Una ramita del olivo, bajo el que enseñaba Filosofía Platón… un merecido regalo para el descubridor de la Penicilina
El investigador sufre las decepciones, los largos meses pasados en una dirección equivocada, los fracasos. Pero los fracasos son también útiles, porque, bien analizados, pueden conducir al éxito. Alexander Fleming (1881-1955)
Desde niño he admirado a Fleming. En casa se le veneraba y creo que las personas verdaderamente influyentes, quienes dejan huella… son los que salvan vidas y contribuyen con su esfuerzo investigador a dar una respuesta a las pandemias y a proporcionar salud y alegría a muchas personas que, en caso contrario, habrían muerto ineluctablemente.
La peor epidemia es probablemente el miedo; y no digamos el miedo atávico, basado en supersticiones. En épocas pasadas la peste y otras plagas diezmaban poblaciones, dejando tras sí un reguero de cadáveres y conciencia de nuestra extrema vulnerabilidad.
El coronavirus hoy, produce estragos sin llegar a esos extremos. Hay actuaciones generosas y solidarias pero también, otras egoístas e irracionales. Quizás no sea el mejor momento pero, echo en falta, que no se destinen más recursos a la investigación y a la ciencia… que paliarían, sin duda, la extensión, generalización y avance indiscriminado de esta y otras infecciones.
Probablemente, en unos meses, dispondremos de una vacuna contra el Covid-19. Ojala que hayamos extraído las consecuencias debidas… y cambiemos nuestra forma de actuar, aunque en realidad no estoy muy convencido.
En este parco ensayo, voy a seguir el método de las aproximaciones sucesivas hasta completar una visión de Alexander Fleming, de su doble vertiente de hombre y de investigador. Comenzaré por resaltar algunos rasgos del carácter de este bacteriólogo colosal. Fue durante toda su vida muy ‘escocés’ y como tal tenaz, retraído, sereno y trabajador infatigable.
A partir de 1920 inició sus investigaciones sobre los agentes antimicrobianos. A fuerza de perseverancia, en 1929 obtuvo su gran descubrimiento. El hongo ‘penicillium notatum’, que hoy conocemos como Penicilina.
Me gustaría señalar que en muchos de los grandes descubrimientos el azar juega un papel importante, lo que naturalmente no le resta ni un ápice de mérito a las tareas investigadoras.
Abrió horizontes nuevos para mejorar las condiciones de vida de millones de personas y para aliviar muchos sufrimientos.
Puede decirse que con la Penicilina se inaugura la que podríamos llamar ‘época de los antibióticos’. Como reconocimiento a su labor y a sus méritos, en 1945 obtuvo el Premio Nobel de Medicina, compartido con dos de sus colaboradores más directos Ernst Boris Chain y Howard Walter Florey.
Conviene situar a todo gran hombre en el espacio histórico del que se nutre. Fleming fue hijo de su tiempo. Su dedicación casi obsesiva, le llevó a pensar más allá, a entender más allá de todas las preguntas que otros no se formulaban y, su humildad le condujo a considerar que todo proyecto nace de una enorme fuerza interior por querer aprender.
Hace falta tiempo para que la semilla germine y de frutos. Esta convicción y su perseverancia lo llevaron a no darse por vencido ante los reveses y a retomar, una y otra vez, los proyectos emprendidos. Y es que el quehacer científico se parece a la siembra, mucho más de lo que parece a simple vista.
Abrió horizontes nuevos para mejorar las condiciones de vida de millones de personas y para aliviar muchos sufrimientos.
Descubrir es otra variante de crear, de inventar… de sacar a la luz lo que estaba oculto. Los investigadores que consiguen alcanzar las metas propuestas, son quienes amplían los límites, hasta entonces conocidos de la experiencia y la investigación humana.
Quisiera añadir que, desde sus primeros pasos, creyó en el trabajo en equipo. Las intuiciones geniales pueden ser individuales u obra del azar, pero la planificación de una investigación es una tarea colectiva.
Desde que era muy joven admiró los estudios sobre microbiología de Robert Koch y sobre todo de Louis Pasteur, a quien idolatraba y del que gustaba recordar una de sus frases emblemáticas ‘el azar sólo favorece a la inteligencia preparada’. Quien no lo está no es capaz de ver la mano que la suerte le tiende. Otras cualidades que hicieron de Fleming el gran científico que llegó a ser, fueron su capacidad de concentración y de observación, así como su proverbial integridad y la pasión que ponía en todo lo que hacía.
Como buen escocés disfrutaba con el ejercicio físico. En una época en la que la práctica deportiva no había alcanzado el nivel que goza en la actualidad, era un magnífico jugador de waterpolo y un excelente tirador.
Dos preguntas necesarias y que necesitan una respuesta adecuada son: ¿quién lo ayudó a formarse? y ¿quién dirigió sus primeras investigaciones? Quien influyó de forma decisiva y quien fue imprescindible para orientar sus pasos, no fue otro que Almroth Wright, director del Departamento de Bacteriología del Hospital Saint Mary’s.
Almroth Wright era una autoridad en enfermedades infecciosas, no sólo en el Reino Unido sino en el panorama internacional. Mucho le debe Fleming a su maestro. Con el paso del tiempo, sin embargo, fueron inevitables algunos roces ya que las opiniones de Wright en algunos casos eran excéntricas y reaccionarias.
Dice mucho de una personalidad fuerte el modo de encarar los éxitos y de sobreponerse a los fracasos. Alexander Fleming, incluso cuando se le concedió el Premio Nobel, supo reaccionar y continuar sus trabajos con sencillez y naturalidad.
Un comentario del propio Fleming es muy apropiado para percibir como las distinciones de que fue objeto no hicieron mella en su humildad ni lo condujeron, por el siempre peligroso camino de la egolatría y de la soberbia. Precisamente por eso, es emocionante su confesión. ‘Yo no he hecho nada; la naturaleza hace la Penicilina, y yo únicamente, la encontré’. Para él permanecer atento a los pequeños detalles y concentrado en las investigaciones, muchas veces es la llave que abre la puerta de descubrimientos decisivos.
Era tímido, tartamudeaba a veces al hablar en público pero sentía una curiosidad sin límites por conocer el mundo en el que le había tocado vivir.
Tuvo la oportunidad, que su curiosidad no desaprovechó, de visitar varios países europeos, entre otros España, Francia y Grecia, ya que era griega su segunda mujer.
Guardaba recuerdos imborrables de Atenas y de Delfos especialmente. Le emocionó que le hicieran entrega de una ramita del olivo bajo el que el filósofo Platón acostumbraba a dar algunas de sus clases. La conservó, celosamente hasta el final de sus días, como uno de sus más preciados recuerdos. Tal vez era consciente del valor metafísico y simbólico de esa ramita de olivo.
Visitó, asimismo, Estados Unidos, Cuba e incluso la India, en todos estos lugares le dispensaron honores y reconocimientos. Fue un cosmopolita con una sed insaciable de conocer hombres, costumbres e ideas. Es reveladora su opinión encomiástica, tras recorrer las galerías del Louvre, de las pinturas allí expuestas. Sin la menor duda se trataba de un hombre culto que sabia apreciar y valorar las obras de arte. En su casa de Chelsea, disponía de una buena colección que fue reuniendo a lo largo del tiempo.
De cuando en cuando gustaba, eso sí, de escribir artículos científicos o de divulgación en periódicos y revistas a fin de polemizar pero, sobre todo, para comunicar a otros sus opiniones y puntos de vista. Tal es el caso de sus colaboraciones en la revista científica ‘The Lancet’
Tras la concesión del Nobel fue objeto de numerosas muestras de reconocimiento. Fue nombrado Sir y también Doctor Honoris Causa por numerosas universidades como Bruselas o Lovaina… A su muerte fue enterrado como héroe nacional en la cripta de la catedral de San Pablo de Londres, junto al almirante Horatio Nelson o el Duque de Wellington.
Hemos realizado algunas aproximaciones a Fleming más, sin exageración alguna, es inabarcable. Por eso, expondré a continuación otros datos de interés complementarios, realizando eso sí, un esfuerzo de síntesis.
Convendría añadir, a lo ya dicho, que durante la Primera Guerra Civil Europea o I Guerra Mundial, prestó sus servicios como médico militar en Francia. Le impresionó vivamente la alta mortalidad que causaban las heridas de guerra al infectarse. Sin duda, esta fue otra de las motivaciones que le empujaron a proseguir sus investigaciones bacteriológicas, abandonadas temporalmente. Su compromiso fue firme, teniendo como norte, evitar horribles sufrimientos y salvar miles de vidas.
Es también digno de reseñarse que la Comunidad Científica, una vez más, no estuvo a la altura de las circunstancias, debido a su conservadurismo. Recibió con recelo y desconfianza sus hallazgos… y sólo cuando era imposible no reconocer sus logros, aceptó la importancia y la transcendencia de sus descubrimientos.
Sin duda Fleming ha quedado en la memoria como un benefactor de la humanidad. El y los que siguieron la senda que había iniciado, lograron una de las mayores hazañas de las que puede vanagloriarse el género humano: Contribuir a salvar millones de vidas
A veces, no se suele tener en cuenta que fue el primer científico que descubrió una enzima antimicrobiana, no es oportuno, sin embargo, que incidamos más en este aspecto, en un ensayo de estas dimensiones.
Alexander Fleming fue minucioso, activo y se entregaba a sus investigaciones en el laboratorio incondicionalmente. Partidario como era de que muchos pocos hacen un mucho… sabía dedicar el tiempo necesario a cada segmento del proceso investigador. Como hemos indicado con anterioridad, era consciente del papel que el azar juega en las experimentaciones. Con modestia lo reconoció cuando escribió ‘a veces uno realiza un hallazgo cuando no lo está buscando’
Siento una viva curiosidad por la historia de la Ciencia. Para quienes somos legos en esta materia, es apasionante observar como los hallazgos y descubrimientos científicos son una cadena de eslabones concatenados. Unos van preparando el terreno a otros, obviando las dificultades y allanando el camino.
Sólo las épocas de oscurantismo, donde los prejuicios religiosos han impedido todo avance racional y científico en nombre del dogma o de Dios, han traído consigo atraso, tinieblas y estancamiento. Esa es la senda que no podemos volver a pisar.
Decimos esto, porque se perciben en el horizonte signos preocupantes de irracionalidad, que pueden perturbar el quehacer científico así como los ‘ucases’ neoliberales, que no son nada proclives a invertir en proyectos que no den réditos económicos a corto plazo, pese a su rentabilidad social.
En el futuro habrá, sin duda, nuevos casos de serendipia o descubrimientos casuales o por azar. De la misma forma que en algunos textos sobre poesía o sobre creación literaria se recomienda, más o menos irónicamente, que la inspiración debe coger al artista trabajando, es muy deseable que los proyectos investigadores cuenten con la financiación adecuada para lograr beneficios sociales… en vez de procurar ingentes beneficios a las multinacionales farmacéuticas o químicas o estar, exclusivamente, al servicio de unos pocos, pero poderosos.
En este mes de marzo de 2020, cuando estamos luchando contra el coronavirus y nos gustaría minimizar los daños sociales… y encontrar pronto una vacuna que permitiera salvar cientos de miles de vidas… la gigantesca figura humana, intelectual y científica de Alexander Fleming nos sigue lanzando un mensaje de aliento: con perseverancia y disciplina, más temprano que tarde, el COVID-19, será tan solo una amarga pesadilla.
La ciencia no sólo logra dar respuestas adecuadas, sino que ayuda a plantearse las preguntas necesarias en cada coyuntura…
Algunas veces, se produce un descubrimiento deslumbrante que ayuda a salvar cientos de miles de vidas… para que no olvidemos de lo que el género humano es capaz cuando ponen en algo todo su empeño colectivo.