En El Brutalista (The Brutalist), ganadora de 3 Globos de Oro incluyendo Mejor Película, Mejor Actor para Adrien Brody y Mejor Director para Brady Corbet, se estrena en los cines el próximo 24 de enero.
La película, que ya impresiona por su larga duración de más de tres horas (necesita un receso para ser convenientemente digerida), lleva al espectador en una carrera de imágenes, familiares y a la vez deslumbrantes, desde la Europa central (Budapest) hasta los pies de la estatua de la libertad (N.Y.).
Es el final de la Segunda Guerra Mundial, con todo lo que trajo consigo. Los afortunados consiguen salir hacia América y allí les espera un segundo éxodo, a veces tanto o más doloroso que el primero, en un mundo nuevo pero lleno de pioneros y oportunistas.
El precio por salir adelante en EEUU será brutal, pero el título The Brutalist no se debe a esta característica de sus condiciones de vida y ascenso y descenso a los infiernos, no, sino al estilo arquitectónico que él preconiza, basado en el cemento y en sus experiencias carcelarias en el ghetto.
La película, que duele por el uso de las drogas en una mente tan clara, responde también a un deseo de contar mucho, demasiado, para lo cual van imágenes y textos intercalados a la vez que tiende a demorarse muy mucho en los detalles.
Argumento
Europa de posguerra: el visionario arquitecto László Toth llega a los Estados Unidos para reconstruir su vida, su obra y su matrimonio con su esposa Erzsébet, de la que se ve separado a causa de los cambios de fronteras. En EEUU, parece que lo reciben con amabilidad y deseos de ayudar, pero la decepción llegará pronto y parece que lo acecha. László se establece por fin en Pensilvania, donde un empresario industrial, Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), reconoce su talento para la arquitectura. Pero todo tiene su precio, incluso la llegada de su mujer no está ausente de dolor.
Hay quien compara la película The Brutalist con la arquitectura a la que define este adjetivo: hecha para perdurar. Seguro que Brady Corbet, el director, se lo planteó así para hacer esta obra titánica con mucho menos dinero que las de Scorsese o Spielberg, sus modelos, sin duda. Y logra dar una lección de cine y de arquitectura.
Con solo 36 años, Corbet es tan visionario como el protagonista de su película.
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