diciembre de 2024 - VIII Año

Nunca más

La película Argentina 1985, es fundamentalmente una peli política, desde el punto de vista técnico la podríamos encuadrar dentro del bioclip o del reality film, con una excelente interpretación de Ricardo Darín, no da para más, pero al ser política es, en ese contexto, como la tenemos que estudiar.

Yo me acordé inmediatamente del artículo que escribió Todorov titulado un viaje a Argentina, no le convenció la visión “Kirchenerista” de “memoria verdad y justicia”. Todorov, crítico con los totalitarismos, visitó, de la mano de las autoridades, el Parque de la Memoria, y las instalaciones de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), y algo no le convenció. Desplegó la tesis, aquí defendida por Santos Juliá, de que una sociedad necesita conocer la historia, no solo tener memoria, por eso quería saber de los crímenes del terrorismo revolucionario que precedió al terrorismo de estado. No me pareció mala idea, siempre que dicha apreciación no justifique el terrorismo de la Junta Militar.

Estoy, por tanto, de acuerdo que se conozca la historia de los Montoneros, cuáles eran sus fines y cuantas personas asesinaron y secuestraron, esa sería otra película, en ésta se apunta el hecho de  que muchos argentinos estuvieron de acuerdo con la Junta Militar, en boca de la madre del fiscal auxiliar y de la reunión de los altos mandos con la burguesía. No nos debemos olvidar del mundial de futbol presidido por Videla, y la tregua que se firmó en París con la organización armada, para que el mismo se pudiera realizar.

El terrorismo (incluido el denominado de estado) me produce una gran irritación ética. En la película de Pontecorvo La Batalla de Argel, hay un momento en el que un miembro del FLN coloca una bomba en un bar repleto de gente, hay unos minutos angustiosos hasta que explota la bomba ¿debió retirar el artefacto? ¿consentir que murieran inocentes? Su exhibición en Francia fue vetada hasta 1971 e incluso el general Massu (encarnado en la película en el personaje del Coronel Mathieu) escribió un libro homónimo a la película, en el que definía los métodos de tortura usados por el ejército francés en Argelia como una crueldad necesaria: “No me asusta la palabra tortura, pero pienso que en la mayoría de los casos los militares franceses se vieron obligados a utilizarla para vencer al terrorismo allí, afortunadamente, nuestros métodos fueron infantiles comparados con los que practicaron los rebeldes. La situación nos llevó a cierta ferocidad, es cierto, pero permanecimos dentro de la ley del ojo por ojo, diente por diente.” Esto mismo es lo que pensaban los militares argentinos, por eso es muy importante resaltar la valentía del Presidente Alfonsín, vicepresidente de la Internacional Socialista, principal impulsor para la celebración del juicio. Ahí yo situaría el debate, por eso nosotros también deberíamos sentirnos orgullosos del juicio y condena al General Galindo. No quiero ver paralelismo con el golpe de Estado del 36 provocando una guerra, por mucho que en ambos casos se instauró una dictadura.

Me ha gustado el artículo publicado en el periódico La Nación por Fernando Iglesias. Se enorgullece de la condena de los genocidas, pero encuentra un pero: La agobiante parcialidad del argumento. Veamos, resumo un poco.

Videla en el Mundial de futbol

Es cierto que el arte implica libertad, pero si pones como título Argentina, 1985 estás dando coordenadas de tiempo y espacio precisas, y es deshonesto describir un tiempo y un lugar suprimiendo una de sus partes fundamentales. No es tan difícil. Es imposible hacer una película honesta sobre la Segunda Guerra Mundial evitando mencionar al nacionalsocialismo para no ofender a los alemanes, y no se puede hablar de los crímenes contra Ucrania omitiendo nombrar a Putin, como hace el Papa. Tampoco se puede hacer una película sobre el Juicio a las Juntas ocultando el rol que jugó el principal partido político argentino en aras del hipotético cierre de una grieta que jamás va a llegar por este camino.

El imponente, indignante y agotador sesgo peronista de la información que promueve esa enorme masa de periodistas, intelectuales, artistas, historiadores, académicos, panelistas y profesores siempre ocupados en barrer bajo la alfombra las acciones delictuosas de los muchachos; acaso, con la esperanza infantil de que no mirar al monstruo lo haga desaparecer mágicamente. Un sesgo peronista tan consolidado que la mayoría de los argentinos no lo percibe, como el pez no percibe que vive en el agua.

Repasemos los hechos, que son sagrados. Fue la decisión de Perón de apelar a la “juventud maravillosa” y sus “organizaciones especiales” el principal detonante de la violencia política de los setenta. Fue Perón quien volvió al país en una tarde horrible en la que las fracciones peronistas se masacraron en Ezeiza sin ningún tipo de intervención externa. Y fue Perón quien realizó su viaje hasta la última morada, San Vicente, en medio de otra epopeya de violencia puramente peronista desatada por las patotas de la Uocra y Camioneros. (grupos violentos que pudimos ver en la película Roma de Cuarón)

Entre la llegada y el entierro de Perón, pasó de todo. Salvajes atentados peronistas que incluyeron a dirigentes peronistas como Rucci. Conformación de un grupo represor parapolicial y paraperonista, la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), dedicado a liquidar peronistas montoneros.  Visita de Pinochet seguida por la adhesión de la Argentina al Plan Cóndor de coordinación regional de la represión. Colaboración de la burocracia sindical peronista en la represión ilegal a las comisiones obreras de Izquierda. Asesinatos y primeras desapariciones, con más de mil muertos bajo gobiernos peronistas reconocidos en el Nunca Más. Finalmente, nombramiento de Massera (por Perón) y de Videla (por Isabel) en los cargos desde los cuales ejecutaron el genocidio, y los decretos de aniquilamiento de la subversión firmados por todo el gabinete peronista.

Nada de esto menciona la película excepto los decretos, y lo hace mostrando a un Luder que los defiende ante el tribunal presentándolos hipócritamente como herramientas del estado de derecho cuando fueron sancionados al mismo tiempo que la Triple A paragubernamental asesinaba a mansalva.

¿Hechos anteriores a 1985 que era difícil incluir en el guión? Lo sucedido durante la gestación y desarrollo del Juicio es contundente también, y también falta o está distorsionado. El peronismo prometió legitimar definitivamente la autoamnistía militar, se negó a integrar la Conadep y se opuso a juzgar a las Juntas, tres hechos claves que la película oculta. Y apenas cuatro años después del fallo, el peronismo indultó a los culpables, lo que tampoco se menciona. No es esta una elección artística de los guionistas sino todo lo contrario. Es una toma de posición política. Libres ellos de adoptarla. Y yo, de señalarla, continúa Iglesias.

Bajo un manto de aparente asepsia, Argentina, 1985 esconde sus preferencias. “Estamos solos”, dice el personaje de Strassera, metiendo en la misma bolsa al radicalismo, que estaba, y al peronismo, que se había borrado.

El presidente Alfonsín

El favorito de los guionistas es, por supuesto, Moreno Ocampo; un héroe camporista que señala “la tradicional tendencia de la clase media a justificar golpes”, excusa al peronismo limitando la investigación a “los gobiernos de los nueve comandantes”, recita el mantra sagrado de los 30.000 desaparecidos y califica a los crímenes terroristas como “hipotéticos delitos”. Joven, lindo, mediático, jacobino; de doble apellido y alcurnia militar, el brillante Moreno Ocampo de la película se destaca sobre el grisáceo Strassera, invirtiendo la importancia histórica que tuvieron en la realidad, degradada de única verdad a opción aleatoria.

Casualidad de casualidades, el único personaje que declara su filiación partidaria, uno de los simpatiquísimos abogados adolescentes, es peronista. Del radicalismo se omite a Alfonsín -única figura central de aquellos años físicamente ausente de la película- y se muestran solo, insistentemente, los personajes radicales menos atractivos. De principio a fin, son dos las luces que iluminan Argentina, 1985. Una crítica, para el radicalismo.

La otra, complaciente, para el peronismo. Tróccoli, ministro del Interior del gobierno que promovió los juicios, es mostrado armando operaciones y preparando componendas. Luder, candidato presidencial de la amnistía, es presentado como un defensor del estado de derecho. Las “leyes de impunidad” radicales se mencionan. Los indultos peronistas se ignoran. La idea que justifica esta masacre de los hechos es, adivino, que hay que cerrar la grieta a como dé lugar; para lo cual, si es necesario, se debe dar por válida la versión peronista de la Historia. Con tal de no irritar a los muchachos. Por miedo a que nos digan gorilas. Así, en Argentina, 1985, la Conadep que los peronistas no quisieron integrar y el informe Nunca Más que vandalizaron, han desaparecido, junto con la lucha contra el pacto sindical-militar proclamada por Alfonsín de la que el Juicio era parte. Lejos de evitar grietas, es precisamente esta forma argenta del síndrome de Estocolmo la que le permite al peronismo seguir proponiéndose como único representante de la Patria y del Pueblo; nudo estructural de la grieta que los cierragrietas aspiran clausurar mediante sus astutas concesiones. Me gusta informar que la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas fue creada por Raúl Alfonsín el 15 de diciembre de 1983, cinco días después de asumir la presidencia, con el objetivo de aclarar e investigar la desaparición forzada de personas producidas durante la dictadura militar en Argentina, dando origen al Informe «Nunca Más», también conocido como «Informe Sábato», publicado en 1984.

Con la habilidad de un torero, hay que reconocerlo, Argentina, 1985 esquiva todos los temas molestos a la construcción peronistamente-correcta de la nueva Historia oficial. Lejos de ser apartidaria, su guión oculto es el relato K sobre los derechos humanos. El producto final no es un objeto artístico “inspirado en hechos históricos” sino una obra de ciencia-ficción.

Ernesto Sábato

Semejantes falsificaciones no son gratis. Fue la distorsión de lo sucedido en los setenta lo que permitió al peronismo presentarse como víctima y designar a sus adversarios democráticos como “antiperonistas” para ubicarlos al lado de los dictadores; cuando fueron Perón y su movimiento los grandes responsables de crear las condiciones que permitieron el golpe. Fue la imposición de la historia oficial K lo que le permitió al peronismo apropiarse de esos derechos humanos que habían ignorado cuando las papas quemaban y las Fuerzas Armadas no eran una sombra sino un poder enorme y ominoso, el que tuvo que enfrentar el radicalismo sin ningún apoyo de los compañeros. Y fue la aceptación acrítica de la versión peronista de la Historia, incluido el ocultamiento de Alfonsín, la que habilitó a Néstor Kirchner a proclamar frente a la ESMA “Vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante veinte años de democracia tantas atrocidades”. ¿Cómo? ¿Y el Juicio a las Juntas? Desaparecido.

El principio central que llevó al Juicio a las Juntas fue la convicción de Alfonsín, vicepresidente de la Internacional Socialista, que no se podía fundar la democracia sobre la distorsión y el olvido de lo sucedido. Argentina, 1985 es la negación de ese principio; la ilustración artística de la propuesta de fundar la república sobre la distorsión y el olvido de los hechos. En esto, la película se parece más bien a otro gran tentativo peronista de cerrar grietas: los indultos de Menem.

Su deliberado achatamiento de toda tensión política que vincule a la Argentina de 1985 con la actual, multiplica los efectos distorsivos de la Leyenda peronista: el menosprecio del rol de la UCR en la más destacable de sus acciones históricas, el borramiento de sus héroes reales -como Alfonsín, Sábato y Graciela Fernández Meijide- y la santificación de personajes dudosos, agradables al gusto peronista, como Arslanian y Moreno Ocampo. O como Estela y las Madres, que estaban en contra de los juicios, lo que tampoco se dice. También se calla que en la Argentina y en 1985 fueron juzgadas y condenadas las cúpulas terroristas guerrilleras. (uno de sus principales líderes está ahora en una universidad en Cataluña)

Argentina 1985 es también, faltaba más, una empalagosa autoexculpación de la sociedad nacional, de la que se espera que llore y aplauda en la sala ante la proliferación de organizaciones inmaculadas, abogados adolescentes y gente linda. Como si Videla y sus muchachos hubieran bajado en un plato volador a destruir el paraíso que con Cámpora, Perón, Isabelita y López Rega habíamos construido para 1975, año del Rodrigazo, las primeras desapariciones y los decretos de exterminio. En homenaje a tanta hipocresía debió haber cerrado la película Néstor Kirchner enunciando la mejor de sus frases: ¡Las cosas que nos pasaron a los argentinos! Después, solo habría quedado bajar el telón, definitivamente.

Para los nostálgicos de la ruptura en España, que consideran que no fuimos capaces de hacer un juicio a nuestros dictadores, les recuerdo que en el referéndum para la reforma política que se celebró el 15 de junio de 1976, recibió el apoyo del 94,17 por ciento, la izquierda más clásica desde la LCR al PCE, pasando por el PSOE(r) pidió la abstención. Con estos datos no estaba el patio para juicios parecidos a los de Argentina, la película de Pere Portabella Informe General, que recomiendo su visionado, nos da cuenta milimétrica de la complejidad de aquellos años, y la falta de apoyos ciudadanos para una aventura de esa envergadura.

Yo de Argentina tengo envidia de Jorge Cafrune, de Atahualpa Yupanqui, de algunas pelis de Eliseo Subiela, de su afición al teatro, por supuesto Borges, y como no de Emilio Renzi, que en sus diarios (Ricardo Piglia) nos aclara mucho de la política argentina. Si tengo que escuchar un tango lo prefiero en Lunfardo. Termino al compás de la música de Alberto Ginastera. Muchas cosas buenas, pero de política, me quedo con el Régimen del 78, con la elaboración de una Constitución que el día 6 cumple años. La pongo velitas.

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