La cohesión es una actitud que concierne a quienes integran un conglomerado social, sea una nación, sea un equipo de trabajo o deportivo. Todos los miembros que integran una agrupación social lo hacen por el sentimiento de atracción que experimentan para pertenecer a ella y éste es suscitado por valoraciones, expectativas e ideas positivas en relación a la misma. La actitud entraña pensamientos y sentimientos que se refuerzan mutuamente. Por ejemplo, un hincha de un equipo de fútbol piensa que su equipo es el mejor por su técnica, su eficacia y su trayectoria; en consecuencia, admira a los jugadores, siente alegría por sus éxitos, lamenta hasta el llanto sus derrotas y mantiene siempre su apego (soy de…-es mi equipo), el sentimiento doble de pertenencia-posesión.
En el caso de la nación, por muy gigantesca que sea como agrupación política, la cohesión es necesaria para su supervivencia y constituye el núcleo duro, de carácter centrípeto, que mantiene unidas las singularidades y en equilibrio la dinámica de fuerzas que integran esa sociedad, asegurando la eficacia para conseguir sus fines en pro de sus integrantes. Si no hay eficacia, habrá muerto la cohesión y tampoco habrá sociedad organizada.
El liderazgo juega un papel fundamental en pro de la cohesión: de entrada, al proponer un proyecto que suscite entusiasmo y, a continuación, gestionándolo con éxito. Ese liderazgo, en el caso de la nación, corresponde al Gobierno, un órgano colegiado que es elegido para desarrollar el programa con que se presentan los candidatos. Es una encomienda lo que obtienen y a lo que se obligan. Hace unas décadas, llegó a Mota del Cuervo un alcalde, que elevó a escritura pública su programa; a continuación, creó una comisión de vecinos para hacer el seguimiento de las realizaciones que iba obteniendo con su gestión. El incumplimiento del plan escriturado pudiera haber dado lugar a una demanda judicial por fraude. Cumplió. De hecho, en aquel pueblo, aunque hay muchos molinos de viento, el alcalde nunca fue llevado a rendir cuentas ante el Gobernador de la Ínsula Barataria. No obstante, tampoco ha repetido mandato, que las pulgas no se matan a cañonazos.
En contraste, cuando Patxi López durante la campaña de primarias del PSOE, preguntó al Dr. Sánchez: Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?, el interpelado, entre balbuceos, logró decir que era un sentimiento… Con tal bagaje no se puede -no se debe- liderar una nación; porque una nación, además de sentimientos, varios, no uno solo, es también un concepto, una historia común, una etnia hecha a base de cruces constantes, una cultura, una literatura, unas instituciones decentes por adecentamiento progresivo, una trayectoria que condiciona e impulsa un proyecto de futuro, una identidad común que se labra, día a día, en la interacción de los compatriotas. Por tanto, desconocido el concepto de nación, es coherente que la cohesión social no le conste al Dr. Sánchez, según viene demostrando.
En aras de la cohesión social, deben ocuparse de formar gobierno los candidatos que más adhesiones hayan concitado, porque tienen mayor base social y han de buscar, a posteriori, los apoyos necesarios para afrontar su compromiso y cumplir con el contrato formulado con el electorado, no sólo en el ámbito municipal, sino en los otros dos. Si el candidato acomete acciones fuera de su contrato, unas dudosamente necesarias, y no digamos, si realiza otras contrarias a sus promesas, es un farsante que habrá traicionado a quienes confiaron en su propuesta. Por tanto, bajo ningún pretexto deberá ser revalidado.
En el caso concreto nuestro, el Gobierno que nos ha correspondido es un órgano enfermo, aquejado de esquizofrenia hebefrénica: no hay alucinaciones, pero sí conducta errática y desorganizada. Desde luego, mal conviven dos proyectos, unos miembros del Gobierno critican a otros compañeros o dicen lo contrario. Los coaligados, aparentemente, en la superficie, discrepan entre sí respecto, incluso, al modelo de Estado, aunque subrepticiamente, haya un entendimiento opaco y tácito, velado a la ciudadanía; la confusión sólo crea desamparo. Tampoco hay congruencia en los valores que defienden ni en los métodos que aplican, ni en los objetivos. Toda esta escisión esquizoide es una llaga sangrante para la cohesión.
La disarmonía gubernamental únicamente converge en vociferar como gente de arrabal, atacar a la oposición, lanzar improperios y sembrar odio al rival, quizá para trasladar el modelo esquizofrénico al ámbito nacional, alentando el mito de las dos Españas. El odio, es una fuerza centrífuga, contraria a la cohesión.
Esta propensión esquizoide acaba de tener un resultado icónico en el acoso sufrido por una autoridad, Isabel Díaz Ayuso, elegida por la mayoría de sus conciudadanos, y persona diferenciada con una distinción académica que, en el ámbito de la propia universidad, ha sido agredida, vejada, insultada y menospreciada por una hybris sacrílega, desatada, de ménades y sátiros en pleno frenesí ditirámbico. Las diferencias ideológicas no justifican un hecho tan bochornoso para todos los universitarios.
Dos ministros, uno el de universidades y la otra de ciencia, han respaldado la barahúnda del odio, la orgía del trastorno límite que estuvo al borde del linchamiento. En cuanto resuciten a Largo Caballero y éste tenga tiempo para repartir pistolas, ya estaremos en 1934 otra vez, dispuestos al eterno retorno de la guerra civil, como cuando Indíbil y Mandonio, porque la masa es irracional y anómica, una furia.
¡Y cuan alejado queda el himno del Alma Mater que da vivas a quienes estudian y anhela que crezca la verdad, florezca la fraternidad y se acreciente la prosperidad de la patria!
Las ideologías, si reina la tolerancia, se necesitan para contenerse mutuamente, porque cada una fija límites y plantea necesidades a la otra. Entre sí, contraponen su cosmovisión, los valores y derechos que las diferencian para, después, o inmediatamente, suscitar moderación recíproca, dialogar y llegar a acuerdos. El Yo se desmanda, si no se contrapone al Tú. Podemos hablar de conservadores y liberales, o si quieren, de izquierdas y derechas, las diferencias siempre son fecundas. porque progresistas son todos, pese a quien pese, ya que es la propia sociedad la que va progresando, aunque no la dejen, o se lo pongan difícil.
El Gobierno esquizofrenógeno ha desarmado al Estado anulando el delito de sedición y haciendo imposible el encausamiento de los futuros golpistas por el nuevo delito de desórdenes públicos: un voto en el Parlamento no constituye un desorden público. Además, está concentrando a los matarifes que asesinaron a cerca de mil españoles, para facilitar su excarcelación, sin que hayan mostrado arrepentimiento, ni pedido perdón a los familiares de sus víctimas. También, va a permitir a sus Señorías Rufián y Azpiazu fiscalizar la labor de la policía, que equivale a que los lobos vayan a controlar a los pastores. Ya ha consentido que la palabra España desaparezca del tique de la ITV y que la Ley Orgánica del Sistema Universitario Español (LOSUE) se quede en LOSU, sin más apellidos. Esto es, el taller de desguace de la cohesión funciona a toda máquina y con apremio.
Urge, por tanto, un plan de recuperación que restañe las heridas y dé consistencia al polo de atracción. Quizá podamos empezar por la reforma de la Ley Electoral, que nos haga iguales a todos los españoles, porque los territorios no votan, son las personas y es humillante y suicida que el voto emitido en un lugar valga más que el emitido en el lugar contiguo. Los independentistas podrán seguir envalentonados, si la Ley se lo consiente.
Es primordial la revisión de los destrozos de la torre de Babel de la educación. No es cuestión de aplicar el artículo 155 de la Constitución, o quizá sí, quién sabe, sino de contraponer, en el marco cultural, los valores de una historia común, del arte, de la música, de la antropología. Puede convenir dar a conocer a Arriaga en Sevilla y a Valdés Leal en Bilbao, a Legazpi en Barcelona y a Casto Méndez Núñez en Málaga; Ramón Llull puede ser repensado en Salamanca y Francisco Vitoria en Tarragona; el padre Soler puede volver a sonar en Donosti, mientras mosén Jacinto Verdaguer puede estudiarse y declamarse en Granada. Estos son unos pocos; hay muchos más.
El zurcido cultural, junto a la clarificación y expresión de los intereses económicos que nos unen puede favorecer la resiliencia, la recuperación de la identidad nacional y del orgullo de ser español.