A la espera del 21-D, una espera angustiosa para muchos catalanes que no comparten la visión de esa Arcadia feliz que predican los teóricos del independentismo ‘hard‘, ante la infinidad de análisis políticos, sondeos y proyecciones de voto que recorren las redes, resulta difícil no caer en el voluntarismo a la hora de valorarlo. Difícil, pero quizás no imposible recurriendo a la socorrida ‘navaja de Occam‘, bien que para el ‘procés‘ catalán quizás hiciera falta unas teóricas faca o lengua de vaca albaceteña.
Llegada la hora de enfocar la temática catalana y pecando de pedantería, mejor nos quedaremos con la versión aristotélica de la navaja: ‘Fustra fit per plura quod potest fieri per pauciora‘, o sea ‘Es vano hacer con mucho lo que se puede hacer con poco‘. Sirvámonos de ella para establecer un conjunto de hipótesis iniciales que enunciaremos como un lista de tesis, estimando que éstas han sido las indispensables para el nacimiento y posterior desarrollo del ‘procés‘.
A saber:
1. Tener definido un espacio geográfico-vital.
2. Una ‘masa crítica‘ de habitantes residentes en este espacio, que proporcione la necesaria densidad demográfica.
3. Unos anhelos sociales, consecuencia de la lengua, costumbres y sentimientos de pertenencia comunes, aspiraciones que un gran número de estos habitantes deseen expresar colectivamente: la ‘voluntad colectiva’.
4. Un objetivo sociopolítico específico, conformado por una minoría de los habitantes, una minoría dirigente, organizada y movilizadora, que plantee una meta, recogiendo en su totalidad o parcialmente los deseos reivindicados por la ‘voluntad colectiva‘.
5. Un sistema democrático en el que esté integrado el espacio geográfico y que permita expresar libremente dicha ‘voluntad colectiva‘.
6. Unos canales de comunicación que recojan, transmitan y amplifiquen estos anhelos, interpretados por la minoría dirigente antes mencionada.
7. Una medida de esta ‘voluntad colectiva‘ que permita su evaluación política, según vaya siendo instrumentada operativamente y llevada a la práctica en el terreno social.
Aunque me haya dejado alguna circunstancia adicional por el camino, parece que las arriba enunciadas dibujan adecuadamente el escenario sobre el que podremos superponer -desde sus inicios- algunos de los principales factores económicos e ideológicos que han ido moldeando las reivindicaciones catalanistas. Intentémoslo.
Comenzamos dejando a un lado, por el momento, las cuatro primeras tesis y destacamos la 5ª (la necesidad de un sistema democrático), pues pone de relieve la importancia de un marco temporal adecuado a la hora de poder arrancar el ‘procés’ tal y como lo conocemos hoy. En nuestro caso la escala temporal comenzaría con el inicio del sistema democrático producto de la Transición. Es obvio que en una dictadura los anhelos (la ‘voluntad colectiva‘) irían en otro orden de prioridades, con la libertad encabezándolas. En este sentido cualquier comparación del régimen franquista con la actual situación catalana supera el absurdo ideológico y roza la obscenidad.
Pero este entorno democrático exige a su vez un entorno socioeconómico lo suficientemente desarrollado para que una ‘voluntad colectiva‘, ahora transformada en ideal reivindicativo, no dé lugar a un conflicto de clases incontrolado, un conflicto que escape a la instrumentación social que va perfilando la minoría dirigente a la que nos referíamos en la 4ª hipótesis, que ahora es la que vamos a seguir desarrollando.
En nuestro caso debemos empezar superponiendo el papel jugado por una minoría, la burguesía catalana, a lo largo de todo el ‘proces‘: una alta burguesía en los comienzos, a la que se han sumado -más recientemente- otros niveles burgueses económicamente inferiores, pero de considerable formación (profesores, maestros y otras profesiones liberales). Estos sectores han sido -por ahora- firmes defensores de la opción independentista ‘hard‘, incluso en las acciones de agitación y propaganda. En algunos grandes ámbitos urbanos, que hasta hace poco parecían relativamente inmunes a la penetración nacionalista (Barcelona), ésta ha sido rápida y eficaz desde el ‘peinado‘ del Estatut. En la actualidad, los grandes colectivos estudiantiles urbanos, por no hablar de las escuelas rurales, se ven influenciados por las proclamas nacionalistas tanto en el plano formativo-intelectual, como en el emocional-afectivo, tanto en el familiar como en el asociativo.
Poco a poco parece haberse definido una correlación entre niveles de formación y apoyo al independentismo, ¿con ciertos tintes clasistas, siempre útiles para una instrumentación dirigida? Pues una estructura de clases define mejor los interlocutores políticos.
Las conclusiones que se pueden obtener de los cuatro barómetros realizados por el CEO (equivalente al CIS en Cataluña) entre julio 2016 y julio 2017, sustentan estas afirmaciones, además de indicar una mayor reticencia por parte de las clases sociales con menor formación profesional y niveles de estudio a tomar postura personal en público ante la problemática independentista. Se puede añadir el que parece tener una menor presencia en las plataformas de comunicación (redes sociales), a pesar del posible anonimato. Desconozco si se han llevado a cabo en Catalunya estudios estadísticos fiables sobre la correlación entre el medio rural y el medio urbano en cuanto a la presencia de estas clases sociales en las redes.
El límite de extensión para este artículo me obliga a dejar para otro momento un análisis más detallado de las consecuencias que acarrean las siete tesis enunciadas y plantearme una fantasía estratégica, una ficción que me permitirá ahorrar espacio al poder repasarlas a grandes trazos. Sin ser excesivamente conspiranoico, tan solo imaginativo, cabe imaginarse un ‘think-tank‘ internacional (altamente conspiratorio) que examine los siete puntos de partida y se plantee definir sobre el papel una estrategia tendente a la secesión catalana. Este ‘think-tank‘ podría tener múltiples motivaciones: desde la intención de desestabilizar al Estado español por razones geopolíticas, hasta estar realmente convencido de las bondades que traería para Catalunya un modelo de pequeño país independiente, industrioso y (aún más facilidades) a orillas de ese emporio comercial que es el Mediterráneo. ¿Podríamos pensar en una nueva Liga Hanseática à la catalana?
Tal maquinación estratégica comenzaría por definir a priori el espacio geográfico-vital necesario (1ª hipótesis), necesitado de una nueva Catalunya en términos históricos y vivencias del presente. ¿Cómo conseguirlo? A través de la educación a medio y largo plazo, de la educación como instrumento fundamental del cambio. Gramsci, hablando de la conquista del ‘poder cultural’, diría que es la herramienta revolucionaria por excelencia. Para controlar la maquinaria educativa era necesario disponer libremente de ella, lo que -vía transferencias- ha resultado ser más que factible. No voy a esforzarme en encontrar algo que no se haya dicho acerca de la sarta de barbaridades dichas en el terreno de la cultura. Una vez más, parece que las personas adultas nos creemos las mentiras que deseamos creer, lo que suele conducir a estados de confianza mística. En mi opinión, esto se ha dado con el ‘procés’ en muchos casos. Prefiero no pensar lo que ha ocurrido y está ocurriendo con los más jóvenes.
En cuanto a los residentes en este entorno geográfico-vital (2ª tesis), un primer paso fue incrementar por razones obvias su peso demográfico en el Estado, incentivando económicamente los nacimientos (como se ha hecho) y, de paso, intentar controlar la pirámide demográfica catalana para que no envejeciera demasiado rápidamente en términos relativos.
Veamos algunos datos al 2016: con ~7.4 millones de habitantes, Catalunya es la segunda CA por población del Estado español y la primera en cuanto a densidad de población con 232 habitantes/kilómetro cuadrado. Las tasas de natalidad y fecundidad empezaron a despegar en 1999 (9,51 y 1,19, respectivamente) para alcanzar sus máximos en el 2008 (1,53 y 12,10) y encontrarse ahora en unos valores todavía elevados 1,39 y 9,16. La pirámide demográfica se centra en la franja comprendida entre 20-25 años y 50-54 años, hombres y mujeres. No son malos resultados para semejante estrategia.
Hablar acerca de los canales de comunicación y su control (6ª tesis) pide un artículo aparte. A grosso modo, para ejercer tal control hubo que plantearlo (¡’think-tank‘!) a dos niveles:
a) El máximo control posible sobre la comunicación local, utilizando los medios clásicos centrados en las personas mayores de ~60 años. Hay opiniones dispares sobre la extensión y receptividad de esta franja de edad.
b) Mantener una presencia permanente en las redes sociales con mensajes bien diferenciados para los más jóvenes.
Conviene precisar el concepto de comunicación local, concepto que socialmente exige su segmentación según colectivos bien definidos; sin entrar a fondo en el tema, apuntemos que en las grandes zonas urbanas debemos distinguir entre, p. ej., barriada, distrito o municipio pedáneo.
Diferenciando mensajes según esta distribución, las ofertas básicas se concentraron en trabajos de apoyo y ayudas sociales, sin descuidar para nada a las generaciones familiares más jóvenes (esta es una de las muchas facetas nuevas que se están aplicando). Un ejemplo nos lo dan las guarderías populares que cuidan a los niños mientras los jóvenes padres disfrutan de su tiempo libre. Hay que estar políticamente presentes durante el tiempo de ocio. Evidentemente todos estas acciones sociales de ámbito localizado siempre están acompañadas por el correspondiente ‘acto cultural’ politizado, eso sí, bajo el manto de unas jornadas de ‘cultura popular’ que en muchos casos son las protagonistas y han sido convocadas y difundidas mediante anuncios en los pequeños periódicos locales, de barriada, pasquines o buzoneo. Las radios y televisiones locales también habrán jugado su papel.
En cuanto al control de los medios de comunicación globales con cobertura en todo el territorio geográfico que nos ocupa, la estrategia planteada se definió en términos de un dominio absoluto por parte del que hasta hace poco fuera gobierno autonómico, un poder hasta cierto punto matizado por consideraciones tácticas que aconsejaron un largo periodo de aparente respeto constitucional. En este sentido la llamémosla pseudo-proclamación de una ‘República Catalana‘ ha sido un error táctico garrafal por parte de nuestro conspirativo ‘think-tank‘, con ¿irremediables? consecuencias estratégicas. No siempre aciertan.
Aun saltándome las consideraciones de política económica, he de dejar el artículo cuando llego a la 7ª tesis, la evaluación política de la ‘voluntad colectiva‘, una valoración que ha permitido ir corrigiendo en tiempo real las acciones tácticas según lo ha ido exigiendo la situación política y social del espacio geográfico-vital que estamos considerando, Catalunya. Y no sin errores de bulto: recordemos el referéndum del 2015.
Sin necesidad de un sanedrín conspiratorio (alias ‘think-tank‘), la temática planteada, su análisis, nos permite apreciar asépticamente la envergadura política -y a veces humana- de los evaluadores, los políticos protagonistas, a la hora de tomar decisiones. Visto lo visto, sin necesidad de grandes disquisiciones y a fuer de diplomáticos diremos que, refiriéndonos a una apreciable mayoría de ellos, políticamente no han demostrado tener gran altura. Llegado el final, voy a pasar por alto posibles consideraciones morales o éticas acerca de su comportamiento y cualquier juicio acerca de sus muchas responsabilidades.