Siempre es bienvenida una película que recrea la vida de personalidades históricas y, mucho más, cuando estas personas han sido silenciadas y olvidadas gracias a un intervalo temporal de falta de libertad y justificaciones fascistas. Eso es lo que ocurre con La virgen roja, la película que Paula Ortiz ha tenido la certeza de crear sobre la vida y tragedia de Hildegart Rodríguez, una joven superdotada, cuya infancia y primera juventud se vieron mediatizadas por la figura de su madre que pretendió para ella una vida de trabajo y estudio destinada a la liberación de todas las mujeres. Es una película feminista que nos habla de la violencia y el maltrato de una madre a su hija al más puro estilo maquiavélico. La madre, Aurora Carballeira, entra así en una dramática contradicción que se extrema debido a un grave delirio mental.
La película nos introduce en el ambiente de Madrid de finales de los años 20 y principios de los 30 y adereza esta ambientación con escenas históricas como la proclamación de la República en 1931. Lo hace desde la más extrema veracidad, siempre satisfactoria para el espectador. La excelente ambientación le debe mucho al vestuario que firma Arantxa Ezquerro porque la diseñadora consigue el hito del acoplamiento artístico, tan difícil de lograr entre el plano visual, con el hilo narrativo. Ezquerro ha construido una excelente trayectoria, ha trabajado en varios títulos de Ortiz y en esta película vuelve a ser un elemento clave para la ubicación histórica; incluso las joyas han sido creadas específicamente para la película por la zaragozana diseñadora Marina García que hace tiempo llamó la atención de la prensa cuando recogió el testigo de una tradición familiar. Por último, la banda sonora se define fundamental dentro de este territorio escénico. Vetusta Morla, Juanma Latorre y Guille Galván, son los autores de la música original. Casi imperceptible, pero fundamental y contundente para el argumento. A veces, mágica; otras, trágica. Siempre, poderosamente sugestiva y una perfecta puerta de entrada para la tragedia, el drama o el terror psicológico. Hay escenas concretas en las que la música se hace patente y advierte sobre el argumento de forma sutil y extremadamente eficaz.
Sobre ese escenario, Paula Ortiz recrea la vida de Hildegart, una de las mujeres más singulares que ha tenido la historia de España del siglo XX. De extraordinario mérito de la directora es la utilización de técnicas visuales que subliman la idea sobre la que versa esta historia, metáforas escénicas que dan profundidad a la cinta; o momentos bisagra como el del baile donde se ronda esa invisible puerta de eternidad cinematográfica.
Son tres las actrices de esta película con una interpretación impecable: Najwa Nimri, Alba Planas y Aixa Villagrán. Aunque es de ley decir que la primera roza la excelencia, haciendo que el argumento que sostiene fluya desde la incertidumbre hacia la tragedia con credibilidad. Incomprensible e injustamente, Nimri no ha sido nominada para el Goya. Su personaje es el verdadero protagonista, el eje sobre el que gira el guión. Sobresaliente. Con la intensidad perfectamente dosificada. Pese a que Paula Ortiz hace bascular constantemente el peso argumental entre la madre, Aurora Rodríguez Carballeira, y la hija, Hildegart, es inevitable evitar la poderosa atracción de la primera como personaje y como mujer. Habría que recomendar la revisión de la cinta de Fernando Fernangómez de 1977, Mi hija Hildegart, o la lectura del libro La madre de Frankenstein (Tusquets), de Almudena Grandes. Aurora ha atraído la mirada de muchos, incluso la de Rafael Alberti en su Arboleda perdida. Es una mujer que, influenciada por las tesis eugenistas, marxistas y malthusianas, cree firmemente en un proyecto personal: una hija a la que educa y cultiva para que se proyecte como digna de una élite intelectual que consiga modificar las viejas estructuras sociales. La primera feminista y avanzada es Aurora que consigue que Hildegart sea la abogada más joven del país, escriba en prensa, escriba libros de ensayo, sea conferenciante en foros cualificados, esté activa políticamente y postule ideas sobre la higiene social, la sexualidad y el control de la natalidad, defendiendo el aborto como necesario para la mejora de la situación de la mujer proletaria, sin recursos y sometida.
Esta película reivindica la memoria, el recuerdo del feminismo responsable con lo social, ejercido a principios del siglo XX en este país y que, poco a poco, fue eliminado del imaginario común a lo largo de cuarenta años de dictadura fascista. Tanto se borró, que aún hoy hay quien se sorprende de que en la España de hace un siglo las mujeres estuvieran ya en plena lucha por la igualdad y por sus derechos y tuvieran una participación activa en la vida pública.
La virgen roja, con factura de gran belleza, gira en torno a la compleja relación que Aurora Carballeira estableció con su hija y cuya morbosidad se va a acrecentando según ésta pretende desasirse de ella como la mujer inteligente, culta y libre que es. Paula Ortiz filma la fractura en la psique de Aurora sobre el mármol blanco de la perfección a la que aspiraba y muestra cómo la fragilidad de su mente aumenta irrefrenablemente, según se destruye su utópico proyecto, centrado en el dominio de la hija y no en la intelectualidad y libertad de la misma. Porque la utopía es, intrínsecamente, irrealizable y sólo dándose cuenta en el camino se puede dejar un testigo para el futuro de lo que fue. De lo contrario, la locura y la autodestrucción acaban por imponerse.
Ficha técnica:
Título: La virgen roja
Dirección: Paula Ortiz
Guion: Eduard Sola y Clara Roquet
Fotografía: Pedro J. Márquez
Música: Guille Galván y Juanma Latorre
Intérpretes: Najwa Nimri, Alba Planas, Aixa Villagrán, Patrick Criado, Pepe Viyuela, Pablo Vázquez, Jorge Usón.
País: España
Año: 2024
Duración: 114 min.
Género: Drama
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