julio de 2024 - VIII Año

Descartes y su giro copernicano (del «Quid noscit est, ergo ego sum» al «cogito ergo sum»)

Retrato de René Descartes, por Frans Hals

Descartes, filósofo, científico y, sobre todo, matemático, está considerado como una figura fundamental en el desarrollo de las ciencias modernas. Las matemáticas fueron primordiales para su método de investigación y su mayor proeza intelectual fue reconectar los campos tradicionalmente separados del álgebra y de la geometría, con su geometría analítica. Su pensamiento es profundamente matemático en todo, aunque muchos elementos de la filosofía cartesiana tienen sus precedentes en la filosofía española del siglo XVI. La filosofía natural de Descartes, se diferenció de la de todas las escuelas precedentes en tres puntos principales: en primer lugar, rechazó la división de la sustancia corpórea en materia y forma; en segundo lugar, rechazó cualquier apelación a finalidades, divinos o naturales, al explicar los fenómenos de la realidad y, en tercer lugar, estableció la más radical separación entre cuerpo y alma.

Descartes conoció bien la filosofía española del Siglo XVI, especialmente a los autores jesuitas de la denominada Escuela de Salamanca, a los que estudió en el colegio jesuita de La Fleche, del que fue alumno. El cartesianismo constituyó una respuesta refutativa de los autores hispanos, cuya filosofía consistía en un realismo objetivo. En el subtítulo de este texto se proponían dos enunciados: ¿Quid noscit est, ergo ego sum (conozco, luego yo existo) o cogito ergo sum (pienso, luego existo)? La primera es de Gómez Pereira (1510-1558), médico, humanista y filósofo español, considerado antecesor del cartesianismo, que la escribió en 1554, y la segunda es de Descartes (1596-1650), que la escribió en 1637, en su famoso Discurso del Método, más de ochenta años después.

Tradicionalmente se ha considerado que la filosofía cartesiana fue una reacción contra el escepticismo de Montaigne (1533-1592), lo que también pudiera ser cierto, ya que Montaigne sí influyó en su ética. Pero, de lo que no cabe duda, es de que su inspirador y a la vez adversario, citado como tal en la propia obra de Descartes, fue el médico y filósofo Francisco Sánchez (1550-1623), “el escéptico”, que ya había formulado en 1581 la duda metódica en su obra Quod Nihil Scitur, en términos idénticos a los utilizados por Descartes, incluso con las mismas palabras. Hecho tan notorio que los franceses Huet (1630-1721), Voltaire (1694-1788) y D’Alembert (1717-1793), llegaron a acusar a Descartes de plagiario respecto a Sánchez. Pero, plagiario o no, el gran enemigo de Descartes fue el realismo hispano, al que acusaba de escéptico. Mas, ni Descartes, ni Sánchez fueron escépticos pirrónicos, negadores de la posibilidad de cualquier conocimiento, pues ambos emplearon el escepticismo como método para el cuestionamiento crítico del conocimiento y poder llegar a conocimientos fundados e incuestionables.

En casi todas las Historias de la Filosofía, incluidas las de autores como Hegel (1770-1831) en sus Lecciones de Historia de la Filosofía, se suele afirmar que “Descartes (1596-1650) fue el primer filósofo moderno, que rompió definitivamente con la escolástica medieval”. Afirmaciones falsas ambas. Descartes no es el primer filósofo moderno, pues le preceden los autores españoles renacentistas, como Juan Luis Vives (1496-1540) y Suárez (1548-1617). Y tampoco rompió con la escolástica porque la escolástica medieval entró en su crisis final al acabar el siglo XIV, y nunca fue una solo, sino dos al menos: la escolástica de los franciscanos (Duns Escoto y Occam), más agustinista y platónica, y la de los dominicos (Santo Tomás), más aristotélica. Lo que sí hizo Descartes fue darle al realismo de la Escuela Española clásica, iniciada por Vives, un giro subjetivista que puede calificarse de giro copernicano.  En la dualidad sujeto-objeto en cuanto al conocimiento, Descartes centro el conocimiento en el sujeto, despreciando la realidad externa al hombre, al ser percibida por unos sentidos engañosos, como la experiencia enseña.

La filosofía renacentista, especialmente Vives, acabó con la filosofía de la Edad Media y abrió las vías que condujeron a Bacon (1561-1626), a Descartes, a Spinoza (1632-1677) y a Leibniz (1646-1716). Autores estos que, más que creadores de la filosofía moderna, representaron un giro respecto a la filosofía precedente, pero distorsionante respecto a los autores renacentistas españoles del siglo XVI, que habían reformulado la filosofía tras la crisis definitiva de la medieval en los siglos XIV y XV. Descartes no rompió con la escolástica, sino con toda la tradición filosófica anterior a él. Rompió con la filosofía medieval, con la antigua y con la renacentista, en su pretensión de fundar un nuevo sistema filosófico general, completo y separado de todos los precedentes, y de inspiración matemática.

La ruptura con la filosofía medieval es anterior a Descartes. La escolástica entró en su crisis terminal a finales del siglo XIV, crisis profundizada y prolongada durante el siglo XV. El abandono definitivo de la escolástica fue la obra de Vives: después de Vives ya no volvió a haber filosofía medieval. Con Vives, no con Descartes, había nacido la filosofía moderna, que fundamentó y desarrolló lo que Hegel, en el siglo XIX, denominó el “racionalismo”, para asumir el subjetivismo cartesiano como precedente del idealismo alemán. Por contra, los españoles del siglo XVI fueron realistas y objetivistas. La filosofía renacentista evolucionó, pero sin romper con la tradición “realista” de aristotelismo y tomismo. Realismo cuestionado por Vives, que consideraba al aristotelismo y al tomismo “realismos ingenuos” (que consideran al conocimiento como un espejo que reflejaba la realidad tal como era). La ruptura fue completa, aunque no se renunció al pasado, sino que se adaptó a los nuevos conocimientos que se empezaban a sistematizar en la época renacentista, que requerían corregir las limitaciones de la filosofía medieval.

Vives, el mayor reformador de la filosofía de su época, fue a un tiempo precursor de Bacon y precursor de Descartes. La dualidad de tendencias, psicologista y empirista otra o, para llamarlas con sus nombres posteriores, cartesiana y baconiana, nació con la filosofía de Vives. La clave de éste se halla en su epistemología, que articula su doctrina de la experimentación y su idea de la tacita cognitio o experientia cujuslibet intra se ipsum (la experiencia de cada uno dentro de sí mismo).  Vives recomendaba la observación externa y la observación interna para conocer con verdad y, para todo conocimiento que no derivase de la observación, fue probabilista, o pre-kantiano. La obra de Vives conduce a conclusiones análogas a las kantianas, aunque Vives moduló sus planteamientos críticos y renovadores con su fe religiosa y su respeto a las creencias universales de la humanidad. Por eso circunscribió su racionalismo a la realidad objetiva, descartando el subjetivismo —no la subjetividad—, lo que le permitió eludir el abismo crítico en el que se precipitaría el “idealismo trascendental” de Kant.

Descartes no fue escéptico, pese a su postulación de la “duda metódica”, que permitiría calificarlo de “escepticismo metodológico”, pero nunca epistemológico. Por contra, ha sido uno de los pensadores más afirmativos y más cerradamente dogmáticos. Su fama deriva de su carácter de “insurrecto científico”, de su pretensión de dotar al mundo de un nuevo e íntegro cuerpo de filosofía, haciendo tabla rasa de todo el pensamiento anterior, así como de su predilección casi exclusiva por el método psicológico o de observación interna y, sobre todo, de su ficción provisional y dialéctica de la “duda metódica”. Con ello logró ejercer una gran influencia, más negativa que positiva, en el desarrollo de la filosofía moderna: la vía subjetivista frente al realismo racionalista precedente, contra el que se rebeló. Pretendiendo combatir el escepticismo inherente a todo realismo, intensificó el escepticismo al extenderlo a la totalidad del mundo externo al sujeto, quedando así al borde del nihilismo. De ahí que la deriva del cartesianismo llevase a su filosofía, el racionalismo idealista, a un callejón sin salida.

Las soluciones de Descartes, en su busca de una certeza incuestionable, resultan profundamente insatisfactorias y decepcionantes. El argumento del cogito conduce a una subjetividad aislada de intercambios sociales, culturales y lingüísticos. Un “yo” puro, con autoridad epistémica absoluta y sin vínculo con cualquier posible realidad exterior o externa, que siempre aparece como problemática, ajena, extraña, separada de ese “yo” puro por un espeso velo de escepticismo. “Sé que existo”, dice Descartes, con una certeza jamás alcanzable sobre lo que pueda proceder de afuera de ese “yo”. Lo externo, lo que hay afuera, podrían ser máscaras, ilusiones o engaños vacíos, carentes de subjetividad propia y auténtica. Tras la duda metódica, el mundo mismo deviene una hipótesis incierta: tal vez no sólo no existan otras mentes, ni siquiera el mundo, sino que puede que no exista nada aparte de ese “yo”. Podría ser que no existiera nada ni nadie en el mundo más que él y los contenidos internos de su conciencia, lo que conduce al callejón sin salida del solipsismo (postular que solo existo “yo”, pues los demás y la realidad solo son ilusiones sensoriales, sin ninguna razón que permita siquiera suponer con seguridad su existencia).

Frente al realismo de la metafísica de Vives, Vitoria, Soto, Suárez, etc., racionalista y objetivista, Descartes dio un giro “copernicano” al negar o dudar de la existencia de la realidad externa —el objeto—, buscando en el sujeto el único fundamento válido e indubitable de la realidad, del ser y del mundo. El subjetivismo cartesiano, intentando escapar del realismo objetivo de la escuela española, hizo tomar a la filosofía “nuevos” caminos que solo fueron sendas perdidas, pues no la llevaron a ninguna parte. Su ciclo filosófico quedaría agotado durante el siglo XVIII, y Kant desmanteló críticamente el “dogmatismo” cartesiano en su Crítica de la Razón Pura.

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