marzo de 2025

50 años de ‘Tiburón’, de Steven Spielberg

¿Qué simbolización existe tras la presencia asesina, que no se advierte hasta que es demasiado tarde, de la película Jaws, Tiburón en su traducción al castellano (dirigida por Steven Spielberg en 1975)? ¿Es una especie de símil acerca de los peligros (naturales y sociopolíticos) que acechan desde las profundidades a la familia media norteamericana? Existieron análisis que incluso vieron la simbolización clara del peligro marxista en las mentes de los hombres y mujeres del Norte del mundo, otros que vieron la imagen del capital devorando a quienes pensaban que podían disfrutar gratis de un día perfecto de sol y playa. Hace 50 años fue estrenada la película Tiburón.

Steven Spielberg era insultantemente joven cuando se rodó la primera parte de la saga sobre el terrible tiburón asesino. Era como si un discípulo aventajado de Hitchcock tomara las fórmulas narrativas del director británico y les diera un punteo superaterrador con indeleble tinta decadente estadounidense y posindustrial. En efecto, fue Steven Spielberg quien logró ponernos en contacto, hacernos brutalmente conscientes, de ese peligro que podría emerger desde las profundidades y que no veríamos hasta que fuera demasiado tarde. ¿Después de aquel año de 1975 alguien ha vuelto a sentirse completamente seguro, libre de toda duda, al meterse en el agua?

La película está basada en la novela homónima de Peter Benchley, donde se cuentan ciertos hechos insólitos que tuvieran lugar durante el año de 1916 en algún punto de la costa de Nueva Jersey, cuando una horrible ola de calor fue testigo de varios ataques de tiburón, sorprendiendo a toda la población. Eran años donde las diferentes especies de escualos no ocupaban un lugar demasiado visible en la cultura popular. Al parecer, los ataques fueron obra de dos ejemplares distintos, un tiburón toro y un tiburón blanco. Se trata de un episodio que origina esa clase de leyendas y mitos típicos de épocas tachonadas con grandes conflictos bélicos y dramas humanos.

La víctima siempre fue el tiburón

La saga, con énfasis en la primera película, despierta tantas pasiones como odios, las primeras en los fanáticos y estudiosos del séptimo arte, los segundos entre militantes de organizaciones animalistas y ecologistas en general. La huella, todo un hecho cultural, dejada por Tiburón en el imaginario popular está relacionada con una suerte de rechazo y temor despertado en el inconsciente colectivo hacia las grandes criaturas marinas y que ha costado años superar. Los tiburones son un caso claro de estigmatización trivial, dado que las estadísticas disponibles no parecen respaldar uno de los argumentos centrales del filme de Spielberg: una extraña sed de sangre y muerte en la criatura, en realidad inexplicable, y solo útil para dar sentido a la superación humana del miedo y la ansiedad, así como a la necesidad de salvar la temporada turística. Con tiburones no hay bañistas, sin turistas no hay ingresos. ¿Qué puede provocar más pánico?

Estas eran las palabras de Steven Spielberg para una entrevista en la BBC de 2022: Una de las cosas que aún temo, no es que me coma un tiburón, sino que los tiburones estén de alguna manera enfadados conmigo por el frenesí de los pescadores que se produjo después de 1975. Lamento de verdad y hasta el día de hoy la reducción de la población de tiburones a causa del libro y la película.

El director ya podría dedicar una parte del dinero que ha ganado a financiar programas de conservación, pero no. La producción de películas con un tiburón asesino en el centro parece ser una trama inagotable para la gran industria cinematográfica, algunas de las historias más famosas (la mayoría totalmente descabelladas) han sido Deep Blue Sea (1999), Sharknado (2013), Infierno azul (2016), Megalodón (2018), El arrecife: Atrapadas (2022) y En las profundidades del Sena (2024).

Un artículo de la revista Cinemanía de agosto del 2024 explotaba este “efecto tiburón” impreso en la psique social con los siguientes titulares: 15 películas con tiburones que te quitarán las ganas de ir a la playa. Si has visto suficientes películas, quedarte todo el verano trabajando sin poder ir al mar quizá no suene tan mal como parece.

Tiburón en el Sena

En sentido de lo anterior, no olvidemos dos factores centrales en el terror psicológico al que juega la película: la supuesta maldad sin origen ni provocación previa del tiburón, algo que ciertamente “humaniza” al depredador (casi lo pervierte en una situación cultural, alejándole de la condición natural instintiva), y el mar, el agua como “lugar” desde donde vibran las represiones inconscientes. Por supuesto, lo anterior no habría podido transmitirse sin la dirección musical de John Williams, a quien se debe gran parte de la potencia narrativa de la película.

Žižek y el tiburón ideológico

En opinión de Žižek en The Pervert’s Guide to Ideology, el enorme tiburón representa la unión aterradora, irracional, de todos nuestros miedos, que van desde el desastre natural hasta el rechazo al diferente (de hecho, un extranjero) y la impunidad que rodea la acción de los grandes poderes del mundo, tan frecuentemente sin nombre o cuartel general conocido.

Se trata de una simbolización que sintetiza en una sola criatura una pléyade muy grande de temores. Esta mecánica psicopolítica es tremendamente importante en el fenómeno ascendente de los fascismos, donde los miedos tienen que objetivarse claramente en una imagen que reúna todos aquellos rasgos susceptibles de ser culpabilizados de los dramas vividos por aquel sujeto medio que al principio sólo pretendía pasar un día tranquilo en la playa.

Como siempre, tenemos un ejemplo claro de estas construcciones (unos intentos epistemológicos de explicar los contrastes causantes de pánico en la sociedad) en la Alemania de los 20 y 30 del XX, pero cada vez más en los Estados Unidos de la era Trump, donde una “revolución conservadora” reconcilia el desarrollo industrial militar y digital, la fuerte jerarquización y los valores nacionales más tradicionales con el ideal de tener un país sin antagonismos ideológicos. Pero el choque con la realidad inevitablemente aparece al constatar que el antagonista, como la lucha de clases, es un actor esencial del capitalismo, que éste implica la crisis permanente.

Es entonces cuando esas ficciones ideológicas tan propias del fascismo, con objeto de explicar las ineludibles confrontaciones que hieren la marcha del capital, recurren a la lógica presente en simbolizaciones como la vista en Tiburón, un clásico del cine, precisamente por tener codificadas tantas claves del mundo donde vivimos: un agente foráneo e inexpresable, extraño y amenazante, que  viene de las profundidades, un submundo ajeno al ideal paisaje social construido en base a sacrificio y uniformidad.

Los judíos re-simbolizados por el ideario nazi o los musulmanes y comunidades migrantes en general resignificados por las nuevas ultraderechas, eran el tiburón que rompía las olas suaves en aquel idílico día de playa, y que muchos estuvieron de acuerdo en cazar y eliminar, con la gran “ventaja ideológica” de proporcionar una imagen concreta y clara que centrara los odios y temores de todos desde ese momento en adelante.

El recurso narrativo de Tiburón es enormemente útil al aparato ideológico, permite señalar culpables (con frecuencia no sólo inocentes, también débiles) de las incongruencias y dramas generados por el propio modelo del capital: los inmigrantes, los gitanos, los musulmanes, los homosexuales o en general las personas de moral dudosa (aquellos que conspiran contra la moral cristiana y la unidad nacional).

Y al tiburón ideológico, por otra parte, le son atribuidas una serie de conductas y características que resultan repelentes para el sujeto medio: son los conocidos clichés según los cuales todos los gitanos son sucios e ignorantes, todos los musulmanes son terroristas antioccidentales, todos los colombianos son narcotraficantes, etc.

Este recurso racista de la ideología recrea en la imaginación de ese nombrado sujeto medio la fantasía donde el “enemigo”, Tiburón, sigue siendo vehículo de un gozo secreto y perverso (por instintivo) que nunca ha dejado de aspirar a una alteración sustanciosa del modo de vida mandado desde las crónicas sobre la hegemonía.

En otras palabras, las ficciones ideológicas de hoy ensamblan continuamente un universo de elementos de gozo (la unidad, la seguridad, la solidaridad entre los iguales, el fin comunitario, etc.) y los compacta en un sistema de simbolizaciones exteriores que permanentemente incorporamos a nuestras cargas simbólicas.

De lo contrario, ¿cómo explicar la “irracionalidad instintiva animal” de la criatura? ¿Qué interés podría tener un tiburón en arruinar la temporada turística de una apacible localidad típicamente estadounidense? Así es, puede que el monstruo de las profundidades calara en el imaginario popular por hablar políticamente, precisamente, en la “lengua del inconsciente” propia del pobre individuo trabajador del capitalismo.

Hace 50 años fue estrenada Tiburón, de Steven Spielberg.

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