Félix Recio (Profesor titular de la Universidad Compluense de Madrid y Psicoanalísta).-
Adorno, al igual que otros compañeros de la Escuela de Frankfurt, realizó una crítica a la Modernidad, crítica que declina de diferentes maneras: a una Ilustración que se apartó de su camino, pues en lugar de una razón emancipadora, tal como postuló Kant en su texto ¿Qué es la Ilustración?, la razón se puso al servicio de la dominación, del ‘mundo administrado‘, que es el mundo que cumple los requerimientos y necesidades del capitalismo tardío. A la critica de la deriva de la razón ilustrada que realiza Adorno, le siguen como corolario, otras criticas: crítica del positivismo, que en el terreno de las ciencias humanas implica la conversión de los sujetos en objetos, siendo el positivismo una modalidad de saber cosificado; crítica del capitalismo y del fascismo, siendo este último un pliegue del primero, pues la subjetividad conformista que trata de generar el capitalismo es condición necesaria para la aceptación de cualquier fórmula autoritaria; crítica a una industria cultural que ofrece productos únicamente evasivos y de entretenimiento, etc.
El individualismo y el racionalismo son aportes de la modernidad y paradójicamente éstas características van acompañadas de una ‘pérdida de libertad‘. El sujeto moderno, supuestamente autónomo y libre, es un sujeto construido, sujeto sujetado a los imperativos de la lógica del capital.
El desvío de la Ilustración tiene, para Adorno, su máxima expresión en Auschwitz. En los campos, la muerte fue técnicamente planificada. Las duchas, las cámaras de gas forman parte de una industria del exterminio. La muerte del prisionero dejó de ser una mera consecuencia del odio o de la negación del otro, se convirtió en un asunto técnico. Eliminar prisioneros de una forma eficaz y barata requiere el concurso de una ‘razón técnica‘.
Frente al optimismo del primado de la razón, Auschwitz gravita en el pensamiento de Adorno, su filosofía no es ajena a la experiencia de la catástrofe. Reflexiones desde la vida dañada es el subtítulo del libro de Adorno Minima moralia, este subtitulo podría englobar la totalidad de la obra de Adorno. No solo por ilustrar la deriva de las sociedades occidentales en la primera mitad del siglo XX, sino también porque remite a su propia visión dialéctica. Si el mundo es un mundo uniformado, la expresión de lo dañado introduce una grieta en lo uniforme. Schönberg y sus disonancias en la música, y Kafka y Beckett en la literatura. Cuando ‘la vida dañada‘ alcanza su expresión, lo que aparece es la alteridad y la no identidad. Alteridad y no identidad son dos rasgos de la dialéctica negativa de Adorno. Dialéctica que perturba el imperio de lo mismo a través de la emergencia de lo otro: ‘en las grietas que desmienten la identidad de lo existente, aparecen las promesas, constantemente rotas, de lo otro‘. La dialéctica de Adorno desconoce la síntesis feliz.
La crítica de Adorno al dominio de la razón instrumental no implica resignación, es una apuesta por lo necesario, por el libre despliegue de lo no idéntico propio de una sociedad emancipada, frente a la uniformidad se trataría de la conciliación de las diferencias. Apuesta, a pesar de las ‘promesas constantemente rotas‘ por lo improbable pero necesario, pues la expresión de lo dañado es germen de lo por venir a pesar de que lo esperado no advenga. El futuro que se quiere no acaba de llegar, pues hay una diferencia entre lo que un sujeto persigue y lo que consigue, una diferencia entre la razón y su logro. Entre lo uno y lo otro hay algo que queda sustraído en el logro y es en esa sustracción donde se sustenta la dialéctica negativa de Adorno: ‘el pensar es pensar en lo sustraído en relación a lo logrado, lo bueno como aquello que no se es capaz de producir‘. Es decir, la emancipación quedó sustraída en el despliegue de la razón ilustrada.
La critica a la modernidad, como burocratización en Max Weber y como triunfo del resentimiento en Nietzsche tiene una tonalidad trágica: ‘la jaula de hierro‘ en el primero y ‘el amor fati‘ en el segundo. Sin embargo, la crítica de Adorno, cercano a Benjamin, tiene una tonalidad melancólica, lo sustraído es el futuro, necesario aunque improbable. Resuena, aunque de otra manera, la espera benjaminiana en la redención. No es extraño el aprecio que Adorno podía sentir por Vladimir y Estragón, esos antihéroes de su admirado Samuel Backett.
La crítica adorniana a la condición ‘dañada‘ de la vida en el capitalismo tardío, es una crítica de la subjetividad cosificada. Uniformidad con aniquilación de la singularidad y lo diferente, propio de ‘el mundo de la administración total‘. Mundo regido por la cálculo racional y la norma, por ‘la razón instrumental‘. Para Adorno, el individuo no se puede abstraer del contexto social que vive, tenderá a adaptarse a los imperativos que socialmente se determinen, imperativos que obedecen a la lógica del capital, por eso ‘no cabe una vida justa en una vida falsa‘, el daño viene suscitado por una vida en lo falso. La autonomía del individuo se revela como un espejismo: ‘Quien quiera conocer la verdad sobre la vida inmediata, tendrá que estudiar su forma alienada, los poderes objetivos que determinan la existencia individual hasta en sus formas más ocultas‘.
Pero el daño o el dolor es también una categoría esencial de su pensamiento dialéctico, expresión de la no identidad, refutación del ideal de una sociedad reconciliada. El dolor es materialista y crítico, y también objetivo: ‘el sufrimiento es objetividad que soporta el sujeto‘. Aunque se experimente de forma individual, el dolor, más allá de lo orgánico, también se genera socialmente. A través de la explotación y los imperativos de una ‘vida falsa‘.
La aportación de Adorno, a la hora de convertir el daño o el sufrimiento en una categoría del pensamiento que por su materialidad, su objetividad y su negatividad se convierte en el soporte de su dialéctica negativa.