noviembre de 2024 - VIII Año

¿Alex Garland en el Festival Internacional de Cine de Edimburgo?

Fotomontaje de Vladimir Carrillo

El Festival de Cine de Edimburgo es una especie de leyenda en la industria, funciona de manera continua desde 1947, resultando notable la habitual diversidad de su muestra, así como los espacios especializados y retrospectivas temáticas. En la edición de este agosto del 2024 ocurrirá algo a todas luces reseñable: una de las conferencias, más bien discurso, de apertura podría estar a cargo de Alex Garland, el muy nombrado director de Civil War.

 Sin duda, las palabras de Alex Garland cobran relevancia por el contenido de su controvertida película en contraste con el delicado instante político que se vive en los Estados Unidos, donde el clima de enfrentamiento y polarización remueve uno de los sentimientos más recurrentes en la cultura popular: el conflicto armado en suelo estadounidense, puede que acompañado por la cruel ironía en la voz melodiosa de Gambino en This Is America.

Es verdad, a ningún experto en psicología de la comunicación política se le escapa la utilidad de la historia paranoica y conspiranoica cuando de instalar “interpretaciones alternativas”, delirantes, de los hechos en el inconsciente colectivo se trata. Y aunque la cuestión no es nueva (recordemos a Richard Hofstadter en El estilo paranoide en la política americana, 1973), es verdad que parece cobrar renovada visibilidad en esos histéricos y peligrosos momentos políticos donde la ultraderecha pone en juego todo su bagaje, sus aprendizajes históricos y amenaza con llegar a los grandes centros del poder.

Pero el relato político-ideológico paranoico no es, naturalmente, exclusivo de la ultraderecha, de hecho, es frecuente en la derecha que hace parte de la mismísima arquitectura del sistema visto en la democracia neoliberal. Lo vimos en las pasadas elecciones legislativas francesas, donde Macron llegó al colmo de afirmar que la coalición progresista (un estudio detallado parece alejarla de la sospecha de extremismo) era equiparable a la fuerza de Marine Le Pen y que representaba un peligro suficiente para arrastrar a Francia hasta la guerra civil.

 El cine como analista político

Pues bien, entre todas las expresiones culturales es posiblemente la literatura y el cine las que mejor han captado esos puntos de inflexión, donde se pone en evidencia que las cosas, la crónica de las cosas, podría no ser lo que parece ser. Este peligrosísimo juego se nota, por ejemplo, en dos instantes de la contienda política: cuando la ultraderecha se convierte en nueva “fábrica de sentido”, desgranando alucinantes y ridículas explicaciones (paranoicas, claro) sobre por qué la realidad es como es, y cuando otras formaciones políticas, varadas en las tormentosas playas del falso centro neoliberal, emprenden la tarea de normalizar toda esa gritería que nos instala en la alarma y la pseudo locura permanente.

El resultado es claro: el posicionamiento político-ideológico ultra sobre los desafíos actuales (el clima, los derechos sociales, la política fiscal, la inmigración, la pobreza, Gaza, Ucrania etc.) se muestra tan alejado de las pruebas documentales, las estadísticas y, en suma, lo que aparece frente a nuestros ojos que la negociación (y la propia dialéctica del reconocimiento) se muestra como imposible. Y, por supuesto, la narrativa ultra es extraordinariamente eficiente en transmitir a otros la responsabilidad en el consenso social fracturado y cubierto de sangre; a los de siempre: el comunismo, el socialismo (aunque solo sea de nombre), el ecologismo, las feministas, los sindicatos, los pobres y miserables que presionan en las fronteras, entre otros.

Sencillamente, los ultras del mundo ejercen con gran eficiencia su papel de fábrica internacional de mitos, hechos e “interpretación alternativa” y terrores varios. Sin duda, el escenario donde estamos viendo toda esta trama alargada, cual telenovela mexicana por entregas, es el proceso electoral en los EE.UU. En el campo de batalla, un candidato extremista que estuvo y estará en problemas con la justicia, orgulloso de exhibir su falta de educación y zafiedad, sobreviviente a un intento de asesinato y provisto de un olfato político que, contra toda lógica institucional y juiciosas lecturas, le permite encabezar las apuestas para volver a la Casa Blanca.

¿Cómo no? La situación se presta como pocas veces para la aparición de grandes y medianas producciones en el género de lo “distópico aterrador”, con capítulos especiales que explotan esa pesadilla siempre tan presente en el imaginario popular: la guerra civil.

Guerra civil en el cine

Y son dos, al menos, los ejemplos más recientes. Por una parte, tenemos la enigmática y llena de sutiles e incluso elegantes simbolizaciones (de esas que gustan a los amantes del cine) Dejar el mundo atrás (2023), dirigida por Sam Esmail y con un reparto que habla por sí solo: Julia Roberts, Mahershala Ali, Ethan Hawke, Myha’la Herrold y Kevin Bacon, entre otros.

―Tenía una vaga sospecha. Todo parecía indicarlo, pero… no quería asustar a nadie. Me habrías tomado por un loco… Es un plan para derrocar un gobierno desde dentro… sin enemigos claros, la gente se enfrenta entre sí. Si la sociedad atacada es lo bastante disfuncional, ella misma haría el trabajo.

Y, por otra parte, tenemos Civil War (2024), con dirección y guion del londinense Alex Garland, que ya participara en proyectos que no dejaron a nadie indiferente, como Ex Machina (2015) o 28 días después (2002). El hecho es que Civil War ha puesto en primera línea a este director, precisamente, por el momento político que vive el mundo y los EE.UU. en particular. Una película, además, con rostros ya muy conocidos por el gran público, como Wagner Moura, que ayudó a popularizar aquello de “plata o plomo” durante su interpretación de Pablo Escobar en la absurda producción de Netflix, o Kirsten Dunst, la chiquilla atrapada por sus propios sueños e inseguridades que, posiblemente, nunca necesitó ser salvada por el superhéroe en las varias cintas sobre Spider-Man donde apareció.

―Ya no confía en el poder del periodismo, el estado de la Nación lo atestigua…
―Siempre que salía viva de una zona de guerra y enviaba una foto, sentía que enviaba una alerta a casa: No hagáis esto. Y aquí estamos.

El éxito de la nueva guerra civil mostrada por Alex Garland se explica, por supuesto, por la presencia de todos aquellos rasgos que marcan a la típica distopía, como el miedo y el tiroteo indiscriminado. Pero, en igual proporción, porque está contada desde la experiencia de periodistas y fotoperiodistas que parecen estar cansados y atragantados por la ampulosidad patriotera y la exaltación simbólico-emocional que tanto gusta a la ultraderecha. Y, atención, los laboratorios mediáticos, el periodismo y los medios hacen parte de estos debates encarnizados a los que estamos refiriéndonos.

En una escena los protagonistas son detenidos por un grupo de soldados que lanzan cadáveres a una fosa común.

 ―Somos periodistas. Trabajamos para Reuters. Señor, esto es una equivocación. Somos americanos…
―Ok, ¿Qué clase de americanos son? ¿Centroamericano? ¿Suramericano?
―¿Y tú de dónde eres? ―pregunta el soldado, dirigiéndose a otro aterrado reportero de ojos rasgados―. Cuando abras la boca y me digas de dónde eres, más vale que sea en claro inglés. ¿Ok?
―Soy de Hong Kong.
―¿China?

Luego un disparo de fusil mata al periodista. Se encontraban cerca de la Base militar de las fuerzas del oeste de Charlottesville, cuyo emplazamiento estaba dominado por una bandera secesionista con solo dos estrellas.

Uno de los elementos que hacen algo distinta a esta película es que, en efecto, el espectador no necesita demasiados detalles, tan solo aquel esbozo hecho por la malla argumental acerca de todos los rasgos que polarizan y desgarran en lo más profundo de los EE.UU. Lo que origina la guerra civil es justo aquello que se discute cada día en las tertulias, los debates, las barberías, entre susurros en parques y centros de trabajo y con cierta contención mal disimulada en la mesa durante la cena en familia.

Con la llegada del director de Civil War al Festival Internacional de Cine de Edimburgo, muchos nos preguntamos si existirá alguna mención, conato de análisis o breve reflexión sobre el papel del cine en los grandes choques ideológicos de nuestro tiempo o su responsabilidad de extender elementos de discernimiento y crítica entre los espectadores, aquellos y aquellas que irán a las urnas en algún momento y en ocasiones no parecen conscientes de que se están jugando sus derechos y la supervivencia como sociedad.

El caso es que Civil War ha tenido las alarmas encendidas durante meses, con un Trump que sobrevive a todo, un presidente demócrata que se retira, un modelo atrapado por profundas crisis identitarias y el mundo en vilo por lo que pueda ocurrir.

¿Dirá algo Alex Garland, durante el Festival de Cine de Edimburgo, sobre el peligro antidemocrático de un candidato que estimuló el asalto al Capitolio en el 2021, avalado como está por el éxito de su película Civil War? ¿Se referirá a qué podría ocurrir en caso de fallo de los resortes y contramedidas del sistema estadounidense cuando irrumpe una fuerza reaccionaria antipolítica y antiinstitucional?

En efecto, como ya han advertido varias voces expertas, estamos esperando saber si el modelo y las estructuras político-jurídicas del país pueden contener y apagar las amenazas a su propia destrucción, por ejemplo, cuando un pobre hombre como Trump llega a la cima del poder. ¿Las advertencias que nos hace la gran pantalla, como en Civil War, pueden ayudar a generar una reflexión de calado entre los votantes?

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