noviembre de 2024 - VIII Año

Cada hombre en su cárcel

“Cada hombre en su noche”, dice Julien Green. Pero yo digo: “Cada hombre en su cárcel”. La gente dice: no entiendo esto, no entiendo lo otro. Pero lo dice con indignación, como si esto o lo otro debieran plegarse para que él lo entienda. No entiendo por qué fulanito ha hecho esto. No entiendo por que ocurre tal cosa. La realidad les ofende al no dejarse entender. La realidad tiene que simplificarse y plegarse a su control.

Pero a mí qué coño me importa que no lo entiendas. Tanto si lo entiendes como si no, las cosas ocurren. Y no te piden permiso. Y no se meten en tu estrechez mental. En el mundo hay muchas más cosas, amigo Horacio, que las que caben en tu filosofía, decía Shakespeare.

Pero la vida va más allá de las entendederas de la gente, de las explicaciones, científicas o filosóficas, la vida fluye continuamente y no se pliega a nuestros esquemas, por muy prestigiosos que sean.

Le dan más importancia a su cabeza limitada que al mundo entero. Y si algo no lo conocen no existe. O no vale nada. Como el panadero de abajo que cree que solo hay pan en su tienda. O una compañera de estudios cuando le dije que en las universidades solo se estudiaba el arte europeo. Sobre el arte de otros sitios no hay libros, me dijo. Hay montones de libros, le contesté. Pero no son buenos, dijo. Porque ella no los conocía.

Y luego están los que viajan a otros países, pero mentalmente no salen de su país. Todo tiene que ser como en su país, y si no, no vale. Y no ven nada, y dicen incluso absurdos. Les pasa como al protagonista de “El túnel” de Ernesto Sábato, que quiere fijar a su amada y como no lo consigue la mata. Y al final dice: “Y los muros de mi prisión serán cada día más herméticos”. Cada hombre está en su túnel y no ve esa ventana que veía a veces el pintor Castel, y si la ve no se acerca a mirar. En realidad nadie mira y nadie escucha.

O un tipo en un pueblo que me dice que juega mucho al bingo en Salamanca. Y yo le pregunto dónde está el bingo y me dice: ”¿Vives en Salamanca y no sabes dónde está el bingo?” Como si bingo fuera algo importante en Salamanca. O una enfermera que quiere que yo sepa de memoria el nombre del medicamento que me dio un médico contra la tensión. Para ella el mundo consiste en nombres de medicamentos.

Un tipo puede poner cara de filósofo sesudo, y salir así en las fotos, como decía Umbral que hizo Ortega, pero el mundo no se va a meter en su mollera para que él pueda decir: qué listo soy.

No, creo que fue Martín Santos en “Tiempo de silencio” el que dijo que todo el prestigio de Ortega se debía a la seriedad con que salió en algunas fotos. Pero no le sirvió para domesticar la vida.

Pero al menos Ortega se esforzó algo y escribió miles de artículos. Pero que cualquier memo me diga indignado: no lo entiendo, como una condenación de lo que ocurre, me hace reír. Y a la vida qué más le dará que tu no lo entiendas.

Pero ni siquiera la ciencia actual, con todo su mecanicismo infatuado y absolutista, conseguirá reducir a fórmulas toda la variedad de la vida y sus contradicciones.  A la vida en realidad no le importa la ciencia, ni nuestra moral puritana, ni las manías del vecino, ni el capricho de ese tipo que dice: el coronavirus no existe. El mundo a la medida de las entendederas de alguien. Dios mío, de ese modo no existe ni siquiera el vino tinto. Ni por supuesto la obra de Shakespeare. O lo que uno siente en ciertos atardeceres no clasificados.

Yo no entiendo esto, dice alguien, como si de ese modo no pudiera existir. Solo puede existir lo que cabe en su cabeza. Y a mí qué coño me importa que tú no lo entiendas. No pretendo que la gente lo sepa todo. Pero que sepa, como en el “Romance del prisionero” que fuera de su presión cantan muchas aves.  Julien Green ve a los hombres perdidos en la noche. Pero yo los veo metidos cada uno en una cárcel.

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