noviembre de 2024 - VIII Año

Star Wars: la fuerza nunca ha dejado de ser una cuestión psicopolítica

Star Wars, episodio IX, es el fin de una historia sencillamente inolvidable. La última trilogía despierta a los extremos entre los espectadores: la admiran con profundidad o la odian a muerte. No podemos decir que la película que cierra la saga nos cuente algo totalmente inesperado, con algún giro argumental absolutamente inimaginable. Estamos ante una poderosa historia con varias décadas, legiones de fans y un valor de 19.000 millones de dólares al año. Pero con un problema psicopolítico de fondo que genera, inevitablemente, lecturas desde todas las direcciones e incluso simbolizaciones que sorprenden a unos e indignan a otros, consecuencia de los caminos por donde se aventura el guion. Y esto último ocurre aunque la industria esté dominada por tendencias más bien conservadoras, donde no agradan los mensajes demasiado progresistas.

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Adorno solía argumentar contra la “radicalidad práctica” del movimiento estudiantil y revolucionario de los 60 del XX. Opinaba que era en la audacia profunda del pensamiento donde estaba la auténtica resistencia y que “pensar” era una actuación mucho más revolucionaria que la tecnología de la barricada, útil en 1789, en 1830 y en 1845; pero ridícula contra la personalidad imperial, múltiple y atómica del capitalismo que devoraba vidas humanas cada día. Como recordamos, la extraordinaria “práctica” del pensar exhibida por los miembros de la Escuela de Frankfurt, también sería contestada por la crítica inteligente de Lukács. ¿Qué habría pensado el intelectual húngaro de Inception, por ejemplo, donde era posible edificar mundos enteros, detallados e ideales hasta el extremo de poder desafiar a la Física, alojados únicamente en la mente de alguien?

¿Dónde nos deja el debate de la teoría y la práctica frente a las crónicas (cinematográficas, incluso) donde la sustantividad simple y la más dura y desalmada extraen su esencia última de dialécticas político-ideológicas que otorgan mucho peso a la psique y a la propia conciencia social? En efecto, la relación entre teoría y práctica parece transformarse cuando nos cuentan la historia de regímenes que se levantan y caen en íntima relación con lo ocurrido en la subjetividad de sus protagonistas. Narraciones donde la teoría tiene mucho de psicoanalítica y literaria y la práctica transcurre entre la rebelión más o menos iluminista y el arma de destrucción masiva con discurso y estética fascista.

Pensaba sobre estas cosas (no sé por qué) al ver en el cine la última entrega de Star Wars: El ascenso de Skywalker. Era un estreno, vamos a decir, histórico a nivel mundial: al parecer, llegamos al fin de una saga que ha dejado una profundísima huella en la cultura universal, un fenómeno alrededor del cual se han encontrado críticos, intelectuales, fans de la ciencia ficción y estudiosos en ciencias sociales con los más disímiles intereses. ¿Cuántos en todo el mundo nos estremecimos cuando comenzó esta tercera trilogía y vimos el intrépido regreso del Halcón Milenario? ¿Cuántos nos emocionamos al volver a ver en la sala de cine a Chewbacca, Han Solo y a la princesa Leia? ¿Cuántos nos conmovimos al ver el regreso de la ternura y lealtad algo atormentada de C-3PO y R2-D2?

LA TRILOGÍA

El fin de esta trilogía, que continúa con la trama dejada en El retorno del Jedi (1983) y se compone de los episodios VII, VIII y IX, dibuja a una Resistencia que a duras penas logra sobrevivir en su guerra contra la Primera Orden. Por supuesto, la coherencia de los acontecimientos depende de cierta visión de conjunto. Entre El despertar de la fuerza (2015) y Los últimos Jedi (2017) asistimos a una verdadera hecatombe en la República, los herederos del Imperio atacan para volver a instaurar un régimen totalitario que pretenderá dominar y oprimir los mundos habitados de la galaxia, a través del terror político más puro: una narrativa que habla de orden frente al caos mediante el pago de la obediencia incuestionada, de la simbolización totalizadora que puede plantearse detener la Historia y una “práctica” que prescinde del devaneo “teórico” propio de la división de poderes y la delegación del poder popular en un parlamento.

No hay más que recordar el discurso de la aniquilación del general Hux frente a sus tropas, durante el episodio VII, con toda aquella estética girando sobre un fascismo militar que se presenta como antídoto (un tratamiento político-sanitario al estilo de las SS, como seguramente recordamos de la Historia terrestre) contra el desorden democrático de la tradición republicana.

Discurso del General Hux: Destruction Of Republic
Posterior a esto, en el episodio VIII, vimos diversas simbolizaciones, de esas que sólo el cine puede plasmar. En la película donde regresa Luke Skywalker para entrenar a la asustada aprendiz que protagoniza el despertar de la fuerza (Rey), también vemos la nueva hegemonía pos-imperial de la Primera Orden, con su líder supremo Snoke y su aprendiz en el lado oscuro, Kylo Ren, a la vez líder de la Orden de los Caballeros de Ren (hijo de Han y Leia, nieto del mismísimo Darth Vader). Con la caída de la República retorna la vanguardia en forma de organización político-militar: la Resistencia clandestina, al mando de la general Leia Organa.

Sin lugar a dudas, uno de mis momentos preferidos de esta película fue todo aquel traumático entrenamiento vivido por Rey en la remota isla de Luke: la llamada que experimenta desde la oscuridad; la insistencia de la fuerza, que conecta a la luz con la oscuridad y a la oscuridad con la luz (mostrándolas como lo que son: las dos realidades que conviven en dolorosa dialéctica dentro de todo corazón humano); el conocimiento sobre el equilibrio inestable que siempre termina por romperse, tan característico de los asuntos psicosociales; esos instantes donde la luz no llega a ser rival para la oscuridad, convirtiendo a la segunda en hegemónica, cuando la violencia se institucionaliza y la eliminación física es la medida más aceptable, esos días que todos hemos vivido en los que luz/oscuridad es sólo cuestión de interpretación pragmática y se revela todo lo que hay a medio camino entre ambas.

Sin olvidar el auténtico centro de la cuestión: la pérdida del Otro por parte de Rey y la ineludible necesidad de asesinar a la autoridad de Kylo. La revelación de un gran secreto, en clave psicológica, se escucha sin paliativos en esas escenas donde un joven extraviado le dice a una joven confundida que sólo llegamos a ser lo que debemos ser con la muerte de nuestro ascendente moral, con la caída sangrienta de la simbolización de la autoridad que sólo representa al pasado. Pero que intentar remediar la pérdida misma únicamente conduce a la debilidad… una debilidad del todo teórico-práctica. Y que, en ocasiones, esa autoridad (por ejemplo, aquélla que una vez levantó las banderas de la vanguardia política frente a la opresión) puede recuperar su sed no superada de sangre e intentar adelantarse en la carrera por perpetrar el asesinato que otorga la hegemonía… Luke intentaría matar a su aprendiz, cualquier matiz añadido es cuestión de interpretaciones.

Esta terrible revelación es la que empuja a Rey a una especie de retorno al primer viaje simbólico, una travesía arquetípica con huella narrativa en nuestra especie, una donde el lado oscuro de la fuerza no está claramente diferenciado de la luz: regresa a las profundidades de la tierra, donde las más elementales preguntas sobre la naturaleza de su propio “objeto perdido” retornan a su propio Yo (la joven aprendiz vive alguna clase de nuevo estadio del espejo, que sólo confirma la irreversibilidad de la pérdida).

Es entonces cuando se muestra cierta lógica, dualidad pos-dolor, entre Rey y Kylo: el Eros y el Thanatos, vida y muerte, que pugnan dentro de la subjetividad humana. Y será esta verdad, la pequeña posibilidad de una alianza entre las energías más jóvenes, la que se tornará insoportable e inaceptable para la autoridad, tanto para Luke como para el líder supremo. El contacto prohibido que supera a la Física y a la nueva coyuntura política será perseguido con furia, los dos jóvenes replicarían la batalla de sus mayores hasta las últimas consecuencias, sabiendo que cada uno vive tanto en la luz como en la oscuridad.

Rodar una película cuyo guion se aventura por los procesos psicológicos humanos, puede generar un fenómeno de culto o una reacción furibunda entre el público (recordemos que el episodio VIII recibió muchos ataques en la red, que incluyeron acoso a miembros del reparto). Por si alguien en la sala de cine dudaba de las incontrolables derivas ideológicas de experimentos de este tipo, en el episodio VIII hay una última escena que muestra a unos niños trabajadores, casi vestidos como los infantes explotados en las fábricas inglesas del siglo XIX, que elevan la crónica de los hechos a la dignidad del mito. Es uno de esos niños el que representa la mayor trascendencia simbólica (por política): levanta su herramienta de trabajo, una escoba, signo de su explotación, y parece convertirla en futuro sable laser, a la manera de los Jedi, instrumento de su emancipación, mientras observa el símbolo de la Resistencia y mira con esperanza hacia las estrellas.

THE RISE OF SKYWALKER

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Claro, el problema de aventurarse por explicaciones algo psicológicas sobre cómo y por qué la realidad es como es (inevitable por el carácter “trascendente” de los personajes) es que será muy difícil apartar cierta re-significación político-ideológica. Cuando se habla de traumas psicológicos, de pérdidas, dolor, abandonos, amargura, etc. se suele necesitar explicar el contexto que les dio origen. Y de esto puede salir cualquier cosa: tanto un discurso político sobre la emancipación Vs dictadura totalitarista, como problemas de ritmo, cortocircuitos narrativos, extrañas simbolizaciones sobre el “objeto perdido”, etc.

Siendo así las cosas, el episodio IX sólo tenía una salida: resolver la pérdida y consumar el asesinato de la autoridad. Ambas son referencias constantes a lo largo de toda la saga. Y ambas necesitarían de una alianza tanto entre la teoría y la práctica como entre la luz y la oscuridad. Ni Rey ni Kylo podrían continuar sin saber qué hay al otro lado de la confrontación final entre la Resistencia y el nuevo Imperio, necesitarán saber si llevar las enseñanzas “teóricas”, la instrucción sobre los secretos de la fuerza, a la práctica podía transformar a la galaxia o costarle la vida a uno o a ambos. Tendrán que avanzar en la oscuridad para desvelar si verdaderamente están, los dos, divididos entre el Eros y Thanatos. ¿En tanto herederos del discurso de su respectiva autoridad están condenados a repetir los errores y taras de ésta? ¿Es que no podemos aspirar a emanciparnos de esa totalidad estructural en la cual ya estábamos inmersos e interpretados cuando heredamos todo lo que nos hace ser lo que somos?

Tráiler – STAR WARS 9
¿Cómo liberarnos de esa Ley que está relacionada con nuestra inclinación a transgredir todo aquello que nos mantiene en una condición civilizada? Estas preguntas están en el centro del drama vivido por Kylo.

Y son esas algunas de las razones por las que el problema de la teoría y la práctica tiene mucho de psicológico (y psicopolítico). Recordemos brevemente lo siguiente: el inconsciente se “configura” a partir de la represión del deseo y el dolor por su pérdida. La consciencia es vulnerable a los efectos de esas represiones, que podrían causar problemas e incapacidad para afrontar la realidad tal y como se supone que es. Pero teóricamente lo anterior es combatido por la final identidad con la autoridad y la Ley (lingüística y cultural, por lo tanto ampliamente simbólica) que surgen del padre (sí, ese que desciende del exilio original). El deseo original por el “objeto” perdido (el centro refundido que no somos nosotros mismos, advertido por Jung) experimenta una sustitución.

Evidentemente, tenemos que aclarar que encontrar lo “perdido” implicaría reelaborar por completo a la autoridad, La Ley y todos sus principios. De ahí que Rey sea capaz de actuar “prácticamente” en el episodio IX, cuando llega a descubrir sus verdaderos orígenes y todas las preguntas reciben respuesta.

EL PROBLEMA DE LA AUTORIDAD, ENTRE 1983 Y 2019… HACE MUCHO TIEMPO EN UNA GALAXIA MUY MUY LEJANA

El gran atributo de la mirada, ahora narrada, de Rey (dado que sus orígenes le han sido revelados) es que es geométrica: podrían existir varias posibilidades para el futuro de su propia crónica, lo que re-significa el problema de la autoridad.

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Es decir, al parecer, el despertar de Rey y Kylo (que van rebelándose contra todo lo que aparentemente les fue heredado) se da sin la pesadilla de la inmortalidad divina, sin el fantasma de la autoridad poderosa y aparentemente irreversible. Sin la obscenidad del dios masculino e inmortal que en verdad resulta ser una prolongación de la figura del padre poseedor de la autoridad suprema. Y sin que, de hecho, nada de esto tenga que ver con el sistema de creencias en verdades reveladas que cada sujeto se da a sí mismo/a. Recordemos que ningún espacio libre y soberano (por lo tanto lleno de incertidumbre) se encuentra a salvo del fantasma, de la amenaza sobre la llegada de un poder simbólico más grande que las pequeñas libertades duramente conseguidas en base a conquistas de conocimiento. ¿Es esta la horrible tensión en la que vive un aprendiz Jedi?

En sentido de lo anterior, el episodio IX muestra el reclamo del superviviente emperador Palpatine: cumplir con el ritual mediante el cual él mismo será asesinado por su nieta y heredera, gracias a lo cual ella podrá asumir el macabro liderazgo de la Orden de los Sith (defensores del lado oscuro de la fuerza) y terminar de reconstruir el Imperio, una vez queden aniquilados los restos de la República y la Resistencia. Sin embargo, lo que vemos ante la fortaleza de la joven es, de nuevo, a un padre que desafía a su propio fin y se niega a morir. Claro, estamos pasando por alto que Rey no era una simple recolectora de chatarra sin pasado “noble” que asciende por méritos propios hasta ese momento, tenía (en plan telenovela) un pasado oculto. Lo que no deja de revelar cierto sentido clasista y rancio sobre quiénes están facultados para ser héroes o conquistar e incluso despreciar al poder. Me identificaba más con la Rey abandonada por sus padres, vendida, explotada… desconocida, que logra levantarse para luchar, hasta llegar a la singular batalla que decide el destino de la galaxia. Con Rey como una Palpatine, el liderazgo de la prometida revolución regresa a las élites simbólicas de la historia.

En Žižek, la figura del padre fuente de angustia que se niega a morir apelando a nuestros temores, al sentido del ridículo y la culpa, a la sensación de inseguridad, etc., siempre se aparece a quien hallóse explorando lo desconocido y las pistas sobre lo real. La victoria original de Luke fue poner fin a ese mito tan profundo de nuestra cultura.

En Tótem y tabú (Freud, 1913) el fundador del Psicoanálisis persiguió la idea de ese mismo mito: la pugna que origina la cultura en la “tribu” de hermanos que asesinan al padre durante aquella “cena totémica” donde el sujeto interioriza e integra en su personalidad La Ley emanada de la autoridad del padre. Hablamos de los principios de legitimidad que retransmiten todo lo normativo desde La Ley entregada por la Función del Padre al niño/a separado del Deseo de la Madre.

El surgimiento de la formación social deviene de la fraternidad asustada que se genera por la culpabilidad retroactiva de los hijos que han matado a la autoridad, un vínculo basado en la prohibición y la sombra del culto al padre muerto; que se convierte en padre simbólico (mítico-institucional) porque deja un nombre y un linaje como legado. Razón por la cual, en Freud, la cultura y el Superyó (como “normativa” moral) tienen un surgimiento simultáneo.

Fue precisamente eso lo que ocurrió en Star Wars. Episodio VI: El retorno del Jedi (1983), Luke Skywalker (el hijo) intenta convencer a Darth Vader (el padre) de abandonar la maldad galáctica y oficial del emperador. Pero para desgarro de su corazón la “figura oscura del padre”, aunque parece mostrar dudas, termina por conducirle a quien emana la máxima autoridad y que por tanto puede devolver al auge simbólico a la Función del Padre y a La Ley perdida. El caballero Jedi, por supuesto, intenta resistirse a la rabia que le embarga por comprender el innegable peso de las razones imperiales: que con todo “buen criterio” vienen a decirle que del emperador emana la Verdad, La Ley y por lo tanto la autoridad suprema (incluso su ascendencia “moral” [que sea falsa es irrelevante] sobre la rebelión queda simbolizada con esa distancia de la nave imperial que reduce la batalla para destruir a la Estrella de la Muerte y conseguir la libertad de la galaxia a simples lucecitas).
Con lo cual, el orden “natural” de las cosas es que Luke asesine al padre (uno de los últimos mitos de la Modernidad) para ocupar su lugar y heredar esa autoridad legítimamente transmitida y sus principios. Los umbrales iniciáticos de libertad donde Luke se ejerce como sujeto hacían totalmente inevitable la aparición en su vida (de hecho, fue el joven quien acudió) de la figura del Padre fuente de angustia (apela a nuestros temores, nos ridiculiza y aunque debería estar ya muerto, su peso simbólico continúa existiendo y llamando a obedecer La Ley proveniente de unas supuestas antiguas tradiciones).

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No es que el joven sea un soldado de la rebelión como consecuencia de crecer sin conocer la autoridad salida de la Función del Padre, o que su presumible ilusión por una República Galáctica provenga de una relación incestuosa con la madre (que en verdad no llega a conocer). Es algo mucho más trascendental: el Jedi lucha pero decide no matar a Darth Vader para romper ese mito perverso sobre la necesidad de una autoridad emanada de un Padre que debemos abatir, bien sea por su debilidad o por su avasallamiento. Y esto lo convierte en el “primer” sujeto modernamente emancipado. Si las cosas se hubieran torcido y el joven hubiera asesinado al Padre con su sable láser, habría sido inevitable que ocupara un lugar al lado del emperador. Y el siguiente paso tendría que haber sido proveer al Imperio victorioso de una nueva máxima ley moral y política que replicara su autoridad a todos sus súbditos.

Así, el episodio IX nos regresa al VI: no hay nada peor que un padre, una autoridad, que se niega a morir y roba la energía vigorizante a los más jóvenes (recordemos a Marx). Claro, Rey matará a su abuelo, el emperador, lo hará por justicia y por la libertad de la galaxia. Pero a diferencia de lo perpetrado por Kylo contra su propio padre, Han Solo, Rey no pretende matar al sujeto de la autoridad, sino a la autoridad misma (arribando al fin de la Orden de los Sith y del nuevo Imperio). Y lo que heredará no será la simbolización del poder, ni siquiera alguna idea sobre la libertad, sino una memoria histórica.

El rumbo de los acontecimientos abre la posibilidad de un retorno de la República. No sabemos qué políticas tienen sobre sanidad, educación, igualdad o diversidad. Tan sólo podemos sospechar, tal vez, dos cosas: que Kylo recibe una especie de absolución (la sonrisa y el beso, como quintaesencia a la que se llega antes de una muerte tranquila), luego de unirse a Rey contra el emperador (ambos saben que existe alguna clase de unidad tras la dualidad, que luz/oscuridad es cuestión de hermenéutica). Y que hubo una suerte de respuesta popular al llamado del mando de la Resistencia, que no tenía armada para combatir, sino naves de gentes oprimidas que acudían a luchar. Sabían bien lo que debían hacer, pero no sabían si tendrían la fuerza… he ahí la cuestión.


logofunedEste artículo forma parte de los materiales para el análisis y debate
del Curso en Psicología Política y Comunicación de la Fundación UNED.
https://www.investigacionyformacion.com

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