¡Mis queridos palomiteros! Este domingo, 2 de marzo, finalizan las representaciones de Los gigantes de la montaña (publicada en 1937) en el Teatro Fernán Gómez. Un espectáculo único, con un elenco de campanillas que hace un trabajo exigente y de muy buen resultado (Teresa Alonso, Juan Carlos Arráez, Samuel Blanco, Moisés Chic, David Ortega, José Gonçalo Pais, Javi Rodenas, Natalia Rodríguez, Paula Susavila) y dirigido por César Barló, un valiente de la escena contemporánea, que ha puesto en pie una versión del italiano Luigi Pirandello de casi dos horas, que se sigue con interés, que te rompe por fuera y te recompone por dentro.
Desde el punto de vista del argumento, podríamos de decir los Gigantes siguen morando en lo alto de la montaña y deciden el camino que debemos transitar los mortales. Y nosotros, los mortales, por cientos de causas, finalmente aceptamos su directiva para que nuestra vida transcurra por los cauces que ellos crean, lejos de la ilusión y el riesgo. Estos Gigantes han conseguido que, mientras nos conformamos con ser, no nos preguntemos qué deseamos ser.
Así las cosas, Los gigantes de la montaña es propuesta escénica que transita por la fina línea del teatro ridículo y el teatro del absurdo, pero que en la travesía Barló sabe conducirla con maestría para que el conjunto no se salga de la línea. Los gigantes de la montaña no es un trabajo actoral al uso, sino una reinvención —y reivindicación— de un género que concita estilos, formas y maneras de apreciar el arte, más allá de conocer, o no, las claves por las que se caracteriza el teatro del autor italiano.
Es más, sin saber de qué van, la función es un bofetón a la tradición del teatro no convencional, porque Barló ha dado un paso más al sumar y mezclar slapstick con mimo y máscaras, entre otros hallazgos, que aunque son algunas de las trazas del estilo de Pirandello, hay que saber cómo manejarlas. Todo ello, naturalmente está por encima de lo que ya conocemos de Los gigantes de la montaña, es decir, la obra inconclusa del mencionado autor, centrada en tres actos, que igual que le ocurrió a Lorca con su Comedia sin título, el resultado podía haber quedado reducido a la nada, al silencio, a la contemplación de un algo sin misterio ni utilidad. Sin embargo, Los gigantes de la montaña de César Barló está muy por arriba de las habituales propuestas de teatro de Pirandello.
Para empezar, el director ha desarrollado la pieza en dos espacios del Fernán Gómez, que han discurrido por el vestíbulo, con esa gigante seta al medio que transmite un halo de misterio ya de por sí inquietante, y por la sala Jardiel Poncela.
Un viaje inmersivo —próximo al realismo mágico—, itinerante, hacia la Scalogna, un lugar a medio camino entre lo mágico, lo real y lo mítico en el que el público se traslada del vestíbulo (allí ocurre el primer acto, más explicativo) a la otra sala (donde se desarrolla el segundo, que es el más luminoso y atractivo narrativamente y que da una muy buena muestra de lo que es la plástica escénica, la sugestiva expresión corporal de los intérpretes y un afinadísimo diseño de vestuario), y luego vuelve al vestíbulo de nuevo para deleitarse con el tercer acto. Todo ello enredado en un ejemplar ejercicio de imaginación que da paso a una importante reflexión: el teatro debe servir para desvelar los misterios humanos. El escenario es el espacio donde investigarlos y la representación el tiempo de compartirlos.
En sí mismo, cada uno de estos actos podrían ser piezas concluyentes —por su estructura y contenido—, pero cuya continuidad, tan bien hilada y tratada, son buena muestra del intenso trabajo de la mencionada adaptación y del conocimiento de la historia del teatro. ¡El juego de máscaras es maravilloso!
En fin queda, pues, un excelente trabajo en todos los apartados técnicos y actorales —muy bien engarzados—, y a la espera de una versión frontal —en el sentido literal de la palabra— de Los gigantes de la montaña a cargo de AlmaVivaTeatro, la compañía que se ha desvivido por hacer funcionar esta tramoya experimental con oficio y personalidad. ¡Qué lujazo de función, por favor!