Ópera – Teatro Real
El coliseo cierra su temporada más difícil con muy buena nota.
Si hubiera que hacer un resumen de lo que significó el XIX buena parte de sus claves están en esta ópera de Puccini: la revolución liberal frente al absolutismo, la razón y la creación artística contra la fuerza y la represión, la pasión que arrasa y se convierte en horizontalidad, un cierto tono anticlerical y puesta en cuestión de una Iglesia todavía no separada del poder civil… Tras sucesivas ‘Tosca’ – también en el Real donde fue representada a lo largo de distintas épocas y contextos- esta última coproducida con el Liceu y la Maestranza, se caracteriza por acentuar los tonos ‘negros’ de la historia, hasta casi convertirse en un ‘thriller’ lleno de movimiento, donde la acción escénica no decae –el acto I pasa como un suspiro, y los II y III, con su hora y veinte de duración transitan de una manera veloz, porque en el escenario están sucediendo cosas y hay una tensión latente pendiente de un desenlace que por conocido parece totalmente novedoso.
Después de una temporada marcada por la pandemia donde la mayor parte de los teatros de ópera del mundo no abrieron, y cuando ahora lo hacen es con espectáculos de pequeño formato, la excepción ha sido el Real, donde hace un año se decidió levantar el telón con lo que en principio eran producciones adaptadas a las duras condiciones sanitarias, pero que poco a poco se acercaron a la plena normalidad, casi como un verdadero ‘milagro’. Ahora el único destello son las mascarillas negras de algunos de los que aparecen en escena, y el reducido aforo que todavía no llega al 100 %. El teatro madrileño como cierre de temporada ha programado 16 funciones hasta el 24 de julio con tres repartos distintos, no solo con primeras figuras mundiales de la lírica, sino con inesperadas super-estrellas como Jonas Kaufman, anunciado para el 19 y el 22, en el papel de ‘Mario’.
Cada uno de los repartos, según los días, ofrece voces para la apoteosis: en el primero con Sandra Radvanovsky (‘Tosca’) –que tuvo que hacer un ‘bis’ en el estreno, el primero femenino en la historia del actual Real- y Carlos Álvarez, como malvado ‘Barón Scarpia’. En el segundo, al que quien firma asistió, el punto fuerte lo pone Michael Fabiano (‘Mario’), tenor americano de origen italiano que no solo alcanza tonos de excelencia sino que se mueve con enorme soltura por el escenario, mientras ella, María Agresta, cumple de manera suficiente; con el problema que supone en esta producción que en varias escenas los artistas tengan que cantar tumbados en el suelo o agachados, trance que superan con brillantez.
‘Tosca’ es un guante a la medida de su director musical, Nicola Luisotti, a quien hay que considerar desde que trabaja como director musical asociado en el Real uno de los reclamos de este teatro en el repertorio italiano clásico. El maestro que ahora reside en Madrid y domina con gran soltura el castellano, saca todas las posibilidades de una partitura donde se reúnen las más variadas gamas, de la épica al sentimiento, y que se abre con una introducción de una fuerza musical arrolladora. Luisotti es uno de los aciertos de esta producción, y debe entenderse también su posible dificultad para trabajar con tres repartos de estrellas, e incluso un ‘cuarto’ Mario con Kaufman, la voz más cotizada de la lírica en estos momentos.
Si nos fijamos en las reseñas de las óperas del repertorio clásico de otras épocas nos sorprendería que nunca se hacían referencias a la dirección escénica, la mayor parte de las veces inexistente, sino exclusivamente a la calidad de las voces y la orquesta. Lo que demuestra que al aspecto teatral se le ignoraba. Esta ‘Tosca’, por el contrario, tiene un original planteamiento desde el punto de vista escénico. Paco Azorín, escenógrafo y director, se apoya en ambos cometidos para presentar un espacio escénico donde el negro más absoluto se contrapone a un rojo oscuro, con una iluminación blanca, tonos que predominan a lo largo de la función. El director español ha realizado en tiempo relativamente breve un largo recorrido por distintas formas teatrales, con interpretaciones muy abiertas sobre libretos que difícilmente resisten hoy su puesta en escena, como el de la ‘Maruxa’ vista tres temporadas atrás en La Zarzuela, donde el canto bucólico a una Galicia rural de señores y criados se reemplazaba por la del ‘Prestige’ y la ‘marea negra’ en las costas gallegas.
En ‘Tosca’ se saca el máximo partido a los decorados, con la ayuda de las plataformas escénicas y la tecnología del Real; así el decorado reversible al que se le da la vuelta es reemplazado en plena función por otro que comparte su función de cárcel, cámara de torturas y lugar para el fusilamiento del personaje; tras otro de los giros de este argumento donde el engaño tiene la misma presencia latente que en el género de la novela negra (y no parece casual que ‘Tosca’ sea una actriz-cantante de ópera, y por tanto comedianta). Puede que a los que conozcan otras versiones de ‘Tosca’ les choque la ejecución con ‘Mario’ subido al techo de la prisión con los soldados disparando desde el suelo; pero es perfectamente válida y su originalidad no resta verosimilitud al relato. Azorín demuestra una gran soltura en la facilidad con la que se desenvuelven todos y cada uno de los personajes, y el juego de movimientos que desarrollan –por ejemplo el de los cantores de la Jorcan como monaguillos que antes que eso son niños juguetones- en una de las escenas más logradas de la producción, con la resolución del final del primer acto, ejemplar en cuanto a lo que representa el movimiento escénico con elementos muy variados y acciones simultáneas.
La presencia a lo largo de la acción de una mujer desnuda que representa la libertad, como lo era la ‘Marianne’, no desentona y está integrada en el juego escénico, incluso en la escena del fusilamiento, como un elemento simbólico. En los últimos años Azorín en su doble condición de escenógrafo-director es un nombre a seguir y del que esperar en muy próximos tiempos una gran carrera internacional. Puede que esta ‘Tosca’ no sea la del post-romanticismo, ni la viscontiana, ni la de la estética de finales del XIX, sino una historia pasada por el tamiz de una teatralidad contemporánea donde el movimiento y la acción juegan un papel esencial, en su acercamiento al ‘thriller’, incluso en la atemporalidad del vestuario, donde hay referencias al XIX pero también algún elemento contemporáneo. La apuesta renovadora de ‘Tosca’ en esta producción totalmente española con primeras figuras internacionales de la lírica resulta más que satisfactoria, y añade una ‘lectura’ original a una partitura de Puccini que sigue siendo sublime, y en la que como ocurre con otras óperas de este autor, bebieron buena parte de los orquestadores musicales del Hollywood clásico.
Fotógrafo: © Javier del Real / Teatro Real