La ciudad de Barcelona ha servido como escenario a muchas películas, porque siempre ha sido cosmopolita, no solo para los directores esencialmente de la tierra como Francesc Betriu, sino también para aquellos realizadores extranjeros que se han dejado seducir por su encanto y belleza. La vida cultural catalana fue muy importante en los años cincuenta y sesenta, no en vano nació allí la escuela literaria barcelonesa con el editor Carlos Barral a la cabeza, pero también en el mundo del cine tuvieron repercusión los cineastas catalanes.
Una película que se rodó en parte en Barcelona fue El reportero de Michelangelo Antonioni, un director que siempre se ha caracterizado por un cine donde la incomunicación de los personajes se expresa en silencios que reflejan el vacío de un mundo que no entienden. La noche o La aventura son películas tocadas por el arte de este genio que ha logrado expresar como pocos el mundo de los silencios y de las sombras del vacío. En esta película, perteneciente ya a los años setenta, concretamente fue rodada en 1974, la historia cuenta cómo un personaje llamado David Locke se adentra en el desierto para contactar con guerrilleros de un país africano. Vemos el rostro de un hombre nada vulgar, en la mirada intensa del gran Jack Nicholson, que ya había triunfado con las películas de Bob Rafelson y que después de esta conseguiría un éxito absoluto con Alguien voló sobre el nido del cuco de Milos Forman. Le vemos acercarse a los guerrilleros y en una elipsis extraña vemos al mismo hombre llamar a la habitación de un tal Robertson. Al no obtener respuesta, abre la puerta y se encuentra a este hombre boca abajo en la cama, fallecido, tal vez de un paro cardíaco. Decide entonces cambiar su identidad, ya que el hombre es físicamente igual que él, no existen diferencias. En ese desdoblamiento vemos ya un juego que va progresivamente llevando a la película a la confusión de personalidades.

Hay otra elipsis y podemos ver a los dos hombres dialogando, Locke, reportero y Robertson, un traficante que está metido en líos con las guerrillas africanas. Aparecen de espaldas al espectador, lo que hace que no podamos distinguir los rostros, pero son el mismo, como ya comenté, el sosias de Robertson es Locke y a la inversa. En este juego de espejos y de confusiones vemos a un hombre que se desdobla, un hombre que gesticula, que tiene un rostro peculiar (ya conocemos la mirada abstraída de Nicholson). Locke hurga en el hombre muerto en otra imagen, ve que hay un pasaporte, un avión para Múnich, una agenda con datos y nombres (Daisy, Osuna, Hotel de la Gloria). Decide Locke, que ahora es Robertson, viajar a esos lugares con el pasaporte del muerto. En Mónaco recoge en la consigna del aeropuerto un catálogo con varios tipos de armas, en Londres visita la casa de Robertson, donde puede ver condolencias por su fallecimiento. Va a Barcelona, donde conoce a una joven estudiante de arquitectura, papel interpretado por Maria Schneider, la célebre protagonista de El último tango en París, y pasea con ella por la ciudad, podemos ver el Palacio Güell, la Pedrera, lo que sirve para que Antonioni nos muestre su admiración por la ciudad condal.
Hay una secuencia magnífica en la podemos ver a Nicholson en un funicular en Montjuic, subiendo las manos como si fuese Ícaro. La idea de planear en el vacío ya la habíamos visto en El eclipse en un vuelo que hacen sus protagonistas. Es una metáfora de la intrascendencia del ser que ya no existe como figura, sino que ya alcanza la ingravidez del vacío. Hay muchas escenas rodadas en Barcelona, porque la ciudad tiene a veces un aire fantasmagórico e irreal que encaja con la idea esencial de esta película: el desdoblamiento del ser ante el vacío existencial.
La idea original de El reportero, escrita por Mark Peploe, no está alejada del universo de Antonioni. Remite a El difundo Matías Pascal de Pirandello, pero también a otras películas de Antonioni: el camino por el desierto a La aventura, la profesión de reportero a Blow Up, interpretada por un estupendo David Hemmings. El guion de esta película pertenece a Mark Peploe, Peter Wollen y el propio Antonioni. Contiene ideas de una cinta policíaca, pero también de las intrigas de Hitchcock, ya que nos recuerda al famoso señor Kaplan en Con la muerte en los talones. Hay, sin duda alguna, un vía crucis en la película, un personaje que va de un país a otro, que se entrevista con un jefe de gobierno africano (se trata de Chad, pero nunca se dice el país en la cinta), que va a Múnich, donde encuentra a unos rebeldes chadianos en el altar de la iglesia. Representa un calvario que el protagonista, sin entender nada de lo que está pasando, tiene que vivir irremisiblemente.

Como era de esperar, el final solo puede ser trágico: es un personaje condenado a desaparecer, porque nunca ha existido, parece fruto de la imaginación de un escritor o de un director de cine. En Cine y literatura, libro de Pere Gimferrer, este dirá que el personaje muere cuando deja de ser filmado.
Locke está tumbado en la cama, como este encontró a Robertson muerto, en el Hotel de la Gloria, al lado de la chica, papel que como comenté interpretó la sensual María Schneider. Locke le pregunta a ella qué ve en la calle y ella le cuenta lo que está mirando. Esta es, sin duda, otra referencia, al poder de la mirada, tan importante en las películas de Antonioni, concretamente en esta cinta y en Blow Up. De repente, ya no vemos a Locke, ha desaparecido para la cámara, lo que quiere decir que ha dejado de existir (muere igual y en la misma posición que Robertson), siguiendo la idea de Gimferrer. Locke era un espejismo, un hombre desdoblado que solo existía cuando era filmado.
El reportero es una muy interesante película que plantea el vacío de la existencia, la angustia que produce el no ser visto, el haber desaparecido al no ser nombrado ni mirado. Con escenarios muy bellos (entre ellos, la bella Barcelona), con interpretaciones muy notables, la película representa una mirada más de Antonioni a seres incompletos que solo existen fugazmente, seres sin alma, borrados por el tiempo y por la crueldad de la vida.