Rodada en plena Guerra Civil, cumplirá 80 años en 2019
Frescor de alba naciente, alba de otra jornada Que no habrá de traerle piadosa la muerte, Sino que su existir desolado prolongue todavía. Luis Cernuda. 'Desolación de la Quimera'
Hay películas con trastienda, películas que llevan a la espalda una pesada carga, películas con mucha historia detrás. Indudablemente La sierra de Teruel, es una de ellas.
Le ocurrieron cosas increíbles, podría decirse, incluso, que el que se haya conservado roza el milagro; estuvo a punto de ser destruida y, por esas circunstancias del azar, logró salvarse, pese a tantas adversidades.
Hay películas que son perseguidas con saña y, sin embargo, logran evitar la destrucción. Se puede afirmar, sin asomo de exageración, que el que hayan logrado llegar hasta nosotros, sanas y salvas es una casualidad que nunca agradeceremos lo bastante. Para mí, desde luego, es un film “clave” de nuestro cine.
Tiene un alto valor documental, une a actores profesionales con otros del pueblo elegidos al azar, es prácticamente desconocida… sin embargo, su interés ha traspasado los pliegues del tiempo y sigue viva cuando, en el 2019, van a cumplirse ochenta años desde que se rodó.
Si analizáramos con más interés y detenimiento nuestra historia reciente, tendríamos esta película en mayor consideración. Por diversos motivos, porque en cierto modo constituye un homenaje a las Brigadas Internacionales y porque muestra con precisión, con dureza y, al mismo tiempo, con una riqueza de matices extraordinaria un episodio de la Guerra Civil, hemos de enfrentarnos a ella con más sosiego y considerándola un clásico moderno de nuestro cine.
El film apenas se ha exhibido en nuestro país en salas comerciales. Por motivos, que son fáciles de deducir, no se estreno hasta 1978. El escritor e intelectual francés André Malraux, que apoyó la causa republicana, y que por aquel entonces era un entusiasta defensor de las ideas soviéticas, aunque evolucionase con el tiempo y llegara a ser ministro de De Gaulle, la dirigió junto a Boris Peskine. Es esta su única incursión como director o codirector en el mundo del celuloide.
En el guión, y esto es aun menos conocido, junto a Malraux colaboró Max Aub y Antonio del Amo. El argumento, en líneas generales, está basado en su novela L’Espoir y “groso modo” expone con dureza, por medio de imágenes impactantes, el derribo de un avión de las Brigadas Internacionales y el heroísmo, generosidad e implicación del pueblo para trasladar, desde la sierra, a los brigadistas muertos o heridos hasta un lugar donde pudieran ser atendidos aunque fuese en un hospital de campaña improvisado.
Creo que habría que hacer sesiones de cine-fórum ya que a partir de las imágenes que contiene, puede suscitarse un debate sobre algunos de los aspectos de mayor relieve y también, polémicos de la Guerra Civil. La Memoria Histórica es, ante todo, recuperar ideas, conceptos, testimonios, imágenes y materiales que nos sean útiles para aumentar el conocimiento de lo que fueron esos años de crueldad y sangre, de enfrentamiento cainita pero, también, de serena lucha por la dignidad, donde los habitantes de tantos lugares y aldeas dieron sobrados motivos de “senequismo” para que tuviéramos más respeto por su generosidad, entrega y valentía.
Apostaron todo lo que eran y tenían a una causa liberadora. Lo perdieron todo pero su lucha legendaria queda, ahí, plasmada como un testimonio vivo para las generaciones venideras. Constituye, en cierta medida, una gesta épica contemporánea.
En el año 1939, el rodaje, que había comenzado meses antes, hubo de interrumpirse y tuvo que terminarse en condiciones precarias en París. Poco después vendría la ocupación de Francia por las tropas hitlerianas. Los nazis debidamente informados por los secuaces del franquismo persiguieron La Sierra de Teruel con el propósito de destruirla por completo.
Esta película es pródiga en resurrecciones, un héroe anónimo, probablemente de la resistencia, logró que se salvase una de las bobinas, ocultándola bajo un falso título. Como es fácil deducir no fue posible su proyección hasta 1945, donde pasó sin pena ni gloria, ante la sociedad francesa ansiosa de olvidar la ocupación y de restañar las heridas. Sin embargo, el film fue, en una labor sorda pero tenaz, dado a conocer por círculos próximos a la Resistencia y llegó a proyectarse en 1965, en el Festival de Venecia.
La Sierra de Teruel contiene elementos que van más allá de un interés partidista y lo convierten en un referente de incuestionable valor documental. Podría decirse que hay influencias del cine soviético revolucionario pero también escenas, que en cierto modo, anticipan aspectos del neorrealismo italiano.
Es sencillamente conmovedor que cuando se rodó, la Guerra estaba perdida. ¿Qué se pretendió entonces? Mostrar al mundo lo que fue la República y ofrecer unas imágenes estremecedoras del heroísmo de un pueblo cuando todo se desmorona… se resquebraja.
Los protagonistas tienen una misión que cumplir y se entregan a ella con pasión: rescatar a los brigadistas supervivientes. Técnicamente tiene hallazgos nada desdeñables. El cine es un lenguaje y todo el “cinematografismo” de Tintoretto y su perspectivismo está reflejado en las secuencias finales con las imágenes de la comitiva que desciende de la sierra, transportando a los brigadistas heridos.
Es hora de prestar atención a algunos detalles significativos: el miedo que se agarra a la garganta, los personajes hambrientos, descarnados, ligados durante siglos a paisajes cenicientos… La película deja en la boca un sabor amargo a pérdida. Lo heroico no es nunca convencional. Hay algo de telúrico y de ligazón profunda en el compromiso con la causa republicana que está a punto de ser aplastada.
Las cámaras aciertan de pleno cuando ofrecen las inmensas sombras deshojadas en imágenes. Con entereza esos seres arrugados, tristes y hasta cadavéricos resisten hasta la extenuación.
En la película juega un papel destacado el silencio. Adviertan ustedes el peso y la importancia que tiene el polvo. Los personajes están rodeados por un polvo espeso, seco que parece asfixiarlos. El propio horizonte es polvoriento; en tanto que la luz ofrece una imagen de ausencia, de desolación. La tierra seca en realidad es una mortaja… y a ese inmenso vacío sólo puede ofrecer resistencia la pasión por la memoria para que el sacrificio no sea estéril.
El tiempo es lento y desesperante. Se muestra como una figura que se desdibuja. Muerte y tiempo vienen a ser cara y cruz de una misma realidad. La voluntad de resistir y el sañudo aniquilamiento de todo lo que conserva un átomo de vida. Por todas partes… sequedad. Las tinieblas ganan la partida a la luz. Vivir, defenderse, matar forman parte de un ciclo repetido, fatídico. Los murciélagos son los lóbregos heraldos de la muerte.
La película es eficaz. Consigue que el espectador asimile esas imágenes, las interiorice y advierta que están rodadas para que se sepa lo que pasó, para que los ojos se llenen de una destrucción planificada… para que las gargantas recuperen la voz. Para que cese el aniquilamiento.
La cruda realidad tal vez no sea otra cosa que una comitiva fúnebre hacia el cementerio. Los cobardes están ansiosos de sangre. La traición mata.
No debemos olvidar que La Sierra de Teruel es, también, un film histórico que muestra en imágines un hecho bélico acaecido en Teruel en 1937. Se hace hincapié, con maestría, en una situación de desigualdad manifiesta. La lucha de unos hombres y mujeres comprometidos pero con muy pocos recursos… contra toda una estructura militar apoyada por las potencias fascistas.
Se ha expuesto con anterioridad que se mezclan los actores profesionales con los hombres y mujeres de los lugares donde está rodada la película. Me gustaría rendir un tributo de admiración a algunos de esos actores: Andrés Mejuto o Julio Peña. En la retina del espectador queda el convencimiento de que una empresa colectiva requiere una adecuada imagen de un protagonista colectivo, heroico y anónimo.
Lejos queda el tiempo de los intelectuales comprometidos y del arte militante. Quizás por eso, es inevitable sentir cierta nostalgia ante un proyecto como esta película, concebida y realizada como un homenaje a la República y que es capaz de vincular en esta empresas a André Malraux, a Max Aub y a Darius Milhaud, entre otros.
Tenemos una deuda con el pasado. Las fosas más difíciles de abrir son las de la memoria, Quizá por eso tenga sentido visionar, debatir y divulgar una película como La Sierra de Teruel. Cuando la desidia, la ignorancia y la pérdida de referencias para conocer nuestro pasado y para conocernos nosotros mismos constituye un auténtico peso muerto, que impide que la verdad aflore. Es meritorio y esencial poner de relieve que testimonios como los que muestran las imágenes de esta película existen y que, en cierto modo, tenemos la obligación de conocerlos, de opinar sobre ellos y de realiza una labor pedagógica para que llegue hasta otras generaciones que no vivieron los hechos y formen parte de la Memoria rescatada.
Una última reflexión. El rodaje se efectuó casi íntegramente en tierras catalanas. Antes de que el avance de las tropa franquistas obligara a una retirada hacia Francia. Es útil señalar que tenemos una historia común, que hemos recibido en común humillaciones y que hemos combatido por las mismas ideas, proyectos y valores. No es una cuestión de banderas, es un aviso para navegantes a fin de que cuando se apacigüen un poco los ánimos, seamos capaces de ver lo mucho que nos une y lo arbitrario y ficticio de lo que nos separa. Es más una cuestión de vivencias compartidas que una manipulación interesada de la historia.