diciembre de 2024 - VIII Año

Cine negro americano: ‘Laura’ de Otto Preminger

Se han hecho muchas películas con policías, algunas tan convencionales como las que ha rodado Stallone o tan interesantes como las que protagonizó Clint Eastwood como Harry el Sucio, pero, también Nueva York ha sido escenario de títulos tan conocidos como Distrito Apache: el Bronx (1981), de Daniel Petrie,  donde Paul Newman y Edward Asner compartían protagonismo, en una cinta interesante sobre las dificultades de la policía de Nueva York, pero las hay impactantes, casi escatológicas, como la que protagonizó Al Pacino a las órdenes de William Friedkin A la caza (1980), cinta donde el policía entra en la dinámica del mundo homosexual, para descubrir a un asesino de gays, objetivo que irá convirtiendo al policía en otro hombre, un ser transformado por el mundo que ha conocido: en la famosa escena final cuando su chica, Karen Allen, le llama y él ya sabe que no es el mismo hombre, sino otro muy distinto, algo ha cambiado en su sexualidad.

Pero las hay más clásicas, películas que no han perdido un ápice de su grandeza, como Laura (1944) de Otto Preminger, donde Dana Andrews es el policía encargado de descubrir el asesinato de Laura Hunt. El policía tiene, sin duda, un gran protagonismo porque mantiene su peso en la historia; es el hombre que entrevista a todos los que conocieron a Laura, el que descubrirá que Laura no ha muerto y el que se enamora de la bella mujer (papel interpretado por Gene Tierney, una de las mujeres más bellas del cine americano clásico).

Pero habría que empezar por el rodaje, difícil, porque Zanuck, el grande de la Fox, no quería que Preminger dirigiera ninguna película más en su compañía, tal era el odio que le tenía. El director comenzó a desarrollar el guión de Laura con el escritor Jay Dratler, tras rechazar la autora de la novela la adaptación de su texto a la pantalla. Zanuck llegó a leer el guion y convocó a Preminger en su despacho. El famoso productor había prometido que el director vienés no trabajaría más en la Fox, así que envió el guion a otros directores, entre ellos Walter Lang o Lewis Milestone. Estos rechazaron la propuesta, que fue aceptada por Rouben Mamoulian. Otto no se desligó de la película, ya que contribuyó al guion, y pese a que la relación con Mamoulian no era buena, contrató a Samuel Hoffestein y Elizabeth Reinhardt. Fue Hoffestein quien ideó algunas de las mejores escenas de la película, quedando el trabajo de Jay Dratler en segundo plano.

Muy poco tiene que ver la película con la novela original de Vera Caspary, ya que el proceso del guion fue muy intenso y cambiaron muchos de los diálogos de la novela. Sí conservaron la idea eje: la aparición de una mujer desfigurada y asesinada con una escopeta y la aparición de la mujer a la que se creía muerta, Laura. Es curioso que una novela, que Vera Caspary se negó a adaptar al cine, de segunda categoría, se convirtiese en una cinta de primera, cuando la autora de la novela, muy convencida de su gran historia, creía que pasaría lo contrario.

Pero tras veinte días de rodaje y viendo el copión de lo rodado, Zanuck se dio cuenta de que Mamoulian carecía de genio para hacer una gran película y, pese a su orgullo, contrató a Preminger como director. Preminger cambió muchas escenas, cambió el vestuario y retocó el decorado. Sustituyó el cuadro del retrato de Laura Hunt pintado por la mujer de Mamoulian (Azadia Newman) por una fotografía de Gene Tierney, retocada para que pareciese un óleo. La fotografía también fue otro de los cambios esenciales, porque Preminger decidió que fuera Joseph LaShelle el que relevara a Lucien Ballard, el cual no aceptó al director vienés como el nuevo realizador de la cinta.

Laura es, sin duda, cine negro del mejor, pero también es la historia de una obsesión para un policía (MacPherson, papel interpretado, como ya he comentado, por Dana Andrews) quien investiga el caso de la muerte de Laura Hunt. Inolvidable es el momento, fotografiado con maestría por LaShelle, cuando McPherson se duerme ante el retrato de Laura, para despertar frente a la mismísima mujer que ha creído muerta desde el principio de la historia, pero muy viva por el retrato que preside la casa, por las conversaciones con algunos de los que la conocieron, lo que nos recuerda a Ciudadano Kane, ya que la cinta comienza con un recorrido por personas que pueden dar su visión de la mujer asesinada, como ocurrió en la cinta de Welles cuando un periodista se interesa por ese personaje apasionante que fue Kane. El juego de luces y sombras resulta magnífico, lo que dota a la cinta de un magnetismo muy brillante, una fascinación por la mujer que nos identifica plenamente con el investigador, ya enamorado de ella.

La ausencia de Laura es siempre un equívoco, porque no desaparece del cuadro, donde el policía la contempla en repetidas ocasiones, esa idea del cuadro como elemento vital emparenta esta cinta de Preminger con la película de Fritz Lang, La mujer del cuadro (1944), cinta rodada el mismo año que Laura, cuando Edward G. Robinson cree que esa mujer que mira en un óleo es real, lo que refuerza el mundo gótico al que pertenece esta magnífica cinta de cine negro, ya que en las novelas góticas los cuadros son esenciales para desentrañar aspectos primordiales de la trama. La música de David Raksin es perfecta para que sintamos la presencia de la mujer desde el principio, cuando Waldo, el elegante amigo de Laura, interpretado por un extraordinario Clifton Webb, cuenta en flashback las charlas con ella, engrandeciendo su figura. La voz en off de Waldo como introducción y narración del relato, nos invita a asistir a una historia cada vez más absorbente, donde nos identificamos con el policía enamorado, porque la mujer nos fascina desde el primer momento.

No sería justo dejar de mencionar los diálogos que contiene la película, de gran altura, como nos tiene acostumbrados el cine clásico, con respecto a la banalidad de muchas de las conversaciones de películas actuales, más ensalzados por los efectos especiales que por la ironía y la inteligencia de los diálogos, como sí ocurre en esta película de antología.

Nos fascina no solo Laura, la belleza de Gene Tierney, sino también la personalidad de Waldo, ya que él es el creador de la mujer, quien la enseñó a estar en el mundo, hombre obsesivo, frío, celoso, ególatra y soberbio, principal sospechoso de la muerte de una mujer, la cual no es Laura, aunque así lo creía todo el mundo al comienzo de la película. Shelby Carpenter (un muy acertado y notable Vincent Price, mucho más que un actor de cine de terror) es un vividor quien conoció a Laura, que también da su visión de los hechos.

Pero McPherson, pese a ser un hombre algo hierático, algo soso, es el gran médium de nuestra historia, ya que, como policía, con su obsesión y su fascinación por la mujer, nos invita a que nos enamoremos de ella.

Y, por último, la mujer, la que se convierte en nuestro objeto de deseo, una persona fría que sirve a la inteligencia de Waldo para que éste vaya perdiendo el control y ella pueda ser la vencedora de la historia, sabe que es la musa de un hombre que pide más a la vida, un escritor, Waldo, que puede llegar al crimen para conseguir sus deseos. Por ello, es la mujer fetiche, la hembra que se convierte en pulsión sexual (incluso necrófila) para McPherson, pero también, en objeto de museo para Waldo, quien es destruido por la criatura que ha creado, en un remake encubierto del mito de Frankenstein.

Película de policías y de cine negro, pero mucho más, sin duda alguna. Una cinta que mejora como el buen vino, una obra maestra indiscutible.

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Archivo Entreletras

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