¡Hay que ver la sufrida Navidad que nos hizo pasar el dichoso Chencho en 1962! Sí, Chencho, el más pequeño de los quince hijos del feliz matrimonio formado por Carlos Alonso (Alberto Closas) y Mercedes Cebrián (Amparo Soler Leal), que se «extravía» —prefiero no dar más pistas, no vaya a ser que, increíblemente, haya algún lector que todavía no haya sido testigo de tan sobrecogedor suceso— en la Plaza Mayor de Madrid, mientras paseaba junto a su abuelo (José Isbert) y varios de sus hermanos, disfrutando del gozoso ambiente navideño que se respiraba por aquel entonces.
Debo confesar, sin rubor alguno, que tanto un servidor como el resto de integrantes de mi familia no llorábamos tanto desde la muerte de la madre de Bambi. Así que el disgusto que nos pillamos cuando fuimos a verla fue de órdago. Por fortuna, todo se acaba felizmente resolviendo, y este triste, y no menos intrigante, lance deja paso al resto de divertidos enredos que se van sucediendo a lo largo de La gran familia, una película dirigida por Fernando Palacios, que, para más inri, se estrenó el 20 de diciembre de 1962, en plena Navidad, en concreto en el cine Lope de Vega de Madrid; de modo que cumple 62 esplendorosos años.
Sofocos al margen, la película, todo sea dicho, fue un verdadero éxito. Y la verdad es que reunía todos los ingredientes para que así fuera, como, sin ir más lejos, lo complicado y, a la vez, divertido que resultaba ver cómo se las apañaba una familia de nada menos que quince vástagos, que seguramente hubiera sido merecedora de recibir el entonces celebradísimo Premio Nacional de Natalidad. Y, por si fuera poco, cada uno de ellos con su historia particular, sus emociones, conflictos y necesidades, según edad y estado emocional de cada cual. O sea, casos como los de Antonio, el empollón (Carlos Piñar), Carlitos, la oveja negra (Jaime Blanch), Mercedes, la enamorada (María José Alfonso), Luisa, la coqueta (Chonette Laurent), o, especialmente, el travieso Críspulo, el petardista —al que le da vida el joven debutante Pedro Mari Sánchez—, uno de los personajes más divertidos de la película y, posiblemente, también más emotivos. Recuérdese, si no, su visita al rey mago (Jorge Rigaud), para pedirle que cambie todos los juguetes que le ha pedido por el regreso de su extraviado hermanito Chencho.
Todo eso, desde luego, era lo que hacía que La gran familia fuera tan emotiva, agradable y entretenida. Además, por supuesto, de sus entrañables personajes, empezando por los sufridos padres, Carlos y Mercedes, y acabando por el abuelo, que como siempre bordaba el genial José Isbert, y, por descontado, por el padrino, que interpretaba con su inimitable vis cómica José Luis López Vázquez, pastelero de profesión, lo que, sin duda alguna, le añadía un plus de dulzura al personaje. Bueno, y sin desmerecer en absoluto al resto del completísimo y nutrido reparto de lujo, en el que figuraban, entre otros notables actores y actrices secundarios de la época, María José Alfonso, Jaime Blanch, Maribel Martín, Julia Gutiérrez Caba, María Isbert, José Orjas, José María Prada, Jesús Guzmán, Agustín González Luis Barbero, Laly Soldevilla y el imprescindible Xan das Bolas, por citar solo a unos cuantos. En fin, una película deliciosa, quizá demasiado inocentona vista hoy día, pero de las que gustaba ir a ver para sonreír un rato, aunque ello conllevara igualmente sufrir un poco y hasta llorar a moco tendido.
Para que conste en acta, y a modo de clarificador epílogo, como escribía el prestigioso historiador y crítico cinematográfico Méndez-Leite —Fernando Méndez-Leite von Haffe, para ser más precisos—, en su no menos prestigiosa y apreciada Historia del cine español (Rialp, 1965), todo un referente para cinéfilos empedernidos: «Tiene La gran familia dos características esenciales, debidas sobre todo al magnífico guion de [Rafael J.] Salvia, [Pedro] Masó y [Antonio] Vich: su extraordinaria sencillez expositiva y el haber captado un ambiente auténticamente español, sin dejarse llevar de patrones extranjeros [subráyense los precisos matices de Méndez-Leite]. La acción se centra en diversos episodios en torno a una familia de la clase media española, en la que el padre no encuentra horas suficientes que le permitan realizar trabajos complementarios a su ocupación principal: la de aparejador al servicio de una empresa constructora, mientras la madre se las ingenia para ir sacando el máximo partido a los ingresos del marido. Todo esto se fragua en una sucesión de escenas en las que lo cómico, lo irónico, lo sentimental e incluso los tonos dramáticos se han combinado en forma perfecta».
Pues nada más que añadir, salvo recomendar a todos aquellos lectores de profundo espíritu nostálgico que tengan a bien buscar esta película, de obligado visionado en cualquier época navideña que se precie, en alguna plataforma digital, canal de televisión o servicio de streaming al uso. Véase, por ejemplo, FlixOlé, donde Chencho está más que dispuesto a dar buena cuenta de su rocambolesco episodio en la Plaza Mayor madrileña.