Es conocida la impronta que la obra de D. Santiago Ramón y Cajal dejó en la ciencia española. Son innumerables los discípulos que dejó a lo largo y lo ancho de la geografía española e incluso más allá de nuestras fronteras. La obra de Cajal y su figura quedó arrumbada por el régimen de Franco.
Muchos de sus discípulos llegada la guerra civil se vieron obligados a emigrar forzosamente y a establecerse a un lado y otro del Atlántico, Cabe citar tres entre los más destacados, Rafael Lorente de No, Antonio Rodríguez Lafora y Pío del Rio Hortega. La nómina en el exterior de científicos de ésta escuela es inacabable porque todos ellos acabaron extendiendo la huella cajaliana por diversos lugares, sobre todo de América latina.
De los que quedaron en el interior y que prefirieron seguir hasta el sacrificio final hay que citar a Francisco Tello y a Fernando de Castro. Ambos fueron discípulos directos de D. Santiago. Resistieron ambos en el laboratorio de Atocha, hasta 1939. Luego llegó su final.
El lugar de investigación del laboratorio de Cajal estaba en Madrid en un ala del actual Museo de Antropología. Hoy tan solo queda una simple placa en la fachada que mira a la estación de Atocha.
De los bienes y materiales, de la biblioteca y del fondo de revistas queda muy poco. Se ha perdido incluso la casa de Cajal en Alfonso XII, que bien podía haber sido Casa-Museo del científico y punto de referencia de su escuela. Aún a fecha de hoy está pendiente su ubicación definitiva.
Jorge Francisco Tello trabajó al lado del maestro 32 años y a su lado se licenció y bajo su dirección, escribió y defendió su tesis doctoral, entregado a dilucidar la fina estructura del Sistema Nervioso Central. En aquellos momentos Cajal estaba perfeccionando su sistema de tinción con nitrato de plata reducido, lo que les permitió observar a todo el equipo el gran tamaño de las neurofibrillas en el seno de las células nerviosas de la médula espinal.
A los 23 años Tello era doctor y a partir de ese momento siguió al lado de Cajal hasta su muerte. La simpatía mutua y la entrega se incrementó progresivamente entre ambos con el trascurso del tiempo.
Siempre de la mano de Cajal, Tello alcanzó los conocimientos suficientes en la materia como para complementar los del maestro. Con sus trabajos Cajal vislumbró la posibilidad de alcanzar no solo los objetivos científicos sino la idea de constituir una escuela de especialistas en la materia. Aragonés como él y reservado, Tello creció científicamente en el conocimiento del sistema neuronal con una precisión encomiable.
En los debates con otros colegas empeñados en defender la teoría reticular del sistema nervioso, Tello destacó en mostrar las pruebas junto con Cajal, de la teoría celular
La aportación de Cajal y su escuela fue probar que también era cierta para éste ámbito. Esta teoría celular completaba lo que hasta el momento se tenía como el paradigma de que todos los tejidos estaban formados células. Dichas unidades eran independientes, y que, en este caso del tejido nervioso, éste no era diferente del resto. Las células tenían un principio y un final, aunque las dificultades para dilucidarlo habían constituido un considerable desafío.
Ante las penurias del momento y preocupado por sus posibilidades de supervivencia, Cajal decidió buscar a Tello un puesto de ayudante en el Instituto Nacional de Higiene, Alfonso XIII. El doctor Cortezo había ofrecido a Cajal en otro tiempo hacerse cargo de su dirección, fruto las colaboraciones de éste en asuntos de Bacteriología con motivo de la epidemia de cólera de Valencia. (1895).
En esa Institución, Cajal contribuyó a crear una escuela de higienistas y especialistas en Ciencia Biológica aplicada. Todos los discípulos, entre ellos algunos de sus hijos, fueron conocedores y especialistas en bacterias, vacunas y sueros que luego con el tiempo sirvieron a la Ciencia mediante la constitución de empresas como T.H.I.R.F (Denominación simbólica de cinco de los investigadores del centro) con Tello a la cabeza, e IBYS (Empresa de vacunas y sueroterapia) más tarde en 1929. Esta empresa tuvo su continuidad en la postguerra española, y lugar de refugio de científicos proscritos como Enrique Moles.
Dos años antes de jubilarse, Cajal dejo la dirección de dicho centro en manos de Francisco Tello, asistiendo a partir de ese momento éste como voluntario al laboratorio de Cajal de la calle Atocha.
Ya en 1905 Cajal había nombrado a Tello, profesor auxiliar de su cátedra de Histología y Anatomía Patológica en San Carlos y primer ayudante en el laboratorio en la sede de la Calle Atocha.
En 1911 Tello marchó a Alemania becado por la JAE (Junta de Ampliación de estudios) para estudiar Anatomía Patológica y Bacteriología.
En 1923 entro en la Real Academia de Medicina de la mano de Cajal, que hizo el discurso de bienvenida y respuesta y al que sucedió también en 1926 en la cátedra de Histología y Anatomía Patológica, oposición que Tello ganó por oposición. Fue también director del Instituto Nacional de Higiene y como inspector general de Sanidad su contribuyó a la consolidación de muchos discípulos.
En el campo de la Histología Tello se dedicó a trabajar la degeneración y generación del sistema nervioso y a la respuesta a la hibernación de las neuronas. Fueron trascendentes sus trabajos sobre la estructura del culículo superior situado en el mesencéfalo de mamíferos.
Durante la guerra civil, ya muerto D. Santiago, sus dos discípulos más próximos, Francisco Tello, y Fernando de Castro nunca abandonaron el laboratorio de la calle de Atocha, y resistieron el asedio de Madrid sin moverse de sus destinos, incluso en medio de las limitaciones del momento y de los bombardeos que abatían la fachada de la calle María Cristina.
Fue una humillación que a partir de 1939 Tello fuera desposeído de su cátedra y de la dirección del laboratorio de Cajal, y apartado totalmente de todas sus funciones, quedando postergado como un apestado y sometido a todo tipo de humillaciones.
Hubo un intento frustrado de recuperar la escuela de Cajal y sus discípulos cuando Lorente de No, otro de sus discípulos afincado en el exilio exterior, cuando volvió a Madrid en los años 40 de visita desde su laboratorio en USA. El intento no prosperó porque las autoridades franquistas no estaban por la labor.
La repulsa hacia Cajal y su escuela era manifiesta. Se cuenta incluso que hubo un intento en la época de Primo de Rivera por deshacerse de ella, pero la presencia en vida del maestro frustró el intento.
Jorge Francisco Tello murió en 1958, en Madrid, prácticamente olvidado, y habiendo pasado ciertas dificultades económicas. Triste destino para la Ciencia Española y para uno de sus destacados representantes.