Exposición. Mínimo máximo, del 7 de octubre de 2021 al 27 de noviembre de 2021
Horarios: L-S de 10:00 a 14:00 y de 17:00 a 21:00. Festivos cerrado
Sala de exposiciones del Rectorado de la Universidad de Málaga. Avda. Cervantes, 2
Entrada libre
La ciudad de Málaga está viviendo una bonanza artística envidiable que la coloca como la tercera ciudad cultural de nuestro país. La reapertura del antiguo Teatro Alameda bajo el nuevo nombre de Teatro del Soho por el actor Antonio Banderas y la celebración en él de la edición de los Goya de este año vienen a consolidar la importante apuesta de esta localidad llena de la magia y la luz del Mediterráneo. Por otra parte, a la buena salud de los museos que encabeza el dedicado a nuestra genial gloria “local” Pablo Picasso, con las dos franquicias del Pompidou y del ruso de San Petersburgo o el de Carmen Thyssen, hay que sumar la encomiable labor que desde hace años viene realizando la incansable Tecla Lumbreras Kraüel a través del Vicerrectorado de la Universidad, lo que le acaba de valer recientemente un reconocimiento por su excelente gestión a favor de la cultura. Merece también una mención expresa el equipo organizativo que apoya eficazmente la labor de Lumbreras.
En este estado de cosas, cada propuesta expositiva del Vicerrectorado despierta un interés inusitado entre los amantes de las artes. Después de una magnífica muestra del pintor malagueño Francisco Peinado, que tuvo un enorme éxito entre los vecinos de la localidad y los visitantes del turismo cultural, ahora Lumbreras nos sorprende con una exposición que inaugura flamantemente el nuevo curso universitario y que sigue muy de cerca las novedades plásticas del inquieto momento que se vive en el panorama artístico nacional. Con su fino olfato, madurado a lo largo de su intensa trayectoria, nos acerca a su particular atarazana, hermosa sala del edificio neomudéjar del Rectorado, a tres de las más representativas artistas femeninas del movimiento que se ha ido “aparejando” en el distrito de Carabanchel, en la periferia de Madrid: Irma Álvarez-Laviada, Elvira Amor y Sonia Navarro. Ellas vienen a ser el buque insignia de esta esforzada generación artística.
La “nave” Oporto navega, desde el 2013 en una venturosa singladura, gestando ideas en un clima de colaboración y encuentros que no impide que cada miembro de este variopinto colectivo mantenga una fuerte individualidad. Como una suerte de redivivo Bateau-Lavoir, varado en una de las márgenes del barrio de Puerta Bonita de Carabanchel Bajo, el inmueble, una antigua fábrica textil, se articula en un laboratorio integral de ideas e investigación de una nueva colonia de jóvenes talentos emergentes.
La exquisita muestra, bajo la coordinación de Montserrat Reyes, que se inauguró el pasado 7 de octubre, ha sido comisariada con admirable buen gusto por el sevillano Sema D´Acosta. Este, haciendo suya la máxima del “más es menos” del maestro alemán Mies van der Rohe, que late en la cabecera de la expo, Mínimo Máximo, no sólo cumple con el propósito minimalista que exige el trabajo de Amor, Navarro y Laviada sino que, parafraseando el título de la célebre novela de Dumas rompe y agiganta la triada protagonista, lo que le lleva a convertirse en el “cuarto mosquetero” de tal hazaña no poco épica.
Los universos creativos de las tres “madrileñas” dialogan en armonía desde los muros, las vitrinas y el suelo, hay algunas esculturas, del espacio expositivo donde las obras respiran y ninguno de estos mundos tan personales se impone a los otros, como suele suceder con tanta frecuencia en otras colectivas. El comisario ha sabido orquestar más de medio centenar de piezas en un equilibrio evocador y vivo pero sereno donde el vacío, como elemento significante, se enfrenta a un elocuente vocabulario de colores, texturas y formas. El carácter conceptual de las obras se apoya en los elementos intrínsecos de la propia pintura. El recorrido visual apuesta por una aproximación transversal para introducirnos en un topos complejo y rico que a pesar de la economía y la simplicidad de los materiales no es un arte “bajo mínimos” como denunciara el arquitecto Robert Venturi sino que en su honesta declaración de principios otorga el protagonismo a los procesos de elaboración y creación.
Las tres artistas, nacidas en torno al año 80, época convulsa en esta sufrida España nuestra, tanto en lo político con el casposo e inopinado “tejerazo” como en lo artístico con la eclosión exuberante de la Movida y su figuración Neo Pop, cultivan una abstracción que restringe al límite los recursos expresivos de la gramática plástica con afán de ofrecer un discurso prístino buscando la esencialidad más radical, como quería el americano Ad Reinhardt, del que por cierto, ahora tenemos la ocasión única de admirar su primera antológica en nuestro país, en la Fundación Juan March de Madrid.
Feminismo implícito y militante desde la organicidad de la propuesta con la contundencia de los hechos y el ejercicio del oficio y discurso eminentemente sustractivo como le gusta decir a D´Acosta quizá apelando a aquel consejo que Gauguin le daba a su discípulo Serusier cuando le animaba a que pintara lo que él “veía”, otorgando un inédito valor semántico al cuadro per se más allá de cualquier otra consideración, en la medida en que para el pintor francés un cuadro era, nada más y nada menos, que “una superficie recubierta de colores”, como recordaría luego el pintor Maurice Denis. Por ello la vocación de tridimensionalidad que la propia pintura puede llegar a aspirar, como en el caso de las tres artistas que nos ocupan, es absolutamente legítima. De modo y manera que forma y color con autonomía propia para romper los puntos de anclaje con una tradición que nos ha impuesto una servidumbre limitante y castradora revisitando machaconamente unos códigos que felizmente fueron abolidos desde el Grado Cero de la pintura de Malévich que con su ‘Cuadrado negro’ dio el pistoletazo de salida al Suprematismo. Tanto este como el Constructivismo ruso tendrán una influencia decisiva en el nacimiento de la abstracción geométrica, que vía Bauhaus y los Concretos de Zúrich de Max Bill, tendrá una evolución extraordinaria al otro lado del Atlántico a consecuencia del éxodo de los artistas europeos a los Estados Unidos durante el nazismo.
De ahí que, ahora ya actualizado, el trinomio Forma/Materia/Color será clave para entender la pureza compositiva de pioneros como el artista americano Ellsworth Kelly que marca la transición del Color Field al Minimalismo, que más tarde acabará abrazando apasionadamente el movimiento Fluxus. Recordemos que el concepto de “vacío” ha tenido en nuestro país un desarrollo fascinante desde las valientes propuestas escultóricas de “el dibujo en el aire” con los hierros soldados del simpar Julio González y sus “discípulos” vascos Chillida y Oteiza. Propuesta que como este último quería, abandona lo estrictamente estético para adentrarse de lleno en el territorio proceloso de lo metafísico.
Por tanto, la importancia de las texturas de las superficies y el valor expresivo de lo matérico de los elementos, poniendo el acento en la objetivación del soporte, es indispensable para aproximarse al corpus creativo de las tres artistas de la exhibición. En ellas el acto de mirar en vivo y en directo resulta no sólo esencial sino insustituible en tanto en cuanto que la experiencia se tiene que vivir de primera mano, como quería el crítico Robert Hughes al referirse al mencionado Reinhardt, llevando la contraria a lo que había constatado décadas antes Walter Benjamin. Ejercicio necesario hoy más que nunca que las pantallas han inundado nuestra cotidianidad con una voracidad creciente y como consecuencia de ello, han acelerado dramáticamente nuestra torturada mirada de impenitentes «hikikomoris», sobre todo después de la crisis del Covid.
Irma Álvarez-Laviada (Gijón, 1978) trabaja con materiales sin intervenir de diversa procedencia, con lo que recupera el concepto de objet trouvé de Duchamp, ya sea desde el papel de lija hasta el DM. El resultado es simplemente fascinante en su declarada desnudez. Su deuda con los movimientos rusos antes mencionados y con los “monocromos” de Yves Klein o Sean Scully es evidente. También la obra de Barnett Newman alimenta la propuesta de la artista que dota a sus creaciones de un fuerte contenido místico y espiritual. Su trabajo recurre en ocasiones a la técnica del assemblage como proceso artístico con el que consigue una discreta tridimensionalidad que la emparenta con las obras de los años 30 de otro pionero, el venezolano Armando Reverón.
Sonia Navarro (Puerta Lumbreras, Murcia 1975) recupera con afán lírico el ancestral mundo del “Corte y Confección”, al que la mujer se ha dedicado desde siempre, para dar visibilidad a una de esas actividades silenciadas socialmente. Procura diferenciarse del concepto tradicional vinculado a las artes aplicadas, a los procesos de artesanía o manufactura. La conexión con precursoras como Anni Albers de la Bauhaus o con las arrebatadoras arpilleras de Manolo Millares le lleva a ampararse bajo la amplia etiqueta de Fiber Art, que tanto terreno ha ganado en los últimos años. Para su “labor” utiliza fundamentalmente la técnica del collage. A pesar de la aparente inocencia de sus creaciones, que recuperan los patrones de modista con sus pespuntes y zurcidos, los títulos de la serie ‘Luci in the scai’, en clara referencia a uno de los materiales con los que trabaja, cargan la propuesta de una ironía no exenta de humor que muy bien puede entenderse a su vez como un guiño sarcástico a la antigua función industrial que tuvo la nave Oporto.
Por último, Elvira Amor (Madrid, 1982) es de las tres artistas la que más apegada está al oficio de la pintura. Sus acrílicos también ofrecen una mirada irónica a la gestualidad salvaje del action painting, como ya hiciera Roy Lichtenstein en su exposición de esculturas ‘Brushstroke’ en la galería Leo Castelli de Nueva York. Por otra parte en sus composiciones podemos aventurar un acercamiento a la “curva praxiteliana” que bien podría evocar una grácil y delicada “postura” femenina en una propuesta singular con una doble lectura ética/estética. El universo de Amor tiende a un sugerente trazo “imperfecto” que acentúa la tensión de sus formas sinuosas y su valor cromático dentro del ámbito de un trabajo reflexivo y paciente.
Capítulo aparte merece el espléndido catálogo de la exposición, a modo de cuaderno de bitácora, que ha diseñado Agustín Linares y que incluye un regalazo para los visitantes con una obra original firmada y numerada de cada una de las artistas: auténticos mapas de esta apasionante expedición a una terra incognita para cartografiar para siempre nuestro recuerdo de tan estimulante experiencia y que guardaremos con el celo de un tesoro pirata en nuestra misteriosa isla particular.
¡Ojalá cunda ejemplo tan plausible! Ejemplo, en el que englobamos tanto el catálogo como la exposición, que nos mete en el cuerpo la urgente necesidad de volver a Málaga cuanto antes.
Nos encomendaremos, pues, como mandan los cánones, a los Santos Mártires Patronos de la ciudad, San Ciriaco y Santa Paula. ¡Y que los vientos nos sean propicios!