septiembre de 2024 - VIII Año

La Vanitas en el Barroco

‘El sueño del Caballero’, de Antonio de Pereda

La Vanitas puede ser definida en el Arte como el género pictórico que resalta la importancia de la muerte y la vacuidad de los placeres mundanos, y hasta de la vida misma. En la Historia del Arte, las Vanitas están consideradas como un subgénero de los bodegones o naturalezas muertas.

Vanitas es un término latino que se traduce por vanidad, pero no en el sentido de orgullo o soberbia, sino de vacuidad, como hemos indicado. Tiene mucho que ver con el pasaje del Eclesiastés, “Vanidad de vanidades, todo es Vanidad”. Es el sentimiento sobre la futilidad y caducidad de la vida con relación a la muerte, teniendo evidentes conexiones con las expresiones y conceptos del Tempus fugit, Memento Mori, Ars Morendi, y las representaciones del triunfo y las danzas de la muerte.

Los valores iconográficos de las Vanitas se relacionan con los que tienen que ver con el paso del tiempo y la decadencia, como cráneos o calaveras, esqueletos, representaciones de la vejez, relojes, relojes de arena, clepsidras, fruta pasada, humo, objetos viejos o desgastados, capas de polvo, instrumentos musicales etc.., generalmente representados de forma realista, con mucha precisión. Junto a estos elementos suelen aparecer representaciones de la riqueza, el saber, la ciencia y de los placeres de la vida o flores para plasmar el memento mori (acuérdate de que vas a morir), expresión que puede aparecer escrita explícitamente en el cuadro o de forma velada. En este sentido, la Vanitas estaría intentando demostrar lo relativo del conocimiento y la vanidad del ser humano, que no puede librarse del paso del tiempo y, por supuesto, de la muerte.

La preocupación por la brevedad de la vida y de las riquezas mundanas es constante en la Historia. Homero, Plinio o Séneca en la Antigüedad Clásica escribieron sobre estas cuestiones. Los padres de la Iglesia también dedicaron mucha atención a esta preocupación, algo propio del cristianismo, y más en sus primeros momentos. San Agustín y San Jerónimo remarcaron el rechazo a las pompas mundanas.

Aunque es evidente que la preocupación por la muerte y por el buen morir tuvo una época muy significativa que coincidió con la crisis bajomedieval, en un momento de gran fragilidad por las crisis de subsistencias y la extensión de la peste bubónica, como prueban las Danzas de la Muerte, la Vanitas como tal es más propia del siglo XVII, del Barroco, tanto en el mundo protestante como en el católico. No olvidemos que el Barroco, en su complejidad, estaba muy vinculado con la propia realidad cambiante y crítica que supuso aquel siglo, que combinó la grandeza de la Monarquía Absoluta y de la Iglesia en las potencias católicas, con la laboriosidad de la burguesía protestante holandesa y la revoluciones que terminaron con el absolutismo en Inglaterra, junto con tensiones, tenebrismos y la fragilidad de la vida humana provocada por la guerra casi constante, como la Guerra de los Treinta Años y sus derivaciones posteriores, las periódicas hambrunas y epidemias, y la extensión de la pobreza y la marginación, inextricablemente unidas con la exaltación de la caridad.

En el ámbito católico debemos nombrar al francés Jacques Linard, pintor del rey Luis XIII y del cardenal Richelieu. Linard fue todo un especialista en las alegorías que eran, realmente, las Vanitas, empleando una técnica muy precisa, de clara influencia flamenca. El Museo del Prado posee una Vanitas de 1640-1645, que representa una calavera con un clavel. Por su parte, Philippe de Champaigne nos ha dejado una Vanitas famosa, después de la crisis religiosa que le asaltó y le hizo acercarse al jansenismo cuando su hija se curó de una parálisis en el convento de Port Royal. En su Vanitas, presidida por una calavera con un tulipán y un reloj de arena, se hace una reflexión sobre lo efímero de la existencia y la seguridad de la muerte. Efectivamente, el tulipán es la vitalidad que está a punto de fenecer. Es un tulipán cortado, ya a punto de ponerse mustio. El reloj permite recordar que nada dura, por lo que no tenía sentido correr en pos de la gloria.

En España existió una literatura que alimentó el sustrato ideológico de la Vanitas, que sin dar muchos ejemplos sí fueron sorprendentes y hasta espectaculares, como tendremos oportunidad de comprobar. Todavía en el siglo XVI habría que destacar el Tratado de la Vida y la Muerte de fray Diego de Estella (1562). Ya en la plena época barroca, Francisco de Quevedo publicó en 1634, La cuna y la sepultura. Pero determinante sería la obra de Miguel de Mañara, Discurso de la Verdad (1671). Mañara fue un personaje fundamental en la Historia de la caridad en la Sevilla barroca.

La Vanitas española está representada por dos personajes capitales, Antonio de Pereda y Juan de Valdés Leal, muy distintos entre sí por sus temperamentos y forma de tratar el género, pero que permiten afirmar que aportaron un sello peculiar al mismo si se comparan sus obras con las holandesas, ya que, introdujeron referencias sobrenaturales de forma muy clara, para entroncar con la acusada religiosidad de la cultura española.

Antonio de Pereda atendió el género de la Vanitas, recogiendo la tradición flamenca de la precisión con el colorido de los venecianos. Su célebre El sueño del caballero, que podemos contemplar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, es una Vanitas sofisticada y de una riqueza inusitada. Aparece un joven caballero, vestido lujosamente, dormido apoyado en el brazo de un sillón. La mesa que tiene a su lado es un conjunto de atributos propios de la Vanitas: objetos del poder, de la ciencia, del placer o del lujo, pero presididos por dos calaveras. También un reloj dorado recuerda el inexorable paso del tiempo. Otro elemento fundamental es el ángel que mira al caballero y porta la leyenda Aeterne pungit, cito volat et occidit, es decir Hiere eternamente, vuela veloz y mata. Esta Vanitas coronaba otras que ya había realizado, como Desengaño de la Vida, de significativo título, y que se encontraba en la colección del Almirante de Castilla, y la Alegoría de la Vanidad, hoy en Viena, entre un conjunto de Vanitas. Curiosamente, por comparación estilística con todas estas Vanitas, algún autor cuestiona la autoría de la principal.

‘Alegoría de la Vanidad’, de Juan Valdés Leal

Juan de Valdés Leal fue un pintor complejo, de poderosa inventiva, aunque no de acabados perfectos, de carácter difícil, tachado de ser pintor de los muertos, que le hicieron ganar una fama póstuma que ha desmerecido su contribución a la pintura barroca española, y en contraposición a Murillo, su contemporáneo.

Valdés Leal se acercó al género de la Vanitas, con su Alegoría de la Vanidad, hoy en Hatford, relacionada con la Alegoría de la Salvación en York. Son obras que aluden a la fugacidad de la vida, lo inexorable de la muerte y el Juicio Final, intentando inculcar en el espectador la necesidad de evitar las tentaciones y practicar la virtud. En la Alegoría de la Vanidad aparece un putto haciendo pompas de jabón, otro símbolo propio de este género, hay un conjunto abigarrado de objetos como una vela apagada, reloj, rosas marchitas, símbolos del poder terrenal (mitra, corona, tiara, cetro), de la riqueza y el placer (dados, joyas, baraja, retrato femenino), y la consabida calavera, coronada de laurel, y un ángel descorre una cortina para que podamos ver una pintura del Juicio Final. Importante es el conjunto de libros que aparecen en el cuadro y que si, por un lado, reflejan la cultura del pintor, por otro hacen reflexionar:  los Diálogos de la pintura de Vicente Carducho abiertos por el emblema de la tabla rasa, algo bien significativo, Las dos reglas de la perspectiva de Vignola; la Alegoría de la salvación, El devoto peregrino. Viaje de Tierra Santa de Antonio de Castillo, abierto por la página que muestra el grabado de la iglesia del monte Calvario; el Símbolo de la fe de fray Luis de Granada, el Triunfo de la Cruz de Savonarola, Flos Sanctorum de Alonso de Villegas, Estado de los bienaventurados en el cielo del padre Martín de Roa, el Arte de bien vivir de fray Antonio de Alvarado, y el Destierro de ignorancia de Horacio Riminaldo, una obra que recogía buenos consejos.

Las alegorías Finis gloriae mundi (el fin de las glorias mundanas) y In ictu oculi (en un abrir y cerrar de ojos) eran Postrimerías (por jeroglíficos de las Postrimerías han sido conocidas), pintadas para la Iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla en 1672. Las Postrimerías eran, según la Iglesia Católica, Muerte, Juicio o Purgatorio, Infierno y Gloria. Son las obras más famosas del pintor. La obra de Mañara ejerció una evidente influencia en el pintor con su Libro de la Verdad, e inspiró el programa decorativo del templo, además de preocuparse de elegir a los pintores que debían ejecutarlo. Uno de ellos era Valdés Leal. Las dos obras aluden a la banalidad de la vida terrenal y a la universalidad de la muerte, en una institución dedicada a dar sepultura a los ajusticiados e indigentes.

En In ictus oculi, aparece la muerte (esqueleto) con un féretro bajo el brazo y la guadaña cortando la esfera celeste, y que apaga en un abrir y cerrar de ojos, de ahí el título, la llama de la vela apenas consumida, toda una alegoría de lo banal y sin sentido de las aspiraciones humanas. Ante la muerte nada vale, ni riquezas ni glorias, cuyos clásicos atributos aparecen en el lienzo, junto con obras, como era habitual en este pintor tan culto, destacando, entre otras, un infolio abierto por un grabado de Theodor va Thulden sobre dibujo de Rubens de uno de los arcos triunfales con que fue recibido en Amberes el cardenal infante tras la batalla de Nördlingen, una victoria contra los suecos en la Guerra de los Treinta Años.

En Finis gloriae mundi, se pueden ver cómo las glorias mundanas acaban en cadáveres, que aparecen en sendos féretros en primer plano, descompuestos y revestidos con sus pompas de obispo y caballero de la Orden de Calatrava, como lo era el propio Mañara. Pero, también es cierto que la muerte era el paso hacia el juicio del alma, que aparece representado en la parte superior del cuadro como una mano llagada con una balanza donde se puede leer “ni más, ni menos”. Los pecados capitales (simbolizados con animales) están en el platillo de la izquierda. Para no caer en ellos solo se necesita la oración y la penitencia, que están representadas en el platillo derecho con disciplinas, rosarios y libros de oración.

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