Cuando Adolfo Suárez decretó aquel “café para todos”, contundente y ufano de justicia equitativa, su intención era buena, poco previsora y fulminante. Abril Martorell y Alfonso Guerra se pusieron a hacer los deberes y amaneció el título VIII de la Constitución actual, que tuvo detractores no escuchados, desde su origen.
Hoy, 44 años después de aquel decretazo, hemos comprobado que somos 17 Estados, más uno residual y dos pretensiones africanas. Un avispero, por el que andan tres por cuatro calles. Los antiguos nacionalistas han ascendido a independentistas; están más envalentonados que nunca; van a horcajadas de un narcisismo cerril y tribal con el que han cosechado muchísimas más tazas de café que el resto y cabalgan dispuestos a seguir galopando hasta ninguna parte. ¡Un desastre!
A la vista del panorama, los quince restantes se han hecho nacionalistas, cada uno a su manera, por mimetismo y aparentar que nadie es menos que los otros. Un fiasco histórico, semejante al ocurrido tras la disolución del Califato de Córdoba, que originó las taifas, palabra árabe que significa banda, o facción.
La división de las facciones actuales, sobrevenidas tras otra dictadura, es tan arbitraria que, de haber tenido éxito Modesto Fraile, que llegó a Vicepresidente del Congreso, hoy seríamos 18 bandas, o facciones, porque él pretendía que Segovia fuera otra autonomía con capital en Cuéllar, que era su pueblo. Asturias, en plural, sigue partida en dos; la de abajo, la de Asturga-Astorga, anda incardinada en León, mientras la de arriba va a su aire. En cambio, hay taifas que han promocionado: la antiquísima, caprichosa y obsoleta división provincial de Cea Bermudez originó “países” como Cantabria, La Rioja y Madrid, que nunca tuvieron estatus político diferenciado de Castilla.
No obstante, cada una de estas regiones, singulares o plurales, dispone de parlamento, gobierno y defensor del pueblo propios, con los directores generales correspondientes, secretarias, negociados, asesores, escoltas, coches oficiales y empresas públicas donde acomodar a compañeros de partido. En el caso de País Vasco, Navarra y Cataluña cuentan, además, con policía peculiar y hasta hay embajadas diferenciadas de las de España, todas ilegales, porque ninguna autonomía tiene servicio exterior. Total, que la deuda pública constituye más de un billón y medio de euros, que equivale a 115% del PIB. Las facciones gastan más de lo que producimos. O lo que es lo mismo, las bandas viven muy por encima de nuestras posibilidades, pese al esfuerzo fiscal, a veces incautación, con que las bandas y su jefe asfixian al contribuyente. Y, territorialmente, todo el contingente de vividores, que va para el medio millón de políticos, administra un espacio geográfico similar al estado de California, que cuenta con una población de 39 millones de personas, pero tiene una sola administración política por encima de las locales. Quizá por ello, la deuda pública californiana apenas alcanza 20.000 millones de dólares; calderilla, a nuestro lado.
Desgraciadamente, en este contexto celtibérico la cohesión murió cuando aquello del cupo vasco y el concierto navarro. La diferencia de la discordia y del engreimiento étnico, que hoy censura incluso la Unión Europea como inadmisible. Aquí, el blindaje es constitucional, desde aquellas partidas de mus que ganaba Chus Viana y las ordalías de Rodriguez Sahagún, cuando optaba a ser diputado cunero por Vizcaya.
Claro, cuanto más se alimenta al nacionalismo, más poder centrífugo ejerce en todos los campo, especialmente, la educación y la desinformación televisiva, mayor es el chantaje que ejecuta y más bienes puede repartir entre sus electores que, por mero condicionamiento pavloviano, más votos le entregan. En consecuencia, la cohesión, que ya no existía, se convirtió en disgregación.
El sistema agranda sus grietas, los pequeños terremotos hacen temer una gran ruptura de la falla tectónica que, antes o después, lamentablemente llegará, si no lo remediamos. Por ejemplo, una grieta considerable es la identidad, un rasgo de la sintalidad o personalidad colectiva de “los países del país”… Esta se construye como la cohesión, con elementos cognitivos y emocionales. Si alguien le dice a la mujer y al hombre catalán que “España nos roba”, aunque el sintagma sea falso es muy efectivo emocionalmente. El contenido, en el plano cognitivo, denigra al sujeto “España” y, en la cara emocional, suscita rechazo, rabia y odio al ladrón. La escisión es automática, porque nadie quiere ser ladrón, es decir, español. En cambio, la víctima del robo, Cataluña, despierta empatía, compasión y solidaridad. Esta confrontación, aunque se sustente en una falsedad, es suicida emocional y genera identidad de ruptura.
Ortega, en su España invertebrada achaca al individualismo los problemas de integración de la nación española. Puede que el filósofo lleve razón; pero, con independencia de ello, son los individuos quienes tienen que sentirse atraídos para generar agrupaciones desde su propia diferenciación, con miras a buscar complementariedad. Si todos fuéramos iguales, no tendría sentido agruparse, porque no encontraríamos riqueza alguna en la asociación, que no aportaría nada nuevo y carecería de interés pertenecer a ella. Ser distintos es necesario para que haya sociedad. Y para escoger asociarse, es necesario evaluar experiencias pasadas y expectativas de futuro, de donde se colija que la asociación reportará beneficios para los individuos.
A título de ejemplo, en el pasado reciente, las Cortes del antiguo Movimiento Nacional, supieron suicidarse en aras de la Ley para la Reforma Política, haciendo gala de generosidad, altruismo y visión de futuro. Torcuato Fernández Miranda, inteligencia de altura, dirigía la orquesta, desde luego; pero los votos los depositaron los procuradores, los del tercio sindical (orgánico), los del tercio familiar y los de libre designación que, realmente, eran todos bajo diferentes denominaciones.
Hoy, para restañar la cohesión, favorecer la concordia nacional y urdir un proyecto de futuro también hace falta reaprender, no olvidar, apreciar la lección que nos da la historia, aunque sea inmediata de la aurora del sistema actual: si aquellos procuradores pudieron aparcar su ideología y mirar hacia adelante sin ira, para restaurar la libertad, nos están marcando un camino. Los viejos procuradores, que hoy serían despreciados como fascistas, supieron perder, para que ganase todo el pueblo español y de su sacrificio, personal y orgánico, venimos disfrutando, ya va para 46 años.
Si miramos al futuro, la globalización nos avoca a concertar aproximaciones entre singularidades, para incrementar la masa crítica, el peso específico con el que contamos.
En el panorama actual, hay tres retos mil cuatrocientos (mil cuatrocientos millones de chinos, mil cuatrocientos millones de indios y mil cuatrocientos millones de africanos, en nuestras puertas). Europa, geográficamente, es una península de Asia, de la que tiene altísimas dependencias energéticas, porque su subsuelo no es rico. Sin embargo, nuestra riqueza está en la inteligencia, en nuestro saber técnico, científico y de frónesis (este último si lo sabemos consolidar extrayéndolo de la Historia).
Construir los Estados Unidos de Europa exige remontar los nacionalismos matriarcales (Isabel I de Castilla, Ana de Bretaña e Isabel I de Inglaterra) que surgieron en el siglo XVI y que tanta sangre han costado, para crear un espacio de encuentro, amplio, creativo y fértil desde donde poder contribuir, con una identidad plural y compactada, ambiciosa y solidaria, competente y generosa, que no puede sustentarse en ideologías de campanario, tribalismo de aldea, soflamas de orate como Sabino Arana, luchas entre botiflers e imperiales, maquetos y gudaris, o churros y huertanos.
La cohesión interna es una urgencia para pergeñar proyectos con que afrontar los retos del futuro, porque la unión hace la fuerza y la complementariedad la eficacia.