marzo de 2025

Jack Lemmon en el centenario de su nacimiento, un grande del cine

John Uhler Lemmon III, más conocido como Jack Lemmon, nació un día como el de hoy de hace un siglo en el Newton-Wellesley Hospital de la ciudad de Newton, ubicada en el estado estadounidense de Massachusetts.

Ha habido pocos actores capaces de hacernos reír y luego llorar, como si fuesen cualquiera de nosotros, actores dotados con la maestría y el talento para dejarnos emocionados con sus interpretaciones.

El apartamento, Irma la dulce, Con faldas y a lo loco, Guerra entre hombres y mujeres, Cómo asesinar a la propia esposa, Locos de abril, La extraña pareja, En bandeja de plata, Qué ocurrió entre tu padre y mi madre, entre otras, son obras maestras de la comedia, algunas aplaudidas hasta la saciedad como las tres primeras, pero todas ellas dotadas de un sentido del humor y de la ironía que pervivirá siempre para los amantes del buen cine.

Días de vino y rosas, Salvad al tigre, El síndrome de China, Desaparecido son obras maestras del drama, donde Lemmon ha brillado con luz propia, una de mis favoritas, la primera, una verdadera radiografía del alcoholismo, donde Lemmon y la malograda Lee Remick hicieron interpretaciones de verdadero lujo, con el poder de la sencillez, la humanidad y la grandeza que les caracterizó.

Sin duda alguna, John Uhler Lemmon III, hijo de un empresario, que se decidió por el mundo de la actuación y no por el de los negocios (tocaba en los cines el piano, cuando proyectaban películas de genios como Chaplin), se convirtió en el americano medio, el hombre atribulado que presta el apartamento a sus jefes en la divina comedia del mismo título, rodada en 1960, con una Shirley MacLaine en estado de gracia, donde demuestra que la soledad no elude la sonrisa, como en la célebre escena en la que prepara los espaguetis con una raqueta (hay muchas escenas antológicas en esta obra maestra), pero fue Daphne en la muy inspirada Con faldas y a lo loco (Some like it hot, 1959), donde dos músicos huyen de los gangsters en los años veinte, tras presenciar la célebre matanza de San Valentín, se visten de mujeres y se marchan con una orquesta de señoritas, donde sobresale Marilyn Monroe, Sugar, una bella chica que deja alucinados a los dos músicos, Lemmon y el impagable Tony Curtis.

Las escenas son de verdadero lujo, Lemmon tocando el ukelele, Lemmon huyendo, junto a Curtis de los gangsters, en la litera rodeado de señoritas, con el humor chispeante del gran Billy Wilder detrás.

Pero Lemmon nos dejó imágenes inolvidables de una película que no podemos olvidar, Desaparecido, el padre atribulado que busca a su hijo en Chile, tras el golpe de estado de Pinochet, un americano conservador que va descubriendo la gran mentira del gobierno de su país, el cual ha apoyado, a través de la CIA, el golpe de estado a Allende. Su rostro, sus miradas, son las de un actor único, cincelado con la verdadera naturalidad de lo que muchos carecen, la humanidad que transmite este actor genial, de la talla de los más grandes, como Ja-mes Stewart, Brando, Burt Lancaster, Cary Grant y unos cuantos más. Pero aun así, sigo viendo en Lemmon un actor único, de una fuerza poco común, porque siempre logra emocionarnos, dejarnos una mirada que nos llena de empatía, como si fuésemos nosotros mismos los que estuviésemos allí, sin el glamour de otros actores, pero con la personalidad de muy pocos, Lemmon nos hace sentir el dolor, la alegría, cualquier emoción que siente nos llega a los espectadores de su cine.

Siempre recordaré La extraña pareja, con el inolvidable Walter Matthau o En bandeja de plata, magnífica crítica al mundo del periodismo y el oportunismo del mismo, también presente en Primer plana, deliciosa película donde disfrutamos al máximo del humor de Lemmon como Hildy, un periodista que va a casarse, pero que se ve metido, de nuevo atribulado, en las redes de su trabajo de periodista, al tener que cubrir la noticia de un reo que no es culpable de nada en realidad, un pobre diablo.

Pero me quedo con una escena, la de Lemmon mirando enamorado a Lee Remick en Días de vino y rosas, sabiendo que él, ex alcohólico, ya no puede salvar a su mujer, a la cual ha arrastrado al mundo del alcohol, la bella melodía que acompaña la película, de Henry Mancini, nos hace acariciar cada secuencia de esta portentosa película, donde Lemmon ya entra en las puertas, para siempre de la genialidad.

Si hay un cielo, estará el actor, charlando con los ángeles o con Dios, o divirtiéndolos, como lo hizo, durante el rodaje de Con faldas y a lo loco, cuando imitaba a Mae West, para gusto de todos los actores de la película, mientras Tony Curtis, mucho más tímido, le miraba asombrado por la vis cómica de este hombre dotado con una humanidad que se ha quedado para siempre en nuestros corazones. ¡Qué grande fuiste, Jack!, no te olvidaremos, porque tu cine sigue vivo y, estoy seguro, no envejece, sino que se hace necesario, en estos tiempos de sonrisas y lágrimas, para poder seguir viviendo.

El apartamento: la soledad de una sociedad sin escrúpulos

La idea de filmar una película como El apartamento le vino a Billy Wilder después de ver la cinta de David Lean Breve encuentro (1945), con Trevor Howard y Celia Johnson, una historia donde un hombre y una mujer comienzan a charlar mientras esperan el tren, son dos personas casadas, pero no logran esa felicidad completa, al hablar, se dan cuenta de la importancia de los afectos, de encontrar a la persona adecuada, de enamorarse de verdad.

Parece sorprendente que Billy Wilder tuviera como referente esta película para una obra maestra que en nada se parece a la historia que cuenta David Lean, pero, sí lo observamos bien, en ambas historias se habla de personajes solitarios, en la de Lean, un hombre y una mujer que no han encontrado quien real-mente les entienda, en la de Wilder, un hombre irrelevante, un tipo que vive solo en su apartamento, que está empeñado en ascender en la empresa donde trabaja y que presta su apartamento a sus jefes para conseguir mejores puestos.

La soledad es el tema esencial de esta obra maestra de Wilder, sin olvidar otros temas que la película hilvana con extrema pericia: el arribismo, la deshumanización de una sociedad capitalista donde todos son personajes sin personalidad propia, seres que han perdido los verdaderos detalles de un tiempo que no ha de volver (la escena en la que el genial Lemmon sube en el ascensor y es el único de todos los hombres que se quita el sombrero ante la ascensorista de la que está enamorado (la deliciosa Shirley MacLaine)), pero hay otro tema importante en la película, la mirada tierna de un director a unos seres que, sin ser importantes socialmente, representan lo mejor de la condición humana, C. C. Baxter es un hombre que sufre su soledad esperando a que uno de sus jefes termine la juerga con su amante, mientras duerme en un parque, cogiendo un terrible resfriado, es el hombre que espera a Fran Kubelik para ver una obra de teatro, sin que ella llegue, porque está con el jefe Sheldrake, el notable actor Fred McMurray.

La película es un reflejo de un mundo donde las apariencias y las verdades se confunden, Lemmon parece a los ojos de su vecino, el médico paciente que no se queja de las juergas de éste, un verdadero espécimen por aguantar tantas fiestas y tener tantas amantes, cuando, en realidad, es un hombre solitario que es utilizado por todos. También la aparente felicidad de Fran Kubelik esconde la tristeza de una relación con el jefe Sheldrake que no conduce a una historia con futuro, la aparente felicidad de los matrimonios de los jefes esconde la mentira de la infidelidad.

Película llena de detalles que la convierten en una de las obras maestras de la historia del cine, película donde ya podemos ver la sociedad deshumanizada, la enorme oficina, el intento de Lemmon de ver una película (un guiño de Wilder al cine clásico, Gran Hotel), sin conseguirlo, por las interrupciones continuas de la publicidad, película que trata con ironía las relaciones humanas, la ascensión social (la forma magistral en que Lemmon tiene que concertar las citas de sus jefes para que no coincidan ninguno en el apartamento), película que trata de la soledad más amarga, las fiestas navideñas donde Lemmon conoce a una mujer, también solitaria, a la que lleva al apartamento.

Recordemos la escena del espejo de bolsillo roto de Shirley MacLaine que sirve para que Lemmon descubra el día en que comienzan las fiestas navideñas, donde todo debe ser alegría, que ella es la mujer que estuvo con su jefe en su apartamento, herida que le duele especialmente, ya que es la mujer que ama y ha estado con otro hombre en su propia cama. No hay que olvidar que Lemmon cuida con una ternura maravillosa a Fran cuando intenta suicidarse en el apartamento.

Recordemos las palabras de Billy Wilder, el por qué volvió a una historia que le rondaba en la cabeza desde tiempo atrás, desde que vio Breve encuentro:

«Volví a ella porque acabábamos de terminar Con faldas y a lo loco y me encantaba Lemmon. Esa película fue la primera vez que trabajamos juntos y dije: “Éste es el que necesito. Éste es el que tiene que interpretar al protagonista. Un poco hombrecillo, como decíamos antes, una persona que despierta compasión”» (Cameron Crowe, Conversaciones con Billy Wilder, Alianza Editorial, 2000, p. 150).

La idea de elegir a Lemmon fue fundamental, muy pocos actores en la historia del cine hubiesen dotado al personaje de ese aire de tristeza y de comedia a la vez que el genial actor americano (uno de los más grandes del cine moderno) regala a su personaje, es un hombre entrañable, que no podemos odiar, pese a alquilar su apartamento, porque en cada secuencia está el humor, el encantamiento de un hombre tierno en una sociedad feroz que ya no tiene lugar para una persona de sus características. También el médico, el doctor Dreyfuss, interpretado muy bien por Jack Kruschen, tiene vida, es un hombre que no ha perdido su humor, tiene una gran paciencia y no duda en ayudar a Lemmon cuando Fran intenta suicidarse y, sin duda, Fran, una mujer que cree en el amor, que vive el autoengaño por Sheldrake, un cínico de nuestro tiempo, un ejecutivo que manipula a los demás, porque así entiende la vida.

La soledad está detrás de muchas escenas, la escena del parque, cuando Lemmon duerme allí, la escena del teatro cuando él espera pacientemente a una mujer que no va a acudir a su cita, cuando ve la televisión en su apartamento y al final, aburrido por la publicidad, la quita y se va a la cama. Toda la película es un reflejo de esa soledad que viven muchos seres en una ciudad de mucha gente, que buscan algo especial entre la rutina de sus vidas.

El apartamento es una de las mejores muestras del talento de Billy Wilder, por-que la mirada del director está llena de ternura y de ironía a sus personajes, el final, cuando Fran cree que Lemmon se ha suicidado, después de la heroica acción de dar a su jefe la llave del aseo en vez de la de su apartamento, para recuperar la dignidad perdida, pero se trata solo del ruido del corcho de la botella de champán cuando abre la misma, nos reconcilia con un mundo en que debemos creer, donde la inocencia y la ternura nos salven del despiadado mundo de las oficinas y de la gran ciudad.

La soledad de dos seres que intentan, en un final feliz, iniciar una historia de amor, jugando a las cartas, nos hace pensar que la vida siempre da otra oportunidad y que debemos aprovecharla.

Con un guión de Billy Wilder y su nuevo colaborador, I. L. Diamond, con decorados de Alexander Trauner, con la música maravillosa de Adolph Deutsch, la película se llevó cinco Oscar de la Academia (sorprende que no se lo llevasen Lemmon y MacLaine por sus excelentes interpretaciones), porque fue y sigue siendo una obra maestra.

Irma la dulce, una historia inolvidable en París

Irma la dulce fue rodada en París y lo más interesante de esta película es la concepción que Billy Wilder tuvo de no ser una película que le gustase, pese a haberse embarcado en ella.

La historia de Nestor Patou, un gendarme honrado al que se le asigna un distrito de París donde viven las prostitutas, el cual está siempre sometido a la falta de vigilancia de la policía que hace caso omiso al tema de la prostitución, siempre que se le dé dinero. Patou desconoce lo que ocurre y, al darse cuenta de la clandestinidad que ocurre en una casa donde pensaba que solo había clientes de hotel, inicia una redada, que acaba con un grupo bien nutrido de prostitutas en la cárcel, también detiene a los clientes, entre los que se encuentra el jefe de la policía que le destituye enseguida.

Patou vuelve sin trabajo al barrio, donde charla con el camarero que siempre inventa historias, el genial Lou Jacobi, de una forma casual se convierte en el líder cuando derrota al chulo de Irma, una prostituta que tiene buen corazón y que no se ha burlado de él en la célebre escena del coche celular, cuando todas las chicas, al ser detenidas, viendo la inocencia del gendarme, le empiezan a cantar: “Golondrina, dulce golondrina”.

Lemmon, el actor fetiche de Wilder encarna a un genial Patou, que, desde el principio de la película ya nos hace sonreír, es un hombre solitario, inocente, un hombre que cree en la ley, incapaz de infringirla, muy lejos de los chulos que hay en el barrio parisino. La película empieza como si fuese un documental, con estampas de París y luego la mirada de Lemmon, como si todo se eclipsase al aparecer un actor dotado con la genialidad.

Patou se convierte en el chulo de Irma, hay escenas que demuestran la enorme ternura de Wilder, como aquella en la que Lemmon se acuesta con Irma (de nuevo, Shirley MacLaine, pareja de El apartamento y aquí estupenda en su papel de fulana), y no quiere que ella le vea en ropa interior, la chica tiene que ponerse un antifaz.

Para Wilder el cine es siempre inocencia, un lugar donde pueden tratarse los temas más espinosos sin perder la sonrisa y la ternura, como en esta película magistral.

Lemmon no quiere que ella vea a otros hombres, no puede ser realmente su chulo, todos son apariencias (recordemos la cantidad de apariencias que ya aparecían en El apartamento, Baxter pareciendo un don Juan, sin serlo, los jefes llevando una vida de engaños, con un humor muy poco divertido, el ruido del corcho en la botella de champán que parece un suicidio), por ello, decide trabajar muy duro en el mercado para inventar un personaje, un lord inglés que sea el único cliente de Irma, que no es otro que él mismo.

Se puede decir que la historia roza el absurdo, pero no que no tenga ternura, que no nos empuje a la sonrisa, a la mirada feliz de un mundo donde no hay nada sórdido, pese al tema que trata.

La soledad es otro tema que, de nuevo, toca Wilder, son personajes solitarios, como Patou, cuyo único apego es al trabajo de gendarme, tras ser despedido, no se va con su familia, no la tiene y sí acaba en el lugar donde ocurrió todo (algo absurdo, si no analizamos con calma, ya que nadie volvería al lugar de su desgracia), Patou es un hombre tímido, que no ha estado con chicas (nos recuerda mucho a Baxter), un hombre que, fortuitamente, se convierte en líder cuando derrota al chulo de Irma.

También el camarero es un hombre solitario, siempre cuenta historias, pero nadie sabe si son verdad, su capacidad para fabular lo envuelve en el farsante, pero un mentiroso entrañable.

Y el papel de Shirley MacLaine, la bella Irma, es una mujer solitaria que no conoce el amor y que vive con su perrito. Una mujer que está acostumbrada a servir a un hombre, sin entender que Lemmon no es capaz de utilizar a una mujer.

Podemos decir que la historia es absurda, que cuesta creer que Lemmon pue-da ser un gendarme o la MacLaine una prostituta, que la historia del lord inglés hace aguas, pero no que la película no nos lleve a su terreno, no nos emocione y nos haga pasar un gran rato, disfrutando de una historia con final feliz.

La película estaba basada en un musical, pero sólo se respetó uno de entre los muchos números que tenía la obra en la que se basaba.

Wilder recuerda cómo mandaron un cura al plató donde se rodaba la película, pero éste disfrutó de lo lindo viendo a las chicas vestidas de fulanas, fue enviado allí para que no se excediese la cinta en algún tipo de inmoralidad, ya que, al final de la misma, había una boda católica (la de Patou e Irma) y quería ver que no se hacía burla de un rito sagrado.

Wilder no estuvo contento con la película, porque consideró que nada era verosímil, pero, olvidando la poca credibilidad de la historia, la película sí resulta divertida y bien hecha en su conjunto.

La obra de teatro en que se basó la película era de Alexandre Breffort, la música fue una delicia, gracias a André Previn, los decorados, de nuevo, del artífice de El apartamento, Alexander Trauner y el guión de Wilder y el genial I. L. Diamond.

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