La historia del 7º Arte a través de un protagonista de excepción
En la candorosa película de René Claire ‘Un sombrero de paja en Italia’ (1928) ya se nos pone en guardia sobre la importancia capital que algo tan aparentemente insignificante como un sombrero puede tener en nuestras vidas. El caballo de un joven se come el suculento sombrero de paja de su amante dando pie a un sinfín de enredos puesto que el citado sombrero o su desaparición, mejor dicho, compromete la inmaculada reputación de la joven que como casada teme que su marido descubra el pastel si no aparece el dichoso sombrerito. Y es que este minúsculo accesorio ha formado parte de la indumentaria masculina y femenina desde los tiempos más remotos. Su uso, significado y lenguaje, sin embargo, han variado con el tiempo. De tal manera que el cine como fiel reflejo de la realidad nos puede dar testimonio de ello. Y lo mismo que podemos hacer una aproximación al 7º Arte a través de los géneros, la música o sus realizadores podemos ofrecer una mirada diferente desde esta prenda, su historia o su tipología. Por ejemplo, su uso como símbolo de estatus social y elemento codificado se ha utilizado y se utiliza enriqueciendo el film y su gramática aprovechando el indiscutible valor metonímico/metafórico que tiene. La clase media y baja no podía usar sombrero, los hombres se ponían una gorra y las mujeres se cubrían la cabeza con un pañuelo o una mantilla, y esto es lo que tendenciosamente recogía aquel eslogan de una firma del ramo que en nuestra triste posguerra proclamaba sin pudor que: ‘Los rojos no usaban sombrero’.
Ya desde el inicio el cine mudo nos acostumbra a ver bombines de los que se apropian personajes tan señeros como el vagabundo de Chaplin o la pareja cómica de ‘El Gordo y el Flaco’ de Stan Laurel y Oliver Hardy. Como Chaplin y Laurel eran ingleses y habían trabajado juntos en la ‘troupe’ de ‘music-hall’ de Fred Karno no era extraño, pues, que se identificaran con ese sombrero rígido, de copa esférica como un casco, que también era llamado hongo o ‘bowler’ ya que lo usaban los típicos gentlemen de la ‘city’. Sin embargo, en aquella misma época el imperturbable Buster Keaton adoptó el ‘pork pie’ en películas como ‘El moderno Sherlock Holmes’ (1924) o ‘El cameraman’ (1928). El nombre se debe a que su copa recuerda a un tradicional pastel inglés de cerdo. Además de estar asociado a la Gran Depresión Americana después lo utilizó el saxo de jazz Lester Young. Yéndonos al sombrero femenino de los ‘roaring twenties’ el más conocido, sin duda, es el llamado de campana o ‘cloché’. Era usado por las ‘flappers’ en la Era del jazz. Se llevaba calado dando un toque de sofisticación a su propietaria. Desde la hierática Greta Garbo hasta la seductora Marlene Dietrich pasando por la incandescente Mae West, sin olvidar a la tórrida Josephine Baker, lo usaron todas con arrebatadora sensualidad. Aparecía en las versiones fílmicas del clásico de Scott Fitgerald ‘El Gran Gatsby’ ya en su primera adaptación con Alan Ladd como protagonista o en la que dirigió rutinariamente Jack Clayton en plena moda retro en los 70 con el guapo Robert Redford. Si los caballeros de las clases altas usaban chistera o sombrero de copa para vestir, combinado con chaqué o frac ya a finales del siglo XIX, los glamurosos musicales del Hollywood de los años 30 como ‘Top hat’ de Mark Sandrich nos lo van a mostrar como signo de distinción en un impecable Fred Astaire que al ritmo de la pimpante úsica de Irving Berlin evolucionaba con sus acrobacias ante miles de espectadores embobados. También es llamado sombrero de mago (Mandrake lo usaba en los cómics) y el Monopoly lo adoptó como imagen de marca.
Los franceses, por su parte, no se podían quedar atrás con su ‘joïe de vivre’ y oponían los encantos refinados de un Maurice Chevalier que para la ocasión se tocaba con el no menos elegante ‘canotier’, también llamado ‘boat’ o gondolero, porque lo empezaron estos a utilizar en 1880 en Venecia aunque más tarde fue puesto de moda en EEUU por inmigrantes italianos. El pintor Auguste Renoir y su hijo el cineasta Jean lo usaron con profusión en esas escenas de la ‘Belle Époque’, campestres y evocadoras, como en el hermoso mediometraje ‘Une partie de campagne’ (1936) donde los cuadros de Auguste sirven a Jean de reflexión dialéctica sobre las relaciones cine-pintura. Cuando nos trasladamos al cine negro americano de los años 40 no tenemos más remedio que rememorar al incombustible Humphrey Bogart y su inevitable sombrero ‘fedora’. También conocido como ‘borsalino’ en honor a su creador, Giuseppe Borsalino, y que, desde su aparición en 1857, lo convierte durante unos 150 años en el modelo de sombrero masculino por excelencia. Todos tenemos en la retina para siempre aquella mítica secuencia de la ‘Casablanca’ (1942) de Michael Curtiz cuando Bogey le contesta con inquietante serenidad a una emocionada Ingrid Bergman aquello de que: ‘Siempre nos quedará París’ y no podremos imaginarla nunca sin ese ‘fedora’ que cubre la cabeza del actor y que se ha convertido ya en todo un icono. Lo usó también, entre otros, el gélido Alain Delon en la fascinante cinta ‘El silencio de un hombre’ (1967) de Jean-Pierre Melville. Y los diabólicamente angelicales Warren Beatty y Faye Dunaway en ‘Bonnie & Clyde’ (1967) del lánguido Arthur Penn. Si hablamos de detectives nos tenemos que acercar a las adaptaciones cinematográficas que se hicieron sobre las novelas de sir Arthur Conan Doyle. Las más celebradas son: ‘El sabueso de los Baskerville’ (1959) del inteligente Terence Fisher para la Hammer, con los soberbios Peter Cushing y Christopher Lee, ‘La vida privada de Sherlock Holmes’ (1970) del gran Billy Wilder y la serie que protagonizaron los inolvidables Basil Rathbone (Holmes) y Nigel Bruce (Watson) en los años 30. La ‘deerstalker’ es, pues, la gorra de tela a cuadros que adoptaron en la pantalla todos aquellos actores que encarnaron con mayor o peor fortuna al morfinómano Holmes. La gorra, en cuestión, era de origen inglés y fue muy utilizada por los cazadores amén de dotarle al simpar detective de ese halo romántico muy ‘british’ que le caracterizaba. Pasando a detectives más expeditivos y menos sutiles en sus maneras y en su ética profesional nos viene a la memoria el Tony Rome que interpretó el simpático caradura Frank Sinatra en la interesante trilogía que dirigió a finales de los 60 Gordon Douglas con ‘Hampa Dorada’, ‘La mujer de cemento’ y ‘El detective’. Este investigador privado de Miami va a usar un ‘trilby’ como complemento de su desenfadada desvergüenza. Sombrero que lleva también James Bond en la más convincente encarnación del personaje hasta la fecha que es la que hizo Sean Connery en la serie británica en films memorables como ‘Agente 007 contra el Dr. No’ (1962) dirigida por el convencional Terence Young.
Años después, el par de gamberros John Belushi y Dan Aykroyd en su desternillante ‘The Blues Brothers’ (1980) de John Landis completan el atuendo de sus nostálgicos ternos ‘beatle’ con sendos ‘trilbies’ para ocasión tan hilarante. Este sombrero de fieltro es también conocido como ‘tirolés’ porque se empezó a usar en la zona de los Alpes y es muy parecido a un ‘fedora’ pero con ala más corta. Lo llevaba también el cantautor Leonard Cohen. La popular saga de películas de los años 80 de Indiana Jones iniciada por ‘En busca del arca perdida’, que dirigió el astuto Steven Spielberg sobre la idea inicial de George Lucas, rebautizó al sombrero que llevaba el intrépido arqueólogo interpretado por el mediocre actor Harrison Ford. Los ‘indianas’ ya se usaban desde los años 30 y 40 del siglo pasado en Sudamérica y, especialmente, en Argentina. Allí se les denominaba ‘gacho’ y Carlos Gardel los usó en sus actuaciones y en películas como ‘Melodía de arrabal’, ‘Cuesta abajo’ y ‘El tango en Broadway’, todas ellas dirigidas por el ignoto Luis Gasnier en los años 30. Cuando hablamos de elegancia tenemos que remitirnos al sombrero ‘homburg’ que el monarca Eduardo VII de Inglaterra llevó de Hesse (Alemania) al Reino Unido pero para los cinéfilos será ya para siempre el sombrero de Al Pacino en su hábil caracterización del personaje de Michael Corleone en ‘El padrino’ (1972) del gigantesco Francis Ford Coppola. Por este motivo el sombrero en cuestión recibe el apodo del título de la película. Es una mezcla entre el ‘bombín’ por su ala corta y el ‘fedora’ por la forma de su copa pero tiene una hendidura en el centro de la parte de arriba que le diferencia de ambos. No es de extrañar que las grandilocuentes ínfulas de aquellos violentos mafiosos italoamericanos que en versión renovada encarnaban las ambiciones de las antiguas cortes feudales con sus intrigas shakespearianas desearan adornarse con los símbolos de la realeza más rancia: el histriónico Pacino lo demuestra cumplidamente con su ‘homburg’. De nuevo, en el ámbito femenino, es necesario recoger la Pamela como típico sombrero de paja con el ala muy ancha que vamos a ver en todas las películas donde aparecen distintas ceremonias y, por antonomasia, en las bodas, como en el colorista ‘Alta Sociedad’ (1960) de Charles Walters donde la exhibe la ‘hitchcockiana’ Grace Kelly que es acompañada en el reparto por Bing Crosby y Frank Sinatra. La película era un ‘remake’ musical de la mítica ‘Historias de Filadelfia’ (1939) que el sensible George Cukor dirigió con un reparto de lujo que nutrían Cary Grant, Katharine Hepburn y James Stewart. La actriz Hildegard Knef exhibe también una pamela para acentuar su misteriosa belleza en la crepuscular ‘Fedora’ (1978) de Billy Wilder con el singular William Holden dándole la réplica y recuperando así algunos de los aspectos más mórbidos de la anterior y mucho más brillante ‘El crepúsculo de los dioses’ (1950) con los legendarios Gloria Swanson y Eric von Stroheim en el casting. No deja de llamar la atención que por una extraña casualidad el nombre de la protagonista sea el mismo del emblemático sombrero de Bogart del que ya hemos hablado y que, muchos años más tarde, también utilizaría la estrella del pop Michael Jackson.
Si viajamos a parajes más exóticos tenemos que evocar el ‘salacot’, mitad casco, mitad sombrero, utilizado por los militares en Asia y África, y con él vamos a recordar aquellas películas de género como la serie de seis largometrajes de ‘Tarzán de los monos’ producida por Metro-Goldwyn-Mayer en los años 30/40 y que protagonizaron el musculoso Johnny Weissmuller y la bellísima Maureen O’Sullivan , futura madre de la también actriz Mia Farrow, y que dirigieron con eficacia los artesanos W.S.Van Dyke y Richard Thorpe. No podemos pasar por este capítulo sin hacer mención a la excelente ‘El hombre que pudo reinar’ (1975) del infatigable John Huston donde Michael Caine y Sean Connery, en soberbias interpretaciones, llevaban un ‘salacot’ en sus locas andanzas por tierras de Kafiristán para completar su uniforme de suboficiales del Imperio británico. Si de tierras salvajes e inhóspitas se trata tendremos que explorar el western como épica de un país que al no tener Cantares de Gesta tuvo que labrarse una moderna epopeya a golpe de cámara, de celuloide y de imaginación. Tanto el sombrero de ‘cowboy’, también conocido como ‘tejano’ o ‘vaquero’ originario del norte de México y el sur de EEUU, como el sudista de la guerra de Secesión, el ‘hardee hat’, o el femenino ‘boss of the plains’ nos van a servir de expertos guías en este proceloso género de los pioneros del Far West. El primero lo usaría el gran vate de esta epopeya magnífica, no tanto ciego como Homero aunque sí tuerto y dotado de una lucidez envidiable. Nos referimos, naturalmente, al irlandés John Ford que en su basta filmografía atesora tantas obras maestras que es difícil quedarse con una sola película como botón de muestra. Pecando de atrevimiento mencionaremos solo ‘La diligencia’ (1939), adaptación muy personal del cuento ‘Bola de sebo’ de Maupassant y la ‘trilogía de la caballería’ compuesta por: ‘Fort Apache’ (1948), ‘La legión invencible’ (1949) y ‘Río Grande’ (1950), tildada en su momento de fascista por algunos críticos miopes. En ellas aparecerán los viriles John Wayne y Henry Fonda ataviados con los citados sombreros, fieles iconos del género, que nos ayudarán a definir el papel que estos interpretan en cada película.
Y cerramos este breve recorrido por una historia que a lo largo de más de un siglo ha transitado tantos géneros que sería imposible detenernos en todos ellos y mencionar todos y cada uno de los sombreros que han desfilado en sus films desde los más aparatosos como el que lleva la deliciosa Audrey Hepburn en el musical ‘My fair lady'(1964) de Cukor, los folklóricos y locales como los ‘akubra’ australianos que popularizó ‘Cocodrilo Dundee'(1986), o todos aquellos que podemos admirar en el cine histórico, el cine de samurais del genial Kurosawa o en aquellas apasionantes películas de piratas de los domingos de nuestra infancia. En suma, un cine con sombrero para quitarnos el sombrero. ¡Chapó!