En la moción de censura de los pasados días 20 y 21 de octubre de 2020, el Vicepresidente del Gobierno de España regaló a la audiencia con otra de sus “joyas”. Esta vez no fue la “Ética de la Razón Pura de Kant” (sic), sino una joya nacional. Esta vez ha colocado a Donoso Cortés como un “conservador” equiparable a Cánovas. Se podría entender hasta que Donoso Cortés pudiera despertar simpatías, teniendo una biografía tan variada, intensa y agitada, como breve. Pero como pensador, no fue conservador, sino un teórico del tradicionalismo reaccionario.
Un perfil característico del Romanticismo español
Pocos personajes hay tan representativos de la época romántica como Juan Donoso Cortés (1809-1853), Marqués de Valdegamas. Más arrebatado que simplemente apasionado, siempre estuvo en primera línea del combate intelectual en defensa de lo que en cada momento creía, armado de la más contundente elocuencia. Donoso Cortés fue un hombre de su tiempo, sometido a las convulsiones de la Europa de las revoluciones del siglo XIX. El extremeño extremado, le denominaron. Pero fue también un pensador de proyección universal y duradera, a pesar del sombrío silencio que se cierne en la España actual sobre su obra y su figura.
Hizo sus estudios en Cáceres, Salamanca y Sevilla, terminando los de Derecho, tras lo que se trasladó a Madrid, alcanzando en seguida notoriedad en los medios liberales, por su abierta defensa del racionalismo y de la Ilustración. Para entonces había trabado amistad con destacados liberales, como Quintana (1772-1857). Tomo parte en las conspiraciones liberales de 1833-1834. Y fue miembro de la sociedad secreta “La Isabelina” en la que tomó contacto con Romero Alpuente (1762-1835), con Flórez Estrada (1766-1853) y con el célebre conspirador Aviraneta (1792-1872). Integrado en la función pública desde 1832, en 1836, fue nombrado Secretario de la Presidencia del Gobierno, con Mendizábal (1790-1853). Fue Donoso Cortés quien supervisó los Decretos que ordenaron la Desamortización de Mendizábal.
Tras la caída de Mendizábal, se alineó con el moderantismo y llegó a ser consejero de la Reina Madre, Mª Cristina, en 1840. En 1842 abandonó a los moderados para hacerse un conservador neto y, como tal, participó en la redacción de la Constitución de 1845. Su evolución continuó en 1848, con su paso al tradicionalismo católico, donde permanecería hasta su muerte. En su trayectoria recorrió, pues, todos los sectores políticos, desde la izquierda liberal a la derecha integrista, aunque nunca se integró en el carlismo. Murió en 1853, el mismo año que Mendizábal. También fue uno de los fundadores el Ateneo de Madrid, en 1835, que llegó a presidir en 1848. En sus últimos años fue embajador, consejero de Isabel II y del Papa Pío IX, y mantuvo amplias relaciones con numerosas personalidades europeas del momento.
En el siglo de las revoluciones
El pensamiento de Donoso de Cortés experimentó los cambios mencionados que, por bruscos que parezcan, sintonizan perfectamente con la evolución general de una de las grandes corrientes ilustradas. Y aunque en su caso fuera providencial el conocimiento de la obra de Joseph de Maistre (1753-1821), la línea que siguió no difiere gran cosa de la adoptada por una gran parte de lo que, hasta 1848, se había considerado liberalismo moderado o conservador. Para entender esto han de repasarse las sucesivas mareas de las revoluciones liberales. Empezadas en 1776, en los nacientes Estados Unidos, como fruto maduro de la Ilustración, la revolución tuvo una traslación compleja y difícil a la realidad de la Europa Continental.
Las ideas de “nación”, de “espíritu del pueblo”, de “pueblo”, etc., se habían configurado en el siglo XVIII como importantes conceptos revolucionarios. Pero el alemán Herder (1744-1803) las sublimó, al considerar que la actividad del espíritu no era nunca una manifestación de la individualidad personal, sino que estaba ligada a formas de expresión colectiva que eran, en todo caso, supraindividuales. Se refería Herder al lenguaje, al folclore, al derecho, etc., es decir, a esas manifestaciones sociales y populares que la moda neoclásica denominó “cultura”. Un planteamiento quizá fecundo en lo puramente teórico, al ligar la historia de las colectividades a las formas de su organización y expresión políticas. Pero a diferencia de Herder, no se debe olvidar que la idea de “espíritu del pueblo” se encuentra formulada por primera vez en El Espíritu de las Leyes, de Montesquieu (1689-1755); que la palabra “pueblo”, como concepto político, se escribió por primera vez en el Preámbulo de la Constitución Norteamericana de 1787; y que la palabra “nación” apareció por primera vez escrita en la Constitución Española de 1812.
Sobre las bases establecidas por Herder se desarrollaría en el siglo XIX la teoría romántica de la sociedad. Mas, sin necesidad de acudir a teorizaciones tan profundas como la de Herder y la filosofía alemana, el británico Burke (1729-1797) y la práctica política de la Norteamérica posrevolucionaria, ya se habían orientado también en esa dirección. La revolución no podía ser una situación permanente, de duración indefinida en el tiempo, y había que ordenar el mundo postrevolucionario. Por eso opusieron a las exigencias abstractas de los doctrinarios franceses, la tesis de que el desarrollo de la libertad era el resultado de la revitalización y desarrollo de las instituciones tradicionales garantistas, como el common law, o como los Parlamentos y las cámaras representativas. Con eso se establecía, en el plano teórico, una línea de continuidad entre la revolución y la tradición, muy adecuada a la realidad del mundo anglosajón. Pero estas ideas no fueron fáciles de trasladar a los sistemas europeos continentales. En éstos últimos, la tradición se identificaba con el absolutismo, y no interesaban a nadie las viejas instituciones medievales, representativas y garantistas, que habían languidecido en los siglos XVI, XVII y XVIII, impotentes ante el auge de las Monarquías Absolutas.
La deriva autoritaria de los movimientos revolucionarios se acrecentó de modo concluyente en las revueltas de 1848. La libertad individual de los ciudadanos dejó de ser la principal de las reivindicaciones. En las revoluciones de 1848 se empezó a reivindicar la libertad, pero para la nación, o para la liberación de los oprimidos, en términos de nacionalismo y socialismo. Una interpretación que se abrió camino mediante la unión de las ideas de “nación”, de “pueblo” y de “espíritu del pueblo”, etc., con la idea rousseauniana de “voluntad general”. Esta línea de pensamiento tenía una fuerte componente autoritaria y se extendió por toda Europa desde entonces, con los resultados bien conocidos que obtuvieron en el siglo XX.
Uno de los hitos de la oleada revolucionaria de 1848, también fundado en esa idea de Rousseau (1712-1778) de “voluntad general”, fue la aparición del llamado socialismo científico, con la publicación del Manifiesto Comunista de Marx (1818-1873). En él, se establecía la necesidad de la Dictadura del Proletariado como culminación y expresión más acabada de esa misma voluntad general. Tras ello, incluso muchos de los que desde 1848 se llamaron “nacional-liberales” o “nacionales”, se hicieron también socialistas, o socialistas-nacionales, en el paso lógico de un movimiento revolucionario que promovía, tanto la redención nacional, como la redención social, con el objetivo general de establecer el reino de la Justicia en este mundo.
Crítica de Donoso Cortés al liberalismo
Donoso Cortés alcanzó la fama en los años postreros de su vida con dos célebres discursos, Sobre la Dictadura y Sobre Europa, ambos de 1849, y con un ensayo, Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo (1850), que fueron traducidos a varios idiomas, y por los que recibió felicitaciones desde Viena, París, Roma, etc. Pero la fama internacional de Donoso Cortés empezó antes, justo con su discurso en las Cortes, del 4 de enero de 1849, en medio de las tormentas revolucionarias de 1848, en el que reclamó la dictadura como modo de gobierno. En dicho discurso afirmo:
“Digo, señores, que la dictadura en ciertas circunstancias, en circunstancias dadas, en ciertas circunstancias como las presentes, es un gobierno legítimo, es un gobierno bueno, es un gobierno provechoso, como cualquier otro gobierno; es un gobierno racional, que puede defenderse en la teoría, como puede defenderse en la práctica… (…). La dictadura pudiera decirse, si el respeto lo consintiera, que es otro hecho en el orden divino. Tan es así, que Dios se reserva el derecho de transgredir sus propias leyes, y esto prueba cuán grande es el delirio de un partido que cree poder gobernar con menos medios que Dios, quitándose así el propio medio, algunas veces necesario, de la dictadura.»
El texto, que es en sí mismo una teoría del sistema gobierno, ha de ser contextualizado de modo adecuado. Porque la experiencia de gobierno en España, desde 1808, se había desenvuelto habitualmente en situaciones de excepción, es decir, de dictadura o casi. Unas veces la excepcionalidad procedió de la situación de guerra externa (1808-1814), otras por el retorno del absolutismo (1814- 1820), otras en el modo incierto y bastante caótico del Trienio Liberal (1820-1823), de nuevo dictatorial en la Década Ominosa (1823-1833), y nuevamente de excepción desde 1833, por razón de la guerra carlista. Y el texto de Donoso precisa que, el dilema, no está planteado entre la libertad y la dictadura, pues en tal caso -dice- él optaría por la primera. El dilema se plantea entre la “Dictadura del Gobierno” y la “Dictadura de la Insurrección”. Matiz importante que permite apreciar el origen remotamente liberal de su pensamiento, pues ya estaba en proceso de profunda transformación.
Donoso Cortés planteó que era imposible una situación diferente a la pugna frontal y extrema entre la revolución y la reacción, decantándose paulatinamente por esta última. Más tarde, en su Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo, y el Socialismo, ahondaría su deriva autoritaria, fijando sus posiciones más claramente reaccionarias. En el discurso sobre la dictadura, Donoso prefiguró la teoría del “Cirujano de Hierro” que popularizaría a finales del siglo XIX Joaquín Costa (1846-1911), y que algunos usaron como referencia doctrinal para justificar las dictaduras de Primo de Rivera (1870-1930) y de Franco (1892-1975), ambas en el siglo XX.
Fue en ese momento en el que Donoso Cortés se significó, en toda Europa, reclamando el retorno a la tradición religiosa como única posibilidad de salvación de la sociedad, frente a las sucesivas oleadas revolucionarias. Frente a las ideologías autoritarias de los nacientes nacionalismos y socialismos, que prometían -y prometen- el paraíso en el mundo, el autoritarismo tradicionalista de Donoso Cortés tiene la ventaja de, al menos, no prometer la instauración del reino de Dios en la tierra, pues, como dice el evangelio, ese reino no es de este mundo. En el Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo, su obra más destacada, elaboró la teoría política básica de los reaccionarios. Una obra que ha terminado por convertirse en uno de los textos de filosofía política más notables del pensamiento político integrista que surgió tras el triunfo de las revoluciones liberales.
En el comienzo de su Ensayo, expresó Donoso Cortés su propósito de oponerse al socialismo. Sin embargo, la posición de Donoso, lejos de constituir una refutación del socialismo, no deja de ser una confirmación de las razones del mismo, aunque en modo negativo. El debate lo limita a tratar sobre las bases que haya de tener esa sociedad idílica prometida por el socialismo contra Dios, a la que Donoso opondrá la sociedad encarnada en la tradición católica. Su crítica al socialismo no se formula, pues, tanto desde una defensa de la sociedad abierta, en la que tampoco creyó al final de su vida, sino desde la objeción general al planteamiento de que se pueda llegar establecer el bien absoluto sobre la tierra por decreto. Sin embargo, en el desarrollo de la obra se aprecia como el enemigo, para Donoso Cortés, no es tanto el socialismo, como el liberalismo.
Para Donoso Cortés, el liberalismo es impotente para el bien porque aborrece las afirmaciones dogmáticas, y es incapaz para el mal, porque le causa horror toda negación absoluta. El liberalismo y el parlamentarismo, dice Donoso Cortés en el Ensayo, producen en todas partes los mismos negativos efectos: ese sistema ha venido al mundo para castigo del mundo (…). Es el mal, el mal puro, el mal esencial y substancial. Eso es el parlamentarismo y el liberalismo. Por eso, Donoso planteará una disyuntiva excluyente: o hay quien dé al traste con ese sistema, o ese sistema dará al traste con la nación española, como con toda la Europa. Para Donoso, la doctrina liberal era como un puerto peligroso en el que toda escala es insegura. La nave de la sociedad no puede detenerse en él, debe seguir su ruta hacia el puerto seguro y definitivo del catolicismo o, en otro caso, se estrellará indefectiblemente, naufragando en las escolleras del socialismo.
Mas, a despecho de Donoso Cortés, el liberal no es un conservador, pese a defender la propiedad privada y el orden social, porque defiende la libertad individual. Y ahí estuvo una de las bases de la animadversión de Donoso hacia el liberalismo, el miedo a la libertad. Una aversión que se acentuó al comprobar que, para el pensamiento liberal, no hay motivo de desconcierto ante preguntas que no tienen fácil respuesta. El estudio y el aplazamiento de la decisión, hasta tener un conocimiento más profundo de la realidad de las cosas, está inscrito en la propia idea de sociedad libre y comercial de la que ha nacido el liberalismo, que desprecia a los que parecen tener respuestas definitivas para todo, sin disponer de mucha información. El relativismo liberal es fruto de la prudencia, no una debilidad.
Pese a todo, para el Marqués de Valdegamas, en la lucha a muerte entre el Bien y el Mal que representan respectivamente el catolicismo y el socialismo, el liberalismo no tiene espacio. El liberalismo, para Donoso, sólo puede dominar en los momentos de debilidad en que la sociedad desfallece. El predominio liberal alcanzado en Europa y América, a mediados del siglo XIX, sería un tiempo que Donoso Cortés identificó con el momento transitorio y fugitivo en que el mundo no sabe si irse con Barrabás o con Cristo, dudando entre una afirmación dogmática y una negación suprema. La sociedad entonces, dice Donoso, se dejó gobernar de buen grado por una doctrina, la liberal, que nunca dice afirmo ni niego, y que a todo dice “distingo”.
Donoso Cortés no concede que puedan existir vías intermedias entre la revolución y la reacción. Ha de tomarse partido entre una y otra, inexorablemente, por lo que el parlamentarismo liberal no tiene espacio. Un planteamiento éste que puede parecer hoy maximalista en exceso, pero que había llegado a ser común en el debate teórico europeo, tras más de cincuenta años de convulsiones revolucionarias. Un planteamiento que está presente en numerosos autores políticos de la época, tanto en España como en el extranjero. Marx en el Manifiesto Comunista (1848), utilizó ese mismo lenguaje apocalíptico, al igual que lo hizo Pi y Margall (1824-1901) en su obra La Reacción y la Revolución (1855). No se trata, pues, tanto de que Donoso realizase un análisis maximalista o extremado, cuanto que los planteamientos y los ánimos eran sumamente extremos en aquella época.
El Ensayo fue pronto traducido a otros idiomas y los elogiosos comentarios que recibió en Francia y en Roma, y luego en toda Europa y en América, proyectaron su pensamiento político internacionalmente, reportándole fama y un prestigio. Una fama que pareció amortiguarse a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Pero el estallido de la Revolución Bolchevique (1917), le puso de nuevo de actualidad. Y es que, Donoso Cortés había predicho que el socialismo podría surgir y establecerse Rusia con formas totalitarias, por lo que el triunfo de Lenin, en 1917, hizo que muchos volviesen a revisar la obra del Marqués de Valdegamas, con renovado interés.
Uno de los muchos que volvieron al estudio de la obra de Donoso Cortés, después de la Revolución Rusa, fue Carl Schmitt (1888-1985), teórico antiliberal de orientación totalitaria y creador del llamado decisionismo político (y jurídico). El decisionismo sostiene que el Estado es la fuente absoluta y única de toda decisión legal y moral en la vida política. La teoría decisionista de Schmitt es una doctrina puramente negativa, fundada en la impugnación de todos y cada uno de los valores políticos del liberalismo parlamentario. Schmitt, como tantos otros, fue miembro del partido nazi.
Carl Schmitt creó el concepto de “Dictadura Constitucional”, tan de actualidad ahora en España, para designar la situación excepcional que podía derivar de lo enunciado en el artículo 48 de la Constitución de Weimar, de “suspender en todo o en parte los derechos fundamentales” cuando estuviera en peligro la seguridad o el orden público. Situación de excepción que facultaba al Canciller para establecer legalmente una dictadura. Una dictadura que derivaría del propio ejercicio de los poderes constitucionales, si estos decidían la eliminación provisional de las libertades públicas y del control del Gobierno por el Parlamento y los tribunales. La toma del poder por Hitler en 1933, al amparo de ese precepto de la Constitución Alemana, demostró lo atinado que había estado Carl Schmitt al enunciar ese concepto de dictadura constitucional.
La tesis de Schmitt fue la necesidad de abordar la “superación” de la degradación producida en el Estado por el liberalismo. Una tarea ésta para la que, como él mismo reconoció, había encontrado en la cosmovisión de Donoso Cortés, los fundamentos teóricos para la defensa de la dictadura, del antiparlamentarismo y, en general, para elaborar su teoría del poder y del estado. Schmitt es hoy en día una referencia en el estudio del derecho político y de la teoría constitucional. Y, el decisionismo, dejando aparte su raíz totalitaria, es estudiado actualmente como “sistema alternativo” al planteamiento liberal. Además, y no tan paradójicamente como a muchos les pudiera parecer a primera vista, Schmitt despierta actualmente un inusitado interés entre los autores de la denominada “nueva izquierda” de hoy en día.
Frente al maximalismo de Donoso Cortés, quizás el supremo interés, no ya del liberalismo, sino de toda la sociedad, está en que nunca se lleguen a ver los días de las negaciones radicales o de las afirmaciones absolutas. Es decir, que no llegue nunca el Dies Irae de Robespierre, de Lenin o Hitler, ni el día del exterminio de los judíos, o de los de frailes y monjas. Porque si llegase ese día, todos nos veríamos obligados a tener que optar entre lo malo y lo peor, entre la reacción y la revolución. Y para que nunca llegue el dies irae, habrá que seguir pacientemente distinguiendo y diferenciando las ideas mediante el debate, y habrá que seguir difundiendo el sano escepticismo, esa doctrina filosófica que aconseja examinar detenidamente las cosas antes de creer, con los ojos cerrados, en los que se presentan como salvadores de la humanidad.