Por Enrique Tierno Pérez-Relaño*.- | Abril 2018
Las reflexiones que han dado lugar a este artículo fueron las que expuse viva voce en el transcurso de un acto político, celebrado el pasado 18. 04 en el Centro Social COVIBAR de Rivas Vacia-Madrid, con motivo de celebrar el centenario del Prof. Enrique Tierno Galván; ENTRELETRAS ya ha informado puntualmente del contenido y de la repercusión que tuvo aquel encuentro.
Ahora y ante la buena aceptación que tuvieron, me ofrecen la oportunidad de desarrollar y esquematizar las ideas que allí expresé; espero que no pierdan la frescura y el toque provocativo que en un principio quise darles al hablar sin seguir un guion previo, razones por las que -supongo- me han pedido ahora una versión ampliada y escrita.
Empecé mi intervención hablando del poder, del poder político en la mejor tradición maquiavélica: de como conseguirlo, de como administrarlo y de cómo mantenerlo. Son factores determinantes en cualquier reflexión política, pues ellos serán siempre un telón de fondo obligado, más o menos disimulado. Y si queremos hablar de partidos políticos y, más concretamente, acerca de los modernos partidos políticos europeos de raigambre socialista, nos veremos obligados a hablar -quizás oblicuamente- del poder: un poder que adquieren democráticamente estos partidos al serles entregado por la ciudadanía, de su administración y de su retención, de seguir detentándolo.
De manera un tanto simplista, pero no por ello imprecisa o evasiva, podemos decir que la ciudadanía plantea un amplio listado de reivindicaciones sociales ante las que los partidos han de actuar como correas de transmisión, incorporándolas a sus programas y trasladándolas a unos foros de debate que, en último término, se encontrarán el espacio público constitucional representado en su cúspide por el Congreso y el Senado.
Y esta tarea activa de democracia representativa, ¿es posible practicarla satisfactoriamente desde premisas socialistas reformistas (=> socialdemócratas) en el seno de una economía capitalista de mercado? O, volviendo a nuestra formulación original, ¿partiendo de unas premisas de raigambre socialista, es posible satisfacer una parte sustancial de las reivindicaciones ciudadanas y alcanzar mayores niveles de justicia social actuando dentro del sistema capitalista? Pues y como veremos más adelante, entre otros factores, va a depender mucho de la capacidad autocorrectiva del propio sistema.
En cualquiera de sus posibles formulaciones la pregunta viene de antiguo y, en la praxis política, una respuesta fundacional estructurada la dio el Programa de Gotha (1875), tan duramente criticado por Marx. Apareció como una cobertura ideológica de la fusión resultante de dos partidos socialistas alemanes: el fundado por Lasalle (ADAV, de tendencia socialdemócrata-reformista) y el fundado por Liebknecht y Bebel (SDAP, de tendencia marxista) en un único partido, el SAP (Sozialistische Arbeiterpartei Deutschlands) que terminaría siendo, pocos años más tarde, el actual SPD.
Al rebufo del SPD se fundaron muchos otros partidos socialdemócratas europeos, siendo el PSOE el primero de ellos en 1879.
Volviendo al listado de reivindicaciones ciudadanas, para poder satisfacerlas en el marco del sistema capitalista los mencionados partidos de raigambre socialista hubieron de seguir políticas reformistas consensuadas dentro del sistema con fuerzas de muy distintos signos políticos. Para ello tuvieron que abandonar cualquier idea rupturista, lo que supuso un cambio crucial de rumbo político al que es necesario asociar una característica del sistema capitalista entonces vigente, aquel en el que actuaba este reformismo: el sistema admitía la necesidad institucional de autocorrecciones económico-sociales, buscando una mayor eficiencia productiva y asegurarse la tranquilidad social.
Este tipo de capitalismo autocorrectivo ha estado representado socialmente a lo largo del siglo XX por el capitalismo renano o industrial; de facto ha sido uno de los grandes protagonistas, junto con los restantes partidos del arco democrático, entre los que se contaron las distintas variantes socialdemócratas, incluyendo a los socialismos democráticos/eurocomunismos de la Europa del sur. ¿Todavía somos capaces de recordar los muchos ejemplos de cogestión empresarial que tuvieron lugar durante la Edad de Oro de la socialdemocracia en el centro y norte de Europa?
¿Qué ocurre cuando el sistema capitalista no ve necesario colaborar, cuando ha evolucionado, sublimándose de la producción a las finanzas? ¿Si, por ejemplo, minimiza la capacidad de autocorrección social por la vía económica?
Este es ahora el caso. El sistema capitalista del siglo XX ha evolucionado hacia un capitalismo financiero (un término que debemos -ya en 1910 – a Rudolf Hilferding) y que va superando como limitador social al capital industrial clásico del siglo pasado. Ahora nos encontramos con una actividad especulativa, derivada del proceso global de cooptación con el capital financiero vía productos financieros, proceso al que se está amoldando la industria productiva clásica y su banca asociada. Todos estamos viendo las consecuencias y un gran número, sufriéndolas.
La larga lista de demandas ciudadanas sigue muy presente e incluso algunas rúbricas se han agravado: la justicia social sigue siendo un lejano objetivo por cumplir, la brecha de la desigualdad cada vez está más presente, el incumplimiento de artículos constitucionales fundamentales es flagrante, etc. etc. Y a estas quejas ‘tradicionales’ habría que añadir los nuevos problemas, a destacar los migratorios… ¿Cuántas de estas reivindicaciones, entre otras muchas, pueden ser asumidas programáticamente por los partidos políticos de raigambre socialista y, ante todo, ser satisfechas dentro del ciclo capitalista actual?
Pues si el actual capitalismo financiero no contempla la necesidad de la autocorrección socioeconómica para su estabilidad, mucho me temo que los partidos de raigambre socialista (por ejemplo, los socialdemócratas) estén abocados a políticas fragmentarias de coalición, ante la imposibilidad de ofrecer a sus votantes un programa integral creíble, con visos de ser en gran parte llevado a cabo. Esta ‘trampa programática‘ también acechará a cualquier partido que intente mantener unos mínimos éticos e ideológicos, no así a los grandes partidos populistas que se están dibujando en el horizonte ultranacionalista europeo.
Algo falla en la correa de transmisión de los partidos clásicos de la que antes hablábamos y, con este fallo, el empoderamiento que la ciudadanía entrega a otras organizaciones sociales en las que, o a través de las cuales, ve mejor reflejadas sus aspiraciones. Hemos visto no hace mucho un experimento que transmitió el poder p
olítico a una organización de nuevo cuño, con -aparentemente- una mayor capacidad de transmitir reivindicaciones sociales y defenderlas en las arenas públicas a todos los niveles, tanto presenciales como virtuales, haciendo uso de las nuevas plataformas de comunicación.
El tiempo, se ha encargado de demostrar la capacidad del sistema para cooptar a los disidentes en cuanto aceptan en la práctica sus reglas de juego económicas como premisa admitida anterior a la protesta y búsqueda contestataria de reformas. Por otro lado, hemos visto que la organización de la actividad política institucional condiciona cualquier tipo de estructura novedosa y la reconduce hacia fórmulas burocráticas harto conocidas por los partidos clásicos tradicionales: los apparátchiks.
Creo que todavía nos faltan datos para poder especular con una cierta fiabilidad acerca del futuro de los partidos políticos tradicionales, pero que vamos a disponer de ellos en el medio plazo, de 5 a 10 años. Y, entre otros, nos los van a dar tres factores:
1. La acumulación tecnológica en la captación, ordenación y transmisión de información, que de una manera u otra está incidiendo en todos los campos del conocimiento y de la praxis. Eso sí, tengamos en cuenta que es fundamentalmente una acumulación instrumental, de instrumentos para ser usados, de herramientas.
2. La evolución de un populismo más o menos nacionalista. Esto es, si en el juego democrático llega al poder, como lo administrará y si querrá cederlo. Los tristes ejemplos que vemos en Europa del este todavía no nos permiten sacar más consecuencias. El caso alemán va a resultar paradigmático y, para el análisis político del futuro de los partidos socialdemócratas, va a ser clave el comportamiento que tenga en el gobierno de coalición con el CDU/CSU un SPD desgarrado internamente, frente a la durísima oposición que va a hacerles el AfD (los ultraderechistas alemanes).
3. La -en mi opinión- lenta pero inevitable reestructuración europea (entre otros motivos, por eficiencia económica), dará lugar a un nuevo mapa de estados y regiones (consideradas como unidades subestatales), equilibrando muchas de las aspiraciones neonacionalistas (utilizo a propósito el término) o independentistas e introduciendo profundos cambios en los mecanismos de representación democrática y en la regulación del principio de subsidiariedad.
Llegado este punto, cuando ya estaba terminando, no pude evitar hacer un comentario explícito acerca del problema sociopolítico catalán, máxime cuando uno de los ponentes que iban a tomar la palabra en el acto era Miquel Iceta, un político ejemplar, que se está distinguiendo por el rigor ético que une a la flexibilidad y sentido común en todas sus propuestas y siempre a la búsqueda de una salida política. Me permití afirmar que, posiblemente, sea en la Europa de las Regiones donde el neonacionalismo catalán pueda encontrar una solución satisfactoria, acabando aquí mi intervención tras una cita que, por conocida, no merece la pena reproducir.
- * Enrique Tierno Pérez-Relaño es Presidente de la Fundación Enrique Tierno Galván