A principios del pasado junio y tras descender de su vehículo por una avería en la M-40 de Madrid, resultó mortalmente atropellado el barítono Antonio Lagar (1937). Nacido en el centro de Madrid y sobreviviente en una áspera España de postguerra, estudió canto con Lola Rodríguez de Aragón e Inés Rivadeneira, y debutó en 1972 en el teatro de La Zarzuela con ‘La rosa del azafrán’, a la que siguió una larga carrera por los escenarios de zarzuela y de ópera, con actuaciones en los más variados teatros y foros. Durante muchos años, Lagar estuvo en casi todas las representaciones de ‘Carmina Burana’, de la misma manera que festivales y recitales disfrutaron de su voz y de su seguridad en escena. El cantante fue testigo de una transición dentro del género de la zarzuela, desde una época en la que se representó en los escenarios, se escuchaba en las radios y sus romanzas eran todavía populares; como había ocurrido a partir del XIX con la ópera entre los italianos aunque pertenecieran a las clases populares. Era un tiempo donde en la cartelera de las grandes ciudades había siempre uno o más espectáculos del género, y compañías que giraban por España, muy a menudo a través de Latinoameríca y en ocasiones se asomaban a otras zonas del mundo. Lagar pertenecía a una generación, más joven de aquella en la que muchos nombres habían llegado a ser estrellas y su nombre trascendía al nivel de las mayores referencias mediáticas; pero que cuando empezó a llegar su hora se encontraron con la acelerada decadencia del teatro lírico en España. Muchas y variadas razones influyeron en ese declive: el elevado precio de los montajes si es que estos se realizaban con dignidad, la falta de renovación en las puestas en escena -poniendo de relieve uno de los problemas que afecta a varios de los títulos clásicos: unas maravillosas partituras y unos libretos que responden a los valores de otras sociedades-, la falta de incorporación de nuevos títulos al repertorio, y en paralelo, los problemas para encontrar a un nuevo público, más joven, más inquieto, más urbano… cuando además muchos medios empezaron a dar la espalda a ese patrimonio por considerarlo ‘anticuado’.
Bajo ese marco, Antonio Lagar –que nunca iba a abandonar la maquinaria del espectáculo- a finales de los años 80 decide con la soprano María Dolores Travesedo pasar al otro lado sin abandonar su actividad como barítono: la producción teatral de ópera, zarzuela y musicales. Travesedo es una soprano que estudió con los grandes de la lírica de otra época, y cuya trayectoria en los escenarios ha sido muy dilatada, con recitales y actuaciones en toda España y en Nueva Delhi (India), Davos (Suiza), Lisboa, París o Caracas. Con una bellísima voz, Maria Dolores Travesedo se ha mostrado una dúctil y expresiva actriz en las partes habladas, lo que no siempre es fácil para un cantante lírico, con una enorme naturalidad tanto para las escenas dramáticas como para las cómicas donde posee una gran vis. Sin abandonar la escena, la soprano ganó la cátedra de canto en Salamanca y en Madrid donde ha venido dando clase a una nueva generación. Hace tres décadas Antonio Lagar y Maria Dolores Travesedo crean una compañía lírica, Musiarte, nombre que se hará presente en los cada vez más reducidos circuitos donde se representa, con temporadas mejores y otras con menos trabajo, hasta mantenerse como una de las raras referencias en un género que fuera de las producciones del Teatro de la Zarzuela tiene muchas dificultades para sobrevivir con dignidad desde el espacio de la producción privada. En sus montajes contaron con un amplio abanico de cantantes y actores, entre ellos algunos que han sido y son figuras dentro de ese mercado.
En estos años hasta el día de hoy, Lagar & Travesedo produjeron y montaron el más variado repertorio lírico, con zarzuelas clásicas -y otras contemporáneas como ‘Fuenteovejuna’ de Moreno Buendía- óperas, recitales y musicales. Sus voces se escucharon hasta época muy reciente en el escenario, centrándose Lagar en el trabajo de la producción y distribución, y Travesedo en la dirección escénica. En ambos casos corrieron el riesgo de aparecer como dos esforzados sobrevivientes de otra época: los montajes escénicos de Musiarte no aspiraban a la vanguardia ni a la provocación, pero han venido cumpliendo con una enorme dignidad en la atención a ese público casi huérfano que salvo los montajes de La Zarzuela apenas tiene ocasión de ver representado el género sobre los escenarios. Antonio Lagar y Lola Travesedo promovieron espectáculos de gran dignidad, renunciando a eliminar elementos hasta ahora imprescindibles en un montaje, para abaratar los presupuestos; ese respeto estaba implícito en su gestión. Sus zarzuelas y producciones líricas tenían una orquesta, un director musical habitual, un cuadro adecuado de voces y actores, unos decorados corpóreos y virtuales, aunque hubieran de trasladarse a los lugares más apartados. Lagar era un hombre muy al día en todos los sentidos, irónico, con un gran sentido del humor, progresista; de la misma manera que Travesedo es una mujer de su tiempo, que a veces se ha ‘rebelado’ contra algún libreto donde no se transparenta la igualdad de género. Como resultado de ese trabajo a través de Musiarte, se ha producido un amplio abanico de montajes, hasta convertirse de facto y pese a las grandes dificultades, en la primera o una de las primeras compañías de repertorio del país, con capacidad para montar cualquier título; incluso dentro del musical como las funciones-homenaje de ‘El hombre de La Mancha’ en el centenario del Quijote, representadas en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) en 2015.
Dentro de ese modelo de producción y de estética de ‘atender a lo que el público espera de la zarzuela con dignidad pero sin provocar a un espectador que ha oído hablar de lejos del género pero nunca lo ha escuchado y visto en un escenario’, Travesedo & Lagar produjeron sucesivos títulos (a veces rescatados de un largo olvido) para la Semana de La Zarzuela que se celebra cada octubre en La Solana, uno de los escasos escaparates que sobreviven para la difusión del arte lírico; títulos con los que en ocasiones también han hecho giras o atendido a actuaciones puntuales. Hasta época muy reciente barítono y soprano cantaron juntos, como en la versión de ‘La del manejo de rosas’ donde con buena resolución teatral, se desdoblaron los dos personajes protagonistas, entre los maduros que recordaban el pasado en un largo ‘flash back’ que era la propia función.
Dentro de las compañías privadas, Musiarte tuvo fama entre músicos, cantantes y actores de puntualidad en los pagos (frente al mal ejemplo de empresas de campanillas donde se veían obligados a reclamar sus cantidades a través del Juzgado de lo Social). La cercanía y el trato cercano de producción-dirección con los equipos y compañías fue otro de los elementos característicos de ese estilo, algo no siempre habitual en funciones ocasionales que exigen el desplazamiento de 50, 60 o 70 componentes y de un equipo técnico amplio. Y de eso sabía mucho Antonio Lagar delante, y en los últimos tiempos detrás del telón, lo mismo que Lola Travesedo. Lagar acudía a cada representación con su mujer (Carmen), lo mismo que en ocasiones los pequeños nietos de la soprano-directora acostumbrados a corretear por el ‘backstage’. Un tono familiar en una compañía como de ‘otra época’ en el mejor sentido de la palabra, en la que se incluía a los hijos de Lagar, empezando por Ana, en la producción ejecutiva y como verdadera todo-terreno.
El recuerdo a este trabajo es oportuno en un momento en el que la zarzuela está en el ojo del huracán y corre el riesgo de quedar sepultada en el olvido, forzada a aparecer como un reducto de un público conservador sin que necesariamente aparezcan públicos nuevos. Lagar y Travesedo a través de sus producciones fueron entusiastas divulgadores de unas formas teatrales bajo amenaza de la extinción, trabajando movidos por el entusiasmo y no por ‘hacer caja’. Mucho más abiertos a la modernidad y contemporáneos de lo que a primera vista pueda parecer, sus producciones y trabajos representaron esa dignidad de los sobrevivientes por mantener la velocidad de crucero del barco a su máxima potencia aunque la bienvenida a los puertos no estuviera siempre garantizada. Ese eslabón entre dos épocas del teatro lírico, revitalizando públicos y buscando a los nuevos entre mares turbulentos, así como su inmensa fe en un género con dificultades, además de sus condiciones como barítono, es uno de los elementos a recordar en un homenaje a este ilusionado artista y promotor (como Travesedo) cuya aportación no debería ser abandonada a la memoria del olvido.