Vamos al grano: ¿Qué libros no lee el lector-estuche?
Nada de Kafka. Nada de Vila-Matas. No leerá jamás a Roberto Bolaño ni a Italo Calvino. Nunca sabrá que existieron Roberto Arlt o Kurt Vonnegut. El lector-estuche, encerrado en su mullido receptáculo, no se interesará por los libros de Fresán ni por los de John Banville. La lista sería interminable: Faulkner, Denis Johnson, Sebald, Musil, Broch, Magris, Sciascia, Bufalino; interminable: Julian Barnes, María Negroni, Pessoa, Tabucchi, Piglia y así hasta “casi” el infinito.
Y es que el lector-estuche sólo lee lo que le meten por los ojos (y los oídos), aquello que gana premios galácticos y que cubre las mesas de novedades de los puntos de venta. El lector-estuche cree que los libros se compran en las grandes superficies donde acude con el carro de la compra para acopiar lechugas, latas de sardinas, zapatos, camisetas y cosas así. Y ese acto de consumo incluye el producto libro.
Y, claro, en estos lugares (no-lugares) jamás encontrará a los autores que hemos mencionado más arriba. Y si por casualidad están, el lector-estuche los mirará de reojo. No le suenan, no han ganado un reciente super premio reseñado en la televisión del mismo grupo que la editorial que da el premio a sus propios autores. No, el lector-estuche sólo lee lo que se anuncia. No esperemos que busque, que indague, que se pregunte si hay algo más allá de los seriados thrillers superventas de autores tan visibilizados que parecen de la familia. El lector-estuche comprará libros de presentadores de televisión, de famosos del corazón, de políticos o libros que hablen de políticos que salen en televisión.
Esto ocurre porque en el acto de lectura aún pervive un cierto prurito (quizá llegue a desaparecer como en la novela Fahrenheit 451, de Bradbury), un prurito, digo, de valor. Mucha gente aún cree que la lectura supone un “bien” en sí misma, que leer es bueno. Aquí recabo la opinión de un reputado crítico literario (y editor de libros), Ignacio Echevarría, que, en un artículo de 2022 en El Cultural, Los mejores, realizaba certeras consideraciones sobre la lectura. «Lo que nos hace mejores no es leer, ni siquiera leer mucho. Lo que nos hace mejores es leer bien, y leer según qué cosas», escribía el crítico. Y es que leer es como comer. No basta con alimentarse de cualquier cosa sino hacer una dieta sana y variada. Quien come siempre hamburguesas o siempre cocido madrileño no se está alimentando bien, ni siquiera estará disfrutando de esos platos pues la carencia de variedad reduce su capacidad para el gusto. «Quien lee idioteces, se idiotiza. Y por desgracia hay muchos libros, demasiados, que no son otra cosa que idioteces», escribe Echevarría. Por eso el lector-estuche es el epítome del idiotizado (no del idiota, pues quizá tenga atributos valiosos desaprovechados por sus lecturas), y esa idiocia le viene impuesta por una falta de criterio y por un supuesto mercado del libro sin piedad, sólo construido para atiborrar del lector consumidor del forraje más inane.
Al igual que el hombre-estuche de Benjamin acepta la destrucción apolínea del mundo, el lector-estuche acata la destrucción de la cultura por el mismo capitalismo de la producción que le da un trabajo y unos ingresos para que consuma aquello que ese capitalismo produce. Y otro “producto” más es el libro. Como ese tipo de lector lee para entretenerse (igual que ve series y viaja y va a la playa, para divertirse), no necesita autores que hagan preguntas (a sí mismos y a los lectores), no necesita a autores que escriban “complicado”. ¿Para qué?, eso no entretiene, ni divierte. Mejor -se dice el lector-estuche- libros con frases sencillas, que se entiendan, que utilicen las mismas palabras que se usan en los programas de televisión, o en la publicidad comercial.
El lector-estuche no lee para explicarse el mundo. Eso lo conoce por los medios de comunicación, por las redes, ve la realidad a través de las series de plataformas que producen objetos de consumo. El lector-estuche compra libros por internet, en plataformas amazónicas que también le suministran un vestido, una cacerola o unas vitaminas. Ese lector se guía por lo que recomiendan las listas de libros más vendidos o lo que se lee en streaming. También hay autores que escriben para esos lectores, es verdad. Hay autores que buscan los nichos de lectura donde más se vende. Pero esos nichos son como abrevaderos de pienso para lectores adocenados. Porque al lector-estuche le gusta abrevar donde muchos lo hacen. Se fían del gusto de la mayoría, de la masa. Se fían de las opiniones de otros lectores-estuche que puntúan los libros con pulgares augustos. Existen -qué pena- autores que se congratulan de reseñas de lectores-estuche en esas redes de lecturas abrevadas.
Al lector-estuche le importan tres pimientos los críticos. Qué es eso, se pregunta. Todas las opiniones son tan válidas como las de cualquiera, piensa. ¿Autoridad? ¿profesionalidad? ¿experiencia?, para qué, se pregunta el lector-estuche. Lo que dicen la redes es lo que vale. Lo que más se vende es el patrón de nivel. Datos, listas, estadística. Se ven autores -nada más patético- que anuncian en las redes el puesto de su último libro en el top de ventas. Y se quedan tan tranquilos con su afán comercial. Han recibido un premio de la misma editorial que le publica sus libros y salen por ahí henchidos de orgullo a pregonar su puesto en el ranking de ventas. No mencionan la ostentosa campaña publicitaria que ha hecho su grupo editorial, medios de comunicación afines incluidos. Hay otros que se indignan en las redes por el alto precio de los libros electrónicos de otros autores cuando ellos -grandes superventas- “dejan” sus libros -algunos verdaderos engendros- a bajo coste. Algunos de estos autores, que se han enriquecido -enhorabuena- a costa de escribir lamentables productos legibles “que se leen de un tirón”, dan, ya ven, lecciones de ética comercial. Estos son los autores que lee el lector-estuche.
En fin. A propósito de todo lo escrito arriba alguien me acusará de faltarles el respeto a esos lectores a los que denomino (con la complicidad de Benjamin) lectores-estuche. Pues bien, sí, esos lectores no me gustan, no congenio con ellos, los respeto como personas libres de elegir sus intereses, pero no los respeto como lectores. El lector es una categoría de la literatura, junto al autor, y si la lectura se degrada también lo hace la literatura. Lo dijo Nietzsche «un siglo más de lectores y hasta el espíritu olerá mal».
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