Actor del método que nació el 17 de octubre de 1920, mirada triste y vida difícil, marcada por las adicciones. Montgomery fue un chico que sentía pasión por el teatro; tanto es así que a los trece años ya comenzó a actuar en Broadway.
Su paso por el Actor’s Studio marca su personalidad que va acentuando en grandes papeles en la pantalla. Hombre sensible de mirada melancólica, siempre imprimió a sus personajes de un perfil torturado, hombre en conflicto consigo mismo.
En 1948 fue candidato al premio Oscar por Los ángeles perdidos, luego llegaría Un lugar en el sol (1951) de George Stevens, una película hermosa como pocas, donde Monty conquista a una millonaria, Elizabeth Taylor, buscando un mundo de riqueza que no tiene y teniendo que desembarazarse (en una escena impresionante) de su novia (interpretado por una jovencísima Shelley Winters). En una barca Monty empieza a dar vueltas a la idea del asesinato, en su rostro vemos el tormento por el que pasa antes de decidirse, pero luego todo desemboca en un accidente, cuando la chica se levanta y se cae al agua, Monty no la ayuda, ya ha consumado su plan. La idea del crimen, la culpa que reside en su rostro atormentado rara vez se ha visto tan bien en la pantalla gracias a la grandeza interpretativa de Monty.
Luego llegarían De aquí a la eternidad (1953) de Fred Zinneman, en el que Monty es un soldado que refleja su ternura y su belleza lejana, como si no fuera terrenal, acompañado de genios como Frank Sinatra y Burt Lancaster (famosa es la escena de amor en la playa entre este último y Deborah Kerr). Magnífico estuvo en Yo confieso y Estación Termini, ambas de 1953; el sacerdote de Yo confieso nos abruma con la responsabilidad de ocultar al autor del crimen por el secreto de confesión y el protagonista de la bella película Estación Termini, con Jennifer Jones de pareja, nos enternece. Trabajar con el maestro del suspense en la primera y con Vittorio de Sica en la segunda reafirmaron su gran talento.
El año 1956 fue trágico para Monty que sufrió un terrible accidente cuando su coche chocó contra un árbol al salir de una fiesta en casa de la Taylor; esta le tuvo que ayudar y le salvó la vida, ya que le avisó Kevin McCarthy que presenció el accidente. Rodaba con la Taylor El árbol de la vida y tuvo que someterse a una difícil operación de reconstrucción de su cara. Monty estuvo inolvidable en ese papel, junto a la estupenda Liz Taylor y a Eva Marie Saint.
Monty quedaría marcado por sus adicciones, el alcohol, las fiestas junto a Brando y a James Dean, donde abusaban de todo. Llegarían luego los magníficos papeles de El baile de los malditos; recuerdo aquella escena maravillosa con Hope Lange cuando la acompaña a casa y tiene una paciencia interminable: la timidez congénita del actor se aprecia porque es un hombre apocado que refleja en unos ojos penetrantes su dulzura y su soledad. Caminando con Monty me veo en aquella estupenda película.
Con John Huston rodó Vidas rebeldes, inmensa y triste como pocas, el canto del cisne para tres actores únicos: Marilyn, Gable y Monty, acompañados del excelente Ellie Wallach. Una película hermosa como pocas, con diálogos memorables.
Y ¿Vencedores o vencidos? dirigida por Stanley Kramer y Freud, de nuevo con Huston, dos papeles excelentes, el primero con diez minutos de aparición, en la que un tribunal interroga a un hombre disminuido psíquico que había sido esterilizado por los nazis; en la segunda, dando vida al gran psicoanalista en una interpretación memorable y llena de matices.
Para terminar así con una carrera que finalizó muy pronto. Era un hombre melancólico y nostálgico, uno de los mejores actores del cine de la época. El 17 de octubre de 2020 se cumplieron cien años del nacimiento de un hombre malogrado, triste, pero un actor intenso y poderoso, de mirada inolvidable, uno de los más grandes.