The Brutalist (2024) se erige como una de las experiencias cinematográficas más ambiciosas de los últimos años, con casi 4 horas de duración (intermedio incluido) y pese a su escaso presupuesto, tratándose de una producción de Hollywood, ha sabido aprovechar todos los recursos cinematográficos a su disposición y dar esa sensación monumental. Una obra que combina una narrativa profundamente humana con una puesta en escena colosal. Rodada en el icónico formato VistaVision, una técnica que alcanzó su auge en clásicos como Los Diez Mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956), Duelo de Titanes (John Sturges, 1957); Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958); incluso Aventura para dos (Don Siegel y Luis Marquina, 1957), coproducción española y norteamericana rodada íntegramente en Madrid con Carmen Sevilla de protagonista; y hasta culminar en El rostro impenetrable (Marlon Brando, 1961).
Así, The Brutalist, aprovecha al máximo su capacidad para capturar imágenes de una claridad y amplitud deslumbrantes. No solo es un homenaje al cine de otra época, sino también una herramienta que refuerza la grandeza y la intimidad de su historia, evocando la maestría formal de Ezra Pound en su obra en general y los Cantos en particular, donde la forma y el contenido se entrelazan de manera indisoluble.
La trama sigue el viaje de László Tóth (Adrien Brody), un arquitecto judío húngaro que, tras sobrevivir al Holocausto, emigra a Estados Unidos para reconstruir su vida y su legado. Llegando en primera instancia al puerto de Nueva York (para más adelante asentarse en Pensilvania), ciudad que se presenta aquí como un reflejo de su estado interior: una ciudad de oportunidades y desafíos, donde el pasado se mezcla con el presente. Este retrato inicial de la ciudad resuena con la experiencia de Ezra Pound en Nueva York, un lugar de tránsito en su vida, marcado por tensiones creativas y personales. En ambos casos, la ciudad actúa como un catalizador para la exploración de sus obsesiones creativas, pero también como un recordatorio de sus limitaciones humanas.
A lo largo de la película, el protagonista enfrenta no solo el peso de su historia, sino también la presión de cumplir con las expectativas de quienes lo rodean. Pero encuentra en su arte una forma de resistencia y redención, aunque también un proceso lleno de contradicciones, sacrificios y autodestrucción.
ITALIA COMO PUNTO DE INFLEXIÓN
En un momento de la película, y sin destapar nada de la trama, László tiene que viajar a Italia en busca de nueva materia prima para la obra de construcción brutalista que está llevando a cabo en Pensilvania, comenzando una búsqueda de inspiración que se convertirá en una confrontación con su propia vulnerabilidad. Mientas que Pound llegó a Italia escapando de lo que él veía como la decadencia cultural de su país natal, Estados Unidos, atraído por la música, el arte y la arquitectura de allí. László y Pound comparten un deseo de encontrar algo esencialmente transformador, aunque sus motivaciones y contextos son diferentes Italia en sí es un espacio de creación, pero también de conflicto, un lugar donde el pasado y el presente se enfrentan en una lucha por encontrar sentido. Aunque, como supongo que el lector sabrá, Italia acabaría siendo, como reza la historia, la tumba del poeta, antes incluso de su muerte en Venecia, pues recordemos que a Pound sus compatriotas estadounidenses lo arrestan en 1945, en Pisa, al final de la II Guerra Mundial, porque durante el conflicto apoyó al fascismo. Pasará detenido en un campo de concentración de Pisa 6 meses durante los cuales nacieron sus Cantos pisanos.
A László por su parte, a caballo entre Italia y Estados Unidos, algunos de sus compatriotas con los que se reencuentra y sus mecenas le llegan a repudiar, oprimir y mantener en una especie de cautiverio sicológico por sus actos e ideas (más progresistas, esos sí, que las del poeta). Este símil en sus relaciones como migrantes con el entorno resalta las distintas formas en que ambos intentan reconfigurar sus mundos, ya sea a través de la creación material o de la expresión cultural. Sin embargo, la película lo hace con una sensibilidad única, combinando la monumentalidad de su puesta en escena con una intimidad desgarradora. Como en la obra de Pound, en The Brutalist cada detalle, cada línea y cada sombra parecen ser el reflejo de una lucha interior que es, al mismo tiempo, profundamente personal y universal.
También la trama de la película nos llevará parcialmente a Venecia, donde es difícil no pensar en el destino final de Ezra Pound, quien, como dije, murió en Venecia. Ciudad que se convierte en la película en un símbolo de broche y trascendencia.
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La dirección de la película ha corrido a cargo de Brady Corbet, otrora actor ocasional, que en los últimos tiempos se ha reconvertido en director habitual, eleva la película a un nivel excepcional. Con una narrativa que combina la épica y lo íntimo, Corbet demuestra un control y dominio absoluto del ritmo, utilizando planos largos y pausados que permiten al espectador sumergirse en la psicología de los personajes. El uso de VistaVision, lejos de ser un mero guiño al pasado como dije antes, se alinea con el enfoque clásico de Corbet, que recuerda a maestros como David Lean, John Ford e incluso William Wyler, demuestra buena habilidad para capturar emociones humanas con una cámara que parece observar desde la distancia sin perder nunca la conexión íntima con sus personajes.
La fotografía, a cargo de Lol Crawley, utiliza un contraste constante entre luces y sombras para reforzar los temas de la película. Las primeras escenas de Nueva York, como luego a la postre Pensilvania, están envueltas en una frialdad que evoca el aislamiento del protagonista, mientras que las de Italia destacan por su calidez, sin perder el matiz melancólico.
La banda sonora, compuesta por el maestro Daniel Blumberg, es una obra de arte en sí misma. Con una mezcla de sonidos orquestales y elementos contemporáneos, la música no solo acompaña la acción, sino que amplifica las emociones y añade una dimensión casi operística a los momentos clave de la trama. En este sentido, recuerda la habilidad de Pound para usar el ritmo y la estructura en su obra, donde cada elemento contribuye al conjunto de manera única.
La dirección artística es otro punto fuerte de la película. Los escenarios, desde los austeros edificios brutalistas de Estados Unidos hasta los paisajes y villas italianas, cuentan su propia historia. La arquitectura juega un papel crucial, simbolizando tanto la reconstrucción como el peso de las estructuras ideológicas y emocionales que los personajes deben enfrentar.
Las interpretaciones de Adrien Brody, Felicity Jones y Guy Pearce son el núcleo emocional que sostiene toda la película. Brody entrega una actuación que trasciende las palabras, canalizando con su cuerpo y su mirada la lucha interna de un hombre atrapado entre el peso de su historia y el deseo de construir un futuro mejor. Jones, como su esposa, Erzsébet, encarna la dualidad de fortaleza y vulnerabilidad, siendo el ancla emocional de László en sus momentos más oscuros. Pearce, por su parte, añade un toque de ambigüedad moral en su papel de Harrison Lee Van Buren representando la verdadera cara del capitalismo feroz y el abuso de autoridad de un industrial que se convierte tanto en benefactor como en fuente de conflicto para el protagonista.
La influencia de grandes obras cinematográficas recientes como Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson, 2007); Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984); El Padrino 1 y 2 (Francis Ford Coppola, 1972 y 1974) o incluso el clásico Gigante (George Stevens, 1956) es inevitable. Al igual que estas, The Brutalist aborda la llegada del que emigra a una nueva tierra desconocida, la obsesión creativa, la lucha por dejar un legado y el costo emocional que ello conlleva. La llegada de Laszlo a Estados Unidos y la de Ezra Pound a Italia presentan una afinidad que refleja la búsqueda de un nuevo comienzo, aunque por circunstancias distintas.
Ya a modo de anécdota The Brutalist cuenta con hasta 40 productores acreditados, lo que refleja la complejidad para conseguir financiación: un total de 10 millones de dólares en presupuesto, una cifra, como dije al inicio, bastante exigua, comparada con otras obras de idéntica ambición. Este hecho ha generado un amistoso conflicto con la Academia de los Oscars ya que estos exigen un mínimo de productores para ser postulados en la categoría de Mejor Película. Veremos quiénes son los afortunados entre los 40 inversores.
Con sus diez nominaciones al Oscar, The Brutalist se perfila como una de las favoritas para arrasar en la próxima ceremonia. Esta película no solo representa el cine que necesitamos, sino también el cine que merece ser celebrado: una obra que, como los grandes Cantos de Ezra Pound, trasciende su tiempo para convertirse en un legado.
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