El próximo viernes 13 llega a los cines Té negro, del director Abderrahmane Sissako, una fascinante película sobre los caminos que conducen al amor y la libertad sexual, y cuyo visionado deja en el ánimo un rastro misterioso, pues tiene un atractivo tan indefinible como certero. Un halo de misterio que no sabrías decir en qué consiste pero que te atrapa, tanto por su morosidad como en la forma sorpresiva en que se presentan los acontecimientos narrados, siempre por delante de ti, que estás embobado en los detalles de la adaptación al medio, pues de eso se trata, ya que el contexto es la inmigración africana en Asia, concretamente en China, donde hay toda una «Colonia Chocolate».
Allí vive ahora Aya, una joven procedente de Costa de Marfil con una mala experiencia el día de su boda que la obligó a decir No ante el altar. En China trabaja en una boutique de té propiedad de Cai, que es quien ahora la pretende y que le está enseñando a adaptarse a su nueva vida mediante los múltiples detalles de la ceremonia del té.
Como espectador, puedes quedarte embobado viendo cómo Cai enseña a Aya a preparar el té en la trastienda, cómo convierte esa preparación en ceremonia de los sentidos (de todos los sentidos, empezando por los olores hasta pasar al tacto), y enterarte, de repente, de que el hombre, oriental, va ya por la tercera pareja y ella, africana, lo ayuda a reconciliarse con su pasado.
Y si para ello en un momento dado decide aguantar el ser postergada, es porque le conviene esperar, que en eso consiste también la ceremonia del té, en saber esperar y no precipitarse.
Porque hay dolor en Té negro, hay dolor en el pasado de ambos y hay que tener los nervios y el corazón bien templados y saber lo que se quiere. Ambos sufren una transformación liberadora a medida que avanzan las enseñanzas de este antiguo arte. El vínculo se refuerza.
El director Sissako, mauritano, se inspiró para el guion en un restaurante llamado La Colline Parfumée (‘La Colina Perfumada’), regentado por una pareja mixta de África y de China. Las tiendas de la ciudad de Guangzhou, conocida como «Ciudad del Chocolate» (colmados, peluquerías, casas de té), son el escenario propicio para todo tipo de encuentros como los que él describe en su película.
Té negro es su segunda película después de Timbuktú, con la que alcanzó fama mundial.
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