Estrenada en La Fenice de Venecia en 1851 y representada por vez primera en el Real en 1853 ‘Rigoletto’ es sin duda alguna la función más vista en este coliseo junto a ‘Aída’, y figura en la cabecera del repertorio operístico mundial. La última vez que se pudo escuchar en este teatro fue en 2016 bajo la dirección escénica del británico David Mc. Vicar con una dignísima función que mantenía la época donde originalmente transcurre el argumento y que contó con una de las últimas actuaciones sobre un escenario de Leo Nucci.
Miguel del Arco en su debú en el género puramente operístico, aunque ha firmado muy originales (y polémicas) adaptaciones de zarzuelas, en esta producción de 2023 hecha junto a Abao de Bilbao, Maestranza de Sevilla y la Ópera de Tel Aviv (Israel) adopta una lectura radical sobre la partitura de Verdi y el libreto de Francesco Piave, haciendo una trasposición del argumento hasta nuestros días. Con una acción teatral previa a la obertura donde una joven desde el patio de butacas huye acosada por distintas figuras masculinas.
El arranque inicial de ‘Rigoletto’ con el ‘Questa o quella’, es decir la famosa escena de la ‘orgía’ ha sido resuelta a lo largo del tiempo de manera muy distinta desde el punto de vista teatral: ocasiones en las que aparecía como un salón de baile o un remedo de minué convencional, mientras Mc. Vicar ya apuntaba a las formas pre-orgiásticas. Miguel del Arco lo utiliza para dar pie a contrarrestar la imagen de los elegantes (y depravados) personajes de hoy con la figura de un ‘Rigoletto’ que no es ni un deforme, ni un jorobado, ni un enano o un bufón estereotipado, sino un hombre travestido con ligas, corpiño y tacones, en una original vuelta de tuerca al personaje. A lo largo de la función vamos a ver que no se trata de un ingenuo, un padre inocente, o un hombre lineal, sino de un tipo con muchas caras.
Ese arranque sirve para descubrir un espacio escénico extremadamente original en la historia de los ‘Rigoletto’ habidos y por haber. No hay referencias de época, ni corte renacentista o barroca, ni apenas decorado, mobiliario o atrezzo. En su lugar se juega con un espacio escénico de Sven e Ivana Jonke constituido por gigantescas telas, muchas de ellas accionadas e hinchadas por aire en una transformación constante del propio suelo escénico de color negro, que permite jugar con distintos espacios variables bajo un contraste radical de tonalidades entre el negro del suelo o el fondo, y el burdeos de los telones en movimiento y acción. Esa diversidad de espacios argumentales generada por un decorado tan original en sus planteamientos sirve muy bien al propósito de radicalidad teatral de esta producción llena de talento. En la que se reacondicionan varias de las líneas argumentales del original sin traicionarlo, pero concediéndole otra identidad de una gran potencialidad dramática.
El espectador va a encontrar a lo largo de los tres actos cambios constantes de ambientación y vestuario en función de unos contextos muy marcados: el juego de la seducción hacia una mujer que no es la adolescente virginal de otras versiones, dentro de una alegoría sobre nuestro tiempo no exenta de cierta transgresión pero de gran potencia dramática. En la que juegan un gran papel las catorce bailarinas que tanto vestidas como totalmente desnudas se convierten en elemento escénico de primer nivel más allá de lo que podría ser un movimiento coreográfico.
Desde cierto punto de vista este ‘Rigoletto’ acaba por convertirse en un descenso a los infiernos entre personajes de nuestro tiempo, de cortes casi celestiales a mundos de prostitución y ‘pretty womans’. Incluso con licencias tan personales como el ‘La dona e mobile’ que primero es cantada de pie, y en la segunda parte desde una cama casi en el regazo de una presencia femenina.
Llena de pequeños detalles esta producción que a nadie deja indiferente es una de las apuestas más interesantes de las puestas en escenas de nuestro tiempo, que debería llevar a Miguel del Arco a ser incluido en el selecto club de ‘regiseurs’ españoles con capacidad para girar en la nómina de primeros teatros del mundo bajo puestas en escena tan personales y alejadas de las convenciones, como las de Calixto Bieito, Paco Azorín o Rafael R. Villalobos, que pueden no siempre acertar pero en todo caso garantizan talento, imaginación y el atrevimiento suficiente para dar nueva vida a un arte lírico que si no es por la llegada de directores teatrales con capacidad y audacia corre el peligro de extinguirse por la vía muerta de la repetición y el adocenamiento.
Nicola Liusotti es un director musical que ha hecho el repertorio verdiano en múltiples ocasiones, y aquí vuelve a mostrar su seguridad y precisión. Aunque en el triple reparto no tenga a Leo Nucci ahora retirado de las actuaciones, cuenta con voces muy interesantes que además deben prestarse al juego de las altas exigencias dramáticas a las que les obliga Del Arco. Javier Camarena/Xabier Anduaza/John Osborn como ‘Duque de Mantua’ en cada uno de los tres repartos a lo largo de las veintidós representaciones de esta producción (asistimos a la representación de Anduaza que estuvo muy bien especialmente en los finales de ‘La dona…’). Este ‘Rigoletto’ no tiene nada que ver con los precedentes respecto a la composición del personaje: Vudovic Tézier/ Étienne Dupuis/Quinos Kelsey lo encarnan (vimos al segundo que estuvo seguro y con la capacidad suficiente para matizar un personaje lleno de facetas). Como ‘Gilda’ están Adela Zaharia/Julie Fuchs/Ruth Iniesta, y tienen muchas oportunidades de lucimiento. Lo mismo que los ‘característicos’ ‘Sparafucile’ (Simon Lim/Peixin Chen/Gianluca Buratto), las ‘Madalena’ (Mariana Viotti/Ramona Zaharia/Martina Belli), ‘Giovanna’ (Casandra Berhton y Marifé Nogales), entre otros. Además de mencionar el trabajo del coro del Real dirigido por José Luis Basso.
Para resumir: este no es un ‘Rigoletto’ para quienes han podido venerar al clásico de Verdi en versiones escénicas con decorados, por bellos que sean, corpóreos, y vestuario de época. Hay que borrar esa imagen para acercarse a esta versión de Miguel del Arco que reinventa el título más representado de la historia del Teatro Real con esta propuesta llena de talento e imaginación, no apta para convencionales o nostálgicos que anhelan lo canónico.
Copyright fotos: Javier del Real (Teatro Real)