo del abismo’.

Cuando los sistemas metafísicos, con pretensiones explicativas de totalidad, de naturaleza definitiva, caen por tierra, como ‘aves divinas’ derribadas, el pensamiento se ontologiza, se busca así mismo en el hombre. Entonces brota el existencialismo: ‘el hermano Kierkegaard’; Sartre; Heidegger; Jaspers; Camus…: ‘Ni son las fantasías -dice Unamuno- que han de seguir a las mías, ¡no! Son también de otros hombres, no precisamente de otros pensadores, que me han precedido en este valle de lágrimas y han sacado fuera su vida y la han expresado. Su vida, digo, y no su pensamiento sino en cuanto su pensamiento era pensamiento de vida; pensamiento a base irracional’. Frente a los filósofos perdidos en el intelectualismo; frente a la razón pragmática, cosificadora, escéptica y cínica; frente al cansancio vital y al cansancio de vivir; frente al dogmatismo arrollador de vía estrecha, Unamuno echa a andar su quehacer pensante donde poesía y filosofía van de la mano, y, como dice, cual Jacob, lucha con el ángel toda la noche para conocer su nombre. La fe dogmática no saca de la incertidumbre ni la razón muestra una verdad que nos con-suele, nos ponga suelo y colme los vacíos del alma. Da, sí, el salto de Kant desde la razón pura a la razón práctica, pero en constante agonía porque no tiene bastante. No le basta la razón raciocinante, porque ‘la esencia del hombre es el anhelo, el ansia y el hambre de inmortalidad’, y aquí la razón tiene un límite de incertidumbre, una categoría trágica en Unamuno.

UnamunoHoy, bajo la experiencia de la desaparición de Dios en la conciencia humana, lejos queda Heráclito con aquello suyo de que lo que vemos después de muertos es la Vida; insignificantes resultan las reflexiones de Platón, en el ‘Fedón‘, acerca de la inmortalidad; la serenidad de Sócrates al tomar la cicuta para cumplir las leyes, aunque sean injustas, no son hoy plato de la ‘nueva cocina’; los dos postulados bíblicos acerca de esa inmortalidad del alma y de la resurrección de los muertos, interesan tanto como a los del Areópago cuando Pablo lo menciona. Vivimos bajo el imperio de la incertidumbre, sí, pero no ‘nos duele Dios’, como a Unamuno. Hemos asumido nuestro propio destino. ¿El nihilismo? ¿La situación en que el hombre abandona el centro y se dirige a la incógnita de X, como señala Váttimo? ¿No queda nada del ser, como argumenta, reducido a valor de cambio? ¿Estamos ante la desvalorización, y no transvaloración como expresaba Nietzsche, de los valores? El mundo verdadero se ha convertido en fábula, sigue señalando Váttimo. Una fábula que, si profundizamos en ella más allá del espectáculo. Es apariencia construida. Tuvimos el ‘ocaso de los ídolos’, iconoclastia, pero los ídolos no han muerto. Nuevos se levantan y son llevados a hombros dóciles que glorifican los simulacros semióticos; prostitución del pensamiento, esclavo de método ajeno, de praxis al dictado, pero ayuno de crítica; mercantilización totalizadora donde el hombre es mercancía; dejación de la crítica ideológica como herramienta de transformación; promoción de lo simbólico, simplificación servida a domicilio, tecnológicamente elaborada, y con sujeto promotor oculto.

unamuno cristianismoLa razón se ha vuelto cínica, dice Sloterdijk en su ‘Crítica‘. Aquel ‘Sentimiento Trágico de la vida‘ se nos ha vuelto ‘sentimiento vital crepuscular’; ‘penumbra cínica de una Ilustración incrédula’ de donde ‘brota un sentimiento peculiar de intemporalidad, preso de agitación y al mismo tiempo desconcertado, emprendedor y rápido al desaliento, atrapado en una mera provisionalidad, extraña a la historia y que no tiene la costumbre de la alegría del futuro. El mañana adopta el doble carácter de lo insignificante y de la catástrofe probable… El pasado, o bien se convierte en un académico niño mimado, o bien se privatiza junto con la cultura y la historia y se reduce a un rastrillo con curiosas miniaturas de todo aquello que se dio en otro tiempo… Contra el Principio Esperanza surge el principio de vivir aquí y ahora… El futuro queda suspendido a causa de la escasa participación…’. Este es el análisis que Sloterdijk hace de nuestra actualidad.

Vayamos lejos, hasta Heráclito, cada vez más olvidado, más en oscuro: Recordemos que vida, ‘bíos’, y arco, ‘biós’, están formados por las mismas letras. Sólo cambia el acento. Quizás la vida sea el arco que se dispara a sí mismo hacia una diana invisible, ilocalizable en el tiempo, más allá de su caída, y está sujeta a errar el blanco, que ese es un concepto del Nuevo Testamento: Tener un destino y equivocarse por apuntar a otro sitio.

¡Si Unamuno, como él pedía, repalpitara en sus escritos…!

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