noviembre de 2024 - VIII Año

Seis años de ‘Clásicos a contratiempo’, de Antonio Daganzo

La pasión por la música de un poeta.-

Se han cumplido seis años desde la aparición de un libro que se ha convertido en un clásico de la divulgación musical de nuestro tiempo; un libro, publicado en 2014 por Ediciones Vitruvio (con espléndidas ilustraciones de la artista argentina –afincada en España- Eugenia Ábalos), que lleva por título Clásicos a contratiempo, y el subtítulo de «La música clásica en la era pop-rock». Ambos muy bien traídos a estos nuestros días, donde campa a sus anchas una indisimulada vulgarización del arte, la literatura y la música.

Antonio Daganzo (Madrid, 1976), su autor, nos abre una preciosa vía de escape a través de la poética musical para llevarnos a un mundo donde la melodía, el ritmo y la armonía establecen los parámetros perfectos para el disfrute de nuestros sentidos. Y ya que el autor nos introduce a su lectura con tres, llamémoslos, aforismos, de los que destaco por su rotundidad y acidez el de Friedrich Nietzsche («Sin música la vida sería un error»), yo quiero justificar mis palabras con otro aforismo del gran filósofo alemán: «La música ofrece a las pasiones el medio para gozar de ellas mismas».

Gozar, palabra de amplias y variadas connotaciones relacionadas con el disfrute de los sentidos, es la que mejor se ajusta a la lectura de Clásicos a contratiempo, porque si gozamos de una pieza de música clásica sin saber su origen, sin conocer al autor, sin datos sobre las vicisitudes de su época, etc., qué no más gozaremos si todos los secretos que la obra conlleva nos son desvelados como por arte de magia.

Antonio Daganzo, hombre que domina todos los campos de la escritura con maestría, es ante todo un excelso poeta; en mi modesta opinión, uno de los mejores del actual panorama literario español, y eso se nota en cada uno de los capítulos del libro. Antonio Daganzo mezcla sabiduría musical, erudición literaria y amenidad explicativa en un cóctel donde cada copa (capítulo) es un poema apasionado dedicado a un compositor y a su obra.

Cuando el autor nos habla de Bach y sus Variaciones Goldberg, de Chaikovski y sus sinfonías de madurez, o del Tristán e Isolda de Wagner, por poner sólo unos ejemplos, nos entra un repentino e insoslayable deseo de escuchar esas obras y a esos autores que Antonio nos desgrana con tanta pasión, y es que la lectura de este libro, acompañada de la audición de las obras citadas en él, es la máxima expresión del placer al que un amante de la música puede aspirar.

Sin embargo, he podido comprobar, a lo largo de estos seis años, que el libro se ha convertido en un icono para aquellos cuya pasión musical no incluía la música clásica, y es que si muchos, desgraciadamente, consideran la música clásica como algo inalcanzable, sólo para eruditos, entendidos, preparados, etc. –llámenlo como quieran, ustedes me entienden-, muchos también han entrado en ese maravilloso mundo gracias a este libro, y tengo sobradas muestras de lo que digo que me han convencido de ello. Y el que un autor sea capaz de transmitir su pasión por la música a sus lectores es digno no sólo de elogio, sino también de admiración.

En Clásicos a contratiempo, Antonio Daganzo, ha tenido la enorme virtud, además de las ya citadas, de conseguir reunir una selección de autores y obras que son el compendio perfecto tanto para el disfrute de los melómanos como para la iniciación de los principiantes, esos que no terminan de dar el paso definitivo para adentrarse, de una vez por todas, en los misterios y encantos de la música clásica. Porque además, y esto es muy importante, de a los compositores europeos clásicos por excelencia, Antonio Daganzo ha tenido el maravilloso detalle de añadir capítulos muy jugosos dedicados a los compositores clásicos españoles, léase Falla, Albéniz, Granados, Turina, etc.; y es que la música clásica española siempre ha merecido una atención mayor de la que le hemos prestado. Son por ello de agradecer estos capítulos tan estimables, capaces de engrandecer el legado de esos compositores nuestros que el autor se encarga no sólo de evitar que caigan en el olvido, sino de conseguir que disfrutemos con su música.

En definitiva, se podría decir, sin temor a equivocarnos, aquello de «no están todos los que son pero sí son todos los que están», y digo esto porque un servidor, que disfruta de la música clásica y que admira la labor divulgativa de Antonio Daganzo, desearía, y el autor lo sabe, una segunda parte de esta magnífica obra que nos ilumine sobre esos otros muchos compositores que aún quedan por descubrir y que, me consta, Antonio conoce como la palma de su mano.

Quizá esté poniendo en un brete al autor, pero sus incondicionales, que somos muchos, sabemos de su capacidad para alumbrar un nuevo volumen de Clásicos a contratiempo que colme nuestra sed de conocimientos y nos haga disfrutar de su erudición musical y de su capacidad divulgativa. Si acepta el reto todos nos veremos recompensados, porque, desde luego, en su cabeza y en su mano lo tiene todo para deleitarnos de nuevo. Sería un nuevo libro de un poeta que ama la música clásica.

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